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¿Por qué existen las naciones y pueblos, y por qué existen las naciones particulares en las formas particulares? Bajo el principio de libre determinación nacional, más naciones soberanas izaron sus banderas durante el último siglo que en cualquier momento en la historia. Muchas de ellas no sobrevivirán el próximo siglo. Los viejos estados nacionales definidos por idioma y etnicidad están en un declive empinado. Cada uno de los tres países más habitados del mundo, China, India, y los Estados Unidos, desafía definición convencional en su propia manera.
El corta-galletas de la ciencia política ha fallado ignominiosamente, por ejemplo, la presunción americana que funciona en Baltimore o Búfalo también deben funcionar en Basra o Beijing. La ciencia política necesita una nueva salida, y eso es lo que la distinguida filósofa Jean Bethke Elshtain ofrece en su último libro.
Nuestro concepto del estado, así como el ego, empieza con nuestra comprensión de Dios, contiende ella. El absolutismo y la tiranía emulan un Dios tiránico que gobierna por antojo, no sujeto a ninguna ley de naturaleza salvo su propio capricho. El estado constitucional de límites auto-impuestos, por contraste, se levantó desde la teología del amor y la razón enseñada por San Agustín y Santo Tomas de Aquino. Otros, notablemente Michael Novak, han hecho argumentos similares, pero Elsthain corta mucho más profundo a la raíz del problema, a saber la noción con el problema de la soberanía natural. Su investigación sorprende y perturba y apunta a las conclusiones más radicales que ella está deseosa de llevar.
La Soberanía, la idea política que el mundo moderno toma por concedido, no era la idea del Iluminismo, sino el concepto bastardo de los apologistas medievales para el poder papal absoluto, dice Elsthain. En lugar de la separación del poder seglar y eclesiástico, el antagonismo de Imperio y Papado sacó apologías para el ejercicio libre del poder justificado por la visión de un Dios caprichoso y voluntarioso. Su disputa llevó a la ruina de ambos y la ascensión de la nación soberana. Éste es el hilo rojo que Elshtain rastrea a través de la historia de la literatura política en Soberanía: Dios, Estado y Si Mismo. (Sovereignty: God, State and Self)
Dietrich Bonhoffer, el teólogo protestante alemán y mártir de la resistencia anti-Nazi, culmina una línea de protagonistas de Elsthain que empiezan con San Agustín.
Elsthain es una contribución poderosa, pero no todavía decisiva, porque antes que allí estuvieron los Estados, había pueblos, y el carácter del Estado no puede resumirse del carácter de los pueblos. La soberanía se levantó primero como Estado-nación definida en guerra, pero la crisis del Estado-nación hoy se levanta de la enervación de los pueblos. La mayoría de los viejos poderes nacionales se ahuecan por despoblación y nihilismo, al punto que los probables puntos de ruptura de la inestabilidad derivan más de lo demográfico que la defensa. Nosotros no sólo debemos preguntar por qué las naciones están allí, sino también por qué los pueblos están allí. Cualquiera que no se siente incómodo sobre esto no ha entendido la pregunta. Nosotros estamos al borde de una Gran Extinción de pueblos en una escala mayor que la antigüedad tardía, y esto nos pertenece para escuchar estrechamente las mentes más buenas de la antigüedad cuya triste experiencia de alguna manera parangona la nuestra.
Si en la teología, como muestra Elshtain, yace la fundación de estado, todos lo más así que hace informa de la existencia de pueblos que antedatan sistemas políticos. Elshtain cita, pero no explora, la refutación de San Agustín en La Ciudad de Dios de la definición de Cicerón de un pueblo como una reunión de intereses comunes:
"Un pueblo [más bien] es la asociación de una multitud de seres racionales unida por un acuerdo común de los objetos de su amor... para observar el carácter de un pueblo particular nosotros debemos examinar los objetos de su amor."
