Movimiento Cívico-Militar CONDOR

Malvinas

Publicacion

Padre Julio Menvielle

Concepción Católica de la Economía - Parte V

Edición de los Cursos de Cultura Católica
Impreso por Francisco A. Colombo,
19 de septiembre de 1936

CAPITULO IV LAS FINANZAS - CONTINUACION

La usura, las finanzas y los judíos

¡Qué admirable sabiduría la de la Iglesia que condenó siempre el préstamo a interés! ¡Qué admirable Santo Tomás que expresó esta sabiduría de la Iglesia! El hecho es que mientras los pueblos cristianos se conservaron fieles a la doctrina de la Iglesia, vivieron en un relativo bienestar humano y alcanzaron una grandeza espiritual de las que dan testimonio las obras que perduran de la Edad Media. En cualquier forma, los pueblos no eran esclavos de la dominación judía. Pero, con la codicia, entró la usura, y en la usura, las finanzas. Y con las finanzas y la usura debía introducirse la dominación judía (ver nota 6 al final del libro).

No hay que olvidar que el mundo no marcha a la inconsciencia regido por fuerzas ciegas. Los pueblos tienen el destino que les ha impuesto Dios en sus designios inescrutables. El pueblo judío tiene una vocación manifiestamente revelada. Solamente al pueblo judío le fue dicho en la persona de Abrahán (Génesis XII, 1 – 3):

Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre y ven a la tierra que te mostraré. Y yo te haré cabeza de una nación grande, y bendecirte he, y ensalzaré tu nombre, y tú serás bendito. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que maldigan y en tí sean benditas todas las naciones.

Todas las naciones, pues, los pueblos gentiles, han sido bendecidos y en el pueblo judío porque la Salud debe venir de los judíos (Jn. IV, 22), y así, el Apóstol San Pablo en la carta a los Romanos, (cap. X y XI), enseña que los pueblos gentiles fueron injertados en el tronco judío. Cristo y los Apóstoles, verdaderos israelitas, fueron ese tronco del cual fué arrancado parte del pueblo judío por incredulidad y en el cual fueron injertados los pueblos gentiles.

La primacía espiritual corresponde entonces al judío. Los gentiles participan de esta primacía, adhiriéndose al judío fiel, al verus israelita que es heredero en Isaac de las promesas hechas a Abrahán.

Una primacía carnal, una primacía en el reino de Mammon, en la adoración del becerro de oro,

corresponde también al judío infiel, simbolizado en Ismael, el hijo de la esclava. Y así Dios, respondiendo a los deseos de Abrahán (Gen. XVII, 2), le otorga una bendición sobre Ismael:

"he aquí que lo bendeciré y le daré una descendencia muy grande y muy numerosa: será padre de doce caudillos y le haré jefe de una nación grande.

Los Judíos fieles tienen la primacía espiritual; los judíos carnales, simbolizan en Ismael y en Esaú (Gen. XXVII, 39), tienen una primacía carnal, en el dominio de las riquezas. Por esto, Esaú recibe la bendición de su Padre Isaac: En la grosura de la tierra y en el rocío que cae del cielo. Por esto los judíos carnales se fabricaron un dios de oro (En. XXXII), y Moisés en castigo arrebatando el becerro de oro, le arrojó al fuego y redújolo a polvo, los cuales esparció sobre las aguas y se los dio a beber a los hijos de Israel. (Gen XXXII, 20).

Pero lo cierto es que el pueblo judío recibe, en las dos corrientes que le atraviesan durante su sempiterna historia, ambas primacías, la espiritual y la carnal. Los gentiles heredan su primacía espiritual siendo injertados en el tronco judío. Mientras los gentiles permanecen fieles a Cristo, nada tienen que temer de la primacía carnal judía. Pero si ellos también quieren independizarse de Dios, para entregarse al servicio de Mammon, del becerro de oro, podrán disfrutar de estos goces carnales, pero como esclavos de los judíos. El oro siempre será propiedad de los judíos, porque ellos lo han bebido en las aguas.

He aquí el destino teológico de la Economía Moderna, regida por los judíos. La Economía moderna es la inmersión total del hombre en la preocupación de lo económico, contradiciendo abiertamente a la enseñanza evangélica:

Nadie puede servir a dos señores, a Dios y a Mammon. No andéis afanosos buscando cómo comer o cómo vestir. No amontonéis riquezas. Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura. (Luc. XII, 22-31).

Cuando  los pueblos cristianos han olvidado el primado del reino de Dios, cayeron bajo la dominación judía. Y así, a medida que los pueblos cristianos reniegan de la amorosa dominación de la Iglesia (el reino de Dios), van cayendo bajo la dominación del judío carnal. Y como éste judío es igual a finanzas, a usura, el cristiano que renegó de Cristo va quedando bajo la dominación usuraria del judío. Los pueblos cristianos han heredado su verdadera grandeza permaneciendo fieles a Jesucristo, que es Aquel en quien serán benditas todas las naciones. Mientras permanezcan adheridos a El, tienen que temer de las potestades de la carne, de los servidores de Mammon. Porque todo le es dado a aquel que busca primero el reino de Dios.

