Movimiento Cívico-Militar CONDOR

Malvinas

Publicacion

Padre Julio Menvielle

Concepción Católica de la Economía - Parte VI

Edición de los Cursos de Cultura Católica
Impreso por Francisco A. Colombo,
19 de septiembre de 1936

CAPITULO VI ORDEN ECONOMICO - SOCIAL

Hasta aquí hemos estudiado la estructura interna de los diversos valores económicos (la producción de la tierra, la producción industrial con sus elementos de trabajo y capital, las finanzas, el consumo), y hemos esbozado la ordenación jerárquica de todos estos valores en el conjunto de la economía. El consumo, decíamos, debe ser la medida próxima de la economía, es decir, todos los valores económicos deben tender y ordenarse hacia el consumo. Se ha de producir para el consumo; se ha de comerciar para asegurar un más abundante y equitativo consumo; se ha de emplear la moneda y su inversión en capital para el consumo. El consumo, a su vez, se medirá por las exigencias materiales del hombre, según la condición de cada uno; empleando las palabras del Doctor Angélico, diremos que el hombre debe buscar con medida la posesión de las riquezas exteriores en cuanto son necesarias a su vida según su condición social.

En resumen, que la medida de todo es el hombre, así como el hombre está medido por Dios. Dios está en la cúspide de todo el orden humano: porque el hombre ha de alcanzarle en la caridad que culmina en la contemplación de los Santos. Pero para ello ha de ordenar toda la vida de sus operaciones internas por la práctica de las virtudes morales. En el orden de su espíritu, la medida del hombre es el Bien sin medida. Ha de tender a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas. (Mc. XII, 30). En este orden, las perspectivas del progreso son infinitas, porque su espíritu tiende a Dios, que es el Bien Infinito.

Pero Dios que, por un designio de su misericordia, se ha constituido en la medida sin medida del hombre, no destruye el orden humano; al contrario, lo exige como un sustento que pueda soportar las infinitas proyecciones del Bien Divino. La Economía, pues, destinada a servir al hombre, guarda toda su realidad como un humilde instrumento que provee al hombre de su pan material para que esté así en condiciones de comer el pan espiritual. Jerarquía admirable de valores que, al restituir cada realidad a su propia función, protege a las inferiores con el apoyo de las superiores. En cambio, la economía moderna que invierte todos los valores económicos y humanos, haciendo del lucro infinito el objeto propio de la economía y de toda la vida humana, destruye al hombre y a la economía, después de haber lesionado los sagrados derechos de Dios. Creo haberlo demostrado en les capítulos que preceden.

Por esto, es necesario arrancar el lucro de la Economía. Pero como el lucro es un instinto perverso que siempre existirá en el común de los hombres, es necesario al menos no glorificarle, no erigirle en norma de la vida, no hacer, de él el motor mismo del régimen económico. Si existe lucro, que sea como una tendencia viciosa del individuo y no como una tendencia normal exigida por el mismo concepto de economía. Por el contrario, un régimen económico verdaderamente humano debe estar en tal forma estructurado, que teniendo en cuenta los instintos perversos que anidan en el corazón del hombre, los prevenga y., en lo posible, los frene. Los valores de una construcción económica deben ser ejercicios de virtudes y no práctica de vicios. De aquí todo el empeño en demostrar en el presente libro, las condiciones bajo las cuales pueden y deben integrarse en una economía católica (la única verdaderamente económica) la propiedad, el capital, el salario, el uso de la máquina, etc. De aquí igualmente que, al demostrar la perversidad esencial del régimen económico, llamado comúnmente capitalismo, no insistiese tanto en críticas que pueden parecer propias de los hombres del capitalismo, sino en aquellas que revelan una conformación esencialmente viciosa del mismo régimen.

En resumen: que tanto el capitalismo como el socialismo implican un concepto perverso de la economía. Porque el uno como el otro es la erección en sistema del vicio nefasto de la avaricia. Este vicio anidado en ambos sistemas nos va a revelar, en este capítulo, el individualismo o liberalismo del capitalismo; la lucha de clases con la glorificación proletaria del socialismo; de donde resultará, como conclusión, que sólo el régimen corporativo propuesto por la Iglesia puede asegurar una economía exorcizada del lucro y, por ende, verdaderamente humana.

