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II. LAS ORDENES MILITARES
Aun cuando este ensayo se limita al análisis de la Caballería en general, no parece posible eludir el tema de las Ordenes Militares.
La aparición de tales Ordenes constituye una demostración palmaria de la espiritualidad ascética y monástica que fue penetrando progresivamente todos los estamentos de la sociedad europea, sobre todo a partir del siglo XI, y con más fuerza desda San Bernardo, monje y santo, quien escribió su célebre epístola Ad milites Templi, carta constitucional de los Caballeros del Temple.
Los caballeros de las Ordenes Militares eran una rara mezcla de soldados y monjes. Tales caballeros abrazaban una determinada Regla monástica no para retirarse a la soledad, sino para mejor cumplir su ideal caballeresco. Eran, ante todo, verdaderos monjes. Bajo una regla, aprobada por la Santa Sede, hacían los tres votos religiosos a los cuales solían añadir un cuarto voto de consagrarse enteramente a la guerra contra los infieles. Y simultáneamente eran soldados, formaban un ejército permanente, dispuesto a entrar en batalla dondequiera surgiese una amenaza de parte de los enemigos de la religión cristiana. Estas Ordenes constituyen como una sacramentalización de la Caballería, su sacralización. Acaso ninguna edad histórica haya producido un símbolo tan expresivo y adecuado de su propio espíritu.
Las Ordenes Militares incluían generalmente tres clases de miembros: los sacerdotes, que vivían en los conventos de la propia Orden; los caballeros nobles, que se dedicaban a la guerra y con frecuencia llevaban vida de campaña; y los sirvientes, hermanos legos que ayudaban a los caballeros en el servicio de las armas o bien a los sacerdotes en los oficios domésticos. Todos llevaban una gran cruz bordada sobre la túnica y los caballeros también en el manto.
El origen de las Ordenes Militares está en las Cruzadas, sin las cuales difícilmente hubieran surgido. Con todo, hay que notar que la mayor parte de ellas nació con fines no estrictamente militares o guerreros, sino más bien caritativos y benéficos, para custodiar los caminos, dar morada a los peregrinos, etc. Pero muy pronto se advirtió la necesidad ineludible del recurso a las armas.
Hoy sin duda resulta chocante a más de uno la idea de "un monje que combate". Santo Tomás se adelanta a esta dificultad, preguntándose en la Suma Teológica "si puede alguna orden religiosa tener por objeto la vida militar". Y responde: "Hemos dicho que se puede fundar una orden dedicada no sólo a las obras de la vida contemplativa, sino a las de la vida activa, en lo que tienen de servicio del prójimo y amor de Dios y no en lo que se refiere a negocios humanos. Ahora bien, el oficio militar puede estar ordenado al servicio del prójimo, y no sólo en orden a las personas privadas, sino también para defensa de todo el estado. Por eso se dijo de Judas Macabeo que 'combatía con alegría en las batallas de Israel y aumentó la gloria de su pueblo'. Puede, además, estar ordenado a conservar el culto divino, por lo que se lee que dijo el mismo Judas Macabeo: 'Luchamos por nuestras vidas y nuestras leyes'. Y Simón dijo a su vez: 'Sabéis cuánto hemos luchado yo y mis hermanos y la casa de mi padre por nuestra ley y nuestras cosas santas'. Luego muy bien puede fundarse una orden religiosa para la vida militar, no con un fin temporal, sino para la defensa del culto divino, del bien público o de los pobres y de los oprimidos, según el mandato del Salmo: 'Salvad al pobre, librad al indigente de las manos del pecador'" (16).
La unión de lo militar y lo religioso no es un invento de la Edad Media. Ya desde la antigüedad, aquellos santos que habían sido soldados pronto fueron reconocidos como patronos de los que iban a la lucha. Esto sucedió primero en Oriente, donde ya en el siglo VI San Jorge fue invocado por el general Belisario, así como San Teodoro, San Demetrio y San Sergio; posteriormente en Occidente, con la devoción ante todo a San Miguel Arcángel, "príncipe de la milicia celestial", pero también a santos guerreros como San Jorge, San Sebastián, San Mauricio, y, en España, Santiago "Matamoros".
