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Por «políticamente correcto » se entiende el eufemismo tras el cual se esconde la censura y la autocensura intelectual. La misma expresión surge en la América de los años 80, mientras que sus raíces moralizantes y su lingüística se han de situar en la Nueva Inglaterra puritana del siglo XVII.
Esta expresión polisémica constituye pues la versión moderna del lenguaje puritano, con su envoltura veterotestamentaria. Aunque no figura en el lenguaje jurídico de los países occidentales, su alcance real en el mundo político y mediático actual es considerable. En un primer momento, la etimología de los términos que la forman no sugiere en absoluto la amenaza de una represión judicial o disgustos académicos. La expresión se considera sobretodo que quiere llevar un cierto respeto a algunos lugares comunes postmodernos como el multiculturalismo o la historiografía moderna, considerados como imperativos en la comunicación intelectual actual.
Como norma general, y en las lenguas europeas, pronunciar la expresión "políticamente correcto" suele desencadenar un proceso de asociación cognitiva y hace pensar en expresiones tales como "policía del pensamiento", "verborrea" y "pensamiento único". Ahora bien, aunque estas últimas nociones tanto en Francia, en Europa como en América tienen equivalentes léxicos, la expresión "pensamiento único" no posee equivalentes en otras lenguas europeas y en el plano léxico apenas implica la misma carga emotiva. Así, por ejemplo, cuando los alemanes quieren definir el lenguaje comunista, hablan de "Betonsprache" ("lengua de hormigón"), pero la connotación censora de la locución francesa "langue de bois" (lengua de madera) no la alcanza.
En cuanto al "pensamiento único", no tiene equivalencia fuera del francés, siendo intraducible en inglés o en alemán; solo el vocablo eslavo "jednoumlje" - término en boga entre los periodistas y escritores rusos, croatas o checos - posee el mismo significado1.
No hace falta decir que en el mundo posmoderno de simulacro cualquier exposición política está sujeta a una sobre-valoración verbal. Los historiadores y los medios de comunicación se ven obligados a recurrir a frases llenas de adjetivos hiperbólicos con el fin de volver su discurso más verdadero que la realidad. La nueva "verborrea" victimista es además mucho más bestial que la vieja verborrea comunista. Se convierte en la norma general y global que va a conducirnos fatalmente a la guerra civil global. Pues, según este lenguaje victimista, no es muy posible declararse escéptico hacia el multiculturalismo sin caer en la trampa de la demonización antifascista. El discurso victimista antifascista es un hermoso juguete utilizado por los medios de comunicación para criminalizar a los disidentes y a los contestatarios del sistema liberal.
Los medios de comunicación y los políticos occidentales fabricaban acontecimientos reales o ficticios concernientes a los intelectuales de derecha, añadiendo siempre el vocablo "extrema".
Pues querían tornar hiperreales estos vocablos a los ojos de los ciudadanos. Todo debía suceder como si todo fuera verdadero en el moderno lenguaje utilizado por la clase política liberal.
La primera conclusión que se puede extraer del lenguaje políticamente correcto es la siguiente: en lugar de disminuir el conflicto, lo aumenta; en lugar de crear un diálogo identitario, lo destruye; en lugar de respetar a los otros, los demoniza. El lenguaje liberal, a la manera del lenguaje soviético, es por esencia conflictivo. Suele recurrir a los sustantivos y adjetivos del mundo zoológico o del mundo médico; tales como "la bestia inmunda fascista" o "la paranoia fascista". Suscita siempre sentimientos primarios.
Comparados con Europa, los Estados Unidos, aunque siendo un país muy secularizado, siguen estando sin embargo muy marcados por los «grandes relatos» moralistas salidos de la Biblia; ningún otro país sobre la tierra ha conocido semejante grado de hiper-moralismo para-bíblico, en el que Arnold Gehlen ve «una nueva religión humanitaria»2.