El liberalismo

La avaricia, como todo instinto vicioso, es ególatra. Glorifica una tendencia del individuo; del individuo, digo y no del hombre, para subrayar el aspecto material, es decir exigido por la materia cuantitativa, de todo instinto vicioso. Si es una tendencia del individuo, es material; si material, tiende a la dispersión a la desintegración, al desatamiento de vínculos que unen y protegen. De aquí que el capitalismo sea un régimen de desatamiento, de dispersión, de individuos que se desintegran como átomos y que se entregan a la concurrencia desenfrenada. Por eso la Revolución Francesa, que da como nacimiento oficial al Capitalismo, después de decretar el 3 de octubre de 1789 en la Asamblea Nacional que se podrá "en lo sucesivo prestar dinero a plazo fijo con estipulación de interés", promulga el 17 de junio de 1791 la famosa ley "Le Chapelier", por la cual se suprimen todas las corporaciones y se prohíbe a todos los ciudadanos restablecerlas en el futuro en defensa de sus pretendidos intereses comunes.

"Si violando los principios de la libertad y de la constitución – dice el Art. 3 de dicha ley – los ciudadanos de una misma profesión, arte u oficio, tomasen deliberaciones o hiciesen entre ellos convenios, con el objeto de rehusar de concierto, o no acordar, sino a un precio determinado, el concurso de su industria o de sus trabajos; dichas deliberaciones o convenios son declarados inconstitucionales, como atentatorias a la libertad y a la Declaración de los Derechos del Hombre, y de efecto nulo..."

He aquí pues interdicta en nombre de los Derechos del Hombre, la libertad de asociarse. He aquí el hombre condenado a ser un mero individuo en la dispersión infinita de otros millones de individuos. Todos los individuos, desatados de los vínculos que protegen, se encuentran entregados a la libre concurrencia. La pura libertad (o desatamiento de vínculos), erigida en sistema: libertad de comercio y de cambio; libertad de trabajo para hombres, mujeres y niños; libertad absoluta para contratar las condiciones de trabajo; libertad para poseer en forma ilimitada. Proscripción de toda reglamentación de trabajo en lo que se refiere al salario mínimo, a la duración de la jornada, a las condiciones higiénicas del taller.

Los individuos quedan desarmados entre sí, bajo la vigilancia del Estado, cuya misión se reduce, como la del agente de tráfico, a garantizar la libertad individual. ¿Cuál es la suerte inmediata de este régimen económico? Exactamente la misma de un jardín de animales mansos y feroces, en el que de repente se derribasen los muros que separan unas especies de otras. ¿Qué había de suceder? Que los débiles, presa de las garras de los fuertes, serían eliminados o reducidos a ominosa servidumbre, y en cambio los fuertes ejercerían una franca dominación. Porque, validos los fuertes de su prepotencia, irían despojando paulatinamente a los débiles de sus recursos y aumentando su poder en proporción del debilitamiento de éstos, hasta imponer, en palabras de León XIII (Rerum Novarum), sobre la multitud innumerable de proletarios un yugo que difiere poco del de los esclavos.

Historia del capitalismo en su doble etapa de la libre concurrencia y de la dictadura económica, tan maravillosamente trazada por S. S . Pío XI, en la Restauración del orden social, cuando escribe:

Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino que se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de unos pocos... Esta acumulación de poder y de recursos nota casi originaria de la economía modernísima, es el fruto que naturalmente produjo la libertad infinita de los competidores que sólo dejó supervivientes a los más poderosos, que es a menudo lo mismo que decir, los que luchan más violentamente, los que menos cuidan de su conciencia... la libre concurrencia se ha destrozado a sí misma; la prepotencia económica se ha suplantado al mercado libre; al deseo del lucro ha sucedido la ambición desenfrenada del poder; toda la economía se ha hecho extremadamente dura cruel, implacable. El liberalismo económico es esencialmente un despotismo burgués del mismo modo que la franca libertad en un jardín de animales es la dominación del tigre. La Revolución Francesa, con el pretexto de los derechos del hombre, ha promulgado la dominación del individuo-burgués, del hombre-estómago, quien desde ese día ha esclavizado los valores espirituales con la sujeción de la Iglesia al Estado, los valores intelectuales con la servidumbre de la inteligencia a la técnica, los valores morales con la laicización de la vida, los valores políticos con el mito estúpido de la soberanía popular y los valores económicos con la dura esclavitud obrera.

El socialismo

La dictadura burguesa que estamos soportando, ¿hasta cuándo se prolongará? No es fácil precisarlo. Pero parece está próxima la hora en que haga lugar a su hermanastro despótico, el socialismo, quien arde en envidiosas ansias de suplantarla.