¿Qué si un pueblo ama una cosa mala? Ése es un tema central de un nuevo libro por el Profesor Wayne Cristaudo de la Universidad de Hong Kong, Poder, el Amor y Mal (Power, Love and Evil). A propósito de la definición de Agustín de un pueblo, Cristaudo ofrece este contrapunto al cantus firmus de Elsthain:
Toda agrupación social depende del amor, y esto no es menos verdadero para los fascistas o terroristas que para los cosmopolitas y multi-culturalistas, no menos verdadero para aquéllos que adoraron a Hitler o Stalin en cuanto a miembros de la fe Baha'i, o católicos y musulmanes Shi'ite o Sunni. Los grandes monstruos políticos de totalitarismo pudieron precisamente ser tan malos porque ellos generaron tanto amor, amor hacia ellos y amor, esperanza y fe en un futuro que ellos simplemente prometieron sería celestial para las personas como ellos. "Yo no puedo distanciarme del amor de mi pueblo," le dijo Hitler a las muchedumbres de adoradores que por ambos géneros, todas las edades, y clases. Igualmente, Stalin supo que la clave al poder era ser temido y amado.
Santo Tomas de Aquino enseñó que Dios no es completamente trascendente, pero gobierna a través de una ley natural que es inteligible a la razón humana. De algunas maneras esto evoca al Duque de Valencia del siglo 19 que afirmó en su lecho de muerte que él no necesitaba perdonar a sus enemigos porque él les había disparado a todos. De la misma manera, era posible hablar de razón durante la Edad Media porque todas las personas irrazonables habían sido muertas, a veces en números muy grandes.
Nunca le habría ocurrido a Aquino incluir a paganos o herejes en un cuerpo político fundado en la ley natural. Como cita el teólogo católico Michael Novak a Sto. Tomás de Aquino, "en cuanto a los herejes su pecado merece destierro, no sólo de la Iglesia por excomunión, sino también de este mundo y por muerte". [1] Entre 200,000 y 1.000.000 herejes Albigenses murieron en Provence durante la cruzada de 1209-1229, por ejemplo, de una población francesa de sólo 9 millones. En el contexto histórico, defiende Novak, Aquino no tenía ninguna alternativa. Para su "frágil" época,
"Aquéllos que implícitamente niegan los artículos de la fe católica niegan las demandas de los gobernantes para derivar su autoridad de Dios. Ellos no son meramente enemigos de Dios y de las almas de los individuos, sino del tejido social. Su cuestionamiento de la verdad religiosa involucra un cuestionamiento del orden del monarca sobre de la ley; como enemigos de la ley, ellos son sus blancos legítimos, y la posición de primacía otorgada a la legislación contra los herejes es así completamente apropiada."
Es fácil olvidar que el siglo 13 de Aquino perseguía un oasis de prosperidad y el orden benigno luego de las guerras de bárbaros que partían en dos la población de Europa entre los siglos 6 y 10, y que las herejías amenazaron destruir el orden social.
¿Qué, o mejor, quién, era esta Europa? Europa no consistió en un azar probando pueblos en que los filósofos políticos realizaron experimentos. Europa, más bien, era la creación de la Iglesia que convirtió las tribus invasoras que reemplazaron la población extinguida del Imperio romano y los nutrió en los reinos cristianos. Aquéllos a quienes no podrían convertirlos los mataron, como Carlomagno hizo a los sajones. Los pueblos de Europa fueron los productos de la Iglesia y hablando idiomas derivados del latín (incluso la gramática de moderno Alto alemán).
En el pasaje (Libro XIX, Capítulo 23) Elshtain cita, Agustín hace la demanda más desquiciante que sin fe en el verdadero Dios, no puede haber ni república ni pueblo:
Dios gobierna la ciudad obediente según Su gracia, así que no sacrifique a ninguno excepto Él, y con eso, en todos los ciudadanos de esta ciudad obediente, por consiguiente el alma regla el cuerpo y razona los vicios en el orden justo, así, como el hombre justo individual, también la comunidad y las personas del justo, viven por la fe que funciona a través de amor que el amor, los amores del hombre Dios como Él ha de ser amado, y su vecino como él - allí, yo digo, no hay una reunión asociada por un reconocimiento común de derecho, y por una comunidad de intereses.
Pero si no hay esto, no hay un pueblo, si nuestra definición es verdad, y no hay ninguna república por consiguiente; por donde no hay ningún pueblo no puede haber ninguna república [el énfasis agregado].
Ningún pueblo, ninguna república: para Agustín la congregación viene primero, luego el pueblo, y sólo después su vida política. Pero para empezar ¿intenta Agustín decir que un pueblo que no reconoce a Dios no es un pueblo?
