Movimiento Cívico-Militar CONDOR

Malvinas

Publicacion

Padre Julio Menvielle

Concepción Católica de la Economía - Parte IV

Edición de los Cursos de Cultura Católica
Impreso por Francisco A. Colombo,
19 de septiembre de 1936

CAPITULO IV LAS FINANZAS

Al exponer en el primer capítulo la naturaleza del capitalismo, descubrimos su ley fundamental que se resume en su definición: "aceleración del lucro por la aceleración de la producción y del consumo".

El lucro, infinito, insaciable, rige toda la ordenación económica moderna, de suerte que se consume para producir y se produce para ganar. La producción regula el consumo y las finanzas rigen la producción. Demostramos cómo una economía regida por este vicio capital debía resultar una economía nefasta para el hombre y nefasta consigo misma, porque había de llevar en sus entrañas su propia ruina sin poder jamás, ni siquiera por un instante, proporcionar el bienestar económico del hombre.

En los dos capítulos anteriores expusimos la ordenación de la producción, agrícola e industrial, y justificamos los conceptos de propiedad, trabajo y capital. Pero en la exposición de estos conceptos, nos esforzamos continuamente por advertir la inutilidad de todo ordenamiento mientras las finanzas que rigen hoy, con sacudidas violentas, la vida económica, no vuelvan a su función propia.

He aquí que en este cuarto capítulo acometemos el estudio de las finanzas. Es éste pues, la clave de estas páginas, a: menos como explicación y crítica del capitalismo. El estudio de las finanzas nos va a revelar el punto fundamental que sostiene toda la economía moderna, llamada capitalismo; nos va a descubrir la raíz de la presente crisis económica, crisis definitiva, insoluble. Podrá sentirse algún alivio, pero será éste como la mejoría que preludia el desenlace fatal del agonizante.

Sin embargo, como no es nuestro intento primordial criticar el capitalismo, sino exponer la concepción católica de la economía, procuraremos que en el curso del presente capítulo aparezca la nítida noción católica sobre la moneda, el capital y el crédito.

Las verdaderas riquezas Pues bien, las verdaderas riquezas son las llamadas por Santo Tomás (II-II q.118, a. 2) riquezas naturales, o sea: los productos de la tierra y de la industria, porque sólo ellas pueden remediar la indigencia y proporcionar la suficiencia de bienes para vivir virtuosamente. Por esto, el Jefe de casa y el político prudente adquieren y atesoran estas riquezas tan útiles para la comunidad doméstica y política, porque sin lo necesario para la vida no es posible el gobierno de la casa o de la ciudad. (Com. de Santo Tomás a “Politicorum liber I, lectio II, de Aristóteles).

Pero su adquisición presupone su producción. Una vez producidas, es necesario que circulen para que las producidas por nosotros lleguen a los demás y les aprovechen, y en cambio las producidas por ellos nos aprovechen a nosotros. Es necesario, pues, permutar las riquezas naturales. Evidentemente que en la primera comunidad doméstica no fué necesario este intercambio, porque como todo se producía en casa y todo pertenecía al jefe de la familia, éste distribuía el trabajo y repartía sus productos. Pero a medida que se formaron los pueblos y ciudades, apareció una elemental división del trabajo, y se hizo imperiosa la permuta de las riquezas naturales, conocida con el nombre de trueque. (Santo Tomás, ib. lección VII).

De este primer cambio natural (tipo de todo cambio equitativo, porque doy tanto de esto que vale tanto por esto otro que vale igual), nació el cambio artificial o la permuta por intermedio del dinero. Porque como las relaciones entre los hombres se iban ampliando y extendiendo aún a tierras lejanas, no era fácil comerciar las riquezas naturales como el vino, el trigo, etc. Y por esto, para efectuar estos cambios en lugares lejanos, se estableció que se entregase y recibiese algo que, además de su valor, fuese fácil de llevar, p. ej.: los metales como el cobre, el hierro, la plata. En un principio se determinó el metal por sólo su peso o cantidad: mas después, para evitar el trabajo de medir y pesar, se imprimió un sello en el metal en garantía de una determinada cantidad. (Santo Tomás, ib.)

El dinero

El dinero no es más que aquello que se adopta como instrumento de cambio. No tiene en sí, en cuanto dinero, ninguna corriente misteriosa, ni fuerza magnética. Su valor es de puro cambio: será, por tanto, mayor o menor cuanto mayor o menor sea la cantidad de cosas que con su unidad puedan adquirirse. De aquí, que esté hecho para circular, porque sólo así llena su función esencial de instrumento para permutar las riquezas naturales, es decir, los productos de la tierra y de la industria. Ahondando más en este concepto, advirtamos que no es menester que el dinero en cuanto dinero sea una mercancía, o algo que tenga un valor intrínseco.

En su significación primitiva, fué el dinero un bono sobre cosas de valor, equivalente al importe de éstas. En efecto, tenemos diferentes formas de dinero: el dinero-lingote, el dinero-cuero, el dinero-alubia, el dinero-ganado, el dinero-sal, el dinero-concha; sólo que debía reunir tres condiciones: desde luego, ser reconocido en todas partes como hipoteca para dar y recibir; luego, conservar por modo durable e inmutable, el valor reconocido; y, finalmente, no debía fijar el valor de todos los otros bienes, sino hacer que la relación de su valor recíproco no fuese trastornada, y que él, el dinero, fuese únicamente concebido como representante de la expresión de estas relaciones de valor.

Con esta introducción produjéronse dos grandes cambios en las relaciones comerciales. En primer lugar, el cambio se convirtió en compra; en otros términos, la pura relación real se convirtió en relación personal, el contracto real en contracto consensual. En segundo lugar, el precio reemplazó a la mercancía.

Esta es el mismo bien mueble, objeto de compra o de cambio. El precio es la estimación o la comparación de la mercancía con lo que no es directamente mercancía, sino sólo un equivalente o representación de la mercancía e intermediario entre mercancías.

Con la introducción del dinero, las mercancías, las transacciones correspectivas, las necesidades, no fueron ya directamente comparadas entre sí, sino únicamente consideradas mediatamente las unas con relación a las otras, refiriendo su valor al dinero, medida de precio generalmente adoptado. El dinero como tal, es decir, en su cualidad de dinero, no puede, pues, ser nunca mercancía. Si uno lo toma como mercancía, ya como simple cosa de valor, a causa de la materia de que se compone, ya a causa de otras comodidades o ventajas que se le añaden, y cuyo uso puede ser separado de él o por lo menos ser estimadas aparte, porque no están esencialmente ligadas con él, como medios de relaciones comerciales, entonces ya no es moneda (Thomas, II-II, q. 78, a. 1, ad 6.)

