Movimiento Cívico-Militar CONDOR

Malvinas

Publicacion

Padre Julio Menvielle

Concepción Católica de la Economía - Parte VII

Edición de los Cursos de Cultura Católica
Impreso por Francisco A. Colombo,
19 de septiembre de 1936

E P Í L O G O

Si fuese posible ordenar la economía sin ordenar la vida, este libro tendría ya que cerrarse. Pero la economía es una preocupación en la vida, no la única. ¿Qué lugar ocupa en la vida? Y una civilización colocada exclusivamente bajo el signo de lo económico ¿qué caracteres debe revestir, en qué momento debe surgir, cómo comienza y en qué ha de terminar?

He aquí otras tantas preguntas que reclaman la respuesta de la inteligencia que lee. Y esta respuesta surge de estas reflexiones acerca del momento actual escritas con motivo de la Encíclica Charitate Christi Compulsi que S. S. Pío XI dirigió al mundo comentando esta crisis del Capitalismo. No es mi propósito hacer aquí un comentario de esta Encíclica. Sólo pretendo indicar esquemáticamente algunas reflexiones, sobre lo que, a mi juicio, constituye el tema central de la misma, o sea, el grave momento porque atraviesa hoy el mundo.

"En tal estado de cosas – dice S. S. Pío XI refiriéndose al malestar actual – la misma caridad de Cristo nos estimula a dirigirnos de nuevo a vosotros, venerables hermanos, a nuestros feligreses, a todo el mundo, para exhortar a todos, a reunirse y oponerse, con todas sus fuerzas, a los males que oprimen a toda la humanidad y a aquellos aún peores que la amenazan".

De aquí que, en el pensamiento Pontificio, el momento actual tenga una significación especialísima. No precisamente porque sea actual, es decir, porque se ha hecho presente a nosotros (tan grande es la fatuidad del individuo moderno que se imagina eje del universo a través del tiempo y del espacio), sino porque en realidad este instante ha de decidir de la misma existencia de la humanidad. Si la humanidad no quiere verse sumergida en un espantoso caos (como dice el Pontífice: si quiere verse libre del peligro del terror o de la anarquía), tiene que asegurar el momento actual. El momento actual es decisivo, crítico para las raíces mismas de la humanidad. Así como la humanidad sucumbió en una catástrofe, en el diluvio, de la misma manera parecería estar a punto de sucumbir en otra.

"Si recorremos con el pensamiento – dice S. S. Pío XI – la larga y dolorosa serie de males que, triste herencia del pasado, han señalado al hombre caído las etapas de su peregrinación terrenal, desde el diluvio en adelante, difícilmente nos encontraremos con un malestar espiritual y material tan profunda, tan universal como el que sufrimos en la hora actual".

Esta gravísima importancia que le cabe al momento actual explica que él sea objeto de singulares predicciones tanto en los libros tradicionales de todos los pueblos como en el espíritu profético de los santos. Este momento reviste, pues, una significación singularmente privilegiada, y esto no tanto porque señala el paso de una cultura a otra, sino de la misma cultura a la incultura, al caos. ¿Qué es el momento actual, culturalmente considerado?

Para ponderar la densidad de la cultura de cualquier momento histórico, es necesario considerarlo en función del pasado y del porvenir. Todo momento histórico es un eslabón de una cadena esencialmente movible. Sólo el pasado y el porvenir nos pueden revelar si un punto es de progreso o de regreso y esto en qué medida.

Ahora bien, el momento actual es de regresión cultural muy profunda, de regresión inmediata a la muerte. Me limitaré a la consideración, al respecto, de la cultura cristiana, esto es, de la cultura localizada en el continente europeo que ha estado bajo la influencia de la acción cristiana. Si, en mi hipótesis, el momento actual es de regresión, será necesario indicar el punto culminante desde el cual nos vamos apartando.

La plenitud de la ascensión fue lograda de un modo visible – dentro de la inevitable imperfección de la humanidad caída – en el siglo XIII, cuando la acción social del cristianismo se halla representada por los papas Inocencio IV y San Gregorio X y por San Luis Rey de Francia; cuando su actividad intelectual ilumina con la inteligencia de San Buenaventura y de Santo Tomás de Aquino; cuando la actividad artística resplandece en los frescos del Beato Angélico y en la Divina Comedia del Dante y en la Catedral de Chartres; y cuando, por encima de todas estas obras del espíritu humano jamás superadas, éste se conserva tan vacío de sí mismo que no atina a exclamar sino con Santo Tomás de Aquino a su hermano Reginaldo que le alentaba a continuar la Suma Teológica: “Reginaldo, non possum; omnia quæ scripsi vídentur mihi palea".

