Publicacion
Edición de los Cursos de Cultura Católica
Impreso por Francisco A. Colombo,
19 de septiembre de 1936
CAPÍTULO III LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL
En el primer Capítulo estudiamos el concepto mismo de economía, Y demostramos, que la economía Por su objeto formal próximo, o sea la procuración de bienes materiales útiles al hombre, busca el perfeccionamiento del hombre en su aspecto material; de donde, es esencialmente humana o moral. Moral, no porque se ocupa de ella el hombre (también se ocupa de la química y de la física, y éstas no son ciencias morales) ni porque las construye o edifica (también construye obras de arte, y éstas no son de suyo morales), sino porque la economía está ordenada, por su misma naturaleza, al servicio del hombre.
Una economía que no sirviese al hombre, que no contribuyese a su bienestar humano, bienestar social universal, común, y no tan sólo de una clase, no es economía. De aquí que el Capitalismo no sea economía; que el Socialismo no sea economía. Los tratadistas modernos y las universidades modernas, que multiplican las teorías económicas, mejor dicho las fórmulas de acrecentar las riquezas, ignoran la economía. Habrá en todos estos sistemas y estudios un derroche aprovechable de técnica, de observaciones económicas que podrían integrarse saludablemente en la economía; pero esta integración no se ha realizado, sino que, por el contrario, estos elementos económicos han sido incorporados en la concepción antieconómica de la Economía moderna por lo cual ha resultado una máquina devoradora del bienestar humano. En una palabra: la Economía moderna es antieconómica.
En el segundo capítulo estudiamos el fenómeno producción de la tierra, y denunciamos el trastorno de la Economía moderna, que tiende por su esencia, aceleración del lucro, a absorber la producción de la tierra en la producción industrial y comercial. Afirmamos que era necesario que la producción de la tierra recobrase el lugar primero de función reguladora de toda la producción a que le destina la misma realidad económica. Ciertos países podrán dar mayor impulso a la industria, mientras otros, por sus condiciones geográficas, lo darán a la agricultura y a la ganadería. Pero el ritmo económico mundial no deberá estar arrastrado por el mercantilismo o industrialismo, y aún, un determinado País no abandonará su agricultura para dedicarse exclusivamente a la industria. Ha sido este el gran error "contra naturam" cometido por Inglaterra en los albores del capitalismo y sancionado definitivamente en 1842 con la ley de los cereales. Error cuyas consecuencias mortales está experimentando ahora, cuando se encuentra sin la agricultura que proporciona el sustento primario del hombre y sin mercados donde colocar sus productos industriales pasados de moda.
Propiciamos, como necesario, y aún como impuesto por el mismo ritmo francamente proteccionista de la economía mundial, el retorno a una producción económica, tipo rural en oposición a urbano, doméstico en oposición a mercantil.
La producción industrial
¿Y la producción industrial? ¿Será necesario sepultar como inútil la estupenda expansión de la técnica y de la máquina? De ninguna manera. Será tan solo necesario asignarle un lugar secundario ya que viene a satisfacer necesidades del hombre también secundarias. A nadie se le hará difícil admitir esto, si tiene en cuenta que sólo es economía aquella que perfecciona al hombre, que satisface su bienestar material humano; ahora bien, este bienestar es jerárquico: porque primero es comer, después vestirse y habitar, y sólo después gozar de lo superfluo, que preferentemente suministra la industria.
Luego, también debe ser jerárquica la producción. La tierra ha de primar sobre la industria. Al proponer esto me hago perfecta cuenta que ha de parecer blasfemia a los que creen en el confort y conciben la misión del hombre sobre la tierra según el tipo esbozado por el presidente Hoover, cuando dice: "El hombre que tiene un automóvil standard, un radio standard y una hora y media de trabajo diario menos, tiene una vida más colmada y más personalidad de la que poseía antes".
Otra cuestión es saber si será posible restituir la industria al lugar secundario que le corresponde. Evidentemente que en el actual estado anémico del hombre, es absurdo imaginarlo. Porque mientras la vida industrial ha adquirido una corpulencia de monstruo (recuérdese la magnífica, la victoriosa historia del industrialismo con la era del algodón, del hierro fundido, de la máquina accionada por el vapor, de la química, de la electricidad, del motor de gasolina, inventos ahora utilizados matemáticamente en la racionalización de la vida industrial), mientras la vida industrial, digo, ha adquirido una corpulencia monstruosa, el hombre continuando en la brecha abierta por Lutero, Descartes y Rousseau (Véase, J. Maritain en Tres Reformadores, Berdiaeff en ¿Una nueva Edad Media?), ha ido perdiendo su personalidad, y es hoy un simple grano de polvo, accionado por infinitas circunstancias.