El dinero podría tener un valor no en cuanto dinero sino en atención a la materia de que consta. En este caso es necesario procurar que su valor nominal coincida con este valor de cosa, a fin de evitar que se comercie con él como una mercancía. (Ver Weiss, Apología del Cristianismo, Cuestión social). Ahora bien, si el dinero no es un bien real, independiente, tampoco tiene valor real, propio, independiente; no es mas que un signo de valor que puede emplearse para rembolsar otros valores reales, pero sólo en la medida en que existan otros valores que puedan ser cambiados mutuamente.

El comercio del dinero

El dinero, en resumen, no tiene sino un puro valor nominal, representativo de riquezas naturales. No está hecho para comerciarlo.

Pero no bien se introdujo el dinero, observa Aristóteles, hubo quienes comerciaron con el dinero mismo buscando el lucro. Fueron éstos los cambistas o banqueros, con su arte llamada "nummularia". Aristóteles, y después de él Santo Tomás y los escolásticos, llaman pecuniativa artificial a este arte, cuya función propia es la producción artificial del lucro por el comercio de dinero. Y manifiesta que esta pecuniativa fundada en el enriquecimiento por el cambio de dinero es vituperable, como es vituperable y necio el concepto de muchos que imaginan que sólo el dinero es riqueza. Creer que sólo el dinero es riqueza – prosigue Aristóteles – es una fatuidad, porque no puede ser verdadera riqueza aquella cuyo valor depende de la voluntad de los hombres; es así que la dignidad y utilidad del dinero depende de la voluntad de la misma comunidad social, que puede cuando le place anular su valor y substituirlo por otro; luego, no es el dinero la verdadera riqueza. Además, que puede uno abundar en dinero y perecer de hambre, como cuenta la fábula le sucedió a Midas, quien, teniendo un deseo insaciable de dinero, pidió a los dioses, y lo obtuvo, que todo cuanto le presentasen se convirtiese en oro. Y así se moría de hambre, porque todos los alimentos que le presentaban se convertían en oro.

Todo lo cual demuestra – y es conveniente recordarlo a la economía moderna que ha perdido el sentido elemental del dinero – que las finanzas o pecuniativa no tiene un fin en sí, como si fuese la suprema cosa a la cual se haya de aspirar. La verdadera riqueza de un país no se computa por el oro que tiene almacenado en sus arcas. Estados Unidos, a pesar de sus ingentes reservas de oro, es un país de economía miserable porque no atina a suministrar bienestar humano a sus millones de desocupados.

Sin embargo, como demuestran certeramente Aristóteles y Santo Tomás, existe en el hombre un instinto perverso, la avaricia, que le arrastra a hacer de la pecuniativa o finanza un fin en sí. Porque, como generalmente el hombre no busca disponer de lo necesario para llevar una vida virtuosa, sino disponer de un medio infinito que satisfaga la insaciabilidad infinita de su capricho, trata entonces de amontonar la riqueza artificial, el dinero, el oro, con el cual pueda adquirir caprichosamente lo que su capricho exija. Por esto se amontona en forma ilimitada, infinita, el dinero. Y se busca acrecentarlo, no mediante la producción de riqueza natural, sino por sí mismo. El dinero engendra más dinero, ya sea por el cambio de un metal por otro, o sino – lo que es mucho más vituperable con el foenus o préstamo a interés, o usura.

"De donde – dice Aristóteles –, resulta un parto cuando el dinero se acrecienta con dinero". Es como si el dinero tuviese cría. Tengo $ 100, y a fin de año, automáticamente, sin que medie mi trabajo, en virtud de la fecundidad ingénita del dinero, tengo en mis manos 105. Ha habido, pues, un interés, una usura, una cría de $ 5. Ya no hará falta trabajar para ser rico. Trabajarán los otros, es cierto, pero en beneficio mío, para que mi dinero tenga cría.

El préstamo a interés

Antes de exponer la concepción que del dinero se ha forjado el Capitalismo, y los recursos de que ha echado mano para asegurar de modo infalible la productividad del mismo, veamos por qué tanto la ley mosaica como la legislación cristiana han prohibido la usura o interés que se cobra por el dinero prestado. No hablo del interés exagerado, un 30 por ciento p. ej., a la que se llama hoy usura, y que vendría a ser el abuso de la usura, sino de cualquier interés aunque sea de un 1/2 por ciento, y que es lo que se conoció siempre con el nombre de usura.

La Iglesia condenó siempre la usura como injusta y nefasta. No citemos más que algunos documentos. En el año 1139, el Concilio Lateranense lº, en el canon 13, dice:

"Condenamos la rapacidad insaciable de los prestamistas, la detestable e ignominiosa usura condonadas en las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento como contraria a las leyes divinas y humanas” (ver nota 3 al final del libro).

Clemente V (Siglo XIV), en la Constitución Ex gravi ad nos enseña:

"Sí alguien cayere en el error de atreverse a afirmar con pertinacia que no es pecado exigir usura., declaramos que debe ser castigado como hereje".

Pero el documento cumbre en la materia es la encíclica, Vix pervenit, de Benedicto XIV, precisamente en el año 1745, cuando iba a emprender raudo vuelo el Capitalismo; encíclica que iba dirigida contra los errores calvinistas que autorizaban la usura. El Santo Padre declara:

"El género de pecado que se llama usura y que tiene su lugar y su asiento propio en el contrato de préstamo, consiste en que el que presta exige en virtud del préstamo, de cuya naturaleza es devolver solamente lo que se ha recibido, se le devuelva más de lo que ha dado, y pretende, en consecuencia, que en razón del préstamo le es debido cierto lucro encima del capital. Por tanto, es ilícito y usurario todo beneficio excedente del capital prestado.

