Movimiento Cívico-Militar CONDOR

Malvinas

Publicacion

James Petras

Guerras regionales y declive del imperio de EEUU Parte I

Introducción

Todos los ídolos del capitalismo de los tres últimos decenios se han venido abajo. Los dogmas y lugares comunes, los paradigmas y los diagnósticos de progreso indefinido bajo el capitalismo liberal de mercado libre no han resistido la prueba de la realidad. Estamos viviendo el fin de una época y los expertos de todo el mundo atestiguan el hundimiento del sistema financiero de EEUU y del mundo entero, la falta de crédito al comercio y la falta de financiación de la inversión. Se está perfilando una depresión mundial en la que el paro se cierne sobre la cuarta parte de la fuerza laboral mundial. El mayor descenso del comercio en la historia reciente –bajada del 40% anual – define el futuro. Las quiebras inminentes de las empresas fabricantes más grandes del mundo capitalista atormentan a los líderes políticos occidentales. Se han desacreditado el mercado como mecanismo de asignación de recursos y el gobierno de EEUU como líder de la economía global. (Financial Times, 9 de marzo de 2009); y todas las suposiciones sobre la “auto-estabilización” de los mercados son claramente falsas y obsoletas. El rechazo a la intervención pública en el mercado y la defensa de la economía de la oferta se han desacreditado hasta para sus incondicionales. Incluso los círculos oficiales reconocen que la desigualdad de las rentas ha contribuido a la quiebra económica y debe corregirse. La planificación, la propiedad pública y las nacionalizaciones están en el orden del día, mientras que las alternativas socialistas han llegado a ser casi respetables.

Con el inicio de la depresión se han abandonado todos los mantras del último decenio. A medida que fallan las estrategias de crecimiento basadas en las exportaciones, resurgen las políticas de sustitución de importaciones. A medida que la economía mundial se desglobaliza y se repatrían los capitales para salvar las casas matrices casi arruinadas, se propone la propiedad pública. A medida que miles de millones de dólares-euros-yenes en activos se destruyen y devalúan, los despidos masivos extienden el desempleo por todas partes. El miedo, la ansiedad y la incertidumbre acechan a los ministerios del Estado, las instancias directivas financieras, las oficinas centrales, las fábricas y las calles.

Entramos en una época de agitación, en la que se fracturan profundamente los fundamentos del orden político y económico mundial, hasta el punto de que nadie puede imaginarse una restauración del orden político-económico del pasado reciente. El futuro promete caos económico, agitación política y empobrecimiento de las masas. De nuevo, el espectro del socialismo se cierne sobre las ruinas de los anteriores gigantes de las finanzas. A medida que se hunde el capitalismo de libre mercado, sus defensores ideológicos abandonan el barco y los antiguos estribillos sobre la bondad del mercado, y proponen un nuevo eslogan: el Estado como salvador del sistema, una propuesta incierta cuyo único resultado será prolongar el pillaje del tesoro público y posponer la agonía del capitalismo tal como lo hemos conocido.

Teoría de la crisis del capital: la desaparición del experto económico

Las fallidas políticas económicas de los líderes de la política y la economía se basan en el funcionamiento del capitalismo de mercado. Para evitar una crítica del sistema capitalista, los tratadistas echan la culpa a los líderes y a los expertos financieros por su incompetencia, su avaricia y sus defectos individuales.

La charlatanería ha sustituido al análisis razonado de las estructuras, las fuerzas materiales y la realidad objetiva que impulsan, motivan y ofrecen incentivos a los inversores, los responsables políticos y los banqueros. Cuando las economías capitalistas se derrumban, los dioses enloquecen a los políticos y los articulistas, los priva de la capacidad de razonar sobre los procesos objetivos y los envía a las tinieblas de la especulación subjetiva.

En vez de examinar las estructuras de oportunidad creadas por el enorme excedente de capital y los márgenes de beneficio realmente existentes, que impulsan a los capitalistas a la actividad financiera, nos dicen que ha sido un “fracaso de liderazgo”. En vez de examinar el poder y la influencia de la clase capitalista sobre el Estado, en especial en la selección de unos responsables políticos y unos reguladores económicos que permitan maximizar sus beneficios, nos dicen que ha habido una “falta de comprensión” o una “ignorancia intencionada de lo que requieren los mercados.” En vez de analizar concretamente las clases y relaciones sociales reales –en particular las clases capitalistas históricas que actúan en los mercados reales – los charlatanes postulan un mercado abstracto poblado por capitalistas imaginarios (racionales). En vez de examinar cómo el aumento de los beneficios, los mercados en expansión, el crédito barato, el trabajador sometido y el control sobre las políticas y los presupuestos del Estado crean la confianza de los inversores – y cómo su ausencia destruye esta confianza –, los charlatanes afirman que la pérdida de confianza es la causa del derrumbe económico. El problema objetivo de la pérdida de las condiciones específicas para la producción de beneficios, que conduce a la crisis, se convierte en una opinión sobre esta pérdida.

La fe, la esperanza y la confianza en las economías capitalistas proceden de unas relaciones y unas estructuras económicas que producen beneficios. Estos estados psicológicos provienen de resultados exitosos, es decir, de las transacciones, las inversiones, el aumento de valor de las acciones y la multiplicación de beneficios presentes y futuros. Cuando las inversiones fracasan, las empresas pierden dinero y quiebran, y los perjudicados dejan de confiar en los propietarios y sus agentes; cuando sectores económicos enteros perjudican seriamente a toda la clase de inversores, depositarios y prestatarios, se produce una pérdida de confianza en el sistema.

La charlatanería es el último recurso de los ideólogos, académicos, expertos y editorialistas financieros capitalistas. Poco dispuestos enfrentarse al desglose de los mercados capitalistas realmente existentes, escriben y recurren a vagas utopías como los “mercados apropiados” distorsionados por “determinados modos de pensar.” Es decir, para salvar su fallida ideología, basada en los mercados capitalistas, se inventan un ideal moral: el mercado y el modo de pensar capitalista apropiados, divorciada de cualquier comportamiento real y de los imperativos y contradicciones económicas inscritas en la lucha de clases.