Es el mismo Santo Tomás quien se pone a sí mismo una objeción obvia para un cristiano: ¿Acaso no dijo Cristo que no resistiésemos al mal, y que si alguno nos hería en una mejilla le ofreciéramos la otra? Y se responde: "Hay dos maneras de no resistir al mal: la primera consiste en perdonar la injuria personal, y puede ser necesaria para la perfección cuando lo exige el bien de los demás. La otra consiste en sufrir con paciencia las injurias hechas a otros. Y esto es imperfección o aun vicio, si es que se puede resistir debidamente al que hace la injusticia. Por eso dice San Ambrosio: 'Es perfecta justicia defender con la guerra la patria contra los bárbaros o proteger a los débiles en el país, o ayudar a los enemigos contra los ladrones'. Y el Señor manda: 'No reclames lo que es tuyo'. Sin embargo si uno no reclamase, pudiendo hacerlo, lo que es de los otros, pecaría. Y es que puede muy bien el hombre dar lo que es suyo, pero no lo ajeno. Mucho menos podemos desinteresarnos de las cosas de Dios, pues, como dice el Crisóstomo, 'es una gran impiedad no preocuparse por las injurias hechas a Dios' (17).
En los siglos XII y XIII, en ciertos episodios del XIV, y en España también durante el siglo XV, la historia de las Ordenes Militares ostenta lo más glorioso y heroico que se realizó en la lucha contra los sarracenos, sacrificándose y dando generalmente su sangre lo mismo simples caballeros que grandes maestres —éstos frecuentemente de sangre real— en servicio de la Cristiandad y de la propia patria (18).
Nombremos las principales Ordenes Militares, primero las más universales y luego las españolas, que más relación tienen con nuestros orígenes patrios, valiéndonos de los datos que nos ofrece el P. García Villoslada.
1. ORDENES MILITARES PALESTINENSES
a. Los Sanjuanistas.
La primera Orden, cronológicamente hablando, es la Orden Militar de San Juan de Jerusalén o de Caballeros Hospitalarios. Ya en 1048, medio siglo antes de la primera Cruzada, unos mercaderes de Amalfi habían fundado en Jerusalén un hospital bajo la advocación de San Juan Bautista para recoger a los peregrinos que se enfermaban. Esta institución de caridad prosperó mucho, sobre todo desde que llegaron los cruzados con Godofredo de Bouillon, el cual hizo grandes donaciones al hospital, y muchos de sus caballeros se afiliaron a la hermandad hospitalaria, gracias a la cual pudo ésta fundar filiales en Italia y Francia.
Estos hospitalarios tomaron forma de congregación religiosa bajo la Regla de San Agustín, con aprobación de Pascual II, en 1113. Entró a gobernarla el caballero francés Raimundo de Puy quien, hacia 1137, la transformó en Orden Militar, comprometiéndose sus miembros a empuñar las armas en defensa de la religión. El mismo Raimundo redactó la nueva Regla, confirmada por Lucio III en 1184. Al tomar carácter militar, no hicieron sino imitar a los Templarios, fundados poco antes.
Los sacerdotes atendían al culto divino y al servicio de los enfermos en los hospitales, mientras los caballeros se batían bravamente con los turcos por la conquista y defensa de Tierra Santa. Al caer en 1291 San Juan de Acre, la última plaza fuerte de Palestina, el gran maestre, Juan de Villiers, gravemente herido, se retiró con los suyos a la isla de Chipre. Desde allí el maestre Fulco de Villaret atacó a Rodas y la conquistó en 1310. Se les dió entonces el nombre de "Caballeros de Rodas". Arrojados de dicha isla por Solimán V en 1522, tras una heroica defensa de seis meses en que hizo prodigios de valor el gran maestre Felipe Villiers de Lisle-Adam, recibieron de Carlos V en el año 1530 la isla de Malta, en donde permanecieron hasta 1798. De allí les viene su nombre actual de "Caballeros de Malta". La cruz blanca que adornaba su manto negro era la llamada de Malta, de ocho puntas. El hecho de no haber abandonado nunca del todo su carácter hospitalario, conforme a su cuarto voto de consagrarse "en favor de los pobres y defensa de la Fe", les atrajo muchas simpatías.
b. Los Templarios.
Como Orden Militar, los Templarios son los más antiguos, pues datan de 1119, año en que el caballero Hugo de Payens, juntamente con Godofredo de Saint-Audemar y otros siete compañeros, fundó en Jerusalén una asociación religiosa que intentaba armonizar la vida claustral y ascética del monje con la profesión militar, teniendo por fin la defensa de los peregrinos que llegaban a Tierra Santa. En cuanto monjes seguían la vida de los canónigos regulares de San Agustín, con la obligación del coro y de otras prácticas conventuales; en cuanto caballeros, además de los votos religiosos, se comprometían a la protección de los peregrinos contra los sarracenos.
