Publicacion
Los fundamentos de la fe católica ante la razón y la ciencia
por P. A. Hillaire
Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del Sagrado Corazón
Año 1900
INTRODUCCION
Decía Pablo Bert en 1879, en su informe sobre instrucción pública: “Nuestra voluntad es levantar frente al templo donde se afirma, la escuela donde se demuestra.”
En esta obra nos proponemos evidenciar plenamente que el templo donde se afirma es también el templo donde se demuestra, y que la religión no es simplemente un postulado, sino una ciencia, en el estricto sentido de la palabra.
Se entiende por ciencia “todo conjunto de conocimientos razonados, deducidos lógicamente unos de otros, y fundados, en último análisis, en hechos ciertos y principios evidentes.”
Ahora bien, la Religión Católica tiene su fundamento en hechos positivos y ciertos y en principios evidentes, de los cuales lógicamente se deducen las verdades de orden teórico y práctico que enseña.
Su Santidad León XIII ha dicho: “Son tan sólidos los principios de la fe católica y tan en armonía con las exigencias de la lógica, que son más que suficientes para convencer al entendimiento más exigente y a la voluntad más rebelde y obstinada” (Encíclica Aeterni Patris).
Tan científico y tan racional es el Catecismo de la doctrina cristiana, como puede serlo cualquier libro profano, por exigente que sea.
Al tratar de ofrecer una demostración cabal y documentada acerca del origen divino de nuestra religión, no es nuestro propósito presentar una obra nueva, sino reunir sintéticamente en breves páginas los tesoros de erudición y ciencia apologética que se hallan profusamente esparcidos en otras obras, menos al alcance de las inteligencias y de las posibilidades de muchos lectores.
La materia de este libro es una explicación del Concilio Vaticano I conforme a las normas de la Teología fundamental.
El mismo va dirigido a la juventud escolar. Su finalidad es hacer comprender a los jóvenes de ambos sexos que la religión no es un problema de orden sentimental, sino una imposición de la razón y de la conciencia. Hoy más que nunca deben conocer a fondo los verdaderos motivos de la credibilidad, para afianzarse más en su fe y estar mejor dispuestos a defenderla y propagarla debidamente.
Grande es hoy el afán por conocer las ciencias profanas, ya sean teóricas o aplicadas; pero existe un abandono casi total del estudio de la Religión, que, al fin y al cabo es la única que debe hacer felices a los hombres en esta vida y en la otra.
También va dirigido este libro a las personas mayores que, impedidas por sus ocupaciones para dedicarse a estudios profundos sobre las verdades religiosas, podrán hallar en él compendiadas las enseñanzas de otras más extensas y arduas.
Es un deber para todo católico el estar preparado para defender su religión. Hoy se ignoran o se niegan principios tan fundamentales como la existencia de Dios, la inmortalidad y espiritualidad del alma, la necesidad y divinidad de la religión, los derechos y prerrogativas de la Iglesia, etc., etc. Es, pues, de capital importancia que el católico sepa responder acertadamente a los ataques infundados de la falsa ciencia.
Así lo reconoció León XIII en su encíclica Sapientiae christianae: “Ante la multitud de los errores modernos, el deber primordial de los católicos lo constituye el velar sobre sí mismos y tratar por todos los medios de conservar intacta su fe, evitando cuanto pueda mancillarla y disponiéndose para defenderla contra los sofismas de los incrédulos. A este fin creemos contribuirá grandemente que cada cual, según se lo permitan sus medios y su inteligencia, se esfuerce en alcanzar el más perfecto conocimiento posible de aquellas verdades religiosas que es dado al hombre abarcar con su entendimiento.”
Después de demostrar que Dios ha encomendado a la Iglesia Católica la misión de enseñar a los hombres lo que hay que creer y lo que hay que practicar para salvarse, ofrecemos una brevísima síntesis del dogma, de la moral y del culto católico. Es un memorial compendioso, pero bastante completo en la doctrina cristiana. Su lectura bastará para recordar las enseñanzas fundamentales de la religión.
El método que hemos seguido en esta obra, en el mismo que empleó Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica. El santo Doctor plantea en primer término la cuestión, la resuelve, y da seguidamente las explicaciones y demostraciones correspondientes.
El método tiene la triple ventaja de excitar el interés, precisar la doctrina y ofrecer una demostración clara y concreta de la verdad en cuestión.
Quizás a alguno le parezca que hemos acumulado excesivamente los argumentos y las demostraciones.
Es frecuente en Filosofía y en Teología que un solo argumento no logre plenamente el asenso del entendimiento. De ahí que la demostración deba ser como un haz de rayos dirigido a un solo objeto. Si éste no tiene más que una superficie, bastará un solo rayo para iluminarlo; pero en el caso de ser muchas, habrá necesidad de tantos rayos, cuantas sean las superficies.
Así también, en materia religiosa, muchas verdades, para ser comprendidas en todos sus aspectos, necesitan múltiples demostraciones; cada argumento sirve para aclarar un aspecto parcial, y la suma de todos nos dan idea cabal del pensamiento íntegro. Aparte de esto es bien sabido que no todas las razones convencen a todos, y lo que para uno es claro, para otro es oscuro.
También se nos reprochará, por ventura, el uso excesivo del silogismo. Pero a los que así piensan les advertimos que ésta es la forma de argumentación más segura y eficaz, al paso que la más breve y didáctica. Tanto más cuanto que pretendemos instruir más bien que deleitar al lector.
Fue en la gruta de Lourdes donde concebimos la idea de publicar esta obra. Por eso la Virgen Inmaculada ha sido por muchos años de investigación y de estudio la que ha sostenido nuestras fuerzas. Por sus benditas manos nos atrevemos a presentar a su Divino Hijo, Maestro verdadero de las almas, el fruto de nuestro trabajo. Dígnese El misericordiosamente hacerlo fecundo en frutos de salvación, que es la única gloria que ambicionamos y que será nuestra más preciada recompensa.
Mende, 8 de diciembre de 1900.
Fiesta de la Inmaculada Concepción.
A. Hillaire
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