¿Por qué es ése un punto culminante de la cultura humana? Porque ese período de la historia señala, en la particularidad de una cultura, el punto culminante al que en lo esencial – puede llegar el espíritu humano. Obsérvese bien que digo que ése es un punto culminante y no el único posible. Obsérvese sobre todo que le llamo culminante porque en él se ha logrado "la perfección esencial del hombre". Y con esto indico el criterio que nos debe guiar en la apreciación de las culturas. Una cultura no es más que "el hombre manifestándose". Una cultura será tanto más rica cuanto más ricas sean las manifestaciones del hombre. El valor de estas manifestaciones se debe ponderar de acuerdo a su contenido de realidad. La Realidad Subsistente es Dios, de quien deriva todo bien y de quien todo bien finito no es sino participación. De aquí que una cultura será tanto más rica cuanto "más divinas, más cercanas a Díos" sean las manifestaciones del hombre.

El hombre, que es un conflicto de potencia pura y acto puro, puede realizar culturas tan diversas como la divina de la Edad Medía y la diabólica de la Rusia comunista. El hombre es un conflicto de "potencia pura y acto puro". Es "potencia pura" porque, como explican Aristóteles y Santo Tomás, el entendimiento humano está en potencia con respecto a todos los inteligibles,

y por ello, el hombre, al principio, es como una tábula rasa en la cual no hay nada escrito. Es "acto puro" porque, gracias a la actívidad del entendimiento agente, puede actualizarse todo inteligible. Puede elevarse, pues, desde la realidad más ínfima hasta Dios por participación, o puede contentarse con ser sólo hombre como acaeció en el racionalismo de la edad clásica, o puede convertirse en animal como sucede con el hombre del siglo XIX, o puede ser simplemente "caos" como se empeña en forjar al hombre la dictadura proletaria.

En el hombre, conflicto de potencia pura y de acto puro, coexisten, desde la Redención, cuatro formalidades fundamentales que explican las cuatro etapas posibles de un cielo cultural.

En efecto: el hombre es algo, es un ser.
El hombre es animal, es un ser sensible, deleitable.
El hombre es hombre, es un ser racional, honesto.
Y por encima de estas tres formalidades en la providencia actual, tal como lo ha constituído el

Creador:
El hombre es dios, está llamado a la vida propia de Dios.
Existen, pues, en el hombre cuatro formalidades esenciales:
La formalidad sobrenatural o divina.
La formalidad humana o racional.
La formalidad animal o sensitiva.
La formalidad de realidad, de cosa.

En un hombre normalmente constituido (digamos también en una cultura normal, ya que la cultura es el hombre manifestándose) estas cuatro formalidades deben estar articuladas en una subordinación jerárquica que asegure la unidad de funcionamiento.

Y así el hombre es algo para sentir como animal; siente como animal para razonar y entender como hombre; razona y entiende como hombre para amar a Dios como dios. O sea: la formalidad de realidad que hay en él debe estar subordinada a su función de animal; la de animal, a su función de hombre; la de hombre, a la de dios. Lo cual se constata aún en el campo experimental por el hecho de que los procesos físico-químicos del hombre están al servicio de las funciones vegetativas; éstas, al servicio del funcionamiento normal de los sentidos; la vida sensitiva, asegura la adquisición de las ideas y la vida psico lógica superior, con todo el orden económico, político y moral, no es más que un medio para que el hombre se ponga en comunicación con su Creador. Por esto profundamente ha podido escribir Santo Tomás de Aquino (Summa contra Gentiles, L. III, cap. 37) que todos los oficios humanos parecen servir a los que contemplan la verdad.

En otras palabras: la mística, la contemplación infusa de los Santos, que no es sino el ejercicio más alto de la santidad, está por encima de todo hombre, y así como no puede haber hombre más humano que el santo, no puede haber cultura más cultural (de mayor densidad cultural) que aquélla que esté bajo el signo de la santidad, como lo estuvo – dentro de la inevitable imperfección de lo humano – la cultura medieval.

Si esas cuatro formalidades que constituyen al hombre son proyectadas socialmente, se tienen cuatro funciones bien caracterizadas:

- A la formalidad de cosa responde la función económica de ejecución – trabajo – obrero.
- A la formalidad de animal responde la función económica de dirección – capital – burguesía.
- A la formalidad del hombre responde la función política – aristocracia – nobleza.
- A la formalidad de dios responde la función religiosa – sacerdocio.

Antes de indicar cuál es el ámbito propio de cada una de esas funciones, observemos que las tres primeras son de derecho humano, es decir pueden revestir diversas formas de realización, con tal de que se respete su naturaleza esencial; no así la cuarta, el sacerdocio, que por voluntad de Cristo tiene circunscripta su forma concreta de constitución en el Episcopado unido con el Pontífice Romano. En efecto, Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien le ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra, ha comunicado su misión al Episcopado en unión con el Pontífice de Roma, cuando en la persona de Pedro y los apóstoles ha dicho:

"Id por tanto y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos".

¿Cuáles son las atribuciones, propias de cada una de esas funciones? El sacerdocio, digamos la Iglesia, tiene como función asegurar la vida divina del hombre incorporándola en la sociedad de los hijos de Dios y manteniéndola en ella. Para eso, la Iglesia ejerce funciones de Maestra, y en este carácter es depositaria e intérprete auténtico de todas las verdades reveladas por Dios al hombre. La Iglesia ejerce funciones de Sacerdote, y en este carácter santifica con la virtud qué brota del Sacrificio Perenne a todos sus miembros pecadores. La Iglesia ejerce funciones de Pastor, y en este carácter rige la conducta de los hombres.