"Y no se pretenda – prosigue – que para lavar esta mancha de pecado puede pretextarse que la ganancia no es excesiva ni gravosa, sino moderada, que no es grande sino exigua, ni que la persona a quien se pide ese provecho a causa, únicamente, del préstamo, no sea pobre sino rica, ni que se proponga emplear la suma prestada de la manera más útil para aumentar su fortuna, ya sea adquiriendo nuevas propiedades, ya sea dedicándose a un negocio lucrativo, en la intención, siempre, de no dejarla reposar. En efecto, es convicto de obrar contra la ley del préstamo, que consiste necesariamente en la igualdad de la suma entregada y de la suma devuelta, aquel que, establecido ese equilibrio, se atreve a exigir algo más en virtud del préstamo a la persona de quien ya ha recibido satisfacción con la igualdad de su reembolso. Es por eso que está obligado a restituir en de todo lo que por encima del capital haya percibido, según esa obligación de la justicia llamada conmutativa, que consiste en conservar exactamente en los contratos humanos la igualdad propia a cada uno de ellos, y en repararla cuando no ha sido respetada.

"Con esto no se entiende negar de ningún modo que en el contrato de préstamo puedan hallarse a veces otros títulos, como les llaman, que no sean en nada intrínsecos a la naturaleza del préstamo, ni congéneres, en virtud de los cuales surge una causa enteramente justa y legítima para exigir algo por encima del capital debido en razón del préstamo.

"Tampoco se niega que, mediante contratos de valor muy diferente del préstamo, cualquiera tenga frecuentes ocasiones de colocar y de emplear su dinero rectamente, ya sea dedicándose a un comercio lucrativo y a operaciones de negocio, con el fin de alcanzar beneficios irreprochables.

"Pero, así como en esas numerosas especies de contratos, si la igualdad propia a cada uno de ellos no es observada, todo lo percibido más allá de lo justo, aunque no por usura, supuesto que aquí no se trata de préstamo usurario patente o encubierto, sino por una verdadera injusticia de otra naturaleza, debe ser, evidentemente, restituido; así también es cierto que si todo se lleva a cabo como conviene y como la balanza de la justicia lo exige, no hay duda que en esos contratos se contiene un modo multiforme y un motivo muy lícito de continuar y de extender el comercio y todos los negocios lucrativos, tal como se practican entre los hombres, para mayor bien público. No permita Dios que haya almas cristianas convencidas de que el comercio pueda florecer y prosperar por medio de la usura y de otras iniquidades semejantes. Al contrario, nos enseña un oráculo divino que la "justicia eleva a las naciones, y que el pecado hace a los pueblos miserables”.

"Mas es preciso advertir que sería cosa vana y deplorable temeridad persuadirse de que cualquiera que tiene a su favor algunos títulos legítimos junto al mismo contrato de préstamo, o bien, sin ese contrato, otras especies de contratos perfectamente justos, puede, valiéndose de esos títulos o de esos contratos, cuando ha librado a otro su dinero, sus cereales u otra mercancía semejante sacar un interés moderado por encima del capital que vuelve a él sano y entero. Si alguien pensara de ese modo, no sólo estaría en desacuerdo con las enseñanzas divinas y las prescripciones de la Iglesia católica respecto de la usura, más iría también contra el sentido común de !os hombres y la razón natural".

Hasta aquí la encíclica de Benedicto XIV. Este documento expresa claramente la doctrina de la Iglesia en el preciso momento en que va a dejar de influir en las relaciones económicas de los hombres. El régimen económico moderno, inspirándose en el espíritu anticatólico de la Reforma Protestante, sobre todo de Calvino, y de los puritanos, no sólo autoriza sino que glorifica la usura haciendo de ella, del préstamo a interés, el sistema vascular de la vida económica.

El Capitalismo surge grandioso. El progreso industrial más formidable se realiza sobre el haz de la tierra como efecto del préstamo a interés hecho institución permanente. Y en esta economía, el dinero resulta fértil, productivo, con cría. Ante esta nueva realidad que los hechos plantean, la Iglesia guarda (no niega) su doctrina sempiterna y permite que sus hijos (Canon 1543 del Derecho Canónico) perciban el interés legal en los préstamos del dinero o cosas fungibles. No porque haya olvidado o variado su doctrina, sino que, atendiendo a hechos nuevos, cuya modificación no está en sus manos por el momento, permito que sus hijos se aprovechen

de la productividad del dinero, de hecho universal. (Ver al final la nota sobre "El Préstamo a interés y la Conducta de la Iglesia").

Al agitar esta cuestión, prescíndese aquí de la licitud en conciencia para los que actualmente viven en el régimen económico moderno, y se pregunta:

¿Es en sí, justo y beneficioso un sistema de economía fundado en el préstamo a interés? ¿Un sistema tal, aunque adquiera un desenvolvimiento grandioso, no resultará nefasto, ya que no puede servir al bienestar humano de la colectividad? ¿La grandiosidad de tal sistema, no será necesariamente en beneficio de unos a expensas del cuerpo social? Ilicitud del préstamo a interés

¿Por qué la ley mosaica y la legislación cristiana prohibió siempre severamente la usura? Responde Santo Tomás (II-II, q.11. 78.a. l y De malo q. 13. 4): La usura no es pecado porque está prohibida, sino que está prohibida porque es pecado: viola la justicia natural. Porque se vende algo que no existe; luego, hay una desigualdad que es contraria a la justicia. Es como si yo, sin vender nada, cobrase $ 5. Doy 0 y recibo 5. Sería evidentemente injusto. Pues, precisamente esto acaece con la usura, la renta, el interés que se recibe por el préstamo de dinero o de una cosa consumible.

"En efecto, prosigue Santo Tomás, hay cosas cuyo uso es su mismo consumo; así consumimos el vino cuando lo usamos, esto es cuando lo bebemos, y consumimos el trigo cuando lo usamos, esto es cuando lo comemos. De donde, en estas cosas consumibles no se puede computar aparte el uso de la cosa y la misma cosa; sino que aquel a quien se le da el uso, por lo mismo se le da la cosa. Y por esto, en estas cosas, por el préstamo se transfiere el dominio. Si alguno, pues, quisiese vender aparte el vino y por otra

el uso del vivo, vendería una misma cosa, dos veces o vendería lo que no existe, lo cual es manifiestamente contra la justicia. Y por la misma razón, comete injusticia quien presta el vino o el trigo, pidiendo se le den dos recompensas: una, la restitución de una cosa igual; la otra, el precio o paga por el uso, que se llama usura o interés.