El socialismo, en efecto, no es más que el mismo vicio de la avaricia proyectado en el corazón del que no tiene nada, así como el liberalismo es la avaricia en el corazón del que tiene. Es la glorificación o sistematización de la envidia de la riqueza. Es una tristeza, como dice Santo Tomás (II-II, q. 36, a. 2), a causa de los bienes en que abunda el burgués. Por esto la sociedad económica actual se descompone en liberales y socialistas, o sea en la avaricia de los que poseen y en la avaricia de los que no poseen. De aquí que el socialismo haya de contemplarse en un doble estadio: en el estadio de ascensión (preferentemente, democracia social o socialismo parlamentario), en su lucha por apoderarse de las trincheras burguesas con su decantado programa de las reivindicaciones obreras y en el estado de llegada, con la realización del paraíso proletario (comunismo soviético).

En el primer estadio se muestra locuaz, halagador, oportunista. Es un terrible enemigo de la concepción burguesa de la vida. Es el corifeo indomable de los derechos conculcados del obrero. Esto en líneas generales. Porque si un socialista, aun en este estadio, se le brinda una decorosa ascensión a la sociedad burguesa... todas sus fobias desaparecen como por encanto.

En el segundo estadio, cuando se ha logrado una definitiva dominación socialista con el aplastamiento de la burguesía, el socialismo es un super-capitalismo que ha cambiado de amo. Porque, descastada la burguesía, se la substituye por una oligarquía compuesta en parte de profesionales y en parte de proletarios, y la sociedad económica sigue en lo esencial con la misma configuración que poseía en el liberalismo económico. Los antiguos trazos del capitalismo, débilmente delineados por la lógica del liberalismo económico, son ahora subrayados y erigidos en ley por el socialismo. Si en el capitalismo aparece la sociedad humana dividida en dos grandes clases, de las cuales una en la miseria trabaja en beneficio de la otra que tiene las riquezas acumuladas, en el socialismo o comunismo aparece idéntica división: por una parte, el Estado en manos de unos pocos, único capitalista que usurpa el 70 por ciento del jornal obrero, según acaece actualmente en Rusia; y por otra parte una inmensa multitud famélica, condenada a servidumbre por decreto de Ley.

La lucha de clases pertenece a la esencia del liberalismo económico y del socialismo. Porque como uno y otro están amasados en la avaricia, y la avaricia acumula para sí con detrimento de los demás o envidia lo que otros poseen con deseos de despojárselo, uno y otro implican una lucha eterna entre los poseedores. Lucha de clases, existente en el liberalismo por la lógica, de la libre concurrencia, y en el socialismo como imposición del programa proletario.

Doctrina católica sobre la persona humana

Sólo el catolicismo, que posee una doctrina recibida de Dios, puede trascender este dominio de los instintos viciosos que dividen unos hombres contra otros y comprender que, no obstante las envolturas y apariencias que diversifican a los hombres, todos son igualmente personas humanas, regenerados por la sangre de Cristo y destinados a ver la Divina Substancia. Ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni libre; ni tampoco de hombre ni mujer; porque todos sois una cosa en Jesucristo, decía el Apóstol San Pablo. Por otra parte, si la Substancia Divina es la riqueza reservada a todo hombre, no es necesario andar afanoso pensando qué comeremos ni qué beberemos ni cómo nos vestiremos (Mt. VI, 25-34).

La preocupación económica ocupa un lugar muy secundario entre las preocupaciones humanas. La riqueza de este mundo no es más valiosa que la pobreza; al contrario, la pobreza ha sido declarada bienaventurada por Aquel que la santificó y exaltó en su desnudez del pesebre y del Calvario, mientras que la riqueza ha sido llamada inícua (Luc. XVI, 9). El rico, si no quiere oír la maldición de Jesucristo que dijo:

Ay de vosotros los ricos... más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que vosotros entréis en el reino de los cielos..., si no quiere oír esta maldición, tiene que despegar su corazón de la posesión de la riqueza y emplear las que Dios les concedió en el servicio humilde de los pobres. La única riqueza del cristiano es la Pobreza de Jesucristo. Por esto, los primeros convertidos a la Fe, los creyentes, vivían unidos entre sí, y nada tenían que no fuese común para todos ellos; vendían sus posesiones y demás bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno (Hechos de los Apóstoles II, 44).

Es necesario deducir de aquí, no la estúpida y utópica implantación de un régimen comunista, sino que, después de la manifestación de Jesucristo al mundo, hay una sola cosa necesaria (Luc. X. 42), delante de la cual no tienen importancia ni la pobreza ni la riqueza, de suerte que tanto es perversa y necia la avaricia del rico que acumula con detrimento del pobre como la avaricia del pobre que arde en deseos de apoderarse de los bienes del rico.