Su dominio se extiende a todo el ámbito de lo espiritual, que puede ser interno y externo, privado y público, individual, doméstico o social. Nada que de un modo u otro tenga atingencia con el orden eterno está substraído a su jurisdicción.

Si el gobierno temporal de un príncipe perjudica a la gloria de Dios y a la salvación eterna de sus súbditos, la Iglesia puede y debe, en virtud de su universal jurisdicción en lo espiritual, aplicar medidas de coerción contra ese príncipe, que pueden llegar hasta su deposición. La función política que es lo que funda la existencia de la aristocracia o nobleza, tiene como fin propio hacer virtuosa la convivencia humana. El ser humano debe vivir en sociedad para lograr su perfección humana. Pero ésta sociedad debe ser humana por cuanto el vínculo de unión debe ser propio del hombre. Este vínculo de unión es la virtud. Y su realización es la función propia de aquella clase social que en una u otra forma, tiene en sus manos la función política. La cual no puede ser sino aristocrática, esto es, gobierno de los virtuosos en la acepción etimológica, ya que sólo quien posee la virtud puede hacerla imperar.

La aristocracia no define en qué consiste la virtud. Eso es atribución del poder sacerdotal. La aristocracia lleva a la realización práctica el estado de virtud, cuyo conocimiento ha aprendido de los labios sacerdotales.

De aquí que sea esencial a la aristocracia su subordinación al sacerdocio, como es esencial a la política su subordinación a la Teología. Por debajo del orden aristocrático se encuentran las clases inferiores, burguesía y artesanado, dedicadas a la función económica de preparar las cosas necesarias para la subsistencia material del hombre. La burguesía interviene en las operaciones financieras y mercantiles y en la dirección de las industrias; el artesanado, en la ejecución de los diferentes menesteres de la vida. Uno dirige, el otro ejecuta. Uno aporta el capital y el otro aporta su trabajo. Pero uno y otro viven asociados en espíritu de mutua colaboración dentro del ámbito económico.

Las cuatro funciones esenciales que acabamos de exponer, lo mismo que las cuatro formalidades que constituyen al hombre están articuladas en una jerarquía de servicio mutuo. El artesanado sirve a la burguesía, y la burguesía sirve al artesanado en cuanto lo dirige y tutela así como la vida vegetativa prepara los órganos sensoriales y a su vez es servida por ella, ya que el animal por medio de sus sentidos se procura él sustento vegetativo. El artesanado y la burguesía unidos en la conspiración económica, sirven a la nobleza, ya que le aseguran la sustentación económica, y a su vez son servidos por ella, que les asegura el ordenamiento virtuoso, del mismo modo que los sentidos contribuyen a la adquisición de las ideas y el hombre con sus ideas rectifica y perfecciona el conocimiento sensitivo.

El artesanado, la burguesía y la nobleza sirven al sacerdocio, pues los dos primeros le aseguran la sustentación económica y él tercero, la convivencia virtuosa, y a su vez son servidos por él en cuanto el sacerdocio consolida el ordenamiento económico y político con la virtud santificadora que dispensa, de modo análogo a cómo el hombre con su entendimiento se convence de la necesidad de admitir la Revelación sobrenatural y la Revelación sobrenatural consolida el conocimiento de las verdades naturales.

Un orden normal de vida es un orden esencialmente jerárquico, una jerarquía de servicios. Y el orden jerárquico integra en la unidad lo múltiple. Así las familias se integran en la unidad de las corporaciones; las corporaciones, en la unidad de la nación bajo un mismo régimen político; las naciones en la unidad de la cristiandad por la adoración de un mismo Dios, en un mismo bautismo y en un mismo Espíritu. Si el orden normal es jerarquía, la anormalidad es violación de la jerarquía, y al mismo tiempo, proceso de atomización, por que al romper la jerarquía, se rompe el principio de unidad y se deja libre expansión a las causas de multiplicación que son las inductoras de la muerte. La muerte no es más que la disgregación de lo uno en lo múltiple.

¿Cuáles y cuántos tipos de anormalidad son esencialmente posibles? Tres y sólo tres, como tres son las relaciones fundamentales posibles, a saber:

- Que lo natural se rebele contra lo sobrenatural, o la nobleza contra el sacerdocio, o la política contra la teología; he aquí la primera rebelión.
- Que lo animal se rebele contra lo natural, o la burguesía contra la nobleza, o la economía dirigente contra la política; he aquí la segunda rebelión.
- Que lo algo se rebele contra lo animal, o el artesanado contra la burguesía o la economía dirigente; he aquí la tercera rebelión.