Hay otras cosas – prosigue el Santo Doctor – cuyo uso no es el consumo de la cosa; así p. ej., el uso. de una casa es habitar en ella y no precisamente destruirla o consumirla. En éstas el uso de la. cosa, se puede separar de la cosa misma y entregar una sin entregar la otra, así p. ej. cuando uno entrega a otro el uso de la casa, reservándose el dominio. Puedese entonces cobrar un censo por el dominio de la casa, cuyo uso se ha cedido. (Evidentemente que este censo nunca equivaldría a la renta o alquiler del contrato moderno de locación, pues en éste, el alquiler que se cobra lleva implicado la usura o interés del capital invertido. El concepto moderno de "alquiler" es un concepto capitalista y por ende usurario; lo mismo dígase del arrendamiento de campos).

Ahora bien – prosigue Santo Tomás – el dinero, como enseña Aristóteles, se introdujo principalmente para efectuar los cambios; así el uso principal y propio del dinero es su consumo, su distracción. Por esto, es en sí ¡lícito recibir precio o usura por el uso del dinero prestado.

De modo que, según esta doctrina, el dinero es por naturaleza estéril, infecundo. No es justo, por tanto, cobrar por su préstamo como si fuese fecundo, como si produjese, como si tuviese cría.

De aquí, que en la ley mosaica (Deut. XXIII, 19), el Señor ordena a los judíos: "No prestarás a usura, a tu hermano, ni dinero, ni granos, ni cualquier otra cosa, sino solamente a los extranjeros. Mas a tu hermano, le has de prestar sin usura lo que necesitas para que te bendiga el Señor Dios tuyo en todo cuanto pusieres mano en la tierra que vas a poseer".

Dirá alguno: se le permitió al judío prestar a usura al extranjero, luego eso no es en sí malo. Responde el Santo Doctor (II-II, q. 78, a. l, ad 2): "A los judíos se les prohibió recibir usura de sus hermanos, esto es de los judíos; por lo cual se da a entender que recibir usura de cualquier hombre es simplemente malo; porque debemos tener a todo hombre como a prójimo y hermano, sobre todo en el estado del Evangelio, al cual son todos llamados. Pero, que recibiesen usura de los extranjeros no se les concedió como lícito, sino que tan sólo se les permitió para evitar un mal mayor, es a saber, para que no recibiesen usura de los judíos que glorificaban a Dios, pues era muy grande la avaricia a la que estaban entregados, corno consta por Isaías, cap. LVI”.

De aquí que la Iglesia prohibió siempre la usura o préstamo a interés. Tan sólo la autorizó en casos excepcionales, no por la fecundidad que atribuyese al dinero sino por ciertas causas extrínsecas al dinero mismo, como por los perjuicios que en ciertos y determinados casos pudiera implicar el préstamo de dinero.

La usura legalizada se introduce oficialmente con la Reforma, el Calvinismo sobre todo. De donde, a medida que disminuye el sentido o influencia católica, crece la usura, y con la usura, la dominación judía sobre el mundo cristiano. Pero no nos adelantemos.

Resumiendo todo lo expuesto, resulta que la doctrina de Aristóteles y Santo Tomás, la eminentemente católica sobre las Finanzas, se puede concretar en los siguientes puntos:

1º. Sólo son verdadera riqueza los productos de la tierra y de la industria.
2º. El dinero es un instrumento de cambio, cuyo valor está en función de las riquezas naturales que con él se puedan adquirir.
3º. El dinero es absolutamente infecundo por naturaleza propia; no tiene derecho a cría.
4º. Por tanto, la usura o interés, cualquiera que sea, recibida por un préstamo es injusta.

El dinero en el capitalismo

El Capitalismo va a invertir toda esta doctrina clarísima. Porque hará del dinero una mercancía; la única mercancía o riqueza; riqueza que prolifera matemáticamente a medida que pasa el tiempo. Para ello el empeño del capitalismo – inconsciente pero real y profundo – se reducirá a proveerse de un instrumento monetario que le permita desligarse lo más posible de la riqueza natural y producir dinero con dinero, proliferar dinero: este instrumento será el oro con sus innumerables sucedáneos.

El oro como dinero no tendrá valor en cuanto es representativo de todas las riquezas naturales de una nación, sino un valor intrínseco, el único apetecible. Y así, el oro será la única riqueza apetecible, porque todas las otras riquezas serán ambicionadas en cuanto pueden reducirse a oro. Es decir, que no se buscará el dinero como medio que nos procura las riquezas naturales, sino que se explotarán las riquezas naturales como medio que nos abastece del oro. El oro será, no una simple mercancía, sino la gran mercancía, el polo inmutable en la carrera de los fenómenos, la medida absoluta de los valores."2 (Ferdinand Fried, La Fin du Capitalisme, pág. 48).

Así, el oro es una moneda con caracteres opuestos a los que debe tener una moneda según la sabiduría de los antiguos. Los antiguos toleraban que la moneda fuese una mercancía, con tal que esta mercancía tuviese un valor real que coincidiese plenamente con su valor de representación o equivalencia. Suponían en este caso que esta moneda era una mercancía circulante, invariable en sí, cuya variabilidad sólo podría originarse de la variabilidad de los productos naturales. Es decir, que si los productos escaseaban debían subir de precio y que si abundaban, debían bajar de precio.

Pero el capitalismo, que hace del oro la única mercancía, comienza por retirarlo de la circulación y sepultarlo en los sótanos de los grandes bancos. El oro será sin embargo, lo más variable de todas las cosas. (Irving Fisher, L'illusion de la monnaie stable.)

2 Medida absoluta de los valores, no porque no admita variabilidad sino porque es lo que en último término se apetece.

El oro variable tiende a ser expulsado de la circulación; será substituido por otros medios de pago que conservarán una relación de equivalencia con el oro: el papel moneda y los cheques (ver nota 4 al final del libro). El papel moneda y los cheques que aseguran una mayor circulación de medios de pagos no tienen un valor de representación de las riquezas naturales sino un valor de representación con respecto al oro. Este valor de representación variará según las variaciones de su volumen.

En esta forma, los precios de todas las cosas están en función de tres variables: el oro, el papel moneda (y los cheques), y las mismas riquezas naturales, El oro asimismo está en función de tres variables (ver nota 5 al final del libro).

El comercio de la moneda

El comercio de la moneda, tan, enérgicamente reprobado por la sabiduría de los antiguos, será la ocupación preferida de los financistas que habrán encontrado un medio fácil de enriquecerse especulando sobre esta infinita variabilidad del oro, del papel que reemplaza al oro, y de todas las otras riquezas que estarán representadas en papel.