Ha perdido su poder dominador. De suerte que mientras la bestia ha ido aumentando su corpulencia y coraje, el domador ha perdido su imperio. No es difícil calcular cual ha de ser la suerte del domador, debilitado frente a la bestia enfurecida. Figura poética, sin duda. Pero es muy posible que los hombres no atinen a ponerse de acuerdo sobre cómo mantener en límite el poder de la máquina. Y mientras tanto, ésta los extermina. En resumen: que el problema de la producción no tiene solución mientras no se resuelva el más general de la misma economía, y éste a su vez, mientras no se resuelva el de la vida, según expliqué en el primer capítulo. Observación trivial que han de tener presente los especialistas, quienes pretenden imponer un orden local sin atender al orden total. La síntesis es anterior al análisis, lo uno a lo múltiple.
Justificación moral del capital
Previas estas consideraciones preliminares entremos a estudiar la ordenación que ha de haber dentro de la misma vida industrial. Habremos de justificar el capital, el salario, la gestión, la máquina, y armonizar sus derechos. Obsérvese que la justificación de estos elementos la hago en general, en abstracto, indicando la conformación esencial que pueden y deben tener. No hago la justificación de estos elementos tal como se han concretado en el capitalismo, precisamente porque ha dado una conformación perversa e injusta a estos elementos de suyo buenos. La justificación debe hacerse desde el punto de vista moral, o sea de la acción humana como humana. ¿Pueden, y en qué medida, justificarse estos elementos como actos humanos? ¿Pueden ser actos de virtud o, en cambio, son actos intrínsecamente viciosos?
Si lo primero, pueden justificarse siempre que en verdad procedan con buena ordenación; si lo segundo, jamás se justifican Si lo primero, siempre que sean buenos serán benéficos; si lo segundo, serán nefastos Ahora bien, esto supuesto, veamos si se justifica el capital. El capital se justifica como ejercicio de una virtud que Santo Tomás llama de la magnificencia. Si recordamos bien, dijimos en un anterior capítulo que la propiedad privada tiene una función social, una destinación común, - uso común, que dice Santo Tomás. En virtud de esta destinación común de los bienes exteriores, “lo superfluo que algunas personas poseen -dice Santo Tomás- es debido por derecho natural al sostenimiento de los pobres; por lo que dice San Ambrosio (serm. 64) «De los hambrientos es el pan que tú tienes detenido; de los desnudos las ropas que tienes encerradas; de la redención y absolución de los desgraciados es el dinero que tienes enterrado»" (II-II, q.66 a. 7).
¿Será entonces necesario desprenderse de lo superfluo, es decir, de aquello que sobra una vez satisfecha la necesidad y el decoro de la propia condición, y donarlo a los pobres en forma de limosna? No es esto precisamente necesario. Se podrá invertir este dinero en empresas que proporcionen trabajo y pan a los necesitados. Es ésta la doctrina de S. S. Pío XI, enseñada admirablemente en su encíclica sobre la Restauración del orden social, cuando dice: "El que emplea grandes cantidades en obras que proporcionan mayor oportunidad de trabajo, con tal que se trate de obras verdaderamente útiles, practica de una manera magnífica y muy acomodada a las necesidades de nuestros tiempos la virtud de la magnificencia, como se colige sacando las consecuencias de los principios puestos por el Doctor Angélico (II-II, q. 134)”.
La virtud de la magnificencia, como explica el Santo Doctor, ordena el recto uso de grandes cantidades de dinero, así como la liberalidad ordena en general el uso del dinero, aunque sea poco. Obsérvese que pecaría, por tanto, de avaricia quien acumulase el dinero superfluo y lo substrajese al uso común. De donde resulta que el concepto económico de capital está justificado por el ejercicio de la virtud cristiana de la magnificencia. ¿Qué es, en efecto, el capital? Es riqueza acumulada que se invierte en una empresa para la producción de otra riqueza, y así se beneficia a la comunidad. De modo que el capital, como tal, busca primero beneficiar a la comunidad, a los pobres, porque es la inversión de lo superfluo que por derecho natural se debe al sostenimiento de los pobres. (Santo Tomás).
Creo que no es menester demostrar que no es éste el concepto que del capital se ha forjado el capitalismo. Reservando para el próximo capítulo una crítica más a fondo del concepto capitalista de capital, baste decir ahora que para el capitalismo, el capital es dinero que produce más dinero, que concentra más dinero. Exactamente lo contrario del capital genuino. Porque lejos de hacer del capital un medio que difunda el beneficio del dinero en la comunidad, hace de él un imán que lo acumula en forma rápida y absorbente en manos del individuo afortunado que lo posee. Por eso, mientras el capitalista acumula, se enriquece de modo fantástico, la multitud es continuamente despojada, hasta quedar en la actual miseria y desocupación.