Estad alerta – decía Cristo (Luc. X, 15) – y guardaos de toda avaricia; que no depende la vida del hombre de la abundancia de bienes que él posee.

Es necesario comprender, sobre todo, que la diversidad de condición natural social y de fortunas es cosa enteramente secundaria delante de la dignidad de la persona humana llamada a participar de la Visión Divina.

Necesidad de funciones sociales

Pero, sin embargo, esta diversidad de condición, natural, social y de fortunas es necesaria y conveniente; y por ende querida por Dios. Porque ha puesto en los hombres – dice León XIII – la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud, ni las fuerzas; y a la necesaria desigualdad de estas cosas síguese espontáneamente desigualdad en la fortuna. La cual es claramente conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesita para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar estos oficios diversos principalísimamente mueve a los hombres es la diversidad de la fortuna de cada uno... Hay en la cuestión que tratamos – prosigue León XIII – un mal capital y es el figurarse y pensar que son unas clases de la sociedad por su naturaleza enemigas de otras, como si a los ricos y a los obreros los hubiera hecho la naturaleza para estar peleando los unos contra los otros en perpetua guerra.

Lo cual es tan opuesto a la razón y a la verdad, que, por el contrario es certísimo que, así como en el cuerpo se unen miembros entre sí diversos, y de su unión resulta esa disposición de todo el ser, que bien, podríamos llamar simetría, así en la sociedad civil ha ordenado la naturaleza que aquellas dos clases se junten concordes entre sí y se adapten la una a la otra de modo que se equilibren.

Recordemos que la naturaleza exige diversidad de distintos órdenes jerarquizados según la dignidad de las funciones: orden sacerdotal, que cuida de los intereses espirituales; orden político, que se reserva al destino terrestre de las sociedades humanas; orden militar o guerrero, que se pone al servicio de la colectividad terrestre para defenderla contra los posibles trastornos exteriores; orden intelectual y artístico, que pone al servicio de la colectividad humana las inmensas riquezas intelectuales; orden económico, que procura, en beneficio social, lo necesario para el bienestar humano. Y en este mismo orden económico ha de haber diversidad de funciones según la diversidad de dominios, como la producción de la tierra y de la industria, el comercio y las finanzas; y dentro de cada dominio, una función distinta para el patrón y el obrero, para el amo y el siervo, para el director y el empleado.

Para entender la concepción católica de la vida social y económica es necesario admitir todas las diversas funciones desde la más ínfima hasta la más elevada y admitir la subordinación jerárquica de unas a otras. El orden sacerdotal es superior al orden político, y el político superior al económico. Pero los tres igualmente necesarios, así como es necesario para la justa existencia de los tres su subordinación jerárquica. Si el orden político suplanta al sacerdotal, queda debilitado y expuesto a ser suplantado por el económico. Así, el poder real que se rebeló contra el sacerdocio, cuando Felipe el Hermoso se alzó contra Bonifacio VIII en el siglo XII, fue reducido a servidumbre por el poder económico con la Revolución Francesa. Y el poder económico va a ser ahora destruido por la revolución proletaria.

La sindicación obrera

Cuanto diré es doctrina común de la Iglesia, enseñada especialmente en la Rerum Novarum de

León XIII y en la Quadragésimo anno de S. S. Pío XI. Ante todo, recordemos contra el liberalismo y el socialismo el sagrado derecho y obligación que compete a todo hombre, aún independientemente del Estado, de construir asociaciones con las cuales defienda sus legítimos intereses. El derecho de formar tales sociedades privadas – dice León XIII – es derecho natural al hombre y la sociedad civil ha sido instituida para defender, no para aniquilar, el derecho natural.

Además, el hombre no debe encontrarse desarmado frente a otro hombre como pretende el liberalismo, ni frente al Estado como quiere el socialismo, porque en uno y otro caso la servidumbre es forzosa. Es necesario pues, restaurar, adoptándolas a las necesidades del tiempo presente (León XIII en la Rerum Novarum), aquella exuberante vida social, que en otros tiempos se desarrolló en las corporaciones a gremios de todas las clases. (Pío XI).

Podemos reducir a tres los grupos económico-sociales que se deben instaurar en una economía para alcanzar en las actuales condiciones materiales (digo materia en contraposición a la forma, según expuse en el primer capítulo) un ordenamiento cristiano de la vida económica: los sindicatos propiamente dichos, la organización de las profesiones, la organización interprofesional.