Pero cuando los pueblos cristianos quisieron independizarse de la Iglesia, Reino de Dios, aventurándose en los dominios del pecado, asociaron la grandeza carnal de los Servidores de Mammon, pero se convirtieron en esclavos. En esclavos de Mammon y en esclavos de los judíos. En esclavos de los judíos que obtuvieron la primacía en el reino de Mammon, y de cuyos secretos estaban interiorizados. A los judíos les fué dicho por Dios (Deut. 28.12): Abrirá el Señor sus tesoros riquísimos a saber, el cielo para dar las lluvias a tu tierra en sus tiempos y echará la bendición sobre todas las obras de tus manos. De suerte que tú prestarás a muchas gentes, y de nadie tomarás prestado. Comenta Santo Tomás: (II-II, q. 78, a. 1, ad 2)

Prométese pues a los judíos en recompensa la abundancia de las riquezas, por la que resultan el que puedan prestar a otros. Por tanto si los pueblos gentiles, abandonando a Dios, prefieren conocer las maravillas de la riqueza, tendrán que aprenderlas en la escuela de los judíos, quienes por voluntad divina son depositarios de esta riqueza.

De aquí que haya una necesidad teológica de que los judíos tengan la primacía en un Régimen Económico que es la inmersión total de' hombre en las preocupaciones inferiores de lo material. No hay capitalismo sin los judíos, dice Werner Sombart, (Les Juifs dans la vie économique), confirmando sin quererlo la exigencia teológica de que, en la actual providencia de cosas, no es posible un orden de la vida regida por la preocupación económica, en que los judíos no sean los reyes. Demostración nueva de que

"no hay otro nombre en el cual nos podamos salvar, en el cual podamos lograr aun un discreto bienestar humano, sino en el nombre de Jesús, que murió por el judío y por el gentil, para hacerles participar a ambos de la Caridad de Dios".

CAPITULO V EL CONSUMO

Hemos visto en el precedente capítulo la suerte de una economía entregada al dinero como a su último fin. Siendo éste, de suyo, infinito, ilimitado, como observaron Aristóteles y Santo Tomás, debía imprimir un movimiento de aceleración infinita a toda la vida económica. Así acaeció, en efecto. El ansia insaciable de lucrar, no sólo desatada sino glorificada en el régimen económico moderno, estimuló el comercio del dinero con dinero para producir más dinero. Las Finanzas, con su motor, el préstamo a interés, coronaron toda la vida económica.

En una economía colocada bajo el signo del lucro, detrás de las Finanzas debía seguir, corriendo vertiginosamente, el comercio de mercaderías, porque en él, sin una actividad directamente productora, se acrecienta rápidamente el dinero. Y así, la vida comercial y mercantil, con la furia desbocada del transporte marítimo, fluvial y carretero, agitó la humanidad hasta entonces relativamente pacífica, haciendo de ella un inmenso mercado. Detrás del comercio debía venir, también en carrera vertiginosa, para responder a la incesante demanda del mercado, la producción. Primero la producción industrial, porque se ejerce en el dominio de lo artificial y por ende de lo ilimitado; y en segundo lugar, la natural que, por lo mismo, está atada a las exigencias limitadas de las fuerzas naturales.

Por fin, si hay que producir para comerciar y comerciar para lucrar, es necesario también consumir, porque si no hay consumo, no es posible la producción. Pero el consumo siempre es forzosamente limitado, aunque de propósito se le pervierta. Y es más limitado que la producción de la tierra. Luego, debe venir detrás de ella. Y así, en la economía lucrativa del mundo moderno, el consumo viene a la cola de todo proceso económico, arrastrado por la producción, así como a ésta le arrastra el comercio, y a éste, a su vez, la Banca. Sería erróneo sacar de aquí la consecuencia de que en el mundo moderno se busca no comer. Al contrario, se busca que se coma, que se consuma en modo infinito, ilimitado, acelerado, para poder producir infinitamente y comerciar infinitamente y lucrar infinitamente. En este mundo sin Dios, el infinito de la materia se filtra por todos los dominios de la actividad.

El error de la economía moderna no está, pues, en suprimir el consumo. Al contrario, está en elevarlo al infinito para poder continuar hasta el infinito los otros procesos económicos. Es decir: es una economía "invertida", según expuse en el primer capítulo. Una economía infinita junto al hombre finito. Una economía puramente dinámica junto al hombre primordialmente estático. Una economía de lucro junto al hombre que es un ser de consumo. Suprimiría el consumo si conviniese para el lucro; lo aumentaría hasta el infinito si el lucro lo exigiese. Esto, que puede parecer paradoja literaria, es historia, como lo ha demostrado Marcel Malcor en

sus maravillosos estudios sobre la Economía Contemporánea. (Nova et Vetera, 1929 y 1931).

