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Hace veinticinco años, a esta hora, la bandera argentina ondeaba en todos los mástiles de Puerto Argentino. La recuperación de las islas era un hecho consumado. El gobernador británico y las fuerzas militares que lo respaldaban se habían rendido y estaban en pleno proceso de ser evacuados para su entrega a la Embajadora de Gran Bretaña en Montevideo. Se había cumplido rigurosamente la condición impuesta por el gobierno argentino de no causar ningún daño ni bajas a los habitantes y soldados británicos ni a las instalaciones de las islas.
El precio pagado por la Argentina era la vida del Capitán Giachino y las graves heridas sufridas por el Cabo Enfermero Urbina y el Teniente García Quiroga. La acción decidida y enérgica del grupo al que pertenecían había forzado la decisión de rendirse del gobernador británico. Debe afirmarse con absoluta seguridad que fue Giachino con su agresiva acción, arrastrando a sus hombres hasta la propia casa del Gobernador británico el que provocó su rendición, al someterlo a la presión directa del fuego de sus armas, que tiraban a la parte superior de la ventana de su propio despacho con el propósito de quebrar su voluntad de resistir, pero tomando precauciones para no herir a nadie. Tuvo éxito y logró que el Gobernador pidiera parlamentar. Cuando yo concurrí a ese lugar, su voluntad estaba quebrada y no necesité ningún esfuerzo para lograr su rendición.
En ese momento Giachino yacía herido y moribundo. Gracias a su acción habíamos conseguido que la rendición fuera temprana y antes de que se produjera un combate generalizado que ocasionaría muchas bajas. Con su sacrificio Giachino salvó las vidas de muchos de los que estábamos en ese lugar. Al morir, nacía un héroe. Es una lástima que los argentinos no hayamos reconocido todavía en toda su magnitud el mensaje de valor y de entereza que nos legó, recordándolo sólo por ser el primer caído en el conflicto de 1982, en lugar de incorporar el ejemplo que nos dejó, como un verdadero valor moral de conocimiento generalizado. Esta es una deuda que todos nosotros tenemos con nosotros mismos.
La característica básica de la operación de recuperación de las islas fue la hidalguía con que se comportaron todos los integrantes de las fuerzas argentinas respecto a los soldados y pobladores británicos, característica que subsistió durante todo el período que se prolongó hasta el 14 de junio.
El 2 de abril e 1982 cesó la usurpación británica iniciada en 1833. Las islas Malvinas volvían al seno de la Patria y el 3 de abril ocurría lo mismo con el archipiélago de Georgias del Sur, donde caían el Cabo Guanca y los conscriptos Aguila y Almonacid, también sin que se causaran bajas a los británicos.
Tan pronto las islas estuvieron aseguradas, la Fuerza de Desembarco regresó al continente, permaneciendo en las islas sólo una reducida guarnición militar argentina.
La población argentina reaccionaba fervorosa y entusiastamente mostrando en las calles y plazas de toda la República su alegría por la acción realizada. Y la dirigencia argentina manifestaba su adhesión a lo hecho por el gobierno argentino.
Pero en Londres, el mismo 3 de abril, se anunciaba que se enviaría una fuerza de tarea que incluía una Brigada de las mejores tropas británicas, con el propósito de reponer las islas bajo el control del Reino Unido, lo que con tales fuerzas hubieran logrado sin mayores problemas ni demoras. Ante esas informaciones, nuestro gobierno decidió enviar a las islas una Brigada de infantería que obligara a Londres a reforzar los efectivos que estaban anunciados, con lo que le provocaría demoras que darían mayor tiempo para negociar. Los británicos doblaron su apuesta, destacando una segunda Brigada, lo que a su vez fue respondido en forma equivalente por Buenos Aires, con la misma intención de lograr más tiempo para negociar. Era evidente que Gran Bretaña buscaba provocar un enfrentamiento militar, amparada en el apoyo de toda índole que a esa altura ya le brindaban los Estados Unidos.
El período de mediación del Secretario de Estado de los Estados Unidos sirvió para que Gran Bretaña acercara su fuerza de tarea al Atlántico Sur, simulando una negociación que siempre trabó poniendo una exigencia inaceptable: el reconocimiento del derecho de los habitantes de las islas a hacer valer sus deseos en la solución de descolonización a que instaba la Asamblea General de la ONU. Hoy sabemos que desde el primer día de su gestión, el General Haig había manifestado a la señora Thatcher que los Estados Unidos apoyarían a Gran Bretaña, a la vez que se le entregaba toda clase de abastecimientos, armamentos e información mientras presionaba al gobierno argentino para que aceptara las imposiciones británicas. De modo que su aparente intento mediador fue nada más que una pantalla para encubrir la violación británica de la Resolución de las Naciones Unidas que ordenaban el cese inmediato de las hostilidades, teniendo en cuenta que para esa organización, el desplazar fuerzas con la intención expresa de ejecutar hostilidades, es un acto de hostilidad. A fines de abril Gran Bretaña había colocado su fuerza en el teatro de operaciones, y repito, violando con ese desplazamiento el mandato de las Naciones Unidas de no ejecutar actos de hostilidad. Y Haig hizo durar su gestión hasta que el Reino Unido estuvo listo a atacar. Fue entonces cuando dio por finalizada su tarea.