Los argumentos económicos inadecuados y faltos de rigor que impregnan los escritos de los ideólogos capitalistas están en un plano paralelo a la quiebra del sistema social en el que se enmarcan. El fracaso intelectual y moral de la clase capitalista y sus seguidores políticos no son defectos personales, sino que reflejan el fracaso económico del mercado capitalista.

La quiebra del sistema financiero de EEUU es síntoma de un hundimiento más profundo del sistema capitalista, que tiene sus raíces en el desarrollo dinámico del capitalismo de los tres últimos decenios. En el sentido más amplio, la depresión mundial actual es el resultado de la formulación clásica resumida por Karl Marx hace más de 150 años: la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de la producción existentes.

A diferencia de los teóricos que sostienen que han sido las finanzas y el capitalismo post-industrial los que han destruido o “des-industrializado” la economía mundial y han puesto en su lugar una especie de capitalismo de casino, o capitalismo especulativo, es evidente que hemos sido testigos del crecimiento a largo plazo más espectacular de la historia del capitalismo industrial, que ha llegado a emplear más trabajadores industriales asalariados que nunca en la historia. Impulsadas por unas tasas crecientes de beneficios, las inversiones a gran escala y largo plazo, cada vez mayores, han sido la fuerza motriz de la penetración del capital industrial y conexo hasta las regiones subdesarrolladas más remotas. Los países capitalistas, nuevos y viejos, han visto nacer y crecer imperios económicos enormes que han derribado barreras políticas y culturales, permitiendo con ello la incorporación y la explotación de miles de millones de trabajadores, nuevos y viejos, en un proceso implacable. Dado que la competencia de los nuevos países industrializados se ha intensificado, y dado también que los crecientes beneficios han llegado a exceder la capacidad de reinvertirlos provechosamente en los antiguos centros capitalistas, grandes masas de capital han migrado hacia Asia, América Latina, Europa del Este y, en menor grado, a Oriente Medio y África meridional.

Los enormes beneficios excedentarios se volcaron en los servicios, entre otros los financieros, el sector inmobiliario, los seguros y las grandes propiedades de tierras, urbanas y rurales.

El dinámico crecimiento de las innovaciones tecnológicas del capitalismo encontró su expresión más clara en un mayor poder social y político, que eclipsó a los trabajadores organizados limitando su capacidad de negociación, y permitió multiplicar los beneficios. Con el crecimiento de los mercados mundiales, los trabajadores pasaron a ser considerados, simplemente, como costes de producción, no como consumidores finales. Los salarios se estancaron, los beneficios sociales se limitaron, recortaron o trasladaron a los trabajadores. En esta situación de crecimiento capitalista dinámico, el Estado y sus políticas se convirtieron en un instrumento totalmente al servicio del capital: se debilitaron las restricciones, los controles y las reglamentaciones. Lo que se denominó neoliberalismo abrió nuevos ámbitos a la inversión de los beneficios excedentes: se privatizaron las empresas, la tierra, los recursos y los bancos públicos.

A medida que se intensificaba la competencia y surgían nuevas potencias en Asia, el capital de EEUU invertía cada vez más en actividades financieras. En los circuitos financieros se elaboraron toda una serie de instrumentos financieros que atrajeron la riqueza y los beneficios de los sectores productivos.

El capital de EEUU no se “des-industrializó”, sino que se desplazó a China, Corea y otros centros de crecimiento, no a causa de la caída de los beneficios, sino por los beneficios más altos que obtienen las empresas fabricando en ultramar.

En China, La apertura al capitalismo proporcionó a centenares de millones de trabajadores empleos sometidos a una brutal explotación con salarios de subsistencia, ningún beneficio social y escaso o ningún poder social organizado. Una nueva clase de colaboradores capitalistas asiáticos, consolidada y fomentada por el capitalismo asiático de estado, aumentó el volumen enorme de beneficios. Las tasas de inversión alcanzaron proporciones desorbitadas, teniendo en cuenta las enormes desigualdades entre la clase de los propietarios y los trabajadores asalariados. Los enormes excedentes aumentaron, pero con una considerable limitación de la demanda interna. El crecimiento de las exportaciones y los consumidores de ultramar se convirtieron en la fuerza impulsora de las economías asiáticas. Los fabricantes de EEUU y Europa invirtieron en Asia para exportar de nuevo a sus mercados interiores, lo que desplazó la estructura del capital interno en favor del comercio y las finanzas. Los bajos salarios pagados a los trabajadores llevaron a una gran expansión del crédito. La actividad financiera creció en proporción a la entrada de mercancías de los dinámicos países de reciente industrialización. Los beneficios industriales se reinvirtieron en servicios financieros. Los beneficios y la liquidez crecieron en proporción a la decadencia relativa del valor real generado por el paso del capital industrial al capital financiero-comercial.

Los superbeneficios generados por la producción, el comercio y las finanzas mundiales, y el reciclaje en EEUU de las ganancias obtenidas en ultramar a través de los circuitos financieros, tanto estatales como privados, crearon una enorme liquidez. Mucho más alta que la capacidad histórica de las economías de EEUU y Europa para absorber tales beneficios en sectores productivos.

La explotación dinámica y voraz del enorme excedente de mano de obra de China, la India y otros lugares, el pillaje total y la transferencia de cientos de miles de millones de dólares de la Rusia ex comunista y la América Latina neo-liberalizada llenó las cajas de instituciones financieras nuevas y viejas.