Los sindicatos se forman libremente dentro de la profesión organizada que armoniza los derechos del patrón y del obrero. Los sindicatos serán pues sindicatos de los obreros y sindicatos de patrones. Evidentemente que los que sobre todo representan un interés especial son los sindicatos de obreros, porque el obrero (lo mismo dígase del empleado) se encuentra en condiciones de inferioridad frente al patrón; necesita por tanto valerse de la unión con sus compañeros de trabajo para hacer respetar sus derechos. Sin embargo, también es necesario el sindicato patronal, ya como condición previa a la organización de las profesiones, ya sobre todo para uniformar en todos los establecimientos de una misma industria el tratamiento debido a los obreros. En la práctica, los sindicatos patronales cristianos son de más difícil realización que los sindicatos obreros.

La Iglesia urge mucho actualmente a sacerdotes y laicos para que apuren, sobre todo, la creación de sindicatos obreros abiertamente cristianos. Sindicatos que aseguren eficazmente los derechos de los obreros de una misma profesión o industria, en lo que se refiere al salario, a la duración y condiciones de trabajo, al desarrollo de la enseñanza profesional, a la reglamentación del aprendizaje, a los seguros contra la desocupación y accidentes de trabajo, a la eficacia de las huelgas legítimas etc.

Conocidísima es hoy la sentencia de la Sagrada Congregación del Concilio, pronunciada el 25 de Junio de 1929 y dirigida al Obispo de Lila, en la cual resuelve dicha Congregación un conflicto surgido entre industriales y obreros de aquella región, al mismo tiempo que establece la doctrina de la Iglesia sobre la sindicación obrera.

I. "La Iglesia –dice la Sentencia – reconoce y afirma el derecho de los patronos y de los obreros a constituir asociaciones sindicales, ya separadas ya mixtas y ve en ellas un medio eficaz para la solución de la cuestión social".
II. "La Iglesia, en las actuales circunstancias, estima moralmente necesarias la constitución de tales asociaciones sindicales".
III. "La Iglesia exhorta a la constitución de tales asociaciones sindicales".
IV. “La Iglesia quiere que las asociaciones sindicales se establezcan y rijan según los principios de la Fe y de la Moral cristina".
V. "La Iglesia quiere que las asociaciones sindicales sean instrumentos de concordia y de paz, y a este fin sugiere la constitución de Comisiones Mixtas como medio de unión entre ellas”.
VI. “La Iglesia quiere que las asociaciones sindicales suscitadas por católicos para católicos se constituyan entre católicos, sin desconocer con todo que necesidades particulares puedan obligar a proceder de otro modo".
VII. “La Iglesia recomienda la unión de los católicos para un trabajo común con los vínculos de la caridad cristiana." No es posible significar con más energía la voluntad de la Iglesia, que quiere, como cosa urgente, la sindicación católica. No nos debe admirar esta voluntad imperiosa.

La Iglesia es Madre, y está seriamente preocupada por la suerte de millones y millones de sus hijos, obreros que se vuelcan en el socialismo, comunismo y sindicalismo, con el peligro evidente de sus almas bautizadas, porque creen encontrar allí la defensa de sus legítimos derechos obreros. Es por tanto necesario propulsar la sindicación obrera católica para asegurar el bienestar espiritual y material del obrero. La responsabilidad que incumbe a los sacerdotes y laicos católicos es muy grave. Permanecer indiferentes a la perdición de tantas almas predilectas del Señor, que se pierden por la incuria de los católicos, es un grave pecado de omisión. Si en los tiempos de fe cristiana, los católicos movidos por la caridad se dedicaban al rescate de los cautivos, hoy es necesario hacer exactamente lo mismo. La esclavitud del obrero, ya por la opresión burguesa, ya por la opresión proletaria, es evidente. Hay pues que redimirlo. Lo exige la caridad y la justicia social. En las naciones cristianas de Europa, se trabaja con bastante fruto en esta cruzada de dignificación obrera. La Internacional sindical cristiana cuenta con un contingente no despreciable de 3. 000. 000 de adherentes.

Entre nosotros no se ha hecho casi nada. Sin embargo es algo gravemente exigido por la caridad y la justicia social, como enseñan los Sumos Pontífices. Además, cuanto se haga por la educación cristiana del obrero es casi enteramente inútil, mientras no se le asegure un ambiente cristiano de agrupación gremial.