En efecto, cuando Inglaterra en el siglo y medio de su imperialismo económico tiene frente a su poderosa industria un millón y medio de clientes, de consumidores dispersos por todo el mundo, se guarda bien de predicar las teorías sobre los aumentos de salarios y de consumo, vulgarizadas hoy por la teoría americana. ¿Qué necesidad puede haber en aumentar la capacidad de consumo en sus 20, 30 o 40 millones de ingleses sobrios como puritanos, si no puede abastecer a su enorme clientela mundial? Pero hoy, que el instrumento productor puede abastecer varias veces al mundo, es necesario predicar la necesidad del consumo infinito. (Digo: puede abastecer. Si de hecho no abastece, es por razones de otra índole). De aquí la teoría de Henry Ford, cuando enseña que

"la máquina vive de la cantidad, y como la cantidad es el mismo obrero, él es el consumidor más interesante, el único interesante. Es necesario, por tanto, que su salario le permita comprar lo que produce". "Una industria no puede decirse sólidamente establecida, añade, sino cuando la gran masa de los consumidores coinciden con la gran masa de sus obreros".

Y como hoy el instrumento productor es más poderoso que la capacidad de consumo del mundo, todo el esfuerzo de la economía se concentra en divinizar el consumo. Para ello, las ponderaciones laudatorias al incremento del consumo; la propaganda que provoca al consumo; la moda rapidísima que apura al consumo; y el crédito al consumo, que lo acelera.

Publicidad... Moda ... Crédito al consumo

Expongamos brevemente estos cuatro capítulos de la economía contemporánea, empeñada ahora en glorificar al consumo, y sólo así nos explicaremos uno de los aspectos más interesantes de esta economía invertida, que después de haber producido hasta la saciedad, se da prisa por destruir lo producido, porque advierte que un estancamiento le trae aparejada la muerte.

La economía contemporánea formula grandes ponderaciones laudatorias al consumo. Hemos citado a Henry Ford. Imposible olvidar al otro gran tipo de americano que es el ex-presidente Hoover:

"El hombre que tiene un automóvil standard, un radio standard y una hora y media de trabajo diario menos es más hombre, tiene una vida más completa y más personal de la que, sin esto, tenía antes".

Y Mr. Mellon, ex-ministro de Hacienda en Estados Unidos se muestra orgulloso de la capacidad consumidora de su país.

"Aunque nuestra población, dice, representa menos del 7 por ciento del total de la tierra, hemos consumido el año último 48 por ciento de la producción mundial de café, 53 por ciento de la de estaño; 65 de la de caucho; 21 de la de azúcar; 72 de la de seda; 36 de la de carbón; 41 de la de hierro; 47 de la de cobre; 69 por ciento de la de petróleo. Desde ahora, podemos aguardar un crecimiento natural e inevitable tanto de la población como de la riqueza natural." (Interview a Mr. Mellon, Evening Standard, 27 nov. 1928. Citado por Mr. Maleor en Nova et Vetera, abril-junio 1931).

Mueve a risa la satisfacción de estos bárbaros civilizados, que imaginan que el aumento de la población y de la riqueza natural depende de la glotonería. Para ellos el consumo es la medida de la civilización. Por esto, Estados Unidos, que se bebe la mitad del café producido en el mundo, es más civilizado que Europa, así como Europa lo es mucho más que el Oriente... Si el hombre es un animal eminentemente consumidor, es necesario incitarlo al consumo de los productos cuyo consumo tanto le dignifica. Pero antes hay que hacerle entender la conveniencia de adaptarse a esta incitación permanente, de interesarse por la publicidad. Por esto, las múltiples empresas avisadoras educan al hombre moderno demostrándole con urgencia el grave interés que implica la lectura de los avisos.

"Lea Vd. avisos". "Acostúmbrese a leer avisos", le dicen. La recomendación es, por otra parte, ociosa. Porque la ofensiva de la propaganda americana, con los mil inimaginables recursos, acomete contra todos los sentidos, se sirve de todos los sentidos, llega al corazón y adormece al espíritu. La propaganda está siempre en proporción directa con la inutilidad del artículo. Así, la firma Rigley gasta 4.000.000 de dólares para la propaganda de los 16.000.000 que vende en goma de mascar. Y es fácil verificar que cuanto más artificial es un producto mayor su propaganda, más eficaz por lo demás:

"porque en el hombre moderno, el deseo está sometido a las leyes de la mecánica; la repetición, una cierta intensidad sueltan automáticamente su cuerda al precio de un gasto fácilmente calculable y que puede figurar cómodamente, de antemano, en el cálculo del precio de costo." (Ver Marcel Malcor, Nova et Vetera, janvier-mars 1929.)

Por esto es fácil descubrir el sentido filosófico del enorme derroche avisador: en la actual concepción de la vida, el hombre es un animal consumidor perdido en una masa impersonal; es necesario, por tanto, actuar sobre sus cinco sentidos para incitarlo al consumo. Si el hombre es un animal consumidor porque en la concepción moderna es un concreto de pura materia sujeto a las leyes de la mecánica, debe estar dotado, como la materia, de una movilidad continua; porque el movimiento local, transeúnte que dicen los escolásticos en contraposición al inmanente, y que el hombre moderno llama actividad, energía, dinamismo, es consecuencia inevitable de la materia. Por esto, es necesario progresar, renovarse, renovar rápidamente el consumo, divinizar la moda. Hay que comer, beber, vestir, jugar, habitar y desenvolverse a la moda.