Las finanzas serán la comercialización de todos los valores. No me atrevería a añadir aquí que esta comercialización de la vida económica es una creación genuinamente judía, si un economista de la autoridad de Werner Sombart (Les juifs et la vie economique, pág. 81), no lo demostrase con una documentación abrumadora.

"El Capitalismo – dice Werner Sombart – es la bolsificación de todos los valores económicos". "Ahora bien, añade (ib. pág. 81), en este proceso «los judíos han desempeñado el papel de creadores, y aún el aspecto particular que la vida económica moderna ha revestido como consecuencia de este desarrollo debe ser considerado como el efecto de una influencia especial y esencialmente judía»".

Y sigue demostrando cómo la letra de cambio, el billete de banco, la obligación, las acciones, la bolsa, etc., son creaciones genuinamente judías. La gente se ha acostumbrado en tal forma a esta comercialización del dinero y de todos los otros valores económicos, que le parece esto lo más lógico y lo más inofensivo. Sin embargo, no es así. Porque toda esta comercialización presupone la formación de fortunas fantásticas, que se crean de manera artificial, sin la producción real de riquezas, a expensas por tanto de la verdadera producción. Además, esto crea una inestabilidad sumamente grande para las fuerzas productoras, la cual ha de redundar en perjuicio de los consumidores y de los productores para beneficiar, en cambio, las especulaciones de los financistas.

El dinero prolífero

Pero no es esto lo peor. Lo grave, lo gravísimo de la finanza capitalista, es que en ella el dinero, el oro y todos los otros valores, en cuanto reductibles a monedas, deben ser forzosamente prolíferos. Toda riqueza debe producir interés. No es posible concebir una riqueza improductiva. El dinero tiene derecho a interés, a cría. Cien pesos, a fin de año, deben forzosamente convertirse en Ciento cinco, por ejemplo.

Me refiero, por tanto, al interés, a la usura (usura-sistema, legalizada, al 5 por ciento, o al 1 o al 1/2 por ciento si se quiere), que forma en realidad el núcleo más esencial del capitalismo, porque es la expresión concreta de la avaricia. Comencemos por advertir que la noción de préstamo a interés, o venta a interés, a crédito, están en la raíz de todo; la noción de interés debido lo invade todo: la casa de nuestra madre, este dinero, este jardín, esta máquina inmóvil, todo lo que tiene un valor, todo lo que podría producir dinero de nuevo y no produce, todo, es un capital que puede y debe producir, que debe tener cría; constantemente, a medida que pasa el tiempo, se va acrecentando con un 4, 5, 6, 7, 8 por ciento, según sea la tasa legal. (Marcel Malcor en Nova et Vetera, Juiliet-Sept.1931.)

Este es en realidad el concepto capitalista de capital, de dinero. Para el capitalista, no hay riqueza muerta: cualquier dinero, cosa o bien, tiene que proliferar en favor de su dueño, haya o no de hecho producido esa riqueza, haya o no mediado el trabajo de su dueño en su producción. Tiene uno cien pesos, pero a f in de año está certísimo de que son 105 por ejemplo. Ha habido una cría infalible, matemática de $ 5. Un industrial agrícola ha tenido un año espléndido y ha recogido un beneficio de $ 100.000. Ya puede descansar para toda la vida. Porque la cosecha de este ano – sin consumirse –, solamente con su cría anual, es decir con la renta, le va a sustentar toda la vida.

El dinero y el capital

Antes de mostrar la perversidad de esta concepción del dinero (y demás riquezas en cuanto traducibles en dinero), voy a establecer que es necesario distinguir entre dinero y capital. El dinero es un instrumento de cambio; está hecho para ser usado, para asegurar los cambios. No es riqueza sino un valor nominal de riqueza.

En cambio, el capital es medio de producción de nueva riqueza. Como se explicó en el capítulo anterior, el capital es la inversión de riqueza en una empresa para que, asociada al trabajo como instrumento de producción, participe de los riesgos y beneficios de la empresa. El propietario de este capital, que arriesga esta riqueza en producción de nueva riqueza, tiene derecho a sus beneficios. Por esto, los antiguos y Santo Tomás expresamente (II-II, q. 78, a. 2, ad 5) afirman que

"aquel que confía su dinero a un mercader o a un artesano, formando con él una sociedad, no transfiere en él su dominio, sino que queda propietario, y así puede lícitamente exigir una parte del lucro que de él provenga, como de cosa propia. No, en cambio, aquel que presta su dinero, porque éste al prestarlo transfiere el dominio en aquel a quien lo presta, y así no puede exigir más que lo que prestó".

Evidentemente que este concepto auténtico de capital, admitido en todos los tiempos por la Iglesia, no coincide con el concepto del Capitalismo. Porque el Capitalismo inocula en el concepto de capital el mismo interés. Es esto tan cierto que en las empresas industriales el interés del capital no se saca del beneficio líquido de la empresa, sino que se considera un gasto general que ha de descontarse del beneficio bruto. Es que el interés, la cría, es algo inseparable del capital. Si una vez asegurada la amortización del capital y de su interés, aún queda beneficio líquido, ¡bien venido!: de él se beneficiará el capital en forma de dividendo.

Concepto de capital a todas luces injusto y usurario, como inmediatamente demostraré. Recordemos por ahora el concepto católico de capital, de capital genuino, según expliqué en el tercer capítulo. Es la inversión de riqueza no consumida en una empresa, para que, asociada al trabajo como instrumento de producción, participe en los riesgos y beneficios de la empresa. De donde:

1º El capital es solamente causa instrumental en la producción;
2º No tiene derecho al beneficio sino cuando está asociado al trabajo;
3º Su derecho al beneficio es secundario, viene después del trabajo, así como su influencia en la producción es secundaria y posterior al trabajo;
4º Así como se asocia con el trabajo en la participación del beneficio, así también se asocia en los riesgos y pérdidas.

Luego, el capital no tiene derecho a ningún interés; no tiene derecho tampoco a descontar la amortización del capital del beneficio bruto, en concepto de gasto general. El capital tiene tan sólo derecho al dividendo en caso de que haya beneficios líquidos. El beneficio líquido se ha de computar después de satisfechos plenamente los derechos del trabajo del ejecutor y del obrero.

Sólo en esta forma habrá verdadera asociación del capital en la empresa, como alimento del trabajo, según se desprende de los principios de Santo Tomás, explicados en el tercer capítulo. Ahora, en caso de que el capital no se asociara sino que se prestase, entonces tiene derecho tan sólo a reclamar la devolución íntegra del capital, cualquiera fuese la suerte de la empresa; así como no se asocia en la participación del riesgo de la empresa, tampoco puede reclamar ninguna participación en los beneficios.

