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Las Grandes Herejías - Capítulo 4 - Parte II

La Gran y Persistente Herejía de Mahoma

Fue el primer revés serio y produjo una gran excitación en el Oeste cristiano. Los reyes de Francia e Inglaterra partieron con grandes ejércitos para restaurar la posición cristiana, y esta vez fueron en pos de la clave estratégica de todo el país: Damasco. Pero fracasaron en tomarla y, cuando los hombres navegaron de regreso, la posición de los Cruzados en Siria era tan peligrosa como lo había sido antes. Tenían la garantía de otra concesión de precaria seguridad mientras el mundo mahometano permaneciese dividido en dos cuerpos rivales, pero era evidente que, si surgía un líder capaz de unificar el poder mahometano en sus manos, las pequeñas guarniciones cristianas estaban perdidas.

Y eso fue exactamente lo que pasó. Salah-ed-Din, a quien conocemos como Saladino – un militar de genio, hijo del gobernador de Damasco – se hizo gradualmente de todo el poder mahometano en el Cercano Oriente. Se convirtió en el soberano de Egipto y de todas las poblaciones a la vera del desierto, y cuando marchó al ataque con sus fuerzas unificadas, el cuerpo remanente de los cristianos de Siria ya no tuvo ninguna posibilidad de éxito. Con todo, se reunieron en buen orden retirando a todo hombre disponible de las guarniciones estacionadas en los castillos y formaron una fuerza móvil que intentó aliviar el sitio al castillo de Tiberíades, sobre el Mar de Galilea. El ejército cristiano se hallaba acercándose a Tiberíades habiendo llegado a la ladera montañosa de Hattin – aproximadamente a un día de marcha del objetivo – cuando fue atacado y destruido por Saladino.

Al desastre que ocurrió en el verano de 1187 le siguió el colapso de casi toda la colonia militar en Siria y la Tierra Santa. Saladino conquistó población tras población, excepto uno o dos puntos sobre la costa del mar que seguirían en manos cristianas por más de una generación. Pero el Reino de Jerusalén, el reinado feudal cristiano que había recuperado y mantenido los Lugares Sagrados, se perdió. Todos los grandes líderes, el Rey de Inglaterra, Ricardo Plantageneta, el Rey de Francia y el Emperador, comandando conjuntamente un gran ejército de primer nivel – mayormente germano en su reclutamiento – partieron para recuperar lo perdido. Pero fracasaron. Consiguieron tomar uno o dos puntos más sobre la costa, pero nunca recuperaron a Jerusalén y nunca restablecieron el anterior reino cristiano.

De este modo terminó una serie de tres inmensos duelos entre la Cristiandad y el Islam. El Islam había vencido.

Si la fuerza remanente de los Cruzados después de la primera expedición hubiese sido un poco más numerosa, si hubiesen tomado Damasco y la cadena de poblados a la vera del desierto, toda la Historia del mundo hubiera sido diferente. El mundo del Islam hubiera quedado cortado en dos, con el Este incapacitado para unirse con el Oeste. Probablemente nosotros, los europeos, hubiéramos reconquistado el Norte de África y a Egipto – sin duda hubiéramos salvado a Constantinopla – y el mahometanismo hubiera sobrevivido como una religión oriental rechazada más allá de las antiguas fronteras del Imperio Romano. Tal como sucedieron las cosas, el mahometanismo no sólo sobrevivió sino que se hizo más fuerte. Por cierto que lentamente fue expulsado de España y de las islas orientales del Mediterráneo, pero mantuvo su control sobre todo el Norte de África, Siria, Palestina, Asia Menor y de allí siguió avanzando para conquistar los Balcanes y Grecia, invadió Hungría y en dos oportunidades amenazó con arrollar Alemania y llegar otra vez a Francia, esta vez desde el Este, para terminar con nuestra civilización. Una de las razones por las cuales ocurrió el quiebre de la Cristiandad y la Reforma fue el hecho de que la presión mahometana contra el Emperador alemán le dio a los príncipes y a las ciudades alemanas la oportunidad de rebelarse y comenzar a establecer iglesias protestantes en sus dominios.

De una forma u otra, hubo muchas otras expediciones subsiguientes contra el Turco que también se denominaron como Cruzadas y la idea subsistió hasta el mismo fin de la Edad Media. Pero no se produjo la recuperación de Siria ni el repliegue de los musulmanes.