Vivían pobremente, con tanta escasez que, al decir de las crónicas, Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Audemar no disponían más que de un caballo para los dos. El rey de Jerusalén, Balduino II, les cedió parte de su palacio, erigido sobre el antiguo templo de Salomón; de ahí que se los llamase Caballeros del Templo ("Equites Templi") o Templarios.
En 1128, Hugo de Payens, su primer gran maestre, se presentó en el Concilio de Troyes buscando ayuda y apoyo. Allí se les impuso como distintivo un manto blanco, al que poco después Eugenio III añadió una cruz roja octogonal. En el mismo Concilio les redactó San Bernardo la Regla que más adelante sería ampliada por Esteban, patriarca de Jerusalén. El mismo Abad de Claraval compuso un libro, en alabanza de la nueva milicia, con lo que muchos caballeros vinieron a ponerse bajo la obediencia del gran maestre. Los Papas la colmaron de privilegios, y la Orden alcanzó riquezas tan inmensas, que hacía sombra a los reyes, siendo sus castillos y fortalezas las más seguras bancas donde depositar los capitales y joyas de valor. Ello no dejaba de involucrar un grave peligro para la vida religiosa e incluso para la sobriedad militar.
El valor de los Templarios en la guerra contra los sarracenos se hizo proverbial. La Regla del Templario en este punto era rigurosa: el caballero debía aceptar el combate, aunque fuese uno contra tres, y no rendirse jamás. Su historia en Oriente es gloriosísima. En ellos se encarnó el prototipo y el ideal caballeresco, y como tales fueron cantados por la poesía medieval, particularmente por Wolfram von Eschenbach, ya que los caballeros del Grial no son otros que los Templarios, cuyo rey llega por fin a ser el héroe Parsifal.
La gloriosa Orden del Temple conoció, ella también, la decadencia. Felipe el Hermoso, ávido de sus riquezas, secundado por su codicioso ministro Nogaret, acusó a sus miembros de crímenes horrendos, cuya exposición excedería el tema de este trabajo. Lo cierto es que lo que aquel nefasto rey afirmó en su campaña difamatoria no puede demostrarse. Clemente V, duramente presionado, juzgó conveniente suprimirlos, como efectivamente lo hizo en 1312, en el Concilio de Vienne.
c. Los Teutónicos.
Esta Orden tuvo su origen durante la Tercera Cruzada. Un grupo de peregrinos de Bremen y Lübeck instalaron un hospital en el campamento militar que sitiaba a San Juan de Acre para atender a los soldados y peregrinos enfermos de lengua alemana. En la esperanza de reconquistar pronto la ciudad de Jerusalén y de establecerse allí, se llamó "Hospital de Nuestra Señora de los Alemanes de Jerusalén".
En 1191, Clemente III aprobó aquella asociación sobre la base de las Reglas de los Sanjuanistas, a los que se parecían en gran manera. Llevaban capa blanca, como los Templarios, pero con cruz negra. Desde 1198 se enfatizó su carácter militar, quedándole subordinado el hospitalario. Una de sus campañas militares más brillantes fue la del asedio de Damieta en 1219. El gran maestre de la Orden Teutónica, Hermann de Salza, fue elevado por Federico II a la dignidad de príncipe dsl Imperio. Poco después, el gran maestre, juzgando quizás que Tierra Santa, tarde o temprano estaba destinada a ceder ante el Islam, lanzó su Orden a la conquista de la Prusia pagana, empresa que demandaría más de cincuenta años, y acabaría con la conversión de los prusianos al cristianismo.
Esta Orden conocería un tristísimo fin. En 1525, su gran maestre, Alberto de Brandeburgo, se hizo luterano, convirtiéndose el gran territorio por él gobernado en un ducado laico y protestante. Así terminó la historia de dicha Orden, si bien una rama católica perduró en Mergentheim y luego en Austria, y otra protestante en los Países Bajos.
2. ORDENES MILITARES ESPAÑOLAS
a. La Orden Militar de Calatrava.