La sobreexplotación del trabajo en Asia y la sobre-acumulación de liquidez financiera en EEUU llevaron a la ampliación de la economía de papel y a lo que los economistas liberales llamaron luego desequilibrio global entre los ahorradores-inversores-exportadores (en Asia) y los consumidores-financieros-importadores (en EEUU). Los enormes excedentes comerciales del Este se titularizaron mediante la compra de bonos del Tesoro de EEUU. La economía estadounidense estuvo respaldada, precariamente, por una economía de papel cada vez más inflada.

La expansión del sector financiero fue el resultado de las altas tasas de rendimiento y se aprovechó de la economía liberalizada impuesta por el poder del capital de inversión diversificado en los decenios anteriores. La internacionalización del capital, su crecimiento dinámico y el crecimiento enorme del comercio progresaron con una aceleración mayor que los salarios estancados, los beneficios sociales decrecientes y el gran excedente de mano de obra. Temporalmente, el capital intentó potenciar sus beneficios por medio de la propiedad inmobiliaria inflada gracias a la ampliación del crédito, la deuda altamente apalancada y una serie de instrumentos financieros claramente fraudulentos (activos invisibles sin valor.) El hundimiento de esta economía de papel dejó al descubierto un sistema financiero hipertrofiado y forzó su desaparición. La pérdida de recursos financieros, crédito y mercados repercutió en todas las potencias industriales orientadas a la exportación de bienes industriales. La falta de consumo social, la debilidad del mercado interior y las enormes desigualdades negaron a los países industrializados cualquier tipo de mercado compensatorio para estabilizar o limitar su deslizamiento hacia la recesión y la depresión. El crecimiento dinámico de las fuerzas productivas basadas en la sobreexplotación del trabajo, llevado hasta la hipertrofia de los circuitos financieros, puso en movimiento el proceso de expulsión –feeding off– de la industria y de subordinación del proceso de acumulación al capital altamente especulativo.

La mano de obra barata, las fuentes de beneficio, la inversión, el crecimiento comercial y las exportaciones a escala mundial ya no podían sostener, a la vez, el pillaje por parte del capital financiero y el mantenimiento de un mercado para el sector industrial dinámico. Lo que se interpretó erróneamente como una crisis financiera, o más particularmente una crisis de la vivienda y las hipotecas, fue simplemente el pistoletazo de salida del hundimiento de un sector financiero hipertrofiado. El sector financiero, que en un primer momento surgió de la expansión dinámica del capitalismo productivo, se puso más tarde contra éste. Los vínculos históricos y los lazos globales entre la industria y el capital financiero llevaron inevitablemente a una crisis capitalista sistémica, implícita en la contradicción entre una empobrecida fuerza de trabajo y la concentración del capital. La depresión mundial actual es un producto del proceso de sobreacumulación del sistema capitalista, en el que la quiebra del sistema financiero fue el detonador pero no el determinante estructural. Esto se demuestra por el hecho de que países industriales como Japón y Alemania experimentaron una caída de la exportación, la inversión y el crecimiento mayor que otros países financieros como EEUU y Reino Unido.

El sistema capitalista en crisis destruye el capital para purgarse de las empresas y los sectores menos eficaces y competitivos y más endeudados, y para reconcentrar el capital mientras se reconstruye la capacidad de acumulación, dadas las condiciones políticas necesarias. La recomposición del capital surge del pillaje de los recursos del Estado, es decir de los llamados rescates y otras transferencias masivas de la Hacienda pública (léase, de los contribuyentes), que resulta de la reducción salvaje de transferencias sociales (léase, servicios públicos) y del abaratamiento de los salarios conseguido mediante despidos, desempleo masivo, reducciones salariales, de pensiones y sanitarias, y el empeoramiento general de las condiciones de vida que permitan aumentar la tasa de beneficio.

La depresión mundial: un análisis de clase

Los indicadores económicos generales del auge y el declive del sistema capitalista mundial son de escaso valor para la comprensión de las causas, la trayectoria y el impacto de la depresión mundial. En el mejor de los casos, describen la carnicería económica; en el peor, ofuscan a las clases sociales dominantes y gobernantes –con sus complejas redes y transformaciones que dirigieron la expansión y el hundimiento económico – y a las clases trabajadoras asalariadas –que produjeron la riqueza que alimentó la fase expansiva y ahora pagan el coste del hundimiento económico-.

Ya es una perogrullada decir que los que causaron la crisis son también los mayores beneficiarios de la generosidad de los gobiernos. La simple observación cotidiana de que las clases gobernantes produjeron la crisis y la clase trabajadora está pagando la factura, con un coste mínimo para aquéllas, es un reconocimiento de la utilidad del análisis de clase a la hora de descifrar la realidad social que se oculta detrás de los datos económicos generales. Tras la recesión de principios de los 70, la clase capitalista industrial occidental consiguió asegurarse una financiación que le permitió iniciar un período de crecimiento extenso y profundo que cubrió todo el globo. Los capitalistas alemanes, japoneses y del Sureste Asiático prosperaron, compitieron y colaboraron con sus homónimos de EEUU. Durante este período, el poder social, la organización y la influencia política de la clase trabajadora perdió importancia, tanto en términos absolutos como relativos, en paralelo al descenso de su participación en la renta material. Las innovaciones tecnológicas, incluida la reorganización del trabajo, compensaron las subidas salariales con la reducción de la masa de trabajadores, y en particular de su capacidad de ejercer presión sobre las prerrogativas de la gestión. Se consolidó la posición estratégica capitalista en la producción y sus dueños pudieron ejercer un control casi absoluto sobre la localización y los movimientos del capital.