En la primera revolución, si lo político se rebela contra lo teológico, ha de producirse una cultura de expansión política, de expansión natural o racional, de expresión monárquica y al mismo tiempo de opresión religiosa. Es precisamente la cultura que se inaugura con la Renacimiento y se conoce con los nombres de:

- Humanismo
- Racionalismo
- Naturalismo
- Absolutismo
- Cesaropapismo

En la segunda revolución, si lo económico burgués se rebela contra lo político, ha de producirse una cultura de expansión económica, de expansión animal, de expansión burguesa y de opresión política. Es precisamente la cultura que se inaugura con la Revolución Francesa y que se conoce con los nombres de:

- Economismo
- Capitalismo
- Animalismo
- Siglo estúpido
- Democracia

En la tercera revolución, si lo económico proletario se rebela contra lo económico burgués, ha de producirse una cultura de expansión proletaria, de expansión nihilista y de opresión burguesa. Es precisamente la cultura que se inaugura con la revolución comunista y que se conoce con los nombres de:

- Comunismo
- Guerra al capitalismo
- Guerra a la burguesía

Revolución última y caótica porque el hombre no afirma cosa alguna sino que se vuelve contra lo existente y lo destruye. Pero no nos adelantemos. Veamos ahora, aunque debamos volver sobre los conceptos sugeridos, cómo este proceso de rebeliones se viene efectuando desde la Edad Media hasta acá. La Edad Media, es esencialmente teocéntrica o teológica o sacerdotal porque todas las actividades humanas, desenvolviéndose cada una dentro de su propia esfera con una admirable economía, conspiran a la unión del hombre con Dios. Es sacerdotal porque siendo el sacerdote el depositario visible de la palabra de Dios, debe él ordenar, un mundo cuyo anhelo es la realización visible de esta palabra.

Antes de colocar la corona sobre la cabeza del rey, el arzobispo oficiante hacía las seis preguntas siguientes:

- ¿Quiere Vuestra Majestad conservar la santa fe católica y apostólica y fortificarla con obras justas?
- ¿Quiere Vuestra Majestad proteger a ala Iglesia y a sus servidores?
- ¿Quiere Vuestra Majestad gobernar el imperio que Dios le confía según la justicia de nuestros Padres y promete defenderlo enérgicamente?
- ¿Quiere Vuestra Majestad mantener los derechos del imperio, reconquistar los Estados que han sido injustamente separados y regirlos de modo que sirvan a los intereses del Imperio?
- ¿Quiere Vuestra Majestad mostrarse juez equitativo y leal defensor de los pobres como de los ricos, de las viudas y de los huérfanos?
- ¿Quiere Vuestra Majestad prestar al Papa y a la Santa Iglesia Romana, la obediencia, la fidelidad y el respeto que son debidos?"

Después de la prestación del juramento el arzobispo oficiante se volvía hacia los cuerpos de Estado reunidos, lo mismo que al recto de la asamblea, que en el espíritu del ceremonial representaban al pueblo entero, e interrogándoles decía: "¿Queréis- fortificar su imperio? ¿Consentís en prestarle fe y homenaje? ¿Os comprometéis a someteros a todos sus mandamientos según la palabra del Apóstol: que cada cual esté sometido a la autoridad que tiene poder sobre él y al rey que es el jefe supremo?" Toda la Asamblea respondía entonces: "Así sea. Amén".

Esta augusta ceremonia, añade el historiador Janssen, consagraba, por intermedio del representante de la Iglesia, los deberes recíprocos del soberano y del pueblo; un contrato quedaba afirmado entre la Nación y el soberano. En seguida tenían lugar la coronación y la consagración. La Iglesia santificaba el orden temporal en la persona del Rey, lo penetraba del espíritu del cristianismo.

De esa suerte, toda la vida cultural fielmente respetada, era santificada por la vida sobrenatural, y así la vida en todas sus manifestaciones era profundamente cristiana. La vida era oración. Y como en toda criatura en oración, la vida era rica en todas las manifestaciones posibles de vida (sabiduría, arte) y al mismo tiempo, profundamente humilde, olvidada de sí misma y tan sólo suspirando por Aquel de quien viene todo bien. Ese admirable equilibrio va a romperse cuando el poder temporal deje de servir y no busque sino mandar. Todo desequilibrio es producido por el pecado del espíritu malo – non serviam. La soberbia es el comienzo de todo mal.

Esto acaece de un modo típico al fin de la Edad Media, cuando Felipe el Hermoso vuelve contra la Iglesia la autoridad consagrada por ella. Por la mano sacrílega de Guillermo de Nogaret, Felipe el Hermoso se apodera del Papa, lo mantiene preso y lo ultraja en Anagní. Sentado sobre su trono la tiara en la cabeza, teniendo en las manos las llaves y la cruz, el anciano pontífice en quien se había refugiado la Edad Media, es despreciado por el absolutismo de los monarcas que abre la Edad Moderna.

Esta rebelión inaugura en lo social la gestación de un nuevo espíritu que se va elaborando a medida que el sacerdocio se debilita en su prestigio (Papas del Renacimiento) y que queda como oficialmente formulado y asegurado en la rebelión de Lutero. Lutero, respaldado por los príncipes y en cierto modo prenunciado por el Renacimiento concentra sus golpes sobre el pontífice romano, depositario auténtico de la gracia. Y así queda inaugurada una cultura "absolutista", en que los príncipes no reconocen más derechos que su voluntad; "naturalista", porque el hombre busca la expansión de la naturaleza; "racionalista” porque el hombre con sus medidas propias es buscado en todas las manifestaciones del arte; "clasicista", porque se busca una perfección de equilibrio y orden racionalista.