Hasta ese momento nadie hablaba de una guerra por las Malvinas, porque la acción del 2 de abril había sido tan controlada para no causar daños que no era considerada como una acción de guerra. Si no hubiera habido un ataque británico posterior, nadie hubiera dicho que el solo acto del 2 de abril fue una guerra. Pero los ataques que se desarrollaron desde los últimos días de abril en las Georgias, y fundamentalmente los bombardeos a Puerto Argentino del 1° de mayo, nos mostraron la evidencia de que estábamos en guerra con Gran Bretaña apoyada por los Estados Unidos.
Cuando pareció que la gestión mediadora del Presidente del Perú podría conducir a una esperanza de paz, Gran Bretaña decidió hundir a nuestro portaaviones en cualquier lugar del océano donde se encontrara, para lo que destacó un submarino nuclear con esa misión. Al fallar éste en el intento de localizarlo, la señora Thatcher ordenó el hundimiento del Belgrano el 2 de mayo. Y así se frustró la mediación peruana. El posterior intento del Secretario General de las Naciones Unidas, Pérez de Cuéllar, fue sólo otra simulación británica de negociación. Tan pronto las tropas británicas llegaron al teatro de operaciones, el 21 de mayo comenzó su desembarco en las playas de San Carlos. A partir de ese hecho el enfrentamiento militar terrestre tenía fecha cierta.
Y la Argentina confirmaba su decisión de defender las islas que había recuperado el 2 de abril. Que el enemigo sería superior en medios ya se sabía. Pero los pueblos van a la guerra en dos circunstancias determinadas: cuando están seguros de ganar o cuando son atacados. La Argentina fue atacada en las Malvinas por Gran Bretaña, que estaba segura de ganar, y por esa razón hubo guerra. Porque nos defendimos. Cada vez que alguien manifiesta que no debimos luchar porque el enemigo era superior, hay que recordarle las muchas veces que en nuestra historia hemos luchado contra un enemigo superior, varias veces británicos, y que en oportunidades hemos resultado victoriosos y en otras hemos perdido, pero donde nunca mostramos la cobardía que hoy se propugna como que pudiera haber sido una salida salvadora.
Producido el ataque británico y la resolución argentina de defender la integridad de nuestro territorio, comenzaron las acciones militares en proximidades del archipiélago y poco después, dentro del mismo. Creo firmemente que la decisión de defender las islas contra ese enemigo que se sabía era superior, es una de las circunstancias más trascendentes de nuestros últimos años del siglo XX. Pudimos retroceder y no combatir amparándonos en el argumento de que el enemigo era superior. Y hoy, veinticinco años después, estaríamos tratando de justificar ante el mundo nuestra propia cobardía. Luchamos porque fuimos atacados. Nos defendimos duramente y en su momento el mundo reconoció nuestro valor como nación, aunque los medios de comunicación no mostraran en toda su integridad ese sentimiento. La prueba de ese reconocimiento a nuestra lucha lo dio el voto de los Estados Unidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas a fines de 1982, cuando todavía Gran Bretaña no había terminado de ejecutar todas sus operaciones militares, apoyando la Resolución que instaba a los dos países en pugna a negociar la cuestión pendiente de soberanía. Fue la primera vez que Estados Unidos votaba a favor de una resolución de esas características poniéndose del lado de la Argentina , y lo siguió haciendo hasta que el gobierno argentino dejó de presentar el proyecto respectivo en 1989. Todos esos reconocimientos se originaron en una misma y sola cosa: peleamos con dureza y con valor por lo que creíamos que era nuestro.
Y en esos días se pusieron de manifiesto numerosos actos de valor y de excepcional profesionalidad. Nuestros aviadores fueron una imprevista pesadilla para la flota británica, que jamás había sufrido tantas bajas en un período tan reducido. Eran los mismos aviadores que burlaban repetidamente el bloqueo británico llevando elementos imprescindibles a las islas cada vez que era necesario. En el mar se vio a un Capitán Gómez Roca buscando un piloto que había sido derribado el día anterior, entrando en la zona dominada por la flota británica y entregando su vida mientras trataba de encontrarlo. La eficiencia de la tripulación del Belgrano durante la evacuación del buque, y la abnegación y el coraje de los que fueron a rescatarlos, permitió que se salvaran muchas vidas valiosas. La entrega de nuestros soldados durante la lucha terrestre fue reconocida por un enemigo que no es generoso en el elogio.