No obstante, tras la segunda guerra mundial, el lenguaje puritano sufrió una mutación profunda al contacto con el lenguaje marxista usado en Europa, vehiculado por los intelectuales de la Escuela de Francfort, o inspirados por ellos, refugiados en los Estados Unidos y más tarde instalados en las grandes escuelas y universidades occidentales. Son aquellos que tras la guerra comenzaron a actuar en los medios de comunicación y en la educación en Europa, y que jugaron un papel decisivo en el establecimiento del "pensamiento único" moderno.
Es pues de la conjunción entre el hiper-moralismo americano y las ideas freudo- marxistas nacidas en ese medio como surgió el fenómeno actual de lo políticamente correcto.
Se sabe que los Estados-Unidos nunca han tenido como única razón la conquista militar, sino el deseo de traer a los malpensantes, ya fueran indios, nazis, comunistas, y hoy islamistas, el feliz mensaje del democratismo al modo americano, incluso con el acompañamiento del bombardeo masivo de las poblaciones civiles. Este objetivo se cumplió enormemente hacia el final de la segunda guerra mundial, cuando América, como principal gran potencia, se instala en su papel de reeducadora de la vieja Europa. Y en los años ulteriores, el léxico americano, en su versión soft y liberal-puritana, jugará incluso un papel mucho mayor por parte de los medios occidentales que por la verborrea utilizada por los comunistas europeos del este y sus simpatizantes.
Hoy la herencia americano-calvinista ha perdido su contenido teológico en el discurso moderno; se ha transformado en un moralismo inquisitorial que pregona el evangelio liberal de los derechos del hombre y el multiculturalismo universal.
Entre los pedagogos encargados del lavado de los cerebros de los europeos tras la segunda guerra mundial figuraban los intelectuales americanos salidos de los medios puritanos e impregnados de un espíritu predicador. Pero también había elementos de tendencia marxista cuyas actividades se inscribían en la estela de la Escuela de Francfort.
Para unos y otros, curar a los europeos del mal fascista fue la meta principal3. Todos se creían elegidos, ya sea por la providencia divina, ya sea por el determinismo histórico marxista, para traer la buena nueva democrática a una Europa considerada como una región semi-salvaje parecida al wilderness del oeste americano del pasado.
El papel más importante fue sin embargo jugado por la Escuela de Francfort, cuyos dos jefes de fila, Theodor Adorno y Max Horkheimer, ya habían lanzado las bases de una nueva noción de lo políticamente correcto. En una obra importante que dirigió4, Adorno daba la tipología de los diferentes caracteres autoritarios, e introdujo los nuevos conceptos del lenguaje político. Acometía sobretodo contra los falsos demócratas y «seudo-conservadores » y denunciaba su tendencia a esconder su antisemitismo detrás de palabras democráticas5. En las décadas que seguirán, el mero hecho de expresar un cierto escepticismo hacia la democracia parlamentaria podrá ser identificado como neo-nazismo y hacer perder así el derecho a la libertad de expresión.
Cuando el gobierno militar americano puso en marcha el proceso de desnazificación7, empleó un método policial de ese género en el campo de las letras y de la educación alemana. Esta actuación por parte de sus nuevos pedagogos no hizo más que contribuir a la rápida ascensión de la hegemonía cultural de la izquierda marxista en Europa.
Miles de libros fueron quitados de las bibliotecas alemanas. Los principios democráticos de la libertad de expresión no fueron muy aplicados a los alemanes puesto que fueron estigmatizados en conjunto como bestias inmundas y fueron colocados aparte de la humanidad. Según esta lógica todos aquellos que no son humanos deben ser destruidos.
Particularmente duro fue el trato reservado a los profesores y a los académicos alemanes. Puesto que la Alemania nacionalsocialista había gozado del apoyo de estos últimos, las autoridades americanas de reeducación se dedicaron a sondear a los autores, enseñantes, periodistas y cineastas a fin de conocer sus orientaciones políticas. Estaban persuadidas de que las universidades y otros lugares de estudios superiores en cualquier momento podrían transformarse en centros de revueltas anticomunistas y antiliberales.
Las autoridades americanas hicieron entonces rellenar a los intelectuales alemanes unos cuestionarios que se hicieron famosos, que consistían en papeles que contenían más de cien preguntas sobre todos los aspectos de la vida privada y sondeaban las tendencias autoritarias de los sospechosos. Las preguntas solían tener errores y su mensaje ultra-moralista era frecuentemente difícil de comprender para los alemanes9.