Él quiere decir, yo pienso, lo que Kevin Madigan y Jon Levenson escribieron de la vista Bíblica de popular en su libro Resurrección, del que yo repasé Vida y muerte hace varias semanas en la Biblia Asia Times Online, el 28 de mayo de 2008.) Los pueblos que preveen su propia extinción experimentan la muerte en vida, pero las Personas de Dios que creen soportarán para siempre, su confianzas en la vida más allá de la muerte.
Fue el genio de la Iglesia crear nuevos pueblos del caos de la decadencia de Roma, y fue la tragedia de la Iglesia fallar al mezclarlos en un Pueblo. Para Sto. Tomas Aquino, como nota Elsthain, la universalidad cristianan era la superioridad principal de la organización política a la que las naciones estaban subordinadas. Aquino, de hecho, sólo prescribe organización política en una situación, pero sus vistas son inequívocas. [2]
La "Soberanía" se levantó como una apología para el absolutismo papal, pero se volvió carne como la expresión de la voluntad nacional de las naciones europeas en rebelión contra la universalidad cristiana.
Elshtain cuenta la historia de la mala teología y su manifestación más tarde en política pensada que justifica el poder sin límite de la nación soberana por referencia al poder caprichoso de un Dios completamente trascendente. Sus antagonistas incluyen los nominalistas medievales que predicaron sin restricción la soberanía de Dios, y su descendencia en filosofía política: Jean Bodin, el apologista del siglo 16 para el absolutismo francés; Thomas Hobbes, el teórico del siglo 17 del estado absolutista; y Jean-Jacques Rousseau, el inventor de la idea maligna de "voluntad nacional".
De estos la influencia de Rousseau en el nacionalismo europeo del siglo 19 fue el más directo, y ciertamente el más pernicioso. Bertrand Russell en su Historia de Filosofía Occidental lo llamó un precursor de Hitler. Elshtain resalta un lado de Rousseau del que yo no era consciente:
Hay una arruga interesante dada nuestras preocupaciones actuales... y ése es el encomio de Rousseau en nombre del "el sistema sabio de Mahoma" cuyas "vistas muy legítimas" ató religión y sistema político, "uniendo completamente" esto. Así qué cuando la Cristiandad se debilita, el Islam se fortalece, y Rousseau apoya este "sistema sabio" por contraste a la "división Cristiana."
La demanda de Rousseau que cada individuo se somete a la "voluntad general" y se vuelve una "parte indivisible del todo" reaviva el integralismo pagano contra la Cristiandad. Yo repasé este problema en un reciente ensayo para Primeras Cosas (octubre 2007.)
Si nosotros seguimos a Agustín, sin embargo, la historia de los fracasos políticos de Europa no sólo es la historia de ideas descaminadas, sino de amor extraviado. Las naciones de Europa se rebelaron contra su madre adoptiva la Iglesia, y abjuraron su lealtad al Pueblo de Dios, es decir, la congregación Cristiana común a la que se convirtieron todas las tribus de Europa. Ellos amaron mejor su propia etnicidad, y así se volvió personas que no son personas, en la misteriosa frase de Agustín.
Para tener sentido de esto nosotros necesitamos asomarnos más profundamente en el carácter de Europa. En este relato, el volumen delgado de Cristaudo proporciona equilibrio al relato de Elshtain. Cristaudo desarrolla las ideas de Eugenio Rosenstock-Hussy (1888-1973), una de las últimas mentes universales de la alta cultura alemana. Judío converso, Rosenstock-Hussy colaboró con su primo Franz Rosenzweig, aunque su vista del mundo es bastante diferente.
Debajo la superficie de la civilización europea, Rosenstock-Hussy percibe antecedentes antiguos que corroen la base aparentemente estable.
Es animante que Rosenstock-Hussy, quien se olvida casi en su casa americana adoptiva, permanece en el plan de estudios en la Universidad de Hong Kong. Aunque yo rechazo muchas de sus conclusiones, el gran estudioso alemán es una mina inagotable de visiones en varios campos de cuestiones. El presente libro de Cristaudo es denso – se lee menos como narrativa que notas de lectura - y satura al lector con referencias culturales alemanas que yo encuentro menos distrayentes que la cita populista de Elsthain de letras de banda de rock. Él ha publicado un trabajo loable sobre Franz Rosenzweig, y - el descubrimiento pleno - citó el estudio de este escritor del análisis de Rosenzweig del Islam.