Régimen corporativo

Por otra parte la Iglesia recomienda vivamente la formación de sindicatos como un paso hacia la reorganización definitiva de la sociedad cristiana, que habrá de verificarse con la organización legal de las profesiones, o para expresarme en el lenguaje clásico de los católicos sociales de Francia, con el régimen corporativo.

"El régimen corporativo – según la definición de la Unión de Friburgo – es el modo de organización social que tiene por base la agrupación de los hombres según la comunidad de sus intereses naturales y de su función social, y por coronamiento necesario la representación pública y distinta de estos diferentes organismos".

Pío XI proclama la necesidad de que resurja esa organización de vida profesional: Por el vicio que hemos llamado individualismo van llegando las cosas a tal punto que, abatida y casi extinguida aquella exuberante vida social que en otros tiempos se desarrolló en las corporaciones o gremios de todas clases, han quedado casi solos, frente a frente, los particulares y el Estado, con no pequeño detrimento para el mismo Estado; pues deformado el régimen social, recayendo sobre el Estado todas las cargas que antes sostenían las antiguas corporaciones, se ve él oprimido por una infinidad de negocios y obligaciones.

Organización profesional

Impuesta, pues, la formación de grupos sindicales distintos e independientes entre sí (sindicatos de obreros y sindicatos de patrones en una misma industria o profesión), agrúpanse éstos en el cuerpo profesional. Un comité mixto, compuesto en número igual de delegados de los dos grupos (patronos y obreros), ejercerá, con reconocimiento legal, el gobierno de la profesión. Determinará las condiciones generales de trabajo obligatorias para todos los miembros de la profesión, sean empresarios, empleados u obreros; controlará su cumplimiento por medio de inspectores especialmente designados; juzgará en casos de infracción; prevendrá los conflictos entre patronos y obreros; y administrará los bienes corporativos.

La constitución de estos cuerpos profesionales, como organismos sociales, aunque investidos de autoridad por el reconocimiento legal, está exigida por la doctrina social de la Iglesia que expone Pío XI en la Quadragesimo Anno. Después de exponer que en vuestros días, según están las cosas, sobre el mercado del trabajo la oferta y la demanda separan a los hombres en dos clases, como en dos ejércitos, y la disputa de ambos transforma tal mercado como en un campo de batalla, donde uno frente de otro luchan cruelmente, prosigue:

Como todos ven, a tan gravísimo mal, que precipita a la sociedad humana hacia la ruina, urge poner cuanto antes un remedio. Pues bien perfecta curación no se obtendrá, sino cuando, quitada de en medio esa lucha, se formen miembros del cuerpo social, bien organizados; es decir, órdenes o profesiones en que se unan los hombres, no según el cargo que tienen en el mercado del trabajo, sino según las diversas funciones sociales que cada uno ejercita. Como siguiendo el impulso natural, los que están juntos en un lugar forman una ciudad, así los que se ocupan en una misma industria o profesión, sea económica, sea de otra especie, forman asociaciones o cuerpos, hasta el punto que muchos consideran estas agrupaciones que gozan de su propio derecho, sino esenciales a la sociedad, al menos connaturales a ella.

Organización interprofesional

Una vez organizadas las distintas profesiones será necesario organizarlas a todas, en conjunto, según la jerarquía de sus respectivos fines dentro del carácter nacional de la producción. Es esto la organización interprofesional de que habla igualmente Pío XI. Para ello, se constituirá un órgano directivo de toda la economía nacional, integrado por delegados de las diferentes profesiones organizadas (patronos, técnicos, empleados, obreros), en todos los dominios de la producción agrícola, ganadera, industrial, comercio y finanzas, para que se establezca en esta forma un verdadero organismo económico-social al cual puedan aplicarse – dice el Papa – las palabras del Apóstol acerca del Cuerpo místico de Cristo: todo el cuerpo trabado y unido recibe por todos los vasos y conductos de comunicación según la medida correspondiente a cada miembro, el aumento propio del cuerpo para su perfección mediante la caridad.

La actividad económica, cuyo ordenamiento esencial hemos delineado en los capítulos precedentes, logrará así un ordenamiento efectivo. El consumo será la gran ley de la economía. La producción de la tierra recobrará su función primera con una fisonomía tipo rural y doméstica; seguirá la producción industrial, donde además de la gran empresa tendrá un impulso poderoso el artesanado rehabilitado; vendrán luego las profesiones comerciales y los organismos estables de financiación de la producción; estos organismos no ya sobre la base del préstamo a interés, que será resueltamente desterrado, sino sobre la base de capitales que se arriesgarán en la producción, con las ventajas y desventajas consiguientes.