Poco a poco las palabras «nazismo» y «fascismo», sufrieron un deslizamiento semántico, se metamorfosearon en simples sinónimos del mal absoluto. La «reductio ad hitlerum» se convirtió entonces en un paradigma de las ciencias sociales y de la educación de las masas. Cualquier intelectual que osaba apartarse del conformismo, en el terreno que fuera, se arriesgaba a ver perdidas sus oportunidades de promoción.
Es pues en esas condiciones como los procedimientos del engineering social y el aprendizaje de la autocensura se convirtieron poco a poco en la norma general dentro de la intelligentsia europea. Aunque el fascismo, en los inicios del tercer milenio, ya no representa ninguna amenaza para las democracias occidentales, cualquier examen crítico, por muy modesto que sea, de la vulgata igualitaria, del multiculturalismo y de la historiografía dominante puede ser señalado como «fascista» o «xenófobo». Más que nunca, la demonización del adversario intelectual, es la práctica corriente del mundo de las letras y los medios de comunicación.
Alemania fue ciertamente un caso aparte. Los alemanes deben comportarse como niños auto-flagelantes siempre a la escucha de sus maestros del otro lado del Atlántico.
Día tras día Alemania le ha de probar al mundo entero que cumple con su tarea democrática mejor que su padre fustigador americano. Cumple con su papel de ser el discípulo servil del amo, ya que la «transformación del espíritu alemán (fue) la tarea principal del régimen militar» 10. Este es el porqué, si se quiere estudiar la genealogía de lo políticamente correcto tal como lo conocemos, no hay que esquivar el estudio del caso de la Alemania traumatizada. Y es precisamente por esto, en base a su pasado que no pasa, que Alemania aplica rigurosamente sus leyes contra los intelectuales mal-pensantes. Además, Alemania le exige a sus funcionarios, en conformidad con el artículo 33, párrafo 5 de su Ley fundamental, obediencia a la constitución, y no lealtad al pueblo del que forman parte11. En cuanto a los servicios de defensa de la Constitución (Verfassungschutz), cuya tarea es la vigilancia del respeto a la Ley fundamental, incluyen en su misión velar por la pureza del lenguaje políticamente correcto:
«Las agencias para la protección de la constitución son en el fondo servicios secretos internos cuyo número se eleva a diecisiete (uno al nivel de la federación y otros dieciséis para cada Land federal constitutivo) y que están cualificados para detectar al enemigo interior del Estado »12.
Puesto que todas las formas de vinculación a la nación están mal vistas en Alemania por su carácter juzgado como potencialmente no-democrático y "neonazi", el único patriotismo permitido a los alemanes es el del «patriotismo constitucional».
La nueva religión de lo políticamente correcto poco a poco ha llegado a ser obligatoria en toda la Unión Europea. Ella sobreentiende la creencia en el Estado de derecho y en la «sociedad abierta». Bajo esta cobertura de tolerancia y de respeto de la sociedad civil, podríamos imaginar que algún día un individuo sea declarado herético por el hecho, por ejemplo, de expresar dudas sobre la democracia parlamentaria o haber frecuentado también los medios de la "extrema derecha".
Además, debido a los flujos de masas de inmigrantes no europeos, la ley constitucional está igualmente sujeta a cambios semánticos. El constitucionalismo alemán ha llegado a ser «una religión civil» en la cual «el multiculturalismo está reemplazando al pueblo alemán por el país imaginario de la Ley fundamental»13.
Alemania, por medio de esta nueva religión cívica, y al modo de los otros países europeos, se ha transformado en una teocracia secular.
La reciente promulgación de la nueva legislación europea instituyendo un «crimen de odio» está llamada de este modo a sustituir las legislaciones nacionales para devenir automáticamente la ley única de todos los Estados de la Unión Europea. Retrospectivamente, esta ley supranacional es muy parecida al Código criminal de la difunta Unión soviética o al de la ex-Yugoslavia comunista. Así, el Código criminal yugoslavo de 1974 comportaba una disposición, en su artículo 133, en lo concerniente a «la propaganda hostil».