La moda, reservada antes a la aristocracia como expresión de belleza, ha invadido hoy todos los dominios y todas las clases sociales. Es una conquista efectiva de la democracia.       

"Es notable, dice Marcel Malcor, ("L' economie contemporaine", en Nova et Vetera, janvier-mars 1929), que la preocupación de la moda (que no rebasaba en otro tiempo de un medio muy restringido) esté hoy totalmente generalizada y vulgarizada. Todos los esfuerzos de la publicidad, que es reina sobre todo aquí, se dirigen a la multitud. Dos cosas le importan: que el cambio sea suficientemente frecuente, lo más frecuente posible, y que pueda adoptarse uniformemente, casi instantáneamente, de arriba hacia abajo, en la escala de las fortunas... bajo la forma original o la de un sucedáneo".

Pero de nada servirían las ponderaciones al consumo y su permanente incitación, si no se le facilitase al hombre la posibilidad de consumir. Para ello se ha organizado como la cosa más natural del mundo el crédito al consumo.

"El modo normal de venta – sobre todo en Estados Unidos – de un automóvil, de un fonógrafo, de una silla, de una cuchara, es a mensualidad. No existe sector algo activo de la Economía que no haya organizado de modo crónico, regular y en vista de una progresión rápida, la venta a créditos. Según un observador simpatizante de los Estados Unidos, el crédito flotante del comercio sobre la clientela al menudeo es de 7 mil millones de dólares (1926); el público está siempre retrasado en un año con respecto a sus entradas." (Marcel Malcor, Nova et Vetera, juillet-sept. 1931).

Consumo invertido

Es imposible establecer con más evidencia que la preocupación económica se concentra ahora en la aceleración del consumo. Aceleración perniciosa: porque con ella se busca que el hombre gaste por gastar; gaste sobre todo en lo inútil, en diversiones, caprichos, en un lujo que no condice con su condición social. Recuérdese, p. ej., la vulgarización de las medias de seda, de los gastos de tocador entre las mujeres, etc. En realidad, el consumo de la economía contemporánea es todo lo opuesto al consumo de una economía ordenada según las exigencias naturales. En ésta, el consumo es la finalidad de la vida económica. Lo que se produce es para proporcionar al hombre lo que necesita para una vida humana, dentro de su condición, como decía Santo Tomás (II-II, q. 118, a. 1).

El consumo está ordenado según las exigencias humanas de la vida de cada uno. Hay un profundo sentido de la jerarquía. Y a su vez, el consumo regula, como fin, el comercio, la moneda, la producción. La economía está colocada bajo el signo de lo humano; sirve al hombre así como el hombre por su parte sirve a Dios. Pero dirá alguno: ¿mentar esto no implica un evidente retroceso en la marcha rectilínea de la humanidad que corre hacia el progreso? Corre tanto, que está a punto de estrellarse. Como hay una inversión, según dijimos, en el proceso económico, el consumo está pervertido en sí mismo. Se consume mal, y se consume mal para que el comerciante pueda liquidar con ganancias sus stocks, y los productores puedan imprimir velocidad a sus máquinas, y los banqueros puedan multiplicar sus productivos créditos.

Tan cierto es que el consumo va a la rastra de todo el proceso económico, que se prefiere destruir enormes toneladas de café, maíz, trigo, etc., con tal de asegurar el lucro, antes que alimentar a los millones de famélicos. Lógica de una economía, repito, que ha olvidado la ley elemental de la vida económica, expuesta por Santo Tomás (II-II, q. 118, a. l), cuando dice:

Los bienes exteriores tienen razón de cosas útiles al fin. De donde es necesario que el bien del hombre respecto a ellos esté debidamente regulado.

Es decir: que el hombre busque la posesión de los bienes exteriores en cuanto son necesarios a su vida según su propia condición. Y comenta el Cardenal Cayetano:

"con el nombre de vida, entiende no sólo el alimento y la bebida sino todo lo que es conveniente y deleitable, dentro de la honestidad".

Por tanto la ley próxima de la vida económica debe ser el consumo del hombre según su propia condición. Se produce para consumir... se comercia para consumir... se emplea el dinero como medio de circulación de las riquezas que asegure un más abundante y variado consumo.  El lucro, como tal, (única ley de la economía moderna) es siempre severamente condenado en una economía cristiana. Tanto que en la época de los Padres de la Iglesia (siglos III al VII) – para reaccionar contra el espíritu puramente lucrativo de la economía pagana – se llegó a reprobar el mercantilismo, donde se busca preferentemente el lucro. San Pablo, en su carta primera a Timoteo, dice (VI, 6):

"Ciertamente que es un gran tesoro la piedad, la cual se contenta con lo que basta para vivir. 7. Porque nada hemos traído a este inundo, y sin duda que tampoco podremos llevarnos nada. 8. Teniendo, pues, qué comer y con qué cubrirnos, contentémonos con eso. 9. Porque los que pretenden enriquecerse, caen en tentación y en el lazo del diablo y en muchos deseos inútiles y perniciosos, que hunden a los hombres en el abismo de la muerte y de la perdición. 10. Porque raíz de todos los males es la avaricia; de la mal arrastrados algunos se desviaron de la fe y se sujetaron a muchas penas”.