Se ha olvidado la destinación eminentemente social, común de la riqueza invertida en capital. Se ha olvidado, además, la esterilidad ingénita del dinero mientras no sea empleado por el trabajo de la inteligencia y de los brazos. ¿Quién hace las riquezas materiales nuevas? El trabajo del hombre. La iniciativa de un empresario, que con su inteligencia y con su voluntad tesonera resolverá el modo más eficiente y rápido de una mejor producción de riqueza; el trabajo de los obreros, que aplicado bajo la dirección de la inteligencia del empresario producirá la riqueza. La producción de riquezas es un efecto propio del trabajo. El capital invertido en medios de producción (máquinas, inmuebles) es un instrumento, necesario si se quiere, pero un simple instrumento cuya fructificación le viene del trabajo. El trabajo es, pues, superior al capital como la causa principal es superior al instrumento. En la confección de un libro los derechos del autor son primeros y superiores a los derechos de la tinta y de la pluma, p. ej. El capital tiene derechos, es cierto, pero sus derechos son posteriores a los derechos del trabajo.
“Por esto – escribe Jacques Maritain (Religion et Culture, pág. 97) – fácilmente se concibe un régimen de asociación entre el dinero y el trabajo productivo, en el cual el dinero invertido en una empresa representa una parte de la propiedad de los medios de producción y sirve de alimento a la empresa, por lo cual ésta se procura el equipo material que necesita, de suerte que la empresa siendo fecunda y produciendo beneficios, una parte de estos beneficios vendría al capital".
Es decir, el capital alimentaría al trabajo y no el trabajo al capital Exactamente lo mismo que enseña Santo Tomás, cuando escribe (II-II, q. 78, a. 2):
“El que confía su dinero a un mercader o a un artesano, formando con él una especie de sociedad, no le transfiere la propiedad de su dinero; lo guarda para sí y a sus riesgos y peligros, y participa, sea en el comercio, sea en el trabajo de! artesano. En este caso puede legítimamente reclamar como cosa que le pertenece una parte del beneficio que de allí proviene".
De aquí se sigue, contra la doctrina de Marx, que el capital, tiene derecho a una parte del beneficio, y que el beneficio, de suyo, no es una usurpación al trabajo del obrero como lo pretendía la teoría simplista de la plus-valía. Se sigue igualmente contra la injusticia flagrante del capitalismo liberal, que los derechos del capital son posteriores a los derechos del trabajo. El Capitalismo ha invertido los derechos del trabajo y los del capital, sofocando a aquél bajo las garras avarientas de éste.
"En lugar de ser tenido el dinero -escribe J. Maritain, pág. 97- por un simple alimento que sirve de sustento material al organismo vivo que es la empresa de producción, es él tenido como organismo vivo, y la empresa con sus actividades humanas es considerada como su alimento; de suerte que los beneficios no son el fruto normal de la empresa alimentada por el dinero sino el fruto normal del dinero alimentado por la empresa. Inversión cuya primera consecuencia es hacer pasar los derechos del dividendo antes de los del salario".
Es necesario clamar contra esta injusticia que constituye las entrañas mismas del capitalismo, injusticia que pasa inadvertida aún para los mismos obreros, que la consideran como la cosa más natural y justa. El capital es un instrumento del trabajo. El trabajo debe servirse del capital. Por esto es injusto el afán primario y único que mueve al capitalista a asegurar la ganancia y a acrecentar el capital. Esto es secundario, y viene después de haberse asegurado suficientemente el bienestar humano, según la condición de cada uno, de todos los ejecutores y operarios que han puesto su actividad en la empresa. Además que, como decía antes, y se desprende de la doctrina de la Iglesia enseñada por Santo Tomás, el capitalista que invierte su dinero no debe buscar ante todo su ganancia, su beneficio, su lucro, sino que primero ha de tratar de proporcionar trabajo y con ello el bienestar humano a aquellos menos afortunados que él en la posesión de riquezas, y sólo una vez que ha sido satisfecha esta exigencia primaria del capital, puede beneficiarse él mismo con las ganancias que resulten.
Para muchos, este raciocinio carecerá de fundamento, parecerá fantasía... Bien sé que el capitalismo y el capitalista no se mueven sino por el lucro, por la sed de oro, por el ansia de amontonar. Por esto estoy afirmando desde el primer capítulo que el capitalismo es injusto, nefasto, y está amasado en el pecado de la avaricia... Por esto estoy afirmando que el capitalismo se ha levantado y se levanta con el robo a los derechos inalienables del trabajador. De aquí que a nadie le convenga con más justicia que al capitalismo, lo que San Juan Crisóstomo afirmaba de las grandes fortunas:
"En el origen de todas las grandes fortunas existe la injusticia, la violencia o el robo".
Pero, a pesar de saber que es una ocurrencia infantil enseñar que los derechos del capital se han de exigir después de los derechos suficientes del trabajo, lo reafirmo. Primero, porque hay que expresar la verdad; segundo porque entonces es mas necesaria que nunca su enseñanza; tercero, porque desde la primera línea de este libro he anunciado que únicamente formularía un juicio de valor, axiológico, sobre la realidad económica moderna. Esto ha de defraudar a aquellos que querrían una receta práctica que, sin abandonar el capitalismo, arreglase la economía perturbada. Pero la verdad es que la única solución verdaderamente práctica es abandonar el capitalismo esencialmente injusto.