La ciudad de Calatrava había sido conquistada en 1147 por Alfonso Vil y entregada a los Templarios, pero a la muerte de aquel rey los almohades se acercaron con un ejército tan fuerte que los Templarios juzgaron imposible mantener la plaza, y la devolvieron al rey de Castilla, Sancho MI. Este la ofreció a quien la quisiera. Dos monjes tuvieron el coraje y casi la temeridad de comprometerse a la defensa de aquel puesto estratégico, cuya caída podía amenazar a Toledo: el abad cisterciense Raimundo Serra (luego San Raimundo) y un compañero, de la misma Orden que é!, Diego Velázquez, que había sido soldado, y movió a su abad a acometer aquella empresa. Fue así como el rey Sancho donó Calatrava a la Orden del Cister en 1158.
Contagiados por el entusiasmo de los dos monjes, muchos guerreros se pusieron a las órdenes de fray Diego Velázquez y bajo la obediencia de San Raimundo, dando así origen a una orden religiosa militar, que no sólo defendió victoriosamente la ciudad de Calatrava, sino que desempeñó un papel muy relevante en todo el proceso de la Reconquista española.
Vestían los nuevos caballeros el hábito cisterciense, acomodado a la milicia, y para destacar su carácter de cruzados, bordaron sobre el manto blanco una cruz roja, flordelisada, o sea compuesta de cuatro lirios unidos. Su austeridad de vida emulaba el monaquismo cisterciense: guardaban silencio en el monasterio, dormían vestidos, no podían comer carne más que los martes, jueves y domingos, y ayunaban con frecuencia.
Inocencio III tomó a la Orden bajo su protección, y en un documento aprobatorio enumera unas cien villas, fortalezas, iglesias y castillos, que en adelante pertenecerían a Calatrava en los reinos de Aragón, Navarra, León, Castilla y Portugal.
Como consecuencia de la batalla de Alarcos, en 1195, los caballeros se vieron obligados a abandonar la vieja Calatrava, cuna de la Orden. El desquite empezó en la batalla de las Navas, en 1212, participando luego activamente en los combates victoriosos del rey San Fernando; más adelante ocuparon Tarifa, y su gran maestre murió cubierto de gloria bajo los muros de Granada.
En el siglo XVI, estando ya el maestrazgo de las Ordenes militares incorporado a la corona de España, Paulo III permitió el matrimonio a los caballeros de Calatrava, sustituyéndoles el voto de castidad por el de defender la Inmaculada Concepción.
b. Los Caballeros de Alcántara.
La historia de esta Orden es tan gloriosa como la de Calatrava y corre paralela a ésta. Fueron sus fundadores dos caballeros salmantinos, don Suero Fernández Barrientos y su hermano Don Gómez, que dedicaron su vida a la defensa de los cristianos que residían en la frontera del reino de León contra los moros de Extremadura. Con este objeto establecieron una fortaleza junto a la ermita de San Julián del Pereiro, cerca de Ciudad Rodrigo. Luego recibieron una Regla semejante a la de Calatrava, confirmada por el Papa en 1177.
Por el lugar de su primera fortaleza comenzaron llamándose "Freires de San Julián del Pereiro". Cuando en 1211 conquistaron Trujillo, ciudad que les fue cedida por Alfonso VIII, se les llamó "Caballeros de Trujillo", pero el nombre definitivo les vino de Alcántara, en la provincia de Cáceres, cuando en 1213 recibieron aquella plaza de manos de los caballeros de Calatrava. La cruz que llevaban sobre el manto blanco era la misma flordelisada de Calatrava, pero de color verde.
c. Los Caballeros de Santiago de la Espada.
Durante toda la Edad Media, Santiago fue, según es sabido, uno de los principales centros de peregrinación. Así como Santo Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega construían en La Rioja caminos y puentes para los peregrinos; como San Lesmes edificaba en Burgos un hospital para los romeros, y allí los atendía, así en 1161, trece caballeros, para defender a los peregrinos de Santiago del ataque de los bandoleros, incluso con las armas, decidieron organizarse de manera estable, constituyendo una asociación eclesiástica que militaría bajo la Regla de San Agustín, pero con una originalidad: si bien los clérigos llevarían vida conventual, los caballeros podrían contraer matrimonio. A la cabeza, un gran maestre, asesorado por un consejo de trece caballeros.