Los poderes capitalistas establecidos –especialmente en el Reino Unido y EEUU— con grandes reservas de capital y enfrentados a una creciente competencia por parte de los capitalistas alemanes y japoneses, completamente recuperados, intentaron ampliar sus tasas de rentabilidad trasladando sus inversiones de capital a las finanzas y los servicios. Al principio, esta iniciativa estaba vinculada y dirigida a la promoción de las ventas de sus productos manufacturados, proporcionando para ello el crédito y la financiación para las compras de automóviles o productos electrodomésticos. Los capitalistas industriales menos dinámicos deslocalizaron sus fábricas de montaje hacia las regiones y países con salarios más bajos. El resultado fue que los capitalistas industriales de EEUU tomaron más un aspecto de financieros manteniendo su carácter industrial en la operación de sus filiales manufactureras de ultramar y sus proveedores satélites. Al mismo tiempo, la fabricación en países de bajos salarios y los rendimientos financieros en el propio país hincharon los beneficios generales de la clase capitalista. Mientras que la acumulación de capital se extendía en el país de origen, los salarios nacionales y los costes sociales sufrían presiones a medida que los capitalistas trasladaban los costes de la competencia a las espaldas de los asalariados por mediación de la colaboración sindical en EEUU y de los partidos políticos socialdemócratas en Europa. Las limitaciones salariales, la vinculación de los salarios a la productividad de una manera asimétrica y los pactos entre capital y trabajo aumentaron los beneficios. Los trabajadores de EEUU recibieron compensaciones mediante importaciones baratas de productos de consumo, producidas por los trabajadores sometidos a salarios más bajos de los países de reciente industrialización, y mediante el acceso al crédito fácil.

Durante la década de los 90, el pillaje occidental de la ex URSS, con la colaboración de gangsters oligarcas locales, condujo a una fuga masiva del capital saqueado hacia los bancos occidentales. La transición china al capitalismo en los años 80, que se aceleró en los 90, amplió la acumulación de beneficios industriales derivados de la explotación intensiva de decenas de millones de asalariados con sueldos a niveles de subsistencia. Mientras el pillaje de billones de dólares en Rusia y toda la ex Unión Soviética hinchaba el sector financiero de Europa Occidental y EEUU, el crecimiento masivo de miles de millones de dólares en transferencias y el blanqueo de dinero ilegal hacia bancos de EEUU y Reino Unido contribuyó a la hipertrofia del sector financiero. El alza de los precios del petróleo y de los beneficios de los capitalistas rentistas añadió una nueva fuente de beneficios y de liquidez financieros. El pillaje, las rentas y el dinero negro proporcionaron una vasta acumulación de riqueza financiera desconectada de la producción industrial. Por otra parte, la rápida industrialización de China y otros países asiáticos proporcionó un gran mercado para los fabricantes alemanes y japoneses de producto de gama alta: suministraron maquinaria y tecnología de alta calidad a las fábricas chinas y vietnamitas.

Los capitalistas de EEUU no se des-industrializaron, quien lo hizo fue el país. Al deslocalizar la producción a ultramar e importar los productos acabados, y al centrarse en el crédito y financiación, la clase capitalista de EEUU y sus miembros se volvieron diversificados y multi-sectoriales. Multiplicaron sus beneficios e intensificaron la acumulación de capital.

Por otra parte, los trabajadores estaban sometidos a múltiples formas de explotación: los salarios se estancaron, los acreedores incrementaban sus intereses y los puestos de trabajo de altos salarios y alto nivel se transformaron en empleos de servicios con sueldos más bajos, lo que redujo constantemente el nivel de vida de aquéllos.

El proceso básico que ha conducido a la debacle estaba bien claro: el crecimiento dinámico de la riqueza capitalista occidental estuvo basado, en parte, en el pillaje brutal de la URSS y América Latina, que sufrieron un descenso acentuado de sus condiciones de vida durante los años 90. La explotación intensificada y salvaje de centenares de millones de trabajadores chinos, mexicanos e indonesios mal pagados, y el éxodo forzado de campesinos a la industria produjo altas tasas de acumulación. La decadencia relativa de salarios en EEUU y Europa Occidental también contribuyó a la acumulación de capital. El énfasis alemán, chino, japonés, latinoamericano y europeo oriental en un crecimiento impulsado por el sector exportador contribuyó al desequilibrio o contradicción entre la riqueza capitalista concentrada y la propiedad y la creciente masa de trabajadores de bajos salarios. Las desigualdades a escala mundial crecieron geométricamente. El proceso dinámico de acumulación excedió la capacidad del sistema capitalista, altamente polarizado, de absorber el capital en sus actividades productivas dadas las altas tasas existentes de beneficio. Esto condujo al crecimiento multiforme y a gran escala del capital especulador que infló los precios e invirtió en el sector inmobiliario, las materias primas, los fondos de capital de riesgo, los valores bursátiles, la financiación de la deuda y las fusiones y adquisiciones, actividades todas divorciadas de la producción de valor real.

El auge industrial y las restricciones de clase impuestas a los salarios de los trabajadores socavaron la demanda nacional e intensificaron la competencia en los mercados mundiales. La actividad financiera especulativa, provista de una liquidez masiva, ofreció una solución a corto plazo: los beneficios basados en la financiación de deuda. La competencia entre prestatarios fomentó la disponibilidad de crédito barato. La especulación inmobiliaria llegó hasta la clase trabajadora, a medida que trabajadores asalariados sin ahorros personales o activos se aprovecharon de su acceso a préstamos fáciles para unirse al frenesí inducido por los especuladores, basándose en la idea de un incremento incesante del valor de las viviendas. El inevitable hundimiento repercutió en todo el sistema y detonó la parte inferior de la cadena especulativa. De los últimos participantes hasta los detentores de los productos hipotecarios subprime, la crisis ascendió hasta afectar a los bancos y las sociedades más grandes, implicados en rescates y adquisiciones, altamente endeudados. Todos los sectores diversificados, de la manufactura a las finanzas, la especulación comercial y de materias primas, sufrieron las consecuencias. Toda la panoplia de capitalistas se enfrentó a la quiebra y los exportadores industriales alemanes, japoneses y chinos que descansaban en la explotación del trabajo fueron testigos del hundimiento de sus mercados de exportación.