Entretanto, la primera Cruzada había traído tantas experiencias nuevas a Europa Occidental que la cultura se desarrolló muy rápidamente y produjo la magnífica arquitectura, la elevada filosofía y la estructura social de la Edad Media. Ése fue el beneficio real de las Cruzadas. Fracasaron en el campo de batalla pero forjaron a la Europa moderna. Sin embargo, lo hicieron a costa de la vieja idea de la unidad cristiana. Con una civilización material en aumento, comenzaron a formarse las modernas naciones. La Cristiandad todavía se mantuvo unida, pero los lazos se aflojaron. Al final vino la tormenta de la Reforma; la Cristiandad se partió, las diferentes naciones y sus príncipes alegaron ser independientes de todo control común como el que había asegurado la posición moral del papado, y nos deslizamos por ese tobogán que al final terminó en la matanza indiscriminada de la guerra moderna que puede llegar a ser la ruina de toda nuestra civilización. Napoleón Bonaparte lo formuló muy bien: “Toda guerra en Europa es, en realidad, una guerra civil.”Eso es algo profundamente cierto. Por su naturaleza, la Europa Cristiana es y debería ser indivisa; pero ha olvidado su naturaleza al olvidarse de su religión.

La penúltima cuestión en nuestra apreciación del gran ataque mahometano a la Iglesia Católica y a la civilización que ésta había creado, se refiere al repentino esfuerzo final y a la subsiguiente rápida declinación del poder político mahometano justo después de haber llegado a su culminación. En relación con lo tratado y que expondré después, la última es la muy importante y casi desestimada cuestión de la posibilidad del resurgimiento del poder mahometano en el mundo moderno.

Si recapitulamos los destinos del Islam después de su éxito en rechazar a los Cruzados, restaurar su dominio sobre el Este y confirmar su creciente control sobre la mitad de lo que alguna vez había sido una Cristiandad grecorromana unida, veremos que el Islam comenzó a transitar por dos destinos completamente diferentes y hasta contradictorios: mientras perdía gradualmente su control sobre Europa Occidental lo fue aumentando sobre Europa Sudoriental.

Ya antes de que se lanzaran las Cruzadas había sido rechazado hasta mitad de camino entre los Pirineos y el Estrecho de Gibraltar y en los siguientes cuatro a cinco siglos quedó condenado a perder cada centímetro del territorio que había gobernado en la Península Ibérica, en lo que hoy es España y Portugal.

Europa Occidental continental (y hasta las islas que le pertenecen) fueron liberadas de la influencia mahometana durante los últimos siglos de la Edad Media, es decir: entre el Siglo XII y XV.

Y esto ocurrió porque los mahometanos de Occidente, esto es: de aquello que entonces se llamaba “Barbaria” y que ahora es el África francesa e italiana, {[10]} quedaron políticamente separados de la gran mayoría del mundo mahometano que se hallaba en el Este.

Entre Egipto y los Estados barbarios (en lo que hoy llamamos Túnez, Argelia y Marruecos) , el desierto presentaba una barrera difícil de cruzar. El Oeste era menos árido entonces de lo que es hoy, con los italianos tratando de revivir su prosperidad. Pero las amplias franjas de arena y grava, con muy poca agua, siempre hicieron de esta barrera entre Egipto y Occidente una disuasión y un obstáculo. Con todo, aún más importante que esta barrera fue la disociación gradual entre los mahometanos occidentales del Norte de África y la masa mahometana del Este. Por cierto que la religión permaneció siendo la misma, al igual que los hábitos sociales y todo lo demás. El mahometanismo del Norte de África siguió perteneciendo al mismo mundo unificado que el mahometanismo de Siria, Asia y Egipto del mismo modo en que, durante mucho tiempo, la civilización cristiana en el Oeste de Europa siguió manteniéndose unida con el mundo de Europa Central y hasta de Europa Oriental. Pero la distancia y el hecho de que los mahometanos orientales nunca acudieron en su ayuda, hizo que los mahometanos occidentales del Norte de África y de España se percibiesen como algo aparte, políticamente separado de sus hermanos orientales.

A ello debemos agregarle el factor de la distancia y sus efectos sobre el poderío marítimo de aquellos días y en aquellas aguas. El Mediterráneo tiene mucho más de 2.000 millas de largo; el único período del año en que cualquier combate efectivo podía tener lugar sobre sus aguas bajo condiciones medievales era a fines de primavera, el verano y principios de otoño, y precisamente durante esos cinco meses del año, los únicos en que las personas podían usar el Mediterráneo para las grandes expediciones, las operaciones militares ofensivas se hallaban trabadas por grandes calmas. Es cierto que éstas eran contrarrestadas por galeras de muchos remos a fin de hacer depender las flotas del viento lo menos posible, pero aún así las distancias de esa clase hicieron difícil la unidad de acción.