Un caso concreto de esta cultura, lo hallamos en el siglo de Luis XIV en Francia, donde el absolutismo del monarca cobra una expansión paralela al naturalismo de Buffon y Fontenelle, al moralismo de la Bruyére y La Fontaine, al racionalismo de Descartes, al humanismo de Molière, al clasicismo de Corneille y Racine y al galicanismo de Bossuet. Al mismo, tiempo que es vivido el mundo antropocéntrico, éste va caminando a su disolución y va dejando paso al mundo "animal", es decir, a un mundo en el cual el hombre no ajustará su vida a las exigencias humanas sino a las infrahumanas, a las animales que le solicitan. Y así, por ejemplo, la acción de Descartes termina en el suicidio de la razón por Kant.

¿Por qué esto? Porque sin la gracia sobrenatural no puede el hombre realizar la perfección de su naturaleza y de su razón, como enseña la Iglesia en el Concilio Vaticano. Y así – inevitablemente – el racionalismo no es más que un camino al suplicio de la razón; el absolutismo al suplicio de los monarcas; el naturalismo un camino al suplicio de la naturaleza; el humanismo un camino al suplicio de lo humano. Y así también – inevitablemente – racionalismo termina con el suicidio de la razón en Kant-Nietzche, el absolutismo en el patíbulo con Luis XVI, el naturalismo en el materialismo del siglo XIX, el humanismo con la vida animal del positivista, el clasicismo con el desenfreno de la fantasía del romanticismo. Es decir, que la primera revolución operada por el hombre moderno al suplantar lo sobrenatural, va a terminar en la segunda revolución, que suplantará, a su vez, lo político para inaugurar el primado de lo económico.

La Revolución de Lutero se precipita inevitablemente en la Revolución Francesa. La Revolución Francesa es, en substancia, la suplantación de la nobleza por la burguesía, de la política por la economía, de lo humano por lo infrahumano, de lo racional por lo estúpido, de lo clásico por lo romántico, del absolutismo por la democracia. Y esto por la lógica intrínseca de las revoluciones. Una revolución en el sentido metafísico, es una rebelión de lo inferior contra lo superior para hacer primar lo inferior.

Con la Revolución Francesa comienza un mundo burgués, animal, estúpido y positivista: "animal", porque agotado el "homo naturalis", no puede funcionar el homo animalis. De aquí el materialismo, "estúpido y positivista" porque, agotado el raciocinio o sea la facultad que interpreta y unifica los hechos, que raciocina sobre los hechos, no le queda al hombre más que limitarse a comprobar y ver los hechos y a coleccionarlos, o sea el positivismo.

He dicho que esta segunda revolución abre "la era de la economía". En efecto, el siglo XIX es un siglo esencialmente economista, como lo demuestra la colosal expansión industrial, comercial y financiera que en él se desarrolla. El hecho de que sea economista exige que se debilite la fuerza política y que se doblegue a las exigencias económicas, así como en la era anterior el primado de lo político significó la anulación cultural del sacerdocio. Y así, en efecto, la política pierde su eficacia por la concepción democrática de la soberanía promulgada por Rousseau.

Sería erróneo imaginar que en una cultura economista la función económica logra su objeto propio. Por el contrario, por lo mismo que el acto económico prima, cuando de su esencia es que esté subordinado al político y religioso, la función económica de aquélla debe hallarse invertida. Y así es, en efecto, según lo hemos demostrado en los capítulos del presente libro. La economía economista es inevitablemente invertida; en ella se consume para producir más, se produce para vender más, se vende mas para lucrar más, cuando la recta ordenación económica exige que las finanzas y el comercio estén al servicio de la producción y ésta al servicio del consumo y el consumo al servicio del hombre y el hombre al servicio de Dios.

Una economía así invertida es implacablemente funesta y debe terminar en una tremenda catástrofe económica, en la cual parece nos encontramos. Parece que el momento en que actualmente nos encontramos es el final de la era economista burguesa. Nos hallamos al cabo de una época en la cual se agota la influencia cultural del sacerdocio y reina el ateísmo práctico; se agota la influencia cultural de la política e impera la demagogia; se agota la influencia cultural de la economía burguesa, que va a entregar la primacía al proletariado, y nos hallamos en la bancarrota universal.

Nos hallamos al fin de la segunda revolución y el comienzo de la tercera, que es la revolución comunista, la revolución proletaria, en la que el obrero, colocado en la ínfima condición social, quiere suplantar al burgués, al político, al sacerdote. Quiere suplantar al burgués y repudia la economía burguesa; quiere suplantar al político y repudia los gobiernos de autoridad; quiere suplantar al sacerdocio y erige en sistema al ateísmo. El comunismo impuesto en Rusia y con ansias locas de extenderse a todos los ámbitos de la tierra, señala la última de las revoluciones posibles en un ciclo cultural. Después de él no es posible sino el caos. Precisemos más detenidamente el carácter del comunismo. El comunista es un hombre a quien se le ha quitado su formalidad sobrenatural, su formalidad natural y su formalidad animal.