El estallido de la burbuja financiera fue resultado de la sobreacumulación de capital industrial y del pillaje de la riqueza a escala mundial. La sobreacumulación se arraiga en la relación capitalista más fundamental: las contradicciones entre la propiedad privada y la producción social, la concentración simultánea del capital y el declive de las condiciones de vida.

Encontramos por doquier indicadores de la creciente depresión de 2009:

Las quiebras aumentaron en un 14% en 2008 y pueden incrementarse otro 20% en 2009 (Financial Times, 25 de febrero de 2009; p.27);

La depreciación de los grandes bancos occidentales ya está en torno a un billón de dólares y sigue creciendo (según el Institute for International Financing, grupo de presión en Washington de los grupos bancarios.) (Financial Times, 10 de marzo de 2009 p.9);

Y según el mismo Financial Times, las pérdidas que sufren los bancos que tienen que ajustar a la baja sus inversiones a los precios de mercado ya alcanzan los tres billones de dólares, equivalentes al valor anual de la producción económica británica. Como se cita en el mismo informe, el Banco Asiático de Desarrollo estima que los activos financieros a escala mundial se han reducido en más de 50 billones de dólares, una cifra equivalente a la producción global anual. Para 2009, EEUU tendrá un déficit presupuestario del 12,3% de su PIB y unos déficits fiscales que pueden llevar a la ruina de las finanzas públicas.

Los mercados mundiales experimentan una caída vertical:

El índice Topix ha caído de 1.800 a mediados de 2007 a 700 a principios de 2009;

Standard & Poor de 1.380 a principios de 2008 a 700 en 2009;

FTSE 100 de 6.600 a 3.600 a principios de 2009;

Hang Seng de 32.000 a principios de 2008 a 13.000 a comienzos de 2009 (FT, 25 de febrero de 2009; p.27);

En el cuarto trimestre de 2008, el PIB se redujo en un porcentaje anual del 20,8% en Corea del Sur, 12,7% en Japón, 8,2% en Alemania, 2,9% en el Reino Unido y 3,8% en EEUU (FT, 25 de febrero de 2009; p.9);

El índice Dow Jones ha disminuido de 14.164 en octubre de 2007 a 6.500 en marzo de 2009;

El porcentaje de decrecimiento anual de la producción industrial fue del 21% en Japón, el 19% en Corea del Sur, el 12% en Alemania, el 10% en EEUU y el 9% en el Reino Unido (FT, 25 de febrero de 2009; p.9);

Se prevé que los flujos de capital privado netos dirigidos a los países capitalistas menos desarrollados por los países imperiales se reduzcan en un 82% y los flujos de crédito por un valor de 30.000 millones de dólares (FT, 25 de febrero de 2009; p.9);

La economía de EEUU disminuyó en un 6,2% en los últimos tres meses de 2008 y cayó aún más en el primer trimestre de 2009 a consecuencia de una reducción acentuada de las exportaciones (23,6%) y gastos de consumo (4.3%) en el último trimestre de 2008 (BBC, 27 de febrero de 2009).

Con más de 600.000 trabajadores que pierden mensualmente sus empleos en los tres primeros meses de 2009 y muchos más que han visto reducidas sus horas extraordinarias, o las verán durante 2009, el desempleo real y camuflado puede alcanzar hasta el 25% a finales de año. Todo apunta a una depresión profunda y prolongada:

Las ventas de automóviles de General Motors, Chrysler y Ford se redujeron casi el 50% de 2007 a 2008. El primer trimestre de 2009 registró otra disminución del 50%;

Los mercados extranjeros se están agotando a medida que la depresión se extiende a ultramar;

En el mercado interior de EEUU, las ventas de mercancías duraderas están disminuyendo en un 22% (BBC, 27 de febrero de 2009); y

Las inversiones residenciales cayeron un 23,6% y la inversión empresarial en un 19,1%, reducción liderada por un descenso del 27,8% en bienes de equipo y programas informáticos.

La desinversión liderada por la actividad empresarial privada es la que impulsa la depresión. Los stocks empresariales en aumento, la inversión decreciente, las quiebras, las ejecuciones hipotecarias, los bancos insolventes, las pérdidas masivas acumuladas, el acceso restringido al crédito, la caída del precio de los valores y una reducción del 20% de la riqueza de los hogares (más de 3 billones de dólares) son causa y consecuencia de la depresión. Como resultado del hundimiento de los sectores industrial, minero, inmobiliario y comercial, hay por lo menos 2,2 billones de dólares de deuda bancaria tóxica en todo el mundo, mucho más que los fondos de rescate asignados por la Casa Blanca en octubre de 2008 y febrero y marzo de 2009.

La depresión está disminuyendo la presencia económica mundial de los países imperiales y además socava las estrategias de exportación financiadas por capital extranjero en América Latina, Europa del Este, Asia y África.

Casi todos los economistas, expertos, asesores de inversiones, historiadores de la economía y conocedores variopintos comparten una fe común de que, a largo plazo, el mercado de valores se recuperará, la recesión terminará y el gobierno se retirará de la economía. Anclados en conceptos relativos a modelos cíclicos y tendencias históricas del pasado, estos analistas pierden de vista las actuales realidades sin precedentes: la naturaleza mundial de la depresión económica, la velocidad sin precedente de la caída, los niveles de deuda contraídos por los gobiernos para sostener los bancos e industrias insolventes y los extraordinarios déficits públicos, que absorberán recursos durante muchas generaciones.

Los profetas académicos del largo plazo seleccionan arbitrariamente marcadores de tendencia del pasado que se establecieron en un contexto político-económico radicalmente diferente del actual. La charla ociosa de los economistas de la postcrisis desatiende los parámetros abiertos y en constante variación, con lo que pasan por alto los verdaderos marcadores de tendencia de la depresión actual. Como observa un analista, "ninguna condición de partida que seleccionemos entre los datos históricos disponibles puede dar una réplica exacta de las condiciones de partida en cualquier otro momento, porque, en ambos casos, los precedentes nunca son idénticos" (FT, 26 de febrero de 2009; p.24.) La actual depresión estadounidense tiene lugar en el contexto de una economía des-industrializada, un sistema financiero insolvente, con déficit fiscales récord, déficits comerciales récord, una deuda pública sin precedentes, una deuda exterior “multibillonaria” y más de 800.000 millones de dólares asignados a los gastos militares de varias guerras y ocupaciones en curso.