En consecuencia, los mahometanos del Norte de África, al no estar apoyados marítimamente por la riqueza y por el número de sus hermanos de los puertos de Asia Menor, de Siria y de la desembocadura del Nilo, perdieron gradualmente el control de las comunicaciones marítimas. Perdieron por lo tanto las islas occidentales, Sicilia, Córcega y Cerdeña, las Baleares y hasta Malta justo en el mismo momento en que capturaban triunfantes las islas orientales en el Mar Egeo. El único poder marítimo que les quedó a los mahometanos en Occidente fue la activa piratería de los marinos argelinos operando desde las lagunas de Túnez y la medianamente protegida bahía de Argelia. (La palabra “Argelia” viene de la palabra árabe que significa “islas”. No hubo allí un puerto propiamente dicho antes de la conquista francesa de hace cien años atrás sino lugares de anclaje parcialmente protegidos por una serie de rocas e islotes). Estos piratas continuaron siendo una amenaza incluso hasta el Siglo XVII. Es interesante mencionar que el llamado a oración mahometano fue escuchado en las costas de Irlanda del Sur en vida de Oliver Cromwell ya que los piratas argelinos corretearon por todos lados, no sólo en el Mediterráneo occidental sino a lo largo de las costas del Atlántico, desde el Estrecho de Gibraltar hasta el Canal de la Mancha. Ya no tenían la capacidad de conquistar, pero podían saquear y tomar prisioneros para exigir su rescate.

Mientras del lado occidental de Europa los mahometanos estaban siendo rechazados hacia el África, exactamente lo opuesto estaba sucediendo del lado oriental. Después del fracaso de las Cruzadas, los mahometanos se fortificaron en el Asia Menor y comenzaron aquél largo martilleo sobre Constantinopla que al final tuvo éxito.

Constantinopla fue, por lejos, la capital más rica y más grande del Mundo Antiguo; era el antiguo centro de la civilización griega y romana y aún después de haber perdido todo poder directo sobre Italia y aún más sobre Francia, continuó siendo admirada como el grandioso monumento del pasado romano. El Emperador de Constantinopla era el descendiente directo de los Césares. Desde el punto de vista militar, esta poderosa ciudad, sostenida por grandes masas de impuestos y por un ejército fuertemente estructurado y disciplinado, constituía el bastión de la Cristiandad. Mientras Constantinopla se mantuvo como ciudad cristiana, mientras la misa se continuó celebrando en Santa Sofía, las puertas de Europa permanecieron cerradas para el Islam. Constantinopla cayó en vida de la misma generación que asistió a la expulsión del último gobierno mahometano del Sur de España. Los hombres que en su madurez marcharon y tomaron Granada con los ejércitos victoriosos de Isabel la Católica podían recordar cómo, en su temprana niñez, habían escuchado la terrible noticia de que Constantinopla misma había caído en manos de los enemigos de la Iglesia.

La caída de Constantinopla al final de la Edad Media (1453) fue tan sólo el comienzo de otros avances mahometanos. El Islam barrió los Balcanes; tomó posesión de todas las islas orientales del Mediterráneo, Creta, Rodas y las demás; ocupó Grecia por completo; comenzó a presionar subiendo por el valle del Danubio hacia el Norte, hacia las grandes llanuras; destruyó al antiguo Reino de Hungría en la fatal batalla de Mohacs y por último, durante el primer tercio del Siglo XVI, justo en el momento en que se desató la tormenta de la Reforma, el Islam amenazó a Europa de un modo directo llevando su presión al corazón del Imperio, en Viena.

 Por lo general no se aprecia la medida en que el éxito de la revolución religiosa de Lutero contra el catolicismo en Alemania obedeció a la forma en que la presión mahometana del Este se hallaba paralizando la autoridad central de los Emperadores germánicos. Estos Emperadores tuvieron que llegar a un compromiso con los líderes de la revolución religiosa tratando de construir a fuerza de remiendos una paz precaria entre las posturas irreconciliables de la autoridad católica y la teoría religiosa protestante, y todo ello a fin de poder enfrentar al enemigo que se encontraba ante sus puertas después de ocupar Hungría y se hallaba en posición de invadir toda la Alemania del Sur llegando posiblemente al Rin. Si el Islam hubiese logrado eso durante el caos del violento disenso civil que se produjo entre los germanos a raíz del lanzamiento de la Reforma, nuestra civilización hubiera sido destruida con la misma seguridad con que lo hubiera sido si ocho siglos ante la primera oleada de los mahometanos a través de España no hubiera sido controlada y rechazada en el medio de Francia.