A muchos, este texto les parecerá de valor ascético pero no económico; al contrario, les parecerá destructor de la economía. No es así, sin embargo. Es un texto eminentemente económico. Porque precisamente el último versículo leído nos explica el carácter antieconómico de una pretendida economía regulada por la avaricia: aparta al hombre de la fe, es decir, de la vida cristina, y le sumerge en cuerpo y alma en las preocupaciones puramente económicas (primer error). Y le sujeta a muchas penas, porque no le suministra el bienestar económico; al contrario, le esclaviza, como lo demuestra la economía contemporánea (segundo error).

El mismo bienestar de la economía exige, en la medida de lo posible, la expulsión del lucro, y un movimiento que frene todas aquellas actividades que por su propia inclinación tienden al lucro, como el comercio y las finanzas. Por esto, al contrario de los escritores paganos que justificaban el gran comercio y juzgaban la pequeña industria y el pequeño comercio como indignos de un hombre libre, los Padres de la Iglesia comenzaron desde San Pablo a rehabilitar el trabajo manual. El mismo San Agustín escribe que, si los trabajos espirituales no le tomasen tanto tiempo, él querría imitar a San Pablo (que trabajaba en construir tiendas de campaña), ejerciendo "un trabajo tan inocente como honesto, relativo a los objetos de uso cotidiano, como los que salen de manos de los herreros y zapateros, o como los trabajos del campo." (Alceu Amoroso Lima -Tristao de Athayde- Esbozo de una Introducción a la Economía Moderna, pág. 168).

El trabajo, en realidad, sobre todo cuanto más en contacto con la naturaleza y de carácter más creador, dignifica al hombre, mientras que el lucro de las actividades mercantiles le embota imposibilitándole para la dignificación sobrenatural. El comercio Sería erróneo, sin embargo, condenar el comercio como cosa en sí mala. Santo Tomás ha sabido equilibrar la justa doctrina, cuando enseña:

"Hay un cambio o negocio de dinero por dinero, o de mercaderías por dinero, no para conseguir lo necesario para la vida sino para buscar el lucro. Y este negocio es el propio de los comerciantes. Este comercio, considerado en sí mismo, es vituperable, porque está al servicio de la concupiscencia del lucro, la cual no tiene término sino que tiende al infinito. Y por esto el comercio, considerado en sí mismo, tiene cierta perversidad, en cuanto de suyo no tiene un fin honesto o necesario. Con todo, el lucro que es lo que se busca en el comercio, aunque en su razón no tenga nada honesto o necesario, con todo no tiene en sí nada vicioso o contrario a la virtud; de donde nada impide que el lucro o la ganancia se ordene a un fin honesto o necesario; y así, sea lícito el comercio. Como, por ejemplo, cuando alguien ordena la ganancia moderada que busca en el comercio para sustentación de su casa, o para socorrer a los indigentes; o también, cuando alguien se dedica al comercio para proveer a la necesidad pública a fin de que no falten en su patria lo necesario para la vida, y pide el lucro, no como un fin sino como estipendio de su trabajo".

De toda esta doctrina se desprende que, para justificar la ganancia de los comerciantes y el comercio mismo, es necesario ordenarlo a un fin honesto y necesario, como el consumo. Sin esta ordenación, el comercio resulta malo y perjudicial, como acaece en el capitalismo. Por esto, en la economía moderna "industrialista" (en oposición a manual), "lucrativa" (en oposición a consumidora), "impersonal o anónima", (en oposición a personal), “cuantitativa" (en oposición a cualitativa) "provocadora a base de reclame", el comercio es rey y la Banca es imperial. La misma estadística ayuda a demostrar el incremento desproporcionado del comercio con respecto a la misma industria.

"Así, p. ej. en Francia las profesiones comerciales comprendían 900.000 individuos bajo el segundo imperio y hoy 2.700.000 (1921); múltiplo: 3. En igual tiempo, la población industrial no se había multiplicado sino por 1.6. En Inglaterra, hay dos comerciantes para un agricultor. En América, uno para dos aproximadamente. Es que es una actividad lucrativa”. (Marcel Malcor.)

Ferdinand Fried hace notar cómo los primeros "nuevos ricos" de Alemania, los socios Otto Wolff y Ottmar Strauss de Colonia, que están a la cabeza de la industria minera con una fortuna de 50 millones de marcos oro cada uno, y Peevckek cuyas minas de lignito se avalúan en 150 millones, han encontrado la base de su fortuna en el comercio. Porque el comercio favorece enormemente las grandes ganancias. (La Fin du Capitalisme, pág. 80.) Y la misma industria ha formado grandes fortunas porque es primordialmente comercial, mercantil, con todas las ganancias fáciles y rápidas que esta importa.