La empresa
El trabajo, decimos, es primero, y el capital es secundario. Los dos se asocian en la empresa. Pero hay trabajo del empresario y trabajo del obrero. El primero es trabajo de la inteligencia y de la voluntad: el empresario se arriesga. ¿Qué contrapeso equilibrará los riesgos del empresario? El capital también se arriesga ¿qué contrapeso lo equilibrará? En cambio, el operario no arriesga nada. Como su condición de hombre sin rentas no le permite aguardar el beneficio de la empresa para vivir de estas utilidades, a lo mejor problemáticas, debe trabajar por una paga cuotidiana que le asegure la subsistencia de él y de los suyos, como enseguida explicaremos al hablar del salario. De aquí que en rigor de justicia, al obrero no le corresponda participación en las utilidades. El obrero asalariado no forma entonces, propiamente, parte de la empresa. Aunque por razones de otra índole, como enseña Pío XI en Quadragesimo anno,
"sería más oportuno que el contrato de trabajo, algún tanto se suavizara en cuanto fuese posible por medio del contrato de sociedad, como ya se ha comenzado a hacer en diversas formas con provecho no escaso de los mismos obreros y aun patronos. De esta suerte los obreros y empleados participan en cierta manera, ya en el dominio, ya en la dirección del trabajo, ya en las ganancias obtenidas”.
Esto supuesto, hay ahora varias cuestiones que plantear. 1º ¿La empresa -asociación de trabajo y capital-, ¿ha de proponerse una ganancia? 2º ¿Esta ganancia puede ser móvil primero de la empresa? 3º ¿Cómo repartir esta ganancia?
Tres puntos sumamente difíciles, que deben ser determinados con prolijidad, desde el punto de vista de la ley moral.
El beneficio de la empresa
En primer lugar ¿la empresa -asociación de trabajo y capital- ha de proponerse una ganancia? Respondo que sí, porque tanto el capital como el trabajo arriesgan recursos propios, que han de tener una justa recompensa. ¿Si no hubiese la perspectiva de ganancia, quién expondría sus recursos? ¿Quién se aventuraría en empresas? El riesgo justifica la ganancia como lo han visto los escolásticos, quienes consideran justo el beneficio de un dinero invertido en una empresa, así como suponen injusto el interés del dinero prestado (II-II, q. 78, a. 2). Para que se aprecie el valor de esta razón y se entienda, vamos a transcribir íntegra la dificultad que Santo Tomás se supone cuando pregunta ¿si es lícito exigir alguna utilidad por el dinero prestado? Se propone el Santo esta dificultad (II-Il, q.78, a. 2):
"Enajena más el dinero el que lo presta que el que lo entrega a un mercader o artesano. Pero es lícito recibir lucro del dinero invertido en lo del mercader o artesano. Luego también es lícito recibirlo del dinero prestado".
Contesta.
"Hay que decir a esto que aquel que presta su dinero, transfiere el dominio en aquel a quien presta; de donde aquel a quien se presta dinero, lo tiene bajo su riesgo y se compromete a restituirlo íntegramente: de donde el que lo prestó no debe exigir nada más. Pero aquel que confía su dinero a un mercader o artesano formando con él una sociedad, no le transfiere el dominio de su dinero sino que lo conserva; así con riesgo a cuento de su dueño negocia el mercader y trabaja el artesano; y por esto es lícito exigir la parte del dinero que de allí provenga como de cosa propia".
El riesgo compensa entonces la ganancia justa. Pero, ¿esta ganancia puede ser móvil primero de la empresa? Plantear esta cuestión es plantear la misma a la que da solución Santo Tomás en la suma (II-II, q 77, a. 4), cuando pregunta ¿es lícito, "comerciando, vender algo más caro de lo que se ha comprado", y contesta: Comerciar por el lucro,
"implica en sí servir a la concupiscencia del lucro que no conoce termino sino que tiende al infinito. Y por esto la negociación en sí considerada tiene cierta fealdad en cuanto de suyo no envuelve un fin honesto o necesario. Con todo, el lucro, que es el fin del comercio, aunque en su concepto no importe algo honesto o necesario tampoco implica de suyo nada vicioso o contrario a la virtud, de donde no hay nada que impida que el lucro se ordene a algún fin necesario o aún honesto, y así el comercio resulte lícito; así como cuando alguien ordena el lucro moderado que busca comerciando o a la sustentación de su casa, o para socorrer a los pobres; o aún cuando alguien se ocupa en el comercio por la utilidad pública a, fin de que no falten las cosas necesarias a la vida de la patria y busca el lucro no como un fin sino como un estipendio del trabajo".