"Hay algo sobre nuestras especies," escribe Cristaudo, "que simplemente no puede permitir al pasado ser. Quizás es el resalto de cualquier cosa que ha sido divinizado que frecuenta la soledad del ego."
La lucha por el alma de Europa queda entre la idolatría y el amor divino. Del último, los ejemplares de Cristaudo son los conspiradores anti-Hitler Dietrich Bonhoffer y Helmut von Moltke.
Entre el nazismo y éstos cristianos mártires está puesta la oposición entre los amores, entre quien vio la naturaleza sacrificatoria del amor como divino, y quién de buena gana cayó por eso, y esas pobres almas sirviendo un fantástico amado quién sólo podría provocar muerte en masa que podría prometer sólo un mundo digno de vivir matando... la diferencia entre el amor divino y idolatría.
La idolatría en forma de auto-adoración étnico nunca menguada entre los pueblos europeos, a pesar de sus siglos de tutelaje cristiano. ¿Fue la coincidencia que el apoyo político para el cisma de Lutero vino de Sajonia, siete siglos después que Carlomagno mató a los Sajones o los convirtió a punta de espada? El imperio universal cristiano irrumpió en los estados nacionales cuya soberanía se afirmó en 1648 en el Tratado de Westfalia, dictado por Francia a los diezmados estados alemanes.
Algunos aspectos de la teología de Cristaudo (y Rosenstock-Hussy) me perturba. Ellos buscan fuera las fuentes del mal en la triste historia de Europa, en la forma de idolatría nacional y sus dioses no-muertos. Pero Cristaudo parece creer que las peores formas de malo atacan en un gran plan por necesidad. Por ejemplo, él escribe
El mal nos enseña lo que nosotros nunca debemos repetir a menos que nosotros queremos segar las mismas consecuencias. El mal nos obliga a que unamos y cuando nosotros nos negamos firmemente a tomar caminos más benignos de cooperación. Fuerza el amor que nosotros nos negamos a dar libremente el ejemplo, nada ha contribuido más a la conciencia que se ensancha sobre la intolerable moral de racismo que los males de nazismo. Sólo cuando la humanidad vio sus males confrontó en serio el eslabón entre sus crueldades cotidianas irreflexivas, envidie y fanatismos. Eso parece un pedazo del Dr Pangloss de Voltaire, quien aseguró Candide que sin todas las torturas indecibles que él había sufrido, él no estaría comiendo fresas ahora.
En su visión ancha y erudita de la cultura Occidental, Cristaudo quiere ver un último propósito para todo, incluso las consecuencias más feas de las malas opciones. Yo no puedo estar de acuerdo.
Es peligroso arrogar hacia nosotros la capacidad de descubrir los rastros de la Providencia en la historia. Nosotros tenemos fe que ellos están allí, pero no nos atrevemos a que se siente en el juicio de la Providencia sin reducir Dios a un principio inmanente de historia, en lugar del Dios personal de la Biblia. A veces Mefistófeles tiene razón: lo que se levanta bien puede ser digno de su propia destrucción, y a veces ser pasado es tan bueno como no habiendo sido nunca en absoluto.
Los pueblos de Europa fallaron, no sólo sus teóricos políticos. Un nuevo pueblo tenía que entrar en existencia con la fundación de América antes que el gobierno constitucional limitado sea creado. Aquino concibió un imperio cristiano cuya ciudadanía transcendió la etnicidad y continúa el plan original de los padres de la Iglesia. La desintegración de este plan requirió un inicio fresco, en la formación de la primera nación no-étnica en la historia Occidental, los Estados Unidos.
Elsthain, como Novak y algunos otros investigadores, rastrea el gobierno constitucional americano al concepto de Aquino de ley natural. La transmisión de ideas de Aquino a los Fundadores americanos es una cuestión trapacera que yo dejaré el debate de los especialistas. Un pensamiento más simple es que un personas capaz de gobernarse es en el que la Cristiandad había cambiado a cada individuo, (en las palabras de Agustín) "así, como el hombre justo individual, tan también la comunidad y las personas justas, viven con por fe que funciona a través del amor, que ama los que el hombre ama a Dios como Él ha de ser amado, y su vecino como él."
América seleccionó a sus ciudadanos entre las naciones para formar un nuevo pueblo singularmente capaz de autonomía.