En esta forma, el régimen económico así realizado no será el capitalismo vaciado en las corporaciones (utopía que muchos inconscientemente pretenden) sino un ordenamiento económico nuevo, del cual en verdad la avaricia haya sido desterrada; y que si los hombres proceden por avaricia, no sea en virtud del régimen económico, sino en cierto modo como contrariados por él. Pero para la eficacia y estabilidad de un tal régimen no conviene de ninguna manera que los individuos se sientan coartados o violentados. Un alma debe vivificar este cuerpo. La idea de que todos formamos un cuerpo con un interés común debe penetrar en la conciencia de todos como impulso de la vida económica. La vida no es lucha de una clase contra otra, como han supuesto el liberalismo y el socialismo, sino colaboración. Colaboración dentro de una empresa, para un mejor y más equitativo rendimiento; colaboración dentro de una misma profesión, para evitar una competencia desleal o funesta; colaboración interprofesional, para realizar la grandeza de una útil producción nacional.

Colaboración también en el orden internacional, porque si las naciones dependen en gran manera unas de otras, y mutuamente se necesitan (Pío XI), han de estrecharse para una feliz armonización de intereses.

El estado y el régimen corporativo

Asegurados así los derechos de todos los particulares por la agremiación sindical, profesional e interprofesional, asegurados igualmente los intereses económicos del país al mismo tiempo que sus otros intereses culturales, intelectuales, etc., en la jerarquía de sus respectivos fines, es posible determinar la función propia del Estado. El Estado es gerente del bien común. Tiene por tanto que dirigir, vigilar, urgir, castigar, según los casos y la necesidad lo exijan, (Pío XI) a todo el organismo socia!. Pero no debe substituirse a la actividad del organismo. No debe absorberla sino protegerla, teniendo bien entendido, como dice Pío XI, que cuanto más vigorosamente reine el orden jerárquico entre las diversas asociaciones, quedando en pie este principio de la función supletoria del Estado tanto más firme será la autoridad y el poder social y tanto más próspera y feliz la condición del Estado.

La actividad económica no se confunde con la actividad política. La autoridad política dirige eficazmente las fuerzas sociales preexistentes, y entre ellas las económicas, orientándolas al bien común. Presupone entonces la existencia de actividades sociales que tienen una constitución y movimiento propio. La actividad económica organizada en el régimen corporativo queda entonces fuera del Estado, aunque bajo su regulación política.

El carácter puramente social, en contraposición a estatual, de las corporaciones hay que destacarlo resueltamente. Las corporaciones deben poseer vida propia y no prestada de ningún poder superior. En este sentido, hay que reconocer que las experiencias de Corporatismo realizadas por Italia, Austria, Portugal y Alemania no han logrado todavía valor propio. Mientras no puedan dar garantía de sobre-vivencia a una crisis siempre posible del Estado, no pueden considerarse arraigadas. Resultan creaciones artificiales.

Instauración del régimen corporativo

No implica esto del conocer los esfuerzos de estas naciones por enderezar la economía en la única senda legítima. Pero tampoco nos ilusionemos fácilmente por el despuntar de estas experiencias así como no debiéramos desalentarnos si fracasaran. La dificultad grande es resolver cómo sería factible la instauración de un régimen corporativo.

  ¿Debe instaurarlo desde arriba el Estado, como una cosa hecha, o mas bien debe ser preparado desde abajo, como una exigencia de la misma vida económica que de por sí lo reclame?

Son indispensables la acción de arriba que establece y la de abajo que prepara. Porque si todo viene de arriba, será una creación artificial sin raíces, y si se espera que surja de abajo, en vano se aguarda que rompa el ambiente saturado de avaricia, que por definición es contrario a la colaboración propia del Régimen Corporativo.

El Estado debe imponerlo; pero antes debe sentirse la exigencia de su imposición en la conciencia de las masas. Quizás esta exigencia se hará sentir de un modo realmente perceptible en las conciencias de las masas económicas hoy embotadas, cuando sea más álgido el punto del caos y se hayan agotado las pretendidas soluciones no experimentadas: que surja entonces un mentor de pueblos que la Providencia envía en los momentos más desesperados, y el Régimen Corporativo quedará arraigado para salud y bienestar económico de los pueblos.