El capital capitalista implica las siguientes injusticias: 1º Se considera como prestado, y por esto reclama su amortización, con la renta industrial; 2º Se considera asociado, y reclama participación en el beneficio líquido; 3º Se considera superior al trabajo, Y reclama su amortización, renta y dividendo, antes de los derechos del, trabajo. Por esto es necesario elegir: capital asociado o dinero prestado. Una cosa u otra: las dos como acaece en el tipo corrientes, de empresa capitalista, es injusto, es un robo, El préstamo a interés en el capitalismo

Ahora bien, si el dinero es prestado, el interés que el capital reclama como debido es un robo. ¿En virtud de qué, si se entregó 100, se reclama al cabo del año 105? Estos 5, que exigen ¿en virtud de qué se exigen? ¿Del año transcurrido? Pero, ¿se tiene derecho a comerciar con el tiempo, con el año, y cobrar $ 5 porque pasó un año?

Dirá alguno: pero es que el otro se benefició con el dinero que yo le presté. Se los prestó; luego le entregó el dinero para que lo usase; le entregó el dinero y su uso que van inseparables. Ahora bien, al devolverle el prestatario el dinero prestado, le devuelve también su uso, es decir le devuelve todo lo que le entregó. No tiene derecho al beneficio como no tiene que responder de sus pérdidas, porque, al prestarle el dinero, se despojó del dinero. Si no se hubiera despojado del dinero, si no lo hubiera prestado sino que lo hubiese asociado en la empresa con el trabajo del otro, podría reclamar con justicia una participación en los beneficios del otro, así como se expondría a sus riesgos. Pero entonces no sería dinero prestado sino asociado: no tendría derecho, tampoco, a su infalible amortización.

Doctrina clarísima y limpia, que nos cuesta entender porque tenemos la mentalidad capitalista del dinero y del capital.

El interés que cobra el prestamista, es riqueza apropiada sin trabajo. Pero, como es riqueza, es producto del trabajo... del trabajo del productor, del no rentista, que produce para sí y para el rentista. El rentista roba al productor una parte de su trabajo. Esto que aparece claro en la renta industrial y en la moderna renta fundiaria (digo moderna porque hoy el alquiler de las casas y de los campos implica el concepto de dinero y de capital con derecho a la cría), aparece más evidente en los empréstitos de Estado. Porque el Estado que contrae un empréstito, generalmente no invierte ese dinero en obras productivas sino en obras consumibles o mejor destructibles. De manera que luego hay que amortizar capital e intereses.

El dinero se lo presta quien lo tiene, es decir el financista. De modo que éste se enriquece con el interés de lo prestado. Y como el Estado no produce, luego hay que quitar de parte del productor una parte de lo que produce para pasarlo y entregarlo al financista. De este modo, el que hace en realidad el empréstito es el productor o trabajador, de la inteligencia o de las manos, pero trabajador. El que se beneficia – infaliblemente – es el no-trabajador, el haragán, el financista.

Con los empréstitos de Estado, el Estado oficialmente se encarga de pasar la riqueza de manos del productor en manos del no-productor. Y con los empréstitos contraídos en el extranjero, de manos de los productores del país en manos de los no-productores, del extranjero. Por esto dicen con gran sabiduría los Protocolos de los Sabios de Sión, Acta 203:

"En tanto que los empréstitos fueron interiores, los cristianos no hacían más que cambiar el dinero del bolsillo del pobre al bolsillo del rico. Pero cuando hubimos comprado las personas que hacían falta para conseguir transportar (3) los empréstitos sobre terreno extranjero, todas las riquezas de los Estados pasaron a nuestras cajas, y todos los cristianos se vieron obligados a pagarnos un tributo de servidumbre.

¡Cuán evidente – prosiguen los Protocolos – es la falta de reflexión en los cerebros, puramente animales, de los cristianos! Nos toman dinero prestado con interés, sin reflexionar que les hará falta sacar de los recursos del país, tarde o temprano, el capital prestado más los intereses para pagarnos a nosotros. ¡Cuánto más sencillo sería tomar el dinero que necesitan directamente del contribuyente! Esto demuestra la superioridad general de nuestro espíritu. Hemos sabido presentar el negocio de los empréstitos en forma tal que hasta han visto ventajas para ellos".

"Cada empréstito demuestra la incapacidad o ignorancia del respectivo gobierno en cuanto a los derechos del Estado. Los empréstitos cuelgan como una espada de Damocles sobre las testas coronadas, que en lugar de repartir contribuciones a tiempo, extienden las manos pidiendo limosna a nuestros financieros. Sobre todo, los empréstitos exteriores son como las sanguijuelas, que ya no se pueden quitar del cuerpo de los Estados, hasta que caigan por su propio peso, a no ser que el Gobierno los arranque violentamente. Pero los gobiernos no-judíos, muy lejos de arrancarlos, vuelven a colocar cada vez otros nuevos. Irremisiblemente tienen que hundirse a consecuencia de tan constante y voluntaria sangría".

(3) Al citar los “Protocolos de los Sabios de Sión”, no tenemos en cuenta la autenticidad de los mismos ni si responden a un plan premeditado de una supuesta dirección judía universal. Advertimos, sí, que es de todos modos innegable que expresan acertadamente todo cuanto de hecho se realiza y se cumple en las relaciones de los pueblos cristianos y de los judíos.

El préstamo a interés es nefasto porque divide la humanidad en dos clases: una oligarquía multimillonaria que no produce y una multitud miserable que produce

Todo lo expuesto hasta aquí sobre las finanzas, la moneda, la injusticia e inconveniencia de la usura, ha de parecer deshilvanado por una parte, y por otra sumamente ineficaz. Porque, aun suponiendo que la usura tuviese sus inconvenientes, ¿no es verdad que éstos se compensarían de sobra con el magnífico desarrollo alcanzado por la industria y el comercio, desarrollo que casi en su totalidad se ha de atribuir a la poderosa palanca de las finanzas y del crédito? Pues bien: voy a demostrar – reproduciendo la demostración de La Tour de Pin, ("Vers un ordre social chrétien") hecha hace 40 años – que el crédito y la usura son esencialmente nefastos, y que han colocado a la economía moderna en el abismo de su definitiva sepultura.