Todas estas variables desafían los contextos en los que tuvieron lugar las depresiones anteriores. Ninguno de dichos contextos previos a una crisis del capitalismo se parece a la situación de hoy. La actual configuración de estructuras económicas, políticas y sociales del capitalismo incluye niveles astronómicos de pillaje del tesoro público con el fin de apuntalar bancos e industrias insolventes, lo que implica un volumen de transferencia de rentas sin precedentes de los salarios a los rentistas no productivos, los capitalistas fallidos, los receptores de dividendos y los acreedores. El índice y los niveles de apropiación y reducción del ahorro, los planes de pensiones y los planes sanitarios, todo sin ninguna compensación, ha desembocado en la más rápida y extensa reducción de las condiciones de vida y el mayor empobrecimiento masivo en la historia reciente de EEUU.

Nunca en la historia del capitalismo ha tenido lugar una crisis económica profunda sin que hubiera algún movimiento, partido o estado socialista alternativo presente para plantear una alternativa. Nunca los estados y gobiernos han estado bajo un control tan absoluto de la clase capitalista, especialmente en la asignación de recursos públicos. Nunca en la historia de una depresión económica se ha destinado tanto gasto público, tan unilateralmente, a la compensación de una clase capitalista fallida ni se ha destinado tan poco a los asalariados.

Los nombramientos y las políticas económicas del gobierno de Obama reflejan claramente el control total de la clase capitalista sobre los gastos del Estado y la planificación económica.

Obama y la crisis capitalista: un análisis de clase

Los programas elaborados por la UE y EEUU, junto a capitalistas de otras regiones, ni siquiera consiguen reconocer las bases estructurales de la depresión.

En primer lugar, Obama ha asignado un billón de dólares a la compra de activos bancarios sin valor y más del 40% de su paquete de estímulo, 787.000 millones, irá a bancos insolventes y desgravaciones fiscales, en vez de ir destinado al sector productivo, y todo ello con el fin de salvar a los propietarios de acciones y bonos, mientras más de 600.000 trabajadores pierden mensualmente sus empleos.

En segundo lugar, el gobierno de Obama destina más de 800.000 millones de dólares a la financiación de las guerras de Iraq y Afganistán, con el fin de sostener la construcción imperial basada en el sector militar. Esto constituye una transferencia masiva de fondos públicos de la economía civil al sector militar, lo que obliga a decenas de miles de jóvenes desempleados a alistarse en el ejército (Boston Globe, 1 de marzo de 2009.)

En tercer lugar, la comisión creada por Obama para supervisar la reestructuración de la industria del automóvil estadounidense ha apoyado los planes de la industria de cerrar docenas de fábricas, eliminar los planes de salud financiados por las empresas en beneficio de sus jubilados y forzar a decenas de miles de trabajadores a aceptar reducciones brutales en atención sanitaria y pensiones. Toda la carga que implica reintegrar la industria del automóvil, de propiedad privada, a la senda de los beneficios, se carga sobre las espaldas de los trabajadores asalariados y retirados y las de los contribuyentes estadounidenses.

En su conjunto, la estrategia económica del gobierno de Obama consiste en salvar a los poseedores de acciones mediante la asignación interminable de billones de dólares en sociedades insolventes y la compra de deuda sin valor y activos fallidos de empresas financieras. Al mismo tiempo, su gobierno evita realizar cualquier tipo de inversión estatal directa en empresas productivas de propiedad estatal, que proporcionarían empleo a los diez millones de trabajadores desempleados. Mientras que el presupuesto de Obama dedica más del 40% a gastos militares y pago de la deuda, uno de cada diez estadounidenses ha perdido de su hogar, el número de ciudadanos sin empleo está llegando a porcentajes de dos cifras y el número de los que reciben bonos de racionamiento (food stamps) para cubrir sus necesidades básicas de alimentación se está incrementando durante 2009 en millones de personas.

El sistema de creación de empleo de Obama canaliza miles de millones hacia las grandes empresas privadas de telecomunicaciones, construcción, medioambientales y de la energía, en las que la mayor parte de los fondos del gobierno va a la gestión mayor y al personal y proporciona beneficios a los titulares de valores, mientras que una menor parte irá a trabajadores asalariados. Por otra parte, la mayor parte de los trabajadores desempleados en los sectores de la manufactura y los servicios no es ni remotamente empleable en los sectores beneficiarios. Solamente una fracción del paquete de estímulo se asignará en 2009. Su propósito e impacto consistirá en mantener las rentas de las clases dirigentes, financiera e industrial, y aplazar su desaparición, necesaria desde hace tiempo. Su efecto será aumentar las desigualdades socioeconómicas entre la clase gobernante y los trabajadores asalariados. Los incrementos fiscales en las rentas más altas se producirán paulatinamente, pero las deudas masivas resultantes de los déficits fiscales recaen ya sobre las espaldas de los contribuyentes asalariados.

Obama asume con todo entusiasmo y apoyo la construcción militar del imperio, incluso en pleno déficit récord del presupuesto y del comercio y ante una depresión de avance inexorable, lo que lo define como un militarista sin par en historia moderna. A pesar de las promesas en contra, el presupuesto militar para 2009-2010 excede al del gobierno de Bush por lo menos en un 4%. El número de fuerzas militares de EEUU aumentará en centenares de miles. El número de tropas de EEUU en Iraq seguirá estando cercano a su cifra más alta, y aumentará en decenas de miles las destacadas en Afganistán, por lo menos a lo largo de 2009 (a pesar de las promesas en contra.) Los ataques estadounidenses, por tierra y aire, contra Pakistán han aumentado en proporción geométrica. Los nombramientos de más alto rango en materia de relaciones exteriores que ha realizado el presidente Obama en el Departamento de Estado, el Pentágono, el Tesoro y el Consejo de Seguridad Nacional, especialmente en todo lo que se relacione con Oriente Medio, son sionistas predominantemente militaristas con una larga tradición de defensa de la guerra contra Irán y con lazos estrechos con el alto mando israelí.