A alguno no le parecerá cosa desorbitada esta carrera del consumo a la rastra de la producción infinita, del comercio infinito, de las finanzas infinitas. ¿Qué importa, dirá que vaya antes o después, si está suficientemente asegurada? ¿Qué importa, sobre todo, si nunca como ahora hemos dispuesto de una abundancia tan inmensa? Podrá ser, dirá, que esto implique una inversión moral; pero, económicamente, es un esfuerzo que jamás logró la humanidad. La economía moderna es simplemente grandiosa. Sabido es que la doctrina de la Iglesia no admite este divorcio de valores. No puede haber una economía, verdaderamente económica, que viole la jerarquía de los valores humanos. Podrá parecer grandiosa, pero es inmoral, lleva en su raíz una fuerza destructora espantosa que acabará con el hombre y acabará con ella. Si es inmoral es antieconómica. Ahora bien: la realidad económica actual nos va a revelar en un hecho característico el cumplimiento de esta doctrina.

La bancarrota de una economía - lucro

Hemos dicho antes que el esfuerzo supremo de la economía contemporánea es ensanchar a lo infinito el consumo del hombre. Lo exige su propia vida. Si logra ensanchar el consumo de suerte que se ponga éste a la par de su capacidad productora, el capitalismo liberal está salvado y seguirá reinando en el universo. Porque, ¿cuál es hoy la situación económica del mundo? Hay evidentemente una supercapacidad financiera, como queda demostrado en el cuarto capítulo. Hay dinero de sobra, ya que se encuentra acumulado sin poder colocarse, invertirse... Las finanzas están saturadas. La supercapacidad financiera determinó una supercapacidad mercantil, saturando los mercados mundiales. Todos los países están hoy más o menos en condiciones de bastarse a sí mismos, por lo menos para el tipo común de productos agrícolas e industriales. En el estado de crecimiento del liberalismo, cuando Inglaterra exportaba sus productos manufacturados en cambio de las materias primas del mundo, era fácil concebir el intercambio comercial; pero hoy, que todos disponen de maquinarias productoras y en gran parte de materias primas, se ha logrado casi una saturación. Esto explica que el mundo se divida en campos económicos cerrados.

Cada uno de ellos está en condiciones de producir para el mundo: Estados Unidos por un lado, Inglaterra por el otro, Alemania en tercer lugar, Rusia en acecho y el Japón en el Extremo Oriente. El ritmo proteccionista del mundo es consecuencia de la saturación mercantil. La supercapacidad financiera y mercantil determinó la supercapacidad industrial y agrícola de que se habla en el segundo y tercer capítulo... Ahora bien: hay saturación, estancamiento en las Finanzas, mercado, industria. Para que esto ande es necesario que marche el consumo, que viene en rueda detrás; que camine ligero, porque lo otro anda en carrera desbocada.

Pues bien: el consumo no puede, no digo correr, sino caminar. Porque para que el consumo camine y corra es necesario que el costo de la vida sea barato y los recursos de la gente abundantes. Ahora bien, el costo de la vida tiene que ser alto, y los recursos de la gente escasos. Precisamente, el costo de la vida es altísimo y los recursos, escasísimos, porque toda la economía está invertida. Espero que la demostración sea concluyente; en esta forma quedará asimismo demostrada la actualidad perenne del pensamiento tomista. Sólo él puede diagnosticar sobre el mal económico del mundo y pronosticar acertadamente.

El costo de la vida tiene que ser altísimo. Porque entre el productor y el consumidor se encuentran el financista, el comerciante y el estado; tres entes que de suyo no producen y que consumen enormemente. Luego su manutención tiene que gravar sobre el costo de la vida. Además, hay otro factor que interviene para aumentar el costo, y es la desmesurada división del trabajo. Porque, aunque pudiera ser cierto que la división del trabajo, como tal, disminuye el costo del producto, es de notar que las cargas correspondientes al financista y al estado en cada etapa del trabajo se van adicionando en cascadas, de suerte que hacen multiplicar por dos, por tres y aún por más el precio de costo bruto de una fabricación un poco compleja. (Marcel Malcor, Nova et Vetera . juillet-sept. 1931).

Pero olvidemos esta circunstancia y atengámonos al hecho de que entre el productor y el consumidor están situados el financista, el comerciante y el estado. Ahora bien, los derechos del financista han ido aumentado en forma desmesurada tanto en concepto de empréstitos públicos (solamente las deudas de la guerra mundial hacen pesar en los libros del mundo, según los cálculos de Herr Renatus, dos millones de millones de marcos oro. La Prensa, 20 oct. 1932.

Artículo de Ramiro de Maeztú) como en concepto de renta industrial y fundiaria y en concepto de créditos bancarios, al mismo tiempo que el dinero mismo ha ido pasando de la mano del productor a manos del financista. Esto en lo que respecta al capital, que se considera productivo. Porque si se tiene en cuenta que hay enormes capitales que ahora, por la parálisis industrial, no producen y que sin embargo cobran su renta fija como si produjesen, la proporción aumenta de modo fantástico Ferdinand Fried, siguiendo a Schmalenbach, (La Fin du Capitalisme, pág. 547, 78), subraya esto con respecto a Alemania.