En efecto: la usura, aunque sea del 1/2 por ciento, es una injusticia nefasta: porque ella, sola, prescindiendo de cualquier otra causa, tiende automáticamente a dividir la humanidad en dos grandes y únicas clases: la una, acaparadora del dinero, que cada día acrecienta su dinero sin trabajar; la otra, sin dinero, que trabaja cada día más para enriquecer a la clase financiera.

Porque el interés que se recibe por el dinero prestado, sea de la renta industrial o de la renta fundiaria, o de los empréstitos de Estado, o de los simples préstamos bancarios, se substrae de manos del productor y se coloca en las manos del no productor. En esta forma, cada día aumenta el capital del financista, y sobre todo del financista primario, que suele ser el financista mundial. Al aumentar el capital, aumenta su interés; luego, cada día es mayor la parte que el productor debe entregar al financista. El productor tiene forzosamente que irse empobreciendo, hasta que llegue un momento en que lo que produzca diariamente ni siquiera alcance a satisfacer la parte que debe a los intereses del financista.

Se va, entonces, adeudando y quedará económicamente bajo las garras del financista. Ahora bien, esto no es fantasía: es la actual realidad económica del mundo. Por un lado vemos una exigua cantidad de financistas que tienen en sus manos concentradas una enorme montaña de dinero. Por el otro, se ve a naciones, industrias, comercios, particulares, cargados de deudas, trabajando (o proponiéndose trabajar) para cumplir con los enormes compromisos contraídos.

¿Para quién se trabaja?

En beneficio del financista, que nos ha de absorber, quién sabe hasta qué generación, el sudor de nuestro trabajo. El que no trabaja, no produce; todo su trabajo es artificial, financiero, especulativo. Es nefasto porque engendra una montaña nefasta de dinero. En efecto, esa montaña de dinero en poder de los financistas mundiales ¿estará ociosa? Imposible, porque si no se coloca, no se acrecentará con el interés. Pero colocarse ¿en dónde, si los actuales productores no ofrecen garantías suficientes como para cumplir con las deudas contraídas, y además, si sus productos manufacturados no encuentran mercados donde colocarse?

Si no se pide crédito, el crédito se ofrece. El dinero debe acrecentarse infaliblemente. Y así vemos cómo en el año 1928 y 1929 los financistas acuerdan 8,500 millones de dólares a los brookers de Nueva York para sus especulaciones bursátiles. (Emile Mireaux, Les Miracles du Crédit; Pierre Lucius La fallite du Capitalisme; Ferdinand Fried, La fin du Capitalisme). Los créditos alzaron todos los valores bursátiles. La prosperidad volvía. Pero era ésta un alza especulativa. El alza no se fundaba en un mayor rendimiento de la producción sino en una falsa especulación, que alzaba los valores porque disponía de dinero para especular. Y así, cuando vino la realidad fue una brutal bancarrota.

Pierre Lucius (La faillite du Capitalisme, pág. 8.) muestra en estadística el curso de cotizaciones de 1923 a 1931:

Este boom provocado artificialmente trajo la bancarrota de grandes especuladores y produjo la

pérdida del pequeño ahorro del público. Y así quebraron Hatry y Horn en Londres, Oustric, Devilder, Homberg, Bauer Marchal y la Aero-Postal en París, Gualino, Pánzarasa, Brudarelli en Turín y Milán.

¿Por qué esa cantidad enorme de dinero se lanzó a las bolsas principales del mundo, sino para

hacerlo prolífero desde el momento que es inconcebible que permanezca ocioso sin acrecentarse? Dígase lo mismo de la superproducción de materias primas en todos los países de ultramar y de la superproducción industrial en los países industriales. El dinero, con su ansia loca de acrecentarse ha racionalizado a Estados Unidos, Alemania, Rusia; ha provocado un progreso extraordinario de la industria en todos los países, y aún en países antes exclusivamente consumidores como la India, los Balcanes, la China, etc.

Calcúlese el trastorno nefasto de esta superproducción desenfrenada si se tiene en cuenta que cada uno de estos países puede virtualmente abastecer el consumo mundial. ¿Cuál ha sido el resultado ulterior de la expansión agrícola-industrial provocada por la enorme montaña de dinero que se precipitó sobre el mundo en ansias locas de acrecentar la riqueza?

Muy sencilla: Las materias primas super-producidas hubieron de almacenarse; se produjo su desvalorización por debajo de su precio de costo, y en esta forma la población campesina acabó por sumergirse en la miseria y bancarrota. La superproducción industrial produjo el paro de las usinas con la desocupación obrera y la bancarrota industrial.

"Así en la economía mundial vemos, por un lado, a los paisanos empobrecidos, incapaces de comprar los objetos manufacturados, máquinas y herramientas; y por el otro, las masas obreras empobrecidas que no pueden satisfacer sus necesidades de materias primas (Ferdinan Fried, pág. 22).

Un caso típico entre nosotros

Para apreciar los trastornos nefastos que necesariamente debe producir en un mercado saturado, (o sea en un mercado que no permite aumentar el rendimiento de la producción), una masa enorme de dinero, que no puede quedar inactiva en manos de los financistas, supongamos que existe un consorcio financiero con 1.000.000.000 de pesos. El comercio financiero X tiene 1.000.000.000 de pesos, y no sabe a qué comercio o industria proporcionarle porque nadie los solicita.

¿Mantendrá inerte esta ingente suma? De ninguna manera. Provocará negocios prolíferos a corto plazo, que le reembolsarán con profícua ganancia dicha suma. Pero como estos negocios no obedecerán a una necesidad real de los consumidores, esta ganancia se realizará a expensas de propietarios y productores, que tendrán que sucumbir en la lucha comercial, víctimas del Consorcio financiero X que se acrecentará vertiginosamente.

Supongamos que el Consorcio financiero X ve un negocio productivo a corto plazo en la edificación de rascacielos. Entonces dirigirá en esa dirección la inversión del dinero, no porque en Buenos Aires haya necesidad de esas viviendas, ya que la población no ha aumentado como para una densidad tal, sino porque ve gracias al snobismo de la gente que le gusta el último departamento, sus viviendas serán preferidas a costa de otros que serán sacrificados. En esta forma, el Consorcio financiero X, valido de su poder omnipotente de sus 1.000.000.000, arruinará a los demás propietarios y provocará una baja forzosa de alquileres.