Recordemos algo más de los hombres que combatieron en la guerra por las Malvinas, las Georgias y las Sándwich del Sur. La mayoría, como es normal, fueron militares, incluyendo en ellos a los soldados conscriptos que estaban incorporados en ese año, Y a su lado estuvieron presentes hombres de las fuerzas de seguridad y policiales que evidenciaron en muchos casos su valor, su entrega y su entereza. Pero hubo otros hombres, muchos, que siendo civiles, pero sabiéndose argentinos que tenían la obligación constitucional de armarse en defensa de su Patria, acudieron voluntariamente a prestar servicios en buques mercantes y pesqueros, en aviones y en otras actividades que contribuían al esfuerzo defensivo argentino. Todos ellos conformaron las fuerzas argentinas. Todos ellos arriesgaron sus vidas para defender la integridad del territorio nacional. Concurrieron al teatro de operaciones sin pedir nada a cambio. No pusieron condiciones. No hicieron reclamos. Sólo ofrecieron sus vidas y su entrega de cada día. Y al volver no se quejaron por no haber sido recibidos como los héroes que eran, ni reclaman dádivas o favores, sino que han mantenido un comportamiento de ejemplar y altiva dignidad.
Y el enfrentamiento militar de 1982 se perdió. La guarnición argentina no pudo resistir el ataque británico y debió rendirse el 14 de junio. En esa oportunidad se presentó un hecho que debe destacarse siempre. Se rindió la guarnición militar de las islas, pero no se rindió la Argentina. Los británicos no le pudieron arrancar a la Argentina ninguna concesión como consecuencia de su victoria militar en las islas El gobierno argentino no firmó ningún documento de rendición, ni hizo ninguna concesión al británico. Se mantuvo firme en su posición de que el conflicto no había finalizado, no reconoció que hubieran cesado las hostilidades y eso obligó a Gran Bretaña a mantener durante mucho tiempo su esfuerzo defensivo en las islas con los costos y los problemas consiguientes. No perdimos una guerra. Perdimos la batalla por la defensa de las islas. La victoria militar británica fue tan mezquina, tan corta, tan marginal, que Gran Bretaña no nos pudo arrancar una sola concesión ni obtener una sola ventaja. Quedaron con la posesión de las islas que todavía hoy están en disputa y la Argentina siguió desde el mismo 14 de junio, reclamando lo que había reclamado desde 1833 hasta el 1° de abril de 1982.
Muchas veces un enemigo superior puede ser vencido por el que se encuentra en una aparente inferioridad. Cuando los pueblos son atacados como lo fue la Argentina en 1982, sólo les quedan dos posibles caminos: o pelean hasta donde pueden, o se entregan a la voluntad de su enemigo sin intentar defenderse. Cuando pelean bravamente por lo suyo, esos pueblos son respetados por otros pueblos que rápidamente comprenden y reconocen su esfuerzo y su sacrificio. Cuando los pueblos no luchan por lo suyo son rápidamente despreciados y pierden el respeto de sus pares, situación que tiene importantes consecuencias, porque a partir de ese momento todos saben que les podrán disputar o exigir cualquier elemento o ventaja, porque siempre serán proclive a ceder frente al que vean decidido o exigente.
Las guerras a veces se ganan y otras veces se pierden. Pero lo que un estado nacional no tiene derecho a hacer es a perder su propia posguerra, aunque en ella el enemigo nos aplique su superioridad o mayor experiencia en diferente aspectos. Tenemos el ejemplo admirable de países, vencidos o vencedores, que fueron devastados por las guerras y que se levantaron después del conflicto reconstruyendo sus estructuras, sus economías, sus culturas fundados en su propia fortaleza y en la clara comprensión que sus dirigentes tenían de sus respectivos intereses nacionales. Nosotros estamos mostrando que el odio insensato que se aloja en el corazón de algunos argentinos, unido al oportunismo perverso de otros, ha regido sus conductas desde el fin de los enfrentamientos militares de 1982, lo que afecta la buena solución de nuestra reivindicación territorial.
La usurpación británica que hoy impera en las islas se debe a una nueva usurpación, producto de un nuevo acto de fuerza y de una nueva violación del derecho internacional. Cometen un grosero error aquellos que afirman que los británicos usurpan las islas desde 1833. La de hoy es una nueva usurpación, cometida por el mismo usurpador, en junio de 1982.
Ayer domingo hemos leído ediciones de los dos periódicos de mayor tiraje de la Argentina con numerosos artículos donde se ve un renovado esfuerzo desmalvinizador. Todo el esfuerzo argentino parece que estuvo mal. Todos los propósitos argentinos parecen haber tenido una motivación espuria. Pero esas lecturas nos deben alegrar y motivar. Si se las interpreta bien, ellas nos están indicando que no hemos sido suficientemente desmalvinizados, que el esfuerzo desmalvinizador que nuestro enemigo lleva a cabo desde 1982 no tiene el éxito deseado, y que es necesario retomarlo. Por eso es ese reverdecer de la desmalvinización.
Este aniversario nos obliga a reconsiderar todos los errores que hemos cometido a lo largo de los años que corrieron desde 1982 hasta hoy, y los que todavía hoy cometemos. Debemos seguir demostrando al usurpador que nunca lo dejaremos disfrutar tranquilo de su usurpación. Que nunca podrá bajar la guardia, porque tan pronto como lo haga estaremos dispuestos a una nueva recuperación de las islas, por los medios que en ese momento sean los más apropiados.
El Movimiento Cívico Militar Cóndor es un conjunto de hombres y mujeres que tienen por objetivo difundir el Pensamiento Nacional, realizar estudios Geopolíticos, Estratégicos y promover los valores de la Argentinidad.