"Trabajamos, dice, no sólo para pagar los socorros a los 4 millones de desocupados sino además para pagar los intereses y amortizar las máquinas inmovilizadas, es decir para garantizar su renta al capital".

Los derechos del comerciante (e inclúyase en el comerciante al pequeño, mediano y gran comercio, y aún en éste distíngase una visible progresión desde el simple importador hasta el poderoso monopolio mundial) han ido multiplicándose, y será fácil apreciar la enorme red de intermediarios que se enriquecen sin producir. Sin producir, digo, no a modo de crítica, sino para destacar la enorme carga que ha de pesar sobre el costo de la vida.

Esto, situándonos en el mejor de los casos (caso puramente teórico), de que los comerciantes se contenten con lucrar; porque en realidad hoy roban en forma descarada, si no el pequeño comerciante que no puede, ni el mediano que está quebrado, ciertamente el comerciante tipo acaparador mundial. Para ello disponen de una organización perfecta, irrompible, que denominan consorcio, cartell, concern, trust, y que no es otra cosa que lo que Aristóteles denomina "monopolio" (Politicorum, liber 1, c. IX). Monopolios que fijan a placer el precio más barato posible al productor, y el más caro al consumidor. Además del financista y del comerciante, hay un parásito peligroso que se interpone entre el productor y el consumidor para encarecer extraordinariamente la vida. Es el estado burocrático moderno, que pesa como gravosa carga en el simple municipio, en el orden provincial y en el nacional.

El Estado moderno resulta hoy una vulgar mutualidad o una agencia de colocaciones. Sus presupuestos son enormes; los impuestos crecen cada día, de suerte que equivalen a la simple expropiación. Pierre Lucius (La faillite du Capitalisme), estudiando la influencia de este fenómeno en la actual crisis, hace observar cómo en la producción de ciertos productos las cargas fiscales han aumentado, del año 1913 a 1929, en un 100 por ciento, y reproduce el testimonio de Gastón Jéze, profesor en la Facultad de Derecho de París, quien dice:

"El déficit es la regla en Inglaterra, en Francia, en Italia, en Alemania, para no citar sino los grandes Estados. La causa que lo produce es permanente; su influencia no hace sino aumentar. Es el espíritu demagógico".

Y entre nosotros, es causa fácil de comprobar. Ahora bien: con estos tres agentes que devoran el dinero sin producir, la vida tiene que ser exageradamente cara.

"Thorald Rogers, en un estudio cuyo valor objetivo jamás se ha discutido, escribía en 1880, después de una larga enumeración de! precio de los alimentos, de los materiales, de los salarios, y especialmente de los salarios de edificación, en 1450: "Si el lector tiene la paciencia de hacer los cálculos necesarios, constatará que, exceptuando los alquileres, mi multiplicador 12 (entre el precio de la vida para 1450 y el precio para 1880) es bastante exacto". Con respecto a la Torre de Merton levantada en Oxford, dice que su costo, avaluado en moneda moderna fué entonces de 1630 libras. Construido en nuestros días, costaría, de 4.000 a 5.000 libras. Decía esto en 1880. Hoy habrá que recargar su costo en un 25 por ciento" (Marcel Malcor, en Nova et Vetera).

Ahora bien, mientras la vida se ha ido encareciendo, los recursos de los particulares (en especial del obrero y empleado) han ido escaseando. Primero, porque se les quitó el dinero con el préstamo a interés, según decimos en el cuarto capítulo. Segundo, por el fenómeno del progreso técnico, que determina la desocupación y la baja de salarios. Luego, si la vida es cara y los recursos escasos, el consumo no puede correr, y ni siquiera caminar. La economía moderna, que vive del movimiento, tiene que paralizarse y morir: Resultado lógico de una economía "invertida".

¿Por qué? Porque al impulsar las finanzas se fué pasando el dinero de las manos del pobre a las manos del rentista; de las manos del productor a las del financista internacional. Se creó un enorme capital, pero mortífero. Al impulsar el comercio y la industria, como se realizó a costas del jornalero que fuE desplazado por la máquina, éste fué quedando en la miseria. Luego, en el momento preciso en que la economía necesita acelerar el consumo para seguir viviendo, éste se niega a caminar. La razón es clara: se ha hecho del consumo lo último en el proceso económico, cuando le corresponde el primer lugar.

El justo precio

La economía moderna está parada. La economía moderna tiene que estar parada por la misma lógica de su esencia "invertida". ¿Qué se podría hacer para que esta economía funcione? Muy sencillo. volver a imponer a todas las cosas el justo precio, de que hablan Aristóteles y Santo Tomás. Justo precio, que en un régimen económico ordenado, donde existe una justa concurrencia se determina por la ley de la oferta y de la demanda. Ley, ésta, muy diferente de la que conoció y aplicó el liberalismo. Porque, en realidad, el liberalismo eminentemente burgués, al destruir el régimen corporativo, aplicó injustamente la ley de la oferta y de la demanda en el precio de los salarios, en perjuicio del trabajador, que recibió salarios de hambre, y en el precio de las mercaderías, en perjuicio del consumidor, que pagó artículo malo y caro. Ahora bien:

"El precio justo o valor de cambio de una cosa computado en moneda depende del conjunto de objetos disponibles, del conjunto de los recursos y del conjunto de las voluntades de comprar y vender que se encuentran en un mercado dado. O si se prefiere enunciar la ley de la oferta y de la demanda: en un mercado, cuanto más considerable son las cantidades ofrecidas por los vendedores, siendo iguales las demás cosas, los precios serán más bajos. Cuanto menores son las cantidades ofrecidas, mayores son los precios. Cuanto más considerables son las cantidades pedidas por los compradores, mayores serán los precios. Cuanto menores sean las cantidades pedidas, menores serán los precios." (Valère Fallon, Economie Sociale).