De esta doctrina admirable del Doctor Angélico se colige claramente que "la ganancia no puede ser el móvil de una empresa capitalista." Se ha de esperar la ganancia porque se arriesga un capital. Pero no se ha de buscar la ganancia por pura ganancia. Ha de haber móviles honestos que justifiquen la inversión del dinero en una empresa como por ejemplo el beneficiar a la colectividad con una nueva producción útil, o el dar trabajo a los indigentes, o aún una sustentación conveniente de él y de los suyos. ¡Cuántas aplicaciones prácticas podrían hacerse de esta doctrina, que es la doctrina católica de la economía! Un patrón católico con recursos, si procediese a la luz de estos principios, ¡qué obras útiles en favor de sus semejantes realizaría, elevando la situación económica de las clases indigentes, y con ello elevando su situación cultural y religiosa! ¡Entonces sí que el capital recobraría su función propia de difundir los bienes en la comunidad, y no, en cambio, como ahora sucede en esta economía de lucro, que los absorbe de la comunidad para acumularlos en manos de una minoría que exclusivamente los disfruta!
¿Cómo repartir la ganancia de la empresa?
Hablando en estricto derecho de justicia conmutativa, la ganancia que resultare de la empresa, una vez satisfechas todas las obligaciones con operarios y consumidores, pertenece al empresario (o empresarios) que tuvo la gestión y a los capitales que hicieron posible esta gestión. El Cardenal. Cayetano, comentando el célebre artículo de Santo Tomás (II-II, q. 78, a. 2, ad 5), expone los principios de esta repartición para que quede a salvo la justicia. El beneficio, comenta, ha de ser proporcional a los riesgos a que se expone cada socio según el monto del capital que unos invierten o del trabajo e iniciativa que los otros aportan para hacer productivo este capital. Pero, aunque según justicia conmutativa, no haya obligación de otra cosa, para el católico existen otras virtudes además de la justicia conmutativa, y de acuerdo a ellas debe ajustar su conducta.
Decíamos antes que el concepto económico de capital se justifica por el ejercicio de la virtud cristiana de la magnificencia. El capital es riqueza acumulada que se invierte en una empresa para la producción de otra riqueza y así se beneficia a la comunidad. Luego es menester que la empresa esté de tal suerte regulada que el beneficio sea en verdad común: es menester entonces fijar un límite a la ganancia de los accionistas y de los empresarios; es menester hacer participar a los obreros de las utilidades; es menester también que la empresa tenga en cuenta los intereses de los consumidores para producir artículos realmente útiles y por último es indispensable que las utilidades de la empresa no se hagan a costa de una competencia ruinosa con otros empresarios. Luego la empresa debe organizarse en la colaboración real de capital, trabajo y gestión, y una vez así organizada debe estar armonizada en el cuadro de la profesión y de toda la vida económica.
Es decir que en el régimen corporativo, como lo explicaré al hablar del Orden económico social, logrará la empresa la regulación que le haga de beneficio colectivo.
El salario
Asentados los principios de una empresa capitalista en el sentido católico, entremos a explicar el salario, y en primer lugar afirmemos, contra las críticas de los socialistas, que el régimen del salario es necesario para los obreros. Porque el obrero vive de su trabajo diario; necesita, entonces, una paga diaria. No podrá trabajar en una empresa esperando un beneficio incierto. Luego necesita que día por día se le adelanten los recursos que le aseguren la subsistencia propia y de los suyos: el jornal se justifica por la misma condición indigente del obrero. Pero justificar la existencia del salario no impide condenar enérgicamente la conducta del capitalismo en la remuneración de los salarios.
Como todo el empeño de los capitalistas, o mejor, de los administradores de los capitales (que suelen a su vez explotar en forma descarada a los verdaderos capitalistas), consiste en buscar a toda costa su propio lucro, el beneficio, procuran remunerar lo menos posible la mano de obra, pagando salarios de hambre, como fue común en el siglo XIX, o bien eliminar el trabajo del obrero sustituyéndolo por el de mujeres, niños o máquinas.
Justificación del salario
Dos abusos que merecen detenida consideración. Ante todo, hay que recordar que el derecho del obrero al justo salario es uno de los derechos más sagrados. Oíd cómo habla el apóstol Santiago (V. 1-6):
"Ea -dice- ricos, llorad, levantad el grito en vista de las desdichas que han de sobreveniros". 2. Podridos están vuestros bienes y vuestras ropas han sido roídas de la polilla. 3. El oro y vuestra plata se han enmohecido; y el orín de estos metales dará testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como un fuego. Os habéis atesorado ira para los últimos días. 4. Sabed que el jornal que no pagasteis a los trabajadores que segaron vuestras mies está clamando contra vosotros, y el clamor de ellos ha penetrado los oídos del Señor de los ejércitos. 5. Vosotros habéis vivido en delicias y en banquetes sobre la tierra, y os habéis cebado a vosotros mismos como las víctimas que se preparan para el día del sacrificio.6. Vosotros habéis condenado al inocente, y le habéis muerto sin que os haya hecho resistencia alguna".