Cuando Fernando II conquistó Cáceres la donó a la nueva milicia. En 1175, Alejandro III tomó a la Orden bajo su protección y aprobó sus estatutos. Vicente de la Fuente resume así el documento del Papa: "Los caballeros deben ser humildes y pobres, sin propiedad alguna, caritativos con los huéspedes necesitados, y sin murmuración ni discordia, prontos siempre para socorrer a los cristianos, y en especial a los canónigos, monjes, templarios y hospitalarios. La comunidad les pasará lo necesario en salud y enfermedad, y lo mismo a sus hijos y mujeres. . . Los clérigos de la Orden vivirán juntos en los pueblos, obedeciendo a un prior, y encargándose de la educación de aquellos hijos de los caballeros que se les confiaren. . .". La cruz de los santiaguistas era roja, con tres lises en los tres brazos superiores, y el cuarto alargado en forma de espada.
Tal fue la organización de esta célebre Orden que, bajando del camino de Santiago a las llanuras de Castilla la Nueva, constituyó con las puntas de sus lanzas un pequeño estado entre los montes de Toledo, Sierra Morena y la frontera de Portugal.
d. Orden de Nuestra Señora de la Merced.
Esta Orden fue en su origen ciertamente militar y caballeresca, aunque a partir del siglo XIV predominó en ella el carácter específicamente religioso, y desde 1725 fue reconocida como Orden mendicante.
Su principal fundador fue San Pedro Nolasco quien, residiendo desde jóven en Barcelona, junto al rey Jaime I, tuvo la idea de reunir un grupo de caballeros y sacerdotes que consagrasen todos sus cuidados a remediar la triste condición de tantos cristianos que en aquel tiempo padecían cautiverio entre los musulmanes y estaban expuestos a graves peligros de apostasía. Para ello deberían defender las costas españolas contra los ataques de los berberiscos al tiempo que visitar los puertos de África, con el fin de ayudar espiritual y corporalmente a los cristianos esclavos, procurando su rescate. Pedro Nolasco, con el apoyo de Jaime I y el consejo de Raimundo de Peñafort, puso las bases de la Orden hacia 1218, logrando que el Papa aprobase las Constituciones basadas en la Regla de San Agustín.
Como la Orden era de Caballería, el Rey les autorizó el uso de su escudo de armas: las cuatro barras encarnadas en campo de oro, y sobre ellas la cruz blanca. Los mercedarios militares, que_ habían de tomar parte en las guerras contra los infieles, llevaban túnica corta, escapulario blanco hasta las rodillas, mangas ajustadas, espada al cinto, capa corta y el escudo de Aragón al pecho. Los clérigos no llevaban armas y vestían de blanco para entrar con menos dificultad en los países mahometanos.
El mismo San Pedro Nolasco organizó "cofradías de la redención", con el fin de recaudar el dinero necesario para el rescate de los cautivos. En el capítulo general de cada año se nombraban los "redentores", que habían de partir a tierra sarracena.
Hasta 1318 todos los maestres generales fueron caballeros legos, como el mismo fundador, pero ese año Juan XXII estableció que en adelante dicho cargo estuviese reservado a un sacerdote. Desde entonces la Orden mercedaria dejó de ser militar; los caballeros legos se pasaron a otra Orden que acababa de nacer: la Orden de Montesa.
Los méritos de los Mercedarios son inmensos, distinguiéndose principalmente en España durante la Reconquista, y después, en la evangelización de América, especialmente en nuestra Patria (19).
La decadencia de las Ordenes Militares se debió a diversas causas. El ocio forzado en que se vieron sumidos cuando les fue preciso abandonar el Oriente no teniendo ya enemigos que combatir, los llevó a una vida muelle, alejada del severo espíritu castrense, dedicándose a disfrutar de sus cuantiosas sumas, o los impulsó a mezclarse en las luchas de banderías señoriales. Asimismo, como los maestres eran verdaderos príncipes, dueños de ricos caudales y extensos territorios, se comprende que tan sólo en un régimen feudal podían prosperar. La aparición de los monarcas centralistas, implicó un enfrentamiento con las poderosas Ordenes, que hacían sombra al poder real. Así se explica la campaña tanaz y sistemática de Felipe el Hermoso que llegó a la supresión de los Templarios y la decisión de los Reyes Católicos de incorporar a la corona el maestrazgo de las Ordenes Militares españolas.
(16) Suma Teológica ll-il, 188, 3, c.
(17) Ibid., ad 1.
(18) Cf. LLORGA, GARCÍA VILLOSLADA, MONTALBAN, Historia de la Iglesia Católica, II, Edad Media, B.A.C., Madrid, 1963, pp. 7
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