Expresada en la típica verborrea, semejante abstracción semántica podía aplicarse a cualquier disidente – ya se hubiera librado a actos de violencia física contra el Estado comunista o simplemente hubiese bromeado contra el sistema. De acuerdo con el mismo código, un ciudadano croata, por ejemplo, declarándose como tal públicamente en vez de definirse "yugoslavo" podía verse inculpado de «incitación al odio interétnico», o como «sujeto con intenciones fascistas y ustachas», algo penado con cuatro años de prisión14.
Habrá que esperar hasta 1990 para que esta ley sea abolida en Croacia. Ahora, anticipando su entrada en la Unión Europea, Croacia está practicando la nueva censura mediática que no difiere mucho de la de los años yugo-comunistas.
En el momento actual el Reino Unido testimonia el grado más elevado de libertad de expresión en Europa; Alemania el más bajo. De este modo, independientemente de la ausencia de censura legal en la Gran Bretaña, ya existe un cierto grado de autocensura. Desde 1994, Alemania, Canadá y Australia han reforzado su legislación contra los malpensantes. En Alemania, el extraño neologismo (Volksverheztung): «incitación a los resentimientos populares», extraído del artículo 130 del Código penal, permite fácilmente incriminar a cualquier intelectual o periodista que se aparte de la vulgata liberal. Visto el carácter general de estas disposiciones alemanas, resulta fácil meter a cualquier periodista o escritor en prisión. En cuanto a Francia, posee un arsenal legal análogo, principalmente desde la entrada en vigor de la ley Fabius-Gayssot, adoptada el 14 de julio de 1990 - sobre una proposición de un diputado comunista, pero reforzada a iniciativa del diputado de derecha Pierre Lellouche en diciembre de 2002.
Esta situación se generaliza en la Unión Europea15, en comparación de lo cual, paradójicamente, los países poscomunistas conocen todavía un grado de libertad de expresión mucho mayor, incluso ahora que por la creciente presión de Bruselas y de Washington esto está cambiando.
En la Europa comunista, la censura de la expresión tenía una gran ventaja. La represión intelectual era tan salvaje y tan vulgar que su violenta transparencia les daba a sus víctimas un aura de mártires. La famosa verborrea usada por los comunistas yugoslavos desbordaba adjetivos odiosos hasta el punto de que cualquier ciudadano podía darse cuenta inmediatamente de la naturaleza mentirosa del comunismo. Sin embargo, después del final de la Guerra Fría, el liberalismo no tardó en mostrar su rostro igualmente inquisitorial. Nadie podría aprovecharse mejor de ello que los nuevos maestros del discurso. Escondiendo sus palabras demagógicas tras los vocablos de «democracia», «tolerancia» y «derechos humanos» logran neutralizar sin derramamiento de sangre a cualquier oponente serio.
El lenguaje mediático está igualmente sujeto a normas higiénicas impuestas por los nuevos príncipes de la virtud. El empleo de la castración en las estructuras verbales que se propaga a través de toda la Europa actual refleja los avatares puritanos secularizados antaño tan típicos de las autoridades militares americanas en la Alemania de la posguerra. Día tras día aparecen nuevos significantes que permiten a la clase dirigente, temiendo por sus sinecuras, esconder de este modo sus propios significados privados. ¿Alguna vez se habló tanto en América y en Europa de tolerancia, alguna vez se predicó tanto por la convivencia racial y el igualitarismo en todos los confines mientras que el sistema entero desborda con todo tipo de violencias soterradas y odios mutuos? La ideología antifascista continúa siendo un argumento de legitimidad para todo Occidente. Presupone que incluso si no existe un peligro fascista, su simulacro ha de ser mantenido y blandido frente a las masas.
Los intelectuales que se muestran críticos respecto a los mitos fundadores del mercado libre o de la historiografía oficial son automáticamente percibidos como enemigos del sistema. Y, al modo del comunismo, la verdad política en Occidente sufre el riesgo de verse antes establecida por el código penal que por la discusión académica. Además, a los ojos de los nuevos inquisidores, el intelectual herético ha de ser vigilado – y no solo en base a lo que dice o escribe, sino sobre la de las personas con las que se relaciona. La «culpabilidad por asociación» dificulta gravemente cualquier carrera, y suele arruinar la vida del diplomático o del político.