Así hablaban los apóstoles condenando la explotación del pobre; nadie se extrañe pues, de oír palabras de dura condenación para el monstruo capitalista que se ha emborrachado y se emborracha con el sudor del jornalero. ¿Qué se entiende por justo salario debido al obrero, o mejor: ¿cuál es el salario mínimo cuyo límite no se puede en ningún caso rebajar sin cometer una flagrante injusticia?
León XIII y Pío XI han determinado la cuestión en forma tan acabada, que no permite enunciar nada nuevo al respecto. El trabajo -sobre todo en el obrero y empleado- es el ejercicio de la propia actividad enderezado a la adquisición de aquellas cosas necesarias para los varios usos de la vida, y principalmente para la propia conservación. El hombre que emplea su trabajo vive de su trabajo: tiene derecho a una existencia humana, digo más: tiene derecho a una existencia humana y cristiana. No se le puede utilizar como una máquina o como una mercancía o como un burro de carga o simplemente como un animal elegante. Por tanto, si trabaja, esto es: si emplea sus fuerzas en lo de otro hombre, tiene derecho a que éste le proporcione los recursos necesarios para una vida humana, digna del hombre.
Una vida humana: por tanto, lo necesario al menos para el sustento propio de un obrero frugal y de buenas costumbres (León XIII) y la de su familia (Pío XI). Porque es humano, esto es: propio del hombre, vivir él y vivir en familia con la mujer y con los hijos. El salario familiar absoluto se le debe a todo trabajador.
El jefe de familia es una sola cosa, un solo ser con su esposa y con sus hijos. A él incumbe sustentarlos. Mientras la mujer y los hijos tengan hambre, es el padre quien sufre y siente el hambre. Por esto dice S. S. Pío XI:
"es un crimen abusar de la edad infantil y de la debilidad de la mujer; es gravísimo abuso que la madre (lo mismo dígase de la niñez que vaga en la venta callejera) se vea obligada a ejercitar un arte lucrativo, dejando abandonados en casa sus peculiares cuidados y quehaceres, y sobre todo la educación de los hijos pequeños".
Obsérvese que el salario familiar, como salario mínimo, se le debe a todo obrero, aunque sea soltero, porque es el salario humano, que se le debe como a hombre. Si no se casa, es asunto que sólo a él le interesa. El empresario le debe el salario humano, que es, al menos, el salario familiar. Una vida humana: pero no es vida humana la que no tiene más que lo estrictamente necesario para el sustento de cada día, la que no puede ahorrar en previsión del mañana. Luego el justo salario reclama algo más de lo estrictamente necesario para el sustento diario de la familia. De aquí que Pío XI diga que
"ayuda mucho al bien común que los obreros y empleados lleguen a reunir poco a poco un modesto capital mediante el ahorro de alguna parte de su salario, después de cubiertos los gastos necesarios".
En el mínimo salario justo se incluye además un tratamiento humano y cristiano. Tratamiento humano:
"y por esto débese procurar que el trabajo de cada día no se extienda a más horas de las que permiten las fuerzas. Cuánto tiempo haya de durar este descanso, se deberá determinar teniendo en cuenta las distintas especies de trabajos, las circunstancias de tiempo y de lugar y la salud de los obreros mismos". (León XIII).
Tratamiento humano: por esto entiendo que se ha de reprobar la división de] trabajo impuesta por la "taylorización". No es tolerable que el hombre se someta a la repetición maquinal, automática, de un mismo gesto, sin iniciativa propia. El hombre no es, como se imaginaba y decía Taylor, un hombre buey. Tiene derecho a la nobleza humana. Tratamiento, además de humano, cristiano. Porque como el obrero ha sido rescatado por Cristo, y es amado por Cristo de modo especial. ya que también El fué obrero, tiene derecho a que se le considere como cristiano y se le den las facilidades para que cumpla con sus deberes religiosos y santifique los días del Señor.
El salarlo mínimo explicado no se le puede negar por ningún motivo y en ningún caso, aunque su negación la autorizase la legislación civil.
"Si acaeciese alguna vez -dice León XIII- que el obrero obligado de la necesidad o movido del miedo de un mal mayor, aceptase una condición más dura, que contra su voluntad tuviera que aceptar por imponérsela absolutamente el amo o el contratista, sería eso hacerle violencia, y contra la violencia reclama la justicia". (León XIII).
No faltan ahora, con la desocupación, quienes explotan la poca demanda de brazos para remunerar injustamente el trabajo del operario. Abuso pernicioso. Si una empresa no tiene recursos para pagar el salario debido, tampoco puede exigirle un trabajo ordinario. Sólo le puede exigir el trabajo que le remunera. Si disminuye el salario debajo de lo justo, disminuya en igual proporción la cantidad de trabajo.