¿Qué queda de un hombre a quien se le han quitado esas tres formalidades? Queda una cosa, algo que camina a la nada. Y si el comunismo es en realidad, la deificación de la realidad que tiende a la nada. ¿Cuál es la realidad que tiende a la nada? ¿Qué es lo que sigue siendo algo y es nada por su carácter de informe? Es la materia prima. En efecto, Aristóteles define la materia prima diciendo: Dico autem materiam quae secundum se, nec quid nec quantitas, nec aliud aliquid eorum decitur quibus est ens determinatum. La materia prima puede serlo todo, desde tierra a hombre; pero de suyo nada es de eso, nada determinado; es una pura capacidad de recepción.

Ahora bien, en lenguaje tomista podría definirse el comunismo como aquel sistema de vida y de cultura que tiende a la resolución del hombre en materia prima, a algo puramente informe, caótico. De aquí que en todas las manifestaciones de vida, tanto en las instituciones sociales como la familia, la propiedad, la corporación, la patria, cuanto en las actividades artísticas, como en la ciencia misma, el comunismo sea puramente informe y caótico. Para verificarlo, remito al lector a los expositores de la realidad comunista.

La definición del comunismo aquí expuesta coincide con la formulada por el Santo Padre en su carta encíclica, aunque está tomada desde otro punto de vista. En efecto, el Santo Padre define el comunismo por la actitud que adopta ante el problema de Dios, que es el problema capital que se plantea a todo hombre que viene a este mundo. Esa actitud no puede ser sino de insolente repudio, porque lo que se precipita al caos de la materia prima nada puede odiar tanto como la Realidad Subsistente. Y esa actitud de repudio es tan lógica como lo era la actitud de adoración que adoptaba el hombre medieval informado por la gracia sobrenatural; como podía serlo la neutralidad y laicismo, afirmada por el burgués del siglo XIX. ¿Qué más le cabe a un animal, a un estúpido, privado de la razón y de la gracia, que prescindir de Dios, a quien su imbecilidad le impide conocer?

De aquí que sólo en una cultura colocada bajo el signo del proletariado, como es la comunista, sea posible encontrar un "ateísmo organizado y militante", empeñado en una “campaña de ateísmo", como dice S. S. Pío XI. El comunismo actual es, por consiguiente, una regresión cultural muy profunda – es el momento crítico de regresión inmediato a la muerte.

¿Qué fuerzas culturales hay en la escena humana presente? Según la anterior consideración, vemos que, en lo que tiene de propio, es un momento casi último en el proceso regresivo que agita al mundo desde la Reforma hasta aquí. Se pueden indicar los jalones de este proceso:

- Renacimiento
- Reforma protestante
- Racionalismo cartesiano
- Liberalismo rousseauniano
- Capitalismo burgués
- Socialismo
- Comunismo

Son diversas etapas de un idéntico proceso de degradación, que pueden encontrar un símbolo en el proceso de corrupción que se opera en el cuerpo del hombre. Las culturas humanas son como el cuerpo humano. Mientras el cuerpo está informado por el alma inmortal, el cuerpo vive. Pero en el instante en que el alma inmortal abandona el cuerpo, el cuerpo queda sin vida y va caminando con paso seguro hasta su disolución total. En el momento de la muerte, el cuerpo conserva las apariencias de un cuerpo vivo: parece que durmiera. Los tejidos conservan su integridad; pero poco a poco se van disolviendo; la corrupción se anida en sus entrañas, la fetidez cadavérica denuncia este proceso de corrupción y al cabo, no quedará de ese cuerpo más que un montón de polvo.

La Iglesia era esta alma inmortal, subsistente por sí misma, que daba vida a la cultura. En el Renacimiento y en la Reforma Protestante se opera el divorcio de la Iglesia con la cultura. La cultura queda sin el principio de vida, aunque en virtud del impulso vital de este principio, conserva todas las apariencias de vida. La Edad clásica, que ha tenido manifestaciones tan extraordinarias de cultura, Puede compararse a los cultivos "in vitro", que aún viven después de operada la muerte del individuo. Viven a impulsos de la vitalidad que los ha abandonado; en realidad caminan a la muerte. Por esto todo el mundo moderno es un mundo cadavérico, con la particularidad de que ahora, cuando está a punto de disolverse en polvo, se conservan los tipos de los diversos estados de descomposición por los que ha pasado. En efecto, las sectas protestantes perseveran; el racionalismo cartesiano persevera; el liberalismo de Rousseau, el voltairianismo persevera; el capitalismo burgués persevera junto al socialismo y al comunismo, que encarnan las etapas características que corresponden al proceso de descomposición en el momento actual.