Y como actualmente la oferta, gracias al fenómeno de la superproducción, tiende al infinito y la demanda, por la desocupación tiende a cero, el justo precio debe tender a cero. El justo precio de las materias primas y de las manufacturadas de uso corriente debe ser casi cero. Y esta solución viene a coincidir exactamente con la que propusimos en el segundo capítulo al afirmar la necesidad de una más justa distribución de bienes, como lo revelan los enormes stocks almacenados, por una parte, y por otra, esa masa enorme de gentes en la miseria, porque su único capital disponible, el trabajo, no es requerido.

Por tanto, si las riquezas se almacenan y desperdician porque hay superabundancia, su valor es igual a cero. Si el trabajo no es requerido y enormes masas de gentes vagan en la desocupación, es porque vale cero. Luego la justicia exige un puro y simple cambio. Cero por cero. Las cosas deben casi regalarse. No se invoque contra esta doctrina el derecho de propiedad.

Porque la propiedad, como explicamos en el segundo capítulo, está condicionada por el destino de las riquezas a todo el género humano, al común de los hombres. Es un medio necesario, pero medio, para asegurar este fin, es decir: que nadie se vea privado de lo que necesita para vivir. Si lesiona este derecho primordial, su justicia es dudosa, su fundamento desaparece. Y entonces el Estado puede intervenir para una nueva repartición de bienes, o al menos, para poner en vigor el justo precio. Solución sencilla y justa, pero fantástica, porque importaría la bancarrota declarada de todas las empresas financieras, comerciales e industrias. El precio de venta debía de ser muy inferior al precio de producción. Imagínese que catástrofe económica.

Sin embargo, es ésta una medida inevitable. Medida que el hombre debía de imponerse a sí propio, por espíritu de penitencia. Recuérdese !a palabra del Papa, en su “Caritate Christi Compulsi", cuando afirma que sólo la oración y la penitencia pueden devolver al mundo la paz perdida.

"Ni los tratados de paz, dice, ni los más solemnes pactos, ni los convenios o conferencias internacionales, ni los más nobles y desinteresados esfuerzos de cualquier hombre de Estado, forjarán esta paz, si antes no se reconocen los sagrados derechos de la ley natural y divina. Ningún, dirigente de la economía pública, ninguna fuerza organizadora, podrá llevar jamás las condiciones sociales a una pacífica solución, si antes en el mismo campo de la economía, no triunfa la ley moral basada en Dios".

Ley moral que sólo la oración y la penitencia impondrán actualmente en el mundo. Porque !a oración y la penitencia disiparán y repararán la primera y principal causa de toda rebelión y de toda revolución, es decir, la rebelión contra Dios. Medida, ésta, que si el hombre se resiste a imponérsela, la impondrá la lógica terrible, inflexible, de la misma realidad económica.

No hay que engañarse acerca de la situación económica. Es terriblemente desesperada. El Papa dice que desde el diluvio en adelante, difícilmente se ha visto un malestar espiritual y material tan profundo y tan universal como éste. Si el mal es grave, necesita remedios graves y dolorosos. Equilibremos por tanto el consumo con la producción, recurriendo a la única solución, que es dolorosa pero es única.

El momento es único en el mundo. Los mismos pueblos, dice el Papa, están llamados a decidirse por una elección definitiva: o ellos se entregan a estas benévolas y benéficas fuerzas espirituales (la oración y la penitencia) y se vuelven humildes y contritos a su Señor, Padre de misericordia; o se abandonan, con lo poco que aún queda de felicidad sobre la tierra, en poder del enemigo de Dios, a saber al espíritu de la venganza y de la destrucción.

De aquí que la solución última para remediar este catastrófico resultado de la economía "invertida" sea una solución espiritual. No es esto de extrañar porque la enfermedad que la roe es también espiritual; es el pecado de la avaricia, que le inocula como su propia ley el individualismo del mundo moderno salido de la Reforma. En definitiva: la producción económica está ordenada al consumo; el consumo está ordenado a la vida material del hombre; su vida material a su vida espiritual; y ésta a Dios. Todas las cosas deben ser a la medida del hombre, y el hombre a la medida de Dios.

El hombre es el centro de la tierra, y Dios es el centro de todo el universo. Los ángeles le glorifican en el cielo, los hombres deben servirle en la tierra y los demonios tiemblan ante El de espanto en el infierno.

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