La soberanía como la apropiación de antojo divino funciona a su manera de la teoría del estado al individuo, Elsthain observa ella en el capítulo concluyendo, también con consecuencias deletéreas en forma de "derechos" previamente no descubiertos, por ejemplo, abortar fetos. Ésta no es libertad, en su vista, sino la producción en masa de pequeños monstruos de la voluntad. Como ella cita a Bonhoffer,
La libertad no es una calidad de hombre, ni es esta una habilidad... no es una posesión, una presencia, un objeto, ni es esta una forma de existencia - sino una relación y nada más. En verdad, la libertad es una relación entre dos personas. Ser libres significa "ser libre para el otro", porque el otro me ha ligado a él.
A pesar de mi admiración ilimitada por Bonhoffer, su visión más tarde de "Cristiandad sin religión" en una nueva "época de Juan" de ascenso espiritual parece bastante inadecuada. Sin comunidades de fe organizadas y fundadas en alguna tradición teológica, es muy duro imaginar qué entidad podría oponerse a la soberanía arbitraria del individuo que deplora Elshtain.
Cristaudo pone al mártir-teólogo más claramente en contexto.
Otros estudiosos, como notado, ha llevado la conexión entre los debates teológicos y políticos, pero ninguno con la audacia para llamar en la cuestión la noción entera de soberanía de naciones como a sí mismo. Ella deja al lector perturbado en un concepto que se resbala descuidado fuera de la lengua, pero que se encuentra queriendo consideración. Su conclusión, sin embargo, empareja la crueldad de su argumento. Ella parece creer que la idea de soberanía sea el mocoso del cambio de teología mala, pero nosotros no podemos nada excepto calificarlo un poco:
Nosotros presuponemos - creemos - que Dios es soberano (y esto por centenares de razones), pero nosotros no podemos asumir que un Estado-nación es soberano hasta que demuestre su capacidad de ser independiente de la protección de otro Estado, para tratar a sus ciudadanos decentemente, y para criar una sociedad civil vibrante: soberanía como responsabilidad. Ésa es una formulación débil luego de su ataque en la arrogación de la soberanía de Dios a las instituciones seculares.
Quizás nosotros debemos seguir en cambio la lógica de Elshtain a una conclusión desquiciante: el Estado-nación soberano definido por etnicidad e idioma podría ser un experimento agrietado. Quizás el futuro mundial yace en el estado supra-étnico, representado de maneras bastante diferentes por los Estados Unidos, China y India que juntos comprenden mitad de la población del mundo.
El mundo islámico que también abraza un principio supra-étnico de gobiernos incluye otro sexto de la humanidad. El futuro político del mundo no puede depender en absoluto del carácter de estados soberanos, pero en el carácter de estados supra-étnicos, tanto cuando dependía hace mil años en el carácter de Imperio Cristiano. La herencia del pensamiento Occidental nos prepara inadecuadamente para estas preguntas, pero Agustín no es un lugar malo para empezar.
Notas
1. Aquino and the Heretics Michael Novak, December 1995.
2. Aquino escribió: "Hay varias autoridades dirigidas a un propósito, allí debe necesitar una autoridad universal sobre las autoridades particulares, porque en todo las virtudes y actos el orden es según el orden de sus fines (i Ético, 1,2). Ahora el bien común es más Divino que el bien particular. Donde sobre el poder gobernante que apunta a un bien particular debe haber un poder gobernante universal en respeto del bien común, no habría cohesión por otra parte hacia el objeto. Desde que la Iglesia entera es un cuerpo, cree, si esta unidad será conservada, que un poder gobernante en respeto de toda la Iglesia, sobre el poder episcopal con que se gobierna cada Iglesia particular, y éste es el poder del Papa. Por consiguiente aquéllos que niegan este poder se llaman cismáticos como causando una división en la unidad de la Iglesia.
De nuevo, entre un obispo simple y el Papa hay otros grados de rango que corresponden a grados de unión, en respeto de cuál congregación o la comunidad incluye a otra; así la comunidad de una provincia incluye la comunidad de una ciudad, y la comunidad de un reino incluye la comunidad de una provincia, y la comunidad del mundo entero incluye la comunidad de un reino. (Suplemento, Cuestión 40)."
Sovereignty: God, State and Self by Jean Bethke Elshtain (Basic Books: NY, 2008). US$35, 334 pages. Power, Love and Evil by Wayne Cristaudo (Rodopi: New York and Amsterdam, 2008)US$52, 166 pages.
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