Y lo curioso es que estas etapas retardadas se traban en lucha con el socialismo y comunismo como si fuesen enemigos. En realidad son hermanos en diferentes edades: todos los hijos de una misma rebelión marchan a idéntico caos, aunque con paso diferente. Son todas fuerzas de desorden, fuerzas revolucionarias en el sentido auténtico de ta palabra, porque se han puesto en rebelión contra Aquel que es Primero y Principal y que sostiene el orden normal de cultura.

De esta suerte, todas las fuerzas que se pueden escalonar por grados desde el protestantismo al comunismo, forman quizás sin saberlo y sin quererlo, un frente único de revolución que marcha hacia el caos. Frente a estas fuerzas revolucionarias, que gravitan todas hacia Moscú, se encuentra la Iglesia Católica.

La Iglesia, por su esencia, está por encima de la esfera cultural. Su misión es divina: quiere unir a los hombres en Cristo, para unirlos con Dios. Su misión es eterna: por encima del tiempo y del espacio une a los hombres con vínculos divinos. Sin embargo, y en virtud de su esencia supra-cultural, la Iglesia tiene una gran fuerza de vivificación de las culturas humanas. Porque lo temporal en contacto con lo eterno se vivifica como la tierra en contacto con el sol, y, por el contrario, substraído a su influencia, muere. De aquí que la Iglesia haya forjado de los elementos materiales que pudieran sobrevivir del mundo greco-romano y de las razas bárbaras, la más grande cultura que ha dejado su huella sobre la tierra: la cultura formada por la Iglesia. La Iglesia infundió su espíritu en los elementos greco-romanos apartados por los romanos y en los elementos germanos traídos por los bárbaros. Lo maravilloso de la cultura medieval es el espíritu de la Iglesia que en ella sopla. Es el espíritu de Dios. Es el Espíritu Eterno.

Diríamos que la jerarquía que hemos descubierto en la Edad Media no es sino condición para la vida del Espíritu: recordemos la abundante efusión del Espíritu en los escritores místicos (San Bernardo, Hugo de San Víctor, San Buenaventura), en los arquitectos de las catedrales góticas, en los frescos del Giotto y del Angélico, en la divina prudencia de los reyes santos. En esta admirable efusión del Espíritu reside el valor de la Edad Media y no como imaginan los especialistas de la historia, en las instituciones feudales y en el Sacro Romano Imperio. El feudalismo ha sido una realización determinada (una de las posibles) formada por la influencia supra-cultural de la Iglesia. Son posibles otras muchas culturas cristianas más saludables que el feudalismo. La Iglesia, en virtud de su esencia que es santificar lo humano e incorporarlo en Cristo, está impulsada de un movimiento esencialmente jerárquico; quiere orden en las realizaciones humanas; quiere la realización de la verdadera cultura.

Por esto su movimiento es diametralmente opuesto al que agita al mundo moderno. Así como el mundo moderno se halla impulsado por un ímpetu de rebelión, de rompimiento de las jerarquías y de lanzamiento en el caos, así la Iglesia hallase movida por el Espíritu de subordinación, de respeto a las jerarquías esenciales, de integración en el orden.

- La Iglesia gravita a la Unidad; el mundo moderno, al caos, que es carencia de unidad.
- La Iglesia se lanza en Dios que une; el mundo moderno, en el Espíritu, del mal que confunde.

La verdadera oposición entre la Iglesia y el mundo moderno se plantea en el problema fundamental de todo hombre: el problema de Dios. Así como la Iglesia quiere unirse con todas las fuerzas de su alma a Dios, así el mundo moderno quiere, con el mismo ímpetu de sus fuerzas, apartarse de él y borrar su nombre de la faz de la tierra. Por esto la Iglesia Católica es la fuerza más típica de cuantas se oponen a las fuerzas revolucionarias.

Ella encarna el movimiento de reascensión, así corno el comunismo encarna el movimiento de  regresión. De reascensión no hacia las instituciones medioevales, que éstas han pasado para no volver más, como todo lo mudable, sino de reascensión hacia aquel Espíritu Eterno que animó a la Edad Media y que por lo mismo que es eterno no es del pasado ni del futuro.  Quiere la vuelta de la cultura a Dios, que es Primum Principium. Quiere establecer el orden por la primacía de la primera jerarquía, el sacerdocio. Es, sin embargo, justo recordar que los miembros visibles de la Iglesia, no están en condiciones por el momento de realizar plenamente ese movimiento de reascensión. Porque si bien la Iglesia en sí, como esposa de Cristo es "santa e inmaculada, llena de gloria, sin mácula ni arruga", sin embargo, en la vida de los cristianos, se encuentra en un deplorable estado de fealdad. Los católicos se han contagiado de la ponzoña de cinco siglos de apostasía. Los católicos han pactado alianza con el Renacimiento, con el naturalismo clásico, con el espíritu de libre examen protestante, con el liberalismo, con la repugnante burguesía, etc. Los católicos se han mundanizado y la Esposa Inmaculada de Cristo se halla aprisionada y sofocada debajo de la espesa, costra de las ponzoñas modernas.