La colaboración económica internacional

Sólo una vez asegurada la economía y la vida nacional, por un funcionamiento vital autónomo bajo la enérgica protección del Estado, se deberá pensar en la ordenación de la actividad económica internacional. La organización internacional de la economía no sólo atenuará los peligros de la concurrencia sino que dividirá el trabajo y coordinará las actividades en atención a las posibilidades económicas de cada pueblo. De aquí que diga Pío XI: Convendría que varias naciones, unidas en sus estudios y trabajos, puesto que económicamente dependen en gran manera unas de otras y mutuamente se necesitan, promovieran con sabios tratados e instituciones una feliz cooperación.

He debido bosquejar en grandes y rápidas líneas la configuración del edificio económico de acuerdo con la doctrina de la Iglesia. Después de esta exposición cabe preguntar: ¿hasta dónde es posible la realización de este bosquejo? ¿cuál es la suerte de esta economía desenfrenada que estamos padeciendo? Otros tantos interrogantes que exigirían una larga y minuciosa respuesta. Sin embargo, desde el punto de vista metafísico, teológico, desde el que nos hemos situado para juzgar los fenómenos económicos y determinar su justa y benéfica conformación, nos será relativamente fácil concretar una respuesta.

En efecto; si observamos bien el ritmo actual de la vida y en especial el de la economía, vemos que todo se reduce a "inversión de valores", a "expansión fortuita de ciertas individualidades", a "un ansia loca de correr, de aceleración", a "una dominación espantosa de lucio, de avaricia". En realidad son diversos aspectos de un mismo fenómeno. Porque la avaricia, que es infinita, provoca la aceleración, y ésta, la expansión de ciertas individualidades sobre otras; y todo ello, una evidente inversión de valores, de suerte que lo que debía dominar y mantener el equilibrio de las realidades inferiores está aplastada bajo la anarquía de estas mismas.

La Iglesia no tiene ni puede tener por el momento la más ínfima probabilidad, no digo de imponer, sino de hacer entender (aún a la mayoría de sus hijos católicos) cuáles son las exigencias de una vida y de una economía cristiana, y humana. ¿Por qué? Porque mientras subsista el ritmo de la vida que acabo de indicar, la Iglesia que es la misma Realidad Espiritual, que importa por tanto la cúspide de todos los valores realizables aquí en el plan terrestre, la que los mantiene a todos en su justo equilibrio, debe estar aplastada, sofocada bajo la anarquía de todas las otras realidades levantadas en rebelión.

Y esta anarquía ¿hasta cuándo se mantendrá? Hasta que alcance su punto de culminación. Como lo he repetido muchas veces y lo repetiré una vez más el mundo está en un proceso de degradación hace más de 400 años. Todo ese proceso de descomposición, señalado por Lutero, Descartes y Rousseau, como por sus más visibles mojones, se recoge en la Revolución Francesa que es la revolución por excelencia: la Revolución contra Dios, contra su Cristo y contra la Iglesia. Pero la Revolución Francesa no es la última sino que es el nacimiento de un mundo nuevo, en el cual se proclaman los derechos del Hombre en contraposición a los derechos de Dios. Este mundo nuevo es esencialmente económico, porque, o se sirve a, Dios, o se sirve a Mammon, que es el ídolo de la Riqueza. El mundo de la Revolución Francesa no ha querido servir a Dios; tiene, pues, que adorar a Mammon.

Pero, en el mundo económico están el patrón y el obrero, el burgués y el proletario, el liberalismo y el socialismo. El patrón, el burgués y el liberalismo han dominado ya, y ahora – precisamente cuando creía haber alcanzado el cénit de su carrera – se sienten debilitados, desorientados, mientras que su irreconciliable hermanastro, el socialismo, se siente fuerte y ambicioso para dominar: la Revolución proletaria me parece inminente en todo el mundo. Estos 10 o 20 años próximos estarán llenos de terribles sorpresas.

El hombre, desesperado, se hartará de la sangre de su hermano. La humanidad, glorificada por la Revolución Francesa, apurará los últimos restos de barbarie; será algo mucho más espantoso que la caída de los bárbaros sobre el Imperio Romano. ¿Y la Iglesia? La Iglesia tendrá que devolver el sentido de la vida a esta humanidad desesperada, educando cristianamente a estos nuevos bárbaros.

Compartir
logo condor

El Movimiento Cívico Militar Cóndor es un conjunto de hombres y mujeres que tienen por objetivo difundir el Pensamiento Nacional, realizar estudios Geopolíticos, Estratégicos y promover los valores de la Argentinidad.

Redes Sociales
Siganos en las siguientes Redes Sociales