No se habrá agotado con esto la capacidad financiera del Consorcio financiero X. Aprovechando el estado ruinoso de muchos almacenes, panaderías, peleterías, farmacias, camiserías, tiendas de la ciudad, las comprará a un precio insignificante, las transformará dándoles un aspecto atrayente y novedoso, y con esta cadena de negocios modelos diseminados en los puntos estratégicos de la ciudad, hará pingües negocios, mientras todos los otros comerciantes quiebran. Y así, matemáticamente, el Consorcio financiero X se irá quedando con todo en la República. Los cereales, el ganado, la leche, el pan, las drogas, las estancias, los grandes edificios de renta, todo irá pasando al Consorcio financiero X, que realizará enormes ganancias

a expensas del estado ruinoso de los productores y comerciantes, deudores suyos.

Pero ¿es que son inicuos los del Consorcio financiero X? De ninguna manera. Es gente que opera honestamente dentro de la Economía Capitalista. Tienen dinero y lo prestan. Al prestarlo, lo acrecientan con los intereses. Y así, con el préstamo a interés, reciben frutos del trabajo de todos los que no conocen otro modo de enriquecerse que con el sudor de su frente. Cuando éstos sea por una causa, sea por otra, no pueden cumplir con las deudas contraídas, se ven en la necesidad de hacer un arreglo con el Consorcio financiero X, el cual suele prestarse muy amablemente a una inteligencia con el poco afortunado deudor. ¿Y qué injusticia hay en todo esto? ¿No es la lógica de una economía fundada en el préstamo a interés? Así por la lógica, el Capitalismo ha llegado al desbarajuste total. Y la gente ingenua se pregunta ¿dónde está el dinero? ¿Dónde había de estar? En manos de sus dueños, los financistas internacionales. ¿Son culpables, entonces? De ninguna manera.

¿No dice el mundo moderno, el régimen económico capitalista, que todo marcha en progreso gracias a las maravillas del crédito? ¿Cómo extrañarse pues de que los acreedores tengan en su mano todo el dinero del mundo? ¡Si lo han recogido lícitamente, porque los productores han consentido en entregárselo!

"Hace falta dinero"

Pero si tienen el dinero ¿por qué no lo entregan a la circulación? ¿Y con qué objeto? ¿Para aumentar la producción? Si la producción actual es excesiva. ¿Para aumentar el consumo? Pero en este caso, sobre qué garantías ofrecerlo, si los consumidores no podrían reembolsarlo. ¿Quién va a entregar ahora el dinero a la circulación, si no ofrece garantías de productividad?

Además, que si se entregase se repetiría el fenómeno de desastre de 1929... Además que si se entregara se sentiría un alivio momentáneo, artificial, que luego habría de traer una situación más desesperada. Porque al recogerse el dinero con su correspondiente cría, que produciría el productor en beneficio del financista, éste quedaría más rico y el mundo más pobre, agravándose constantemente el mal.

Dinero, puro instrumento de cambio

Pero lo cierto es que hace falta dinero, instrumento de cambio, puro instrumento de cambio que ponga en circulación las mercaderías. Pero no hace falta (sería muy dañoso) el dinero o el capital con derecho a cría, a la usura. Luego, el dinero que hace falta, es un dinero no prolífero, un dinero exorcizado de la usura aún de las usura legal de por ciento. Un dinero como lo querían Aristóteles y Santo Tomás. Esta es la única solución al problema económico del mundo; la demostración formulada es de un rigor matemático fatal. Solución que no se quiere y que ni siquiera se ha vislumbrado. Solución que aunque se vislumbre, no se aplicaría porque como el mundo está regido por los financistas mundiales, jamás permitirían estos una solución que destruya sus exclusivos intereses.

La filosofía tradicional aporta la única solución posible a la crisis económica del mundo. Mientras tanto, las celebridades de la Economía y de la Política se agitan empeñadas en curar el estado comatoso del organismo económico con los tratamientos que lo han llevado a ese estado.

Usura - vicio, usura - sistema

La usura es por tanto injusta y nefasta. La actual crisis, definitiva para el capitalismo, es efecto primero de la usura. De la usura-vicio, dirá alguno, o sea de la usura de un interés exagerado, pero no de la usura legal, de la usura módica que perciben los bancos honestos. Pero, pregunto: una vez que se justifica y legaliza la usura, quién la mantendrá en sus justos términos, si ella es por naturaleza acelerada? ¿Además, dónde termina la usura legal y comienza la viciosa?

¿Acaso los financistas no imponen la tasa de sus préstamos y el Estado la legaliza con su aceptación? Pero prescindiendo de todo esto, aunque fuese cierto que la actual parálisis económica no se debiera simplemente al crédito y sí al abuso del crédito ¿no es de todos modos cierto que éste sólo habrá apurado, acelerado los efectos desastrosos de la usura; y que aún sin el abuso, aunque más lentamente pero con igual infalibilidad matemática se hubiese llegado a este estado nefasto?

La demostración nuestra no se puede eludir. Es de un rigor matemático fatal, repito. Rigor matemático que aún explica el aparente uso ordenado del crédito en el crecimiento del capitalismo y el desordenado en estos últimos años de apogeo. Porque un cuerpo en movimiento, a medida que se acerca a su centro de gravedad, acrecienta su velocidad; luego la usura y sus efectos mortales debían acrecentarse a medida que el capitalismo llegaba a su apogeo. La usura, pues, ha destrozado el capitalismo.

Otra Objeción. Pero si siempre se ha practicado la usura, ¿por qué precisamente ahora resulta tan mortífera? ¿No será ésta una solución simplista de la crisis económica? Nunca como ahora se ha practicado la usura como una necesidad de la vida económica. Siempre la tradición, judeo-cristiana, la filosofía greco-romana y todas las civilizaciones tradicionales han condenado la usura. Se practicó, es cierto, a espaldas de la ley, pero fue esta usura la que llevó a Roma a la destrucción.

Por tanto, ahora que se ha hecho de la usura una necesidad como jamás han visto los siglos, tendremos también que llegar a una catástrofe única en la historia. Evidentemente que, cuando la capacidad industrial del mundo no había alcanzado a equilibrar la capacidad real de consumo, no eran visibles los efectos nefastos de la usura. Porque como entonces la producción era de positivo rendimiento, era posible que enriqueciera al financista y al productor. Pero ahora, que el capitalismo ha llegado a su apogeo, ahora que la capacidad productora sobrepasa ya la cantidad consumidora, el rendimiento se ha hecho problemático – sino imposible – y aparece en toda su perversidad catastrófica la usura.

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