La Iglesia para recobrar su primacía cultural necesita sufrir en el corazón de los cristianos una purificación profunda que consuma esas ponzoñas y deje libre paso a las efusiones del Espíritu. Esta purificación se está operando en el movimiento de la Acción Católica, que es y que debe ser un movimiento de santificación en Cristo. Su Santidad Pío XI reconoce esta acción del Espíritu Santo cuando en la "Charitate Christi Compulsi" escribe:

"Y es verdaderamente un soplo potente del Espíritu Santo el que pasa ahora sobre toda la tierra atrayendo especialmente las almas juveniles a los más sublimes ideales cristianos, elevándolas a cualquier sacrificio por heroico que sea; un soplo divino, que sacude todas las almas aún a su pesar y les hace sentir una interna inquietud una verdadera sed de Dios, aún a aquellas que no se atreven a confesarlo".

Respecto al trabajo de reascensión a la vida tradicional, puede mencionarse, en cierto modo, al fascismo. El Fascismo, en efecto, propicia la reforma de la economía y de la política según principios en un sentido tradicionales. Hablo del fascismo interpretando la tendencia más profunda de su realización, al respecto, determinada por su impulso al fin. Si hemos de crear a las magistrales exposiciones del profesor Gino Arias, esa tendencia está dentro de lo tradicional.

Es justo declarar que la interpretación del Fascismo expuesta por el profesor Gino Arias rectifica la concepción estatolátrica del Estado que muchos le asignan como esencial. El Fascismo es, de hecho, una organización fuerte de la vida económica en ordenamiento corporativo bajo el control del Estado. La economía se desenvuelve por propio movimiento bajo la regulación política del Estado. Coincidiría esta interpretación con la concepción católica.

Evidentemente que se puede aceptar esa tendencia profunda del fascismo, sin aceptar los medios violentos de que hecha mano. Pero esto implicaría, una divergencia accidental. De hecho hay que reconocer que el fascismo, tanto en su fin como en sus medios es, por ahora, el único movimiento de realización concreta que restaura los principios tradicionales de economía política. Su misma violencia de medios se justifica cuando se abren los ojos a la realidad del momento, que es un momento de violencia. En este sentido, la realidad está por encima de las teorías y de los deseos. Si la violencia no impone el orden, la violencia, impondrá el desorden.

Superado ya el momento liberal que por su sentimentalismo estúpido de burgués no tiene energías ni para el bien ni para el mal (ni frío ni caliente) entramos en la violencia proletaria que está impulsada por una temible realización del mal.

La Iglesia no quiere la violencia material como recurso de gobierno. Que en un determinado momento haya de aceptarse la violencia, porque es el único medio eficaz de contrarrestar males peores como el terror y la anarquía, no depende de los deseos de la Iglesia. La Iglesia, entonces, respetuosa de la realidad, que ella no puede modificar, se limitará a recordar a sus hijos además de las normas eternas de la moral y de la caridad, que la violencia material es inútil y contraproducente, si no va acompañada de la violencia espiritual. Por esto la Iglesia aconseja como medio principalísimo para la restauración del orden social cristiano, no la violencia fascista, sino la "violencia penitencial".

Lo que sí es preciso advertir al fascismo es que, si no quiere resultar ineficaz y funesto, ha de tener presente que, para salvar a la humanidad, no basta con remontarse al hombre político tradicional, sino que también es necesario remontarse francamente al hombre jerárquico colocado bajo el signo de lo tradicional. Es tan absurdo aceptar la primacía de la política, (léase la autoridad social) como someterse a la dictadura de la burguesía o del proletariado. La única primacía legítima y bienhechora es la primacía mansa y humilde de lo sobrenatural, del sacerdocio. Sólo con esta condición puede ser cristianizado el fascismo y puede resultar un excelente colaborador del orden que se elabora en todo caos bajo la acción del Primer Ordenador. Si hemos de creer a las magistrales exposiciones del profesor Gino Arias, el fascismo no rehuye aceptar esta condición. Y en verdad que el movimiento concreto de acción fascista, como se viene desenvolviendo en Italia, ha ido día a día declinando de su concepción panteísta del Estado para reconocer la universal primacía del siervo de los siervos, de Dios que se sienta en la Cátedra de Pedro.

A igual purificación sería indispensable se sometiera el hitIerismo germánico, que debe comprender que la Alemania grande es la Alemania del Imperio Romano Germánico, tan espléndidamente historiada por Janssen. El movimiento nacionalista que despierta entre nosotros ha de tener muy presente, asimismo, las consideraciones formuladas sobre la organización jerárquica del hombre, consideraciones supra-empíricas que deben orientar la violencia para que ésta no sea un vulgar instrumento de defensa de las posiciones burguesas. Es necesario partir de la base de que todas estas posiciones están tan podridas y son tan perniciosas como las posiciones izquierdistas.

Es necesario, entonces, atravesar todo el moho, hasta encontrar al hombre mismo. Hombre que no será hallado mientras no se encuentre a Aquél que, siendo Dios, ha querido ser hombre para que el hombre pudiese ser Dios.

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