Hasta aquí hemos tratado de determinar rápidamente el salario mínimo, cuyo límite no se podrá rebajar sin una funesta violación de la estricta justicia. ¿Se contentará con esto un empresario? De ningún modo. Como lo dice el Código de la Unión Internacional de Estudios Sociales de Malinas:
"El salario mínimo no agota las exigencias de la justicia. Por encima del mínimum, diversas causas principales importan, sea por justicia, sea por equidad, una mejora. Así, p. ej. una producción más abundante o la prosperidad más o menos grande de la empresa, exigen un aumento en el salario. Además que ha de existir una jerarquía en los salarios, según la función económica que se desempeñe. No es justo que el trabajo del picapedrero sea igualmente remunerado que el del electrotécnico".
Verdad de sentido común, contra la cual conspira el capitalismo. Así, p. ej. se asegura que el portero del Hotel Ritz en París, gana 300.000 francos al año, mientras un profesor del Colegio de Francia gana 45.000 francos. Es más remunerativo servir a los placeres o a los vicios de una plutocracia que en suministrarle elementos intelectuales. (Marcel Malcor, L'Economie contemporaine en Nova et Vetera, Avril-Juin 1931).
Para terminar esta cuestión sobre el salario que hemos debido exponer apuradamente, sin decir nada sobre las Allocations familiers para ayuda de las familias numerosas y sobre seguros contra accidentes de trabajo, etc., digamos que aunque el régimen del salariado sea de suyo justo, es urgente hoy templarlo por el régimen de sociedad. Sea en parte por la explotación capitalista, sea por las vociferaciones de los explotadores del obrero, lo cierto es que el obrero y el empleado tienen una instintiva aversión al trabajo asalariado. De aquí que hayamos de decir con Pío XI que,
"atendidas las condiciones modernas de la asociación humana, sería más oportuno que el contrato de trabajo algún tanto se suavizara en cuanto fuese posible por medio del contrato de sociedad, como ya se ha comenzado a hacer en diversas formas con provecho no escaso de 'os mismos obreros y aún patrones. De esta suerte los obreros y empleados participan en cierta manera, ya en el dominio, ya en la dirección del trabajo, ya en las ganancias obtenidas".
La máquina
Pero toda la doctrina del justo salario es hoy perfectamente inútil, porque el capitalismo arbitra recursos más expeditivos para burlarla. El trabajo del obrero es sustituido por el de mujeres y niños, a quienes se les remunera menos, y sobre todo por el trabajo de la máquina. Es algo monstruoso que le sea más fácil colocarse a una niña que a un obrero, padre de familia. Hasta aquí llega el colmo de la explotación capitalista. Pero lo que no tiene nombre es que todo el empeño del capitalista sea arbitrar la forma de un movimiento automático de su fábrica que elimine la mano de obra para aumentar su lucro individual.
Es sabido, en efecto, que su afán para supermultiplicar la ganancia es entregar al mercado un producto de menos costo que el corriente en plaza. Para esto aplicará un nuevo procedimiento técnico que aumente la potencialidad de la máquina y reduzca la mano de obra. Es decir: todo su empeño es desalojar al obrero por la máquina. Un ejemplo entre mil. El fabricante Harrison de Estados Unidos producía en otro tiempo 50 radiadores diarios que le costaban 10 horas de mano de obra. En 1929, gracias a un instrumento más perfeccionado, logró producir 10.000 radiadores con 40 minutos de trabajo. Economizó un 93 por ciento en mano de obra. No se trata de condenar al industrial Harrison. Si este señor no hubiera aplicado este procedimiento hubiese perecido en la concurrencia industrial. Se trata de mostrar en un ejemplo la crueldad de un sistema económico afiebrado por la aceleración de la ganancia, con detrimento de la parte más numerosa de la humanidad.
El capitalismo hace un doble abuso de la máquina. Primero, porque monopoliza su innegable fuerza benéfica, en detrimento de la comunidad. La máquina como todo bien tiene un finalidad común, social: es justo pues que beneficie al obrero lo mismo que al capital, y al obrero antes que al capital, porque, como dijimos antes, los derechos del trabajo son superiores a los derechos del capital, que sin el trabajo es un bien estéril. Es este el primer abuso que de la máquina hace el capital.
El segundo, conectado con este primero, es que no sólo no participa el beneficio de la máquina al obrero, sino que se sirve de ella como medio para desalojar al obrero, para matar al obrero. Alguno dirá que son estas exigencias de la técnica, del Progreso. Pero, pregunto: ¿sería lícito alimentar las máquinas con carne humana, so pretexto de que es mejor combustible que el carbón? ¿Es lícito, entonces, sumergir en la miseria absoluta a más de veinte millones de hombres, sin contar sus familias, colocar a otros en verdadera miseria por los salarios famélicos que se les paga, y crear con esto una inmensa desesperación mundial y todo porque es necesario respetar la infinita aceleración de la máquina?
Pero, ¿está hecha la máquina para el hombre, o el hombre para la máquina?