En resumen, las principales prioridades del gobierno de Obama son evidentes en su asignación de recursos financieros y materiales, en sus nombramientos de los principales responsables de políticas económicas y exteriores, y en los términos en los que las diferentes clases sociales se benefician o resultan perjudicadas bajo su gobierno. Las políticas del Obama demuestran que su gobierno está totalmente comprometido con la salvación de la clase capitalista y el imperio de EEUU. Para ello, está dispuesto a sacrificar las necesidades inmediatas más básicas, los intereses futuros y el nivel de vida de la gran mayoría de estadounidenses trabajadores y propietarios de viviendas, que son los más directamente afectados por la depresión económica nacional. Obama ha aumentado el alcance de la construcción del imperio y ha potenciado la posición de poder de los militaristas pro Israel en su gobierno.

La recuperación económica de Obama y sus estrategias de escalada militar son financiera y fiscalmente incompatibles; el coste de éstas socava el impacto de aquéllas y deja un agujero tremendo en cualquier esfuerzo para contrarrestar el hundimiento de los servicios sociales, el incremento de las ejecuciones hipotecarias de viviendas, las quiebras empresariales y los despidos masivos.

Las transferencias horizontales de riqueza pública realizadas por el gobierno de Obama en favor de la clase económica dirigente no tienen un efecto de goteo –trickle down– sobre los empleos, el crédito y los servicios sociales. Intentar convertir bancos insolventes en empresas saneadas y capaces de generar crédito es una incongruencia. El dilema central de Obama es cómo crear las condiciones para restaurar la rentabilidad a los sectores fallidos de la economía existente en EEUU.

Su estrategia plantea varios problemas fundamentales:

En primer lugar, la estructura económica de EEUU que en su día generaba empleo, beneficios y crecimiento ya no existe. Se ha desmontado en el curso del desvío de capitales hacia otros países y hacia los instrumentos financieros y otros sectores económicos improductivos.

En segundo lugar, las políticas de estímulo de Obama refuerzan el dominio financiero sobre la economía y canalizan gran cantidad de recursos a este sector en vez de reequilibrar la economía en beneficio del sector productivo. Incluso dentro de este sector productivo, los recursos del Estado van a parar a manos de las élites capitalistas que han demostrado su incapacidad para generar empleo sostenible, estimular la competitividad del mercado e innovar según las preferencias e intereses de los consumidores.

En tercer lugar, la estrategia económica de Obama de recuperación de arriba abajo malgasta la mayor parte de su impacto en subvencionar a capitalistas fallidos en vez de aumentar los ingresos de las rentas de la clase trabajadora, duplicando el salario mínimo y los subsidios de desempleo, que es la única base real para aumentar la demanda y estimular la recuperación económica. Dadas las condiciones de vida decrecientes derivadas de la decadencia del país y la expansión del imperio de base militar, ambas cuestiones enraizadas en el fundamento institucional del Estado, no hay posibilidad de transformación estructural que pueda invertir las políticas de arriba abajo, y absorber las políticas imperiales promovidas por el gobierno de Obama.

La recuperación de la creciente depresión no reside en poner en marcha la máquina de imprimir billones de dólares, que solamente crea condiciones para la hiperinflación y la degradación del dólar. La causa profunda es la sobreacumulación de capital derivada de la sobreexplotación del trabajo, que ha conducido a aumentos de las tasas de beneficio y al hundimiento de la demanda. La vasta disparidad entre la expansión y decadencia del consumo de los trabajadores preparó la escena para la burbuja financiera.

El reequilibrio de la economía significa crear demanda (no de un sector productivo privado completamente postrado o de un sistema financiero insolvente) sino por medio de la propiedad directa del Estado y la inversión a largo plazo y de gran envergadura en la producción de mercancías y servicios sociales. Toda la superestructura especulativa, que creció hasta proporciones enormes cebada por el valor creado por el trabajo, se multiplicó en una miríada de instrumentos de papel divorciados de cualquier valor de uso. Es preciso desmantelar toda la economía de papel para liberar las fuerzas productivas de las trabas y los obstáculos impuestos por los capitalistas improductivos y su entorno. Es preciso establecer un vasto programa de reciclaje para convertir a los corredores de bolsa en ingenieros y trabajadores productivos. La reconstrucción del mercado interior y la creación y aplicación de innovaciones que aumenten la productividad requieren desmontar masivamente el imperio mundial. Las onerosas e improductivas bases militares, elementos esenciales para la construcción imperial basada en la fuerza militar, deberían ser liquidadas y reemplazadas por redes comerciales en el extranjero, mercados y transacciones económicas vinculadas con los productores que operan lejos de sus mercados interiores. La inversión de la decadencia nacional requiere el fin del imperio y la construcción de una república socialista democrática. Para desmontar el imperio es fundamental poner fin a las alianzas políticas con los poderes militaristas de otros países, en especial con el estado de Israel, y desarraigar en su totalidad su configuración de poder en nuestro país, que socava los esfuerzos para crear a una sociedad democrática abierta que sirva los intereses de los ciudadanos estadounidenses.

Impacto regional de la crisis global

La depresión mundial tiene algunas causas comunes y otras específicas, y se ve afectada por las interconexiones entre economías y estructuras socioeconómicas precisas. A escala general más global, la tasa creciente de beneficios y la sobreacumulación de capital, que condujeron al frenesí especulativo inmobiliario y a su quiebra, afectó a la mayor parte de los países directa o indirectamente. Al mismo tiempo, aunque todas las economías regionales sufran las consecuencias del avance de la depresión, las diferentes regiones se sitúan en la economía mundial de manera diferente, por lo que los efectos varían sustancialmente.