Toda idea con el objetivo de examinar de una manera crítica las bases del igualitarismo, de la democracia y del multiculturalismo, se convierte en sospechosa. Incluso las formas más dulces de conservadurismo son gradualmente empujadas dentro de la categoría «del extremismo de derecha». Y este calificativo es lo bastante fuerte como para cerrarle la boca incluso a los intelectuales que forman parte del sistema y que han participado ellos mismos en el pasado de la policía del pensamiento.
«Existe una forma de political correctness típicamente europea que consiste en ver fascistas por todas parte»16.
El espectro de un escenario catastrófico debe acallar todas las voces divergentes. Si el «fascismo» es decretado legalmente como el mal absoluto, todas las aberraciones del liberalismo son automáticamente vistas como un mal menor. El sistema liberal moderno de procedencia americana está llamado a funcionar a perpetuidad, como un perpetuum mobile17.
Occidente en su totalidad, y paradójicamente la misma América, se han convertido en víctimas de su culpabilidad colectiva, que tiene como origen no tanto el terrorismo intelectual como la autocensura individual. Los antiguos simpatizantes comunistas y los intelectuales marxistas continúan ejerciendo la hegemonía cultural en las redes de fabricación de la opinión pública.
Ciertamente, han abandonado lo esencial de la escolástica freudo-marxista. Hoy es la religión del multiculturalismo y de la globalización lo que sirve como ersatz a sus ideas de antaño. La única diferencia con lo precedente es que el sistema liberal-americano es mucho más operativo puesto que no destruye el cuerpo, sino que capture el alma, y ello de una forma mucho más eficaz que el comunismo. Mientras que el ciudadano americano o europeo medio debe soportar cotidianamente un diluvio de slogans sobre el antirracismo y el multiculturalismo, que han adquirido proporciones cuasi-religiosas en Europa, los antiguos intelectuales de tendencias filo-comunistas antaño entregados al maoísmo, al trotskismo, al titismo, permanecen mudos en cuanto a los genocidios comunistas.
América y Europa apenas se diferencian. Funcionan de una manera simbiótica y mimética, intentando enseñarle una a la otra lo que aquella no tarda en poner en funcionamiento en cuanto a la retórica y a la praxis políticamente correctas. Otra ironía de la historia: Cuanto más se alejan Europa y América cronológicamente de la época del fascismo y del nacional-socialismo, su discurso público evoluciona cada vez más hacia una temática antifascista.
Contrariamente a la creencia general, lo políticamente correcto, en tanto que base ideológica de un terror de Estado, no es tan solo un arma en manos de un puñado de gangsters, como hemos visto en la ex-Unión Soviética. El miedo civil, la pereza intelectual crean un clima ideal para la pérdida de la libertad. Bajo la influencia conjugada del puritanismo americano y del multiculturalismo de tendencia marxista, lo políticamente correcto ha devenido una creencia universal. La apatía social creciente y la autocensura galopante no nos anuncian nuevos amaneceres.
TOMISLAV SUNIC
tomislav.sunic@zg.htnet.hr
Notas Suplementarias:
1. Es preciso constatar que los europeos del Este parecen haber aprendido bien a distinguir las trampas del homo sovieticus. Ver James Gregor, Metascience and Politics: An Inquiry into the Conceptual Language of Political Science (New Brunswick: Transaction Publishers, 2004), pp. 282- 292, donde se hallan descritas las "locuciones normativas" del lenguaje proto-totalitario.
2. Arnold Gehlen, Moral und Hypermoral (Vittorio Klostermann GmbH, Francfort 2004, p. 78).
3. Cf. Paul Gottfried, The Strange Death of Marxism, University of Missouri Press, Columbia-Londres, 2005, p. 108. Ver igualmente Frances Stonor Saunders, Qui mène la danse? La CIA et la guerre froide culturelle, Denoël 2003.