Creo que nadie pone en duda de que la super-potencialidad de la máquina sea una de las causas, aunque no la principal, del actual malestar económico. Recuérdese que hoy Estados Unidos, gracias a la producción en gran serie, impuesta por Hoover y Ford, posee una capacidad de producción que sobrepasa en algunos artículos el consumo de todo el mundo. Así, p. ej.
"la capacidad de producción de la industria americana del automóvil es de 8.000.000 de coches, mientras el consumo mundial en 1929, pasó apenas de Íos 600.000. La industria americana de zapatos puede producir anualmente 900 millones de calzado, mientras el consumo americano no pasa de los 300 millones. Las minas de carbón están equipadas para producir 750.000.000 de toneladas de carbón, cuando el mercado americano no puede absorber 500.000.000. (Pierre Lucius, La faillite du Capitalisme, p. 103).
En las industrias del petróleo, del carbón, del acero, de la lana, de la seda, se dispone de un instrumental técnico que representa una capacidad de producción triple del volumen de la venta. Al mismo tiempo, todos los países están afanosos en el desarrollo de sus industrias. Hasta la India ha levantado su industria, equipada a la europea, y cierra su mercado a las viejas industrias inglesas. Rusia se propone hacer surgir en pocos años un instrumental productor más poderoso que el americano. El delirio vertiginoso del lucro, que acelera caprichosamente la potencialidad de la máquina, amenaza engullir a todo el género humano después de haber explotado, por espacio de 150 años, a la masa proletaria. ¿Sabrá el hombre frenar a tiempo la velocidad desbocada? Ya dije al principio que, frente a la máquina que ha ido aumentando su corpulencia y coraje, el hombre moderno es un simple grano de polvo, accionado por infinitas circunstancias. Su suerte no es difícil de prever.
Burguesía y proletariado
Hemos examinado la producción industrial, para llegar a la consecuencia que todo está en tal forma armado en la economía capitalista que el burgués es omnipotente y tirano frente al pobre, al jornalero en especial, y que usa de esta omnipotencia para exprimirle la última gota de dignidad. No es esto literatura. El trato ordinario con los obreros me ha mostrado al vivo la vileza con que se le trata. Se le ha arrancado su dignidad de cristiano: el obrero, amado con predilección por Cristo que quiso ser pobre y obrero, mantiene hoy un odio concentrado, desesperado contra Cristo, contra su Iglesia, con los ministros del Crucificado. (Conviviendo con ellos, es fácil comprobarlo.)
¿Quién ha depositado ese odio? El burgués, el capitalista, el burgués católico. Porque si los diarios, si los libros, si el cine y el teatro envenenan al obrero, la culpa es del burgués, quien, con el ansia de hacerse rico, le ingirió el veneno. Si las escuelas laicas y las universidades ateas envenenan con su ignorancia fatua, la culpa es del burgués.
Se le ha arrancado su dignidad de hombre: porque el burgués que, al fin y a la postre, no es sino un obrero con más suerte, le ha considerado como una mercancía despreciada, de la cual en tanto se echa mano en cuanto sirve. Es verdad que se le proporcionó comodidades, superfluidades burguesas (sport, cine, lecturas), pero a costa de su dignidad humana, que ha sido conculcada por la máquina.
Pero hoy el obrero está desesperado y frente al capitalismo hidrópico se siente fuerte. Ya no acepta "servir": Quiere ser amo. Y el ritmo de los acontecimientos hace sospechar que ha llegado la hora de su imperio. Desde la Revolución Francesa hasta aquí, ha dominado la burguesía, así como antes había dominado la aristocracia, y antes que ésta el poder sacerdotal. Agotada hoy la burguesía, el cetro pasará al proletariado.
Por esto – escribe Berdiaeff, (Le christianisme et la Lutte des classes, p. 195)
así como antes era menester enseñar al burgués que respetase la dignidad humana de las clases trabajadoras, así hoy se ha de enseñar a los obreros que “el burgués y el noble son también seres humanos, que hay que tratar como tales y cuya dignidad se debe respetar. Este al menos, es el problema que se plantea en Rusia Soviética y es probable que se plantee algún día en Occidente".
Entonces, como ahora, será necesario predicar "oportune et importune" que el hombre de cualquier condición social lleva en su ser la imagen de Dios, ha sido rescatado por Cristo y está llamado a la vida eterna. “Frente a esta dignidad divina, todas las diferencias de clases, todas las pasiones políticas, todas las superposiciones que el trato social cotidiano ha acumulado sobre el alma humana, son insignificantes y vanas". La Iglesia de Jesucristo, que es el mismo Cristo prolongado y hecho visible entre nosotros, entonces, como ahora, recordará que "de nada sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma".
Y que el supremo bienestar del hombre en el cielo y en la tierra está en el amor de todos, unidos en Aquel que ha puesto su riqueza en dar su vida por nosotros.
El Movimiento Cívico Militar Cóndor es un conjunto de hombres y mujeres que tienen por objetivo difundir el Pensamiento Nacional, realizar estudios Geopolíticos, Estratégicos y promover los valores de la Argentinidad.