América Latina

Con sus políticas de libre mercado en pleno desorden y con enormes divisiones de clase que socavan cualquier recuperación nacional, la vertiginosa caída de sus exportaciones y producción industrial está llevando a Brasil hacia una recesión profunda a pesar de la jactancia y las declaraciones de Wall Street y del favorito de la Casa Blanca, su presidente Lula da Silva.

En enero de 2009, la producción industrial cayó un 17,2% anual. El producto interior bruto se contrajo el 3,6% en el último trimestre de 2008 (FT, 11 de marzo de 2009). Todo indica que el crecimiento negativo persistirá y se profundizará durante el resto de 2009. La inversión extranjera directa y los mercados de exportación, que han sido las fuerzas impulsoras del crecimiento en el pasado, están en recesión aguda. Las políticas de privatización de Lula han traspasado a manos extranjeras gran parte del sector financiero, que ha transmitido las crisis de EEUU y la UE. Sus políticas de globalización fomentan la vulnerabilidad de Brasil en paralelo al hundimiento del comercio exterior. Los flujos de capitales son ampliamente negativos.

Cientos de miles de trabajadores perdieron sus empleos entre diciembre de 2008 y abril de 2009. Los cinco millones de trabajadores rurales pobres sin tierra y los diez millones de familias que viven con un dólar gracias a la subvención de la canasta básica del Estado están excluidos de la demanda nacional efectiva, al igual que las decenas de millones de trabajadores de salario mínimo que viven con 250 dólares al mes. El poder adquisitivo de los pequeños agricultores familiares altamente endeudados no es ningún sustituto de la demanda exterior, cada vez más pequeña.

Todos los sectores, rurales y urbanos, de la clase capitalista congelan sus nuevas inversiones a medida que el crédito privado se evapora, los inversores exteriores huyen y el consumo interior se encoge frente a la profundización de la recesión. Las propuestas de Lula de desvinculación –decoupling– y sus proyecciones de crecimiento de un 4% anual se consideran ilusiones que sirven para encubrir el inicio de una recesión económica severa. El respaldo ciego de Lula a la globalización y al mercado libre es un determinante central de la profundización de la recesión en Brasil.

La reducción del crecimiento del PIB de Brasil a tasas negativas es la pauta en toda la región. Argentina va hacia un 2% negativo, México a menos 3% y Chile a un crecimiento cero, o menor. América Central y el Caribe, altamente integrados en la economía de EEUU y mundial, están experimentando con toda la fuerza la depresión mundial, con tasas altísimas de desempleo derivadas del hundimiento del sector turístico, la demanda decreciente de materias primas y un descenso acusado de las remesas de sus trabajadores en el extranjero. Se producirá un incremento agudo de la pobreza extrema, de la delincuencia y de un potencial de agitación social y popular contra los gobiernos de derecha e izquierda en el poder.

La extensión del capital imperial por todo el mundo, calificada de globalización por sus defensores y de imperialismo por sus críticos, ha conducido a la rápida expansión de la crisis financiera y a la crisis en los países más estrechamente vinculados a los circuitos financieros de EEUU y la UE. La globalización ligó las economías latinoamericanas a los mercados mundiales a expensas de sus mercados interiores, y con ello aumentó su vulnerabilidad a la caída vertical en la demanda, precios y el crédito que hoy vemos. La globalización, que promovió anteriormente la afluencia de capitales, ahora, con el inicio de la depresión, facilita su salida masiva. Estados Unidos, que está absorbiendo el 70% de los ahorros mundiales en su esfuerzo desesperado para financiar sus monstruosos déficits comerciales y presupuestarios, ha expulsado a sus socios comerciales latinoamericanos del mercado global del crédito.

La depresión muestra con total claridad las trampas de la globalización centrada en el imperio, y la ausencia notoria de cualquier remedio para sus colaboradores en América Latina. La desintegración de la economía global centrada en el imperio es evidente en el creciente proteccionismo y en las subvenciones estatales de miles de millones de dólares destinadas a apuntalar a los capitalistas de los estados imperiales en los sectores de la banca, los seguros, el sector inmobiliario y el manufacturero. La depresión mundial no solamente revela las fallas intrínsecas de la economía globalizada, sino que también garantiza su liquidación en última instancia en una multiplicidad de unidades en competencia mutua, en la que las naciones, cada una dependiente de su propia Hacienda y sectores del Estado, confía en salir de la creciente depresión de profundización a expensas de sus anteriores socios. La depresión mundial está estimulando la vuelta al Estado-nación a medida que la globalización se acelera.

Un elemento paralelo e íntimamente relacionado con el desmoronamiento del mercado mundial es el ascenso del Estado capitalista como pieza central de salvamento del tesoro nacional, con capacidad para exigir un tributo exorbitante de los fondos de pensiones, de salud y salariales de miles de millones de trabajadores, pensionistas y contribuyentes. El creciente capitalismo de Estado en tiempos de hundimiento capitalista no sólo surge para salvar al sistema capitalista de los fracasos capitalistas, como afirman sus promotores. Para hacerlo utiliza la riqueza colectiva de toda la población. La nacionalización o estatificación de bancos e industrias insolventes es la culminación del capitalismo depredador. En vez de una explotación por parte de las empresas individuales o incluso una explotación sectorial de los trabajadores asalariados, es el Estado capitalista quien se aprovecha de la clase productora de riqueza en su totalidad.

Las opciones de América Latina giran alrededor del reconocimiento y la aceptación de que la globalización ha muerto y de que solamente bajo control democrático popular las naciones pueden generar riqueza y crear empleo, en vez de servir para canalizar y redistribuir recursos hacia arriba y hacia afuera, en beneficio de la clase capitalista fallida y arruinada.

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