4. Theodor Adorno (with Else Frenkel-Brunswick, Daniel J. Levinson, R. N. Sanford), The Authoritarian Personality (Harper and Brothers, New York 1950, pp. 780-820).
5. El lenguaje deconstructivista promovido por la Escuela de Francfort ha sido recientemente criticado por Kevin McDonald, quien observa en los análisis de Adorno una difamación de la cultura europea, con todo el «etnocentrismo europeo siendo interpretado como un signo de patología ». Kevin MacDonald, The Culture of Critique: An Evolutionary Analysis of Jewish Involvement in Twentieth Century Intellectual and Political Movement (Praeger Publications, Westport CT, 1998, repris par Authorhouse, Bloomington 2002, p. 193).
6. Caspar Schrenck-Notzing, Characterwäsche (Seewald Verlag, Stuttgart 1965, p. 120).
7. La desnazificación (Entnazifizierung) fue expresamente decidida desde la conferencia de Yalta (febrero de 1945). Fue conducida según un criterio de clase en la zona soviética, rapidamente confiada al cuidado de jueces alemanes en las zonas francesa y británica, pero directamente ejercida por agentes americanos en la zona que se hallaba bajo su responsabilidad, de una manera tan agobiante que acabó agotándose por sí misma.
8. Manfred Heinemann, Ulrich Schneider, Hochschuloffiziere und Wiederaufbau des Hochschulwesens in Westdeutschland,1945 – 1952 (Bildung und Wissenschaft, Bonn 1990), pp. 2-3 and passim. Ver Die Entnazifizierung in Baden 1945-1949 (W. Kohlhammer Verlag, Stuttgart 1991) en lo que concierne a las depuraciones de los docentes alemanes por las autoridades francesas en la región alemana de Baden. Entre el 35 % y el 50 % de los enseñantes en la parte de la Alemania controlada por los americanos fueron despedidos. El porcentaje de los docentes depurados por las autoridades francesas se elevaba hasta el 12-15 %. Ver Hermann–Josef Rupieper, Die Wurzeln der westdeutschen Nachkriegesdemokratie (Westdeutscher Verlag, 1992), p. 137.
9. El novelista y antiguo militante nacionalrevolucionario Ernst von Salomon describe esto en su relato satírico Der Fragebogen, y muestra como los « nuevos pedagogos » americanos les arrancaban a veces confesiones a sus prisioneros antes de depurarlos o incluso expedirlos al patíbulo.
10. Caspar Schrenck-Notzing, op. cit., p 140.
11. Cf. Josef Schüsslburner, Demokratie-Sonderweg Bundesrepublik, Lindenblatt Media Verlag, Künzell, 2004, p. 631.
12. Ibid., p. 233.
13. Ibid., p. 591.
14. Tomislav Sunic, Titoism and Dissidence, Peter Lang, Francfort, New York, 1995.
15. Así, en base a una proposición inicial del consejero especial del gobierno británico Omar Faruk, la Unión Europea se ha aprestado ha editar un léxico políticamente correcto destinado a los dirigentes oficiales europeos, que implica la distinción cuidadosa entre islam e islamismo, y no hablar nunca, por ejemplo, de «terrorismo islámico»
(fuente: www.islamonline.net/English/News/2006-04/11/article02.shtml).
16. Alain Finkielkraut, « Resistir al discurso de la denuncia » en Journal du Sida, abril de 1995. Ver « What sort of Frenchmen are they? », entrevista con Alain Finkielkraut en Haaretz, el 18 de noviembre de 2005. A. Finkielkraut fue interpelado después de esta charla por el MRAP, el 24 de noviembre, por sus palabras pretendidamente anti-árabes. El día 25, en Le Monde, presentó sus excusas por las palabras en cuestión.
17. Alain de Benoist, Schöne vernetzte Welt, «Die Methoden der Neuen Inquisition» (Hohenrain Verlag, Tübingen 2001, pp. 190-205).
El Movimiento Cívico Militar Cóndor es un conjunto de hombres y mujeres que tienen por objetivo difundir el Pensamiento Nacional, realizar estudios Geopolíticos, Estratégicos y promover los valores de la Argentinidad.