Esta violenta presión mahometana sobre la Cristiandad que provenía del Este apostó al éxito tanto por tierra como por mar. La última gran oleada de soldados mongoles, la última gran organización turca operando ahora desde la conquistada capital de Constantinopla, se propuso cruzar el Adriático a fin de atacar a Italia por mar y, en última instancia, para recuperar todo lo que había perdido en el Mediterráneo occidental.

Hubo un momento crítico en el cual pareció que el esquema tendría éxito. Una gran armada mahometana combatió en la boca del Golfo de Corinto contra la flota cristiana en Lepanto. {[**]} Los cristianos vencieron en esa batalla naval y el Mediterráneo Occidental se salvó. Pero fue por muy poco y el nombre de Lepanto debería quedar en las mentes de todas las personas que poseen algún sentido para la Historia como uno de la media docena de grandes nombres que hay en la Historia del mundo cristiano. Ha sido un tema digno del mas fino poema épico de nuestro tiempo, “La Ballada de Lepanto”, escrita por el fallecido Gilbert Chesterton. [{[***]}

Hoy estamos acostumbrados a pensar en el mahometanismo como algo atrasado y anquilosado, al menos en todos sus aspectos materiales. No nos podemos imaginar una gran flota mahometana constituida por modernos acorazados y submarinos, o un gran ejército mahometano completamente equipado con artillería moderna, poder aéreo y todo lo demás. Pero no hace mucho, menos de cien años antes de la Declaración de Independencia,{[****]} el gobierno mahometano con centro en Constantinopla tenía mejor artillería y mejor equipamiento militar de toda clase del que disponíamos nosotros en Occidente. El último esfuerzo que hicieron por destruir a la Cristiandad fue contemporáneo del fin del reinado de Carlos II de Inglaterra, de su hermano Jacobo y del usurpador Guillermo III. Ese esfuerzo fracasó durante los últimos años del Siglo XVII, hace apenas poco más de doscientos años. Viena, como vimos, casi fue tomada y solamente se salvó gracias al ejército cristiano comandado por el Rey de Polonia en una fecha que merecería figurar entre las más notables de la Historia: el 11 de Septiembre de 1683. Pero el peligro subsistió, el Islam siguió siendo inmensamente poderoso a pocos días de marcha de Austria y no fue sino hasta 1697 con la gran victoria del Príncipe Eugenio en Zenta y la captura de Belgrado que la marea realmente se revirtió – y para ése entonces ya estábamos al final del Siglo XVII.

Debería comprenderse adecuadamente que la generación de Dean Swift, la de los hombres que vieron la corte de Luis XIV a edad avanzada, los hombres que vieron cómo los hannoverianos fueron traídos por la rica clase dominante inglesa e impuestos como reyes títeres de Inglaterra, los hombres que asistieron a la aparente extinción de la libertad irlandesa después del fracaso de la campaña de James II en el Boyne y la posterior rendición de Limerick; todo ese período de una vida humana que se extendió entre el fin del Siglo XVII y el comienzo del XVIII estuvo dominado por la vívida memoria de una amenaza mahometana que casi había triunfado y que aparentemente podía repetirse en el futuro. Los europeos de aquella época pensaban en el mahometanismo de la misma manera en que nosotros pensamos en el bolcheviquismo o como las personas de raza blanca en el Asia piensan del poder japonés en la actualidad.

Lo que sucedió fue algo bastante inesperado: el poder mahometano comenzó a quebrarse por el lado material. Los mahometanos perdieron el poder de competir exitosamente con los cristianos en la fabricación de aquellos instrumentos que aseguran el dominio: los armamentos, los métodos de comunicación y todo el resto. No es sólo que no avanzaron; retrocedieron. Su artillería se hizo mucho peor que la nuestra. Mientras nuestra utilización de los mares se incrementó en gran medida, la de ellos disminuyó hasta que ya no tuvieron barcos de primer nivel con los cuales podían librar batallas navales.

El Siglo XVIII es el de la historia de cómo los mahometanos perdieron gradualmente la carrera frente a los europeos en la cuestión de las cosas materiales.

Cuando esa extensa revolución en los asuntos humanos que introdujo el invento de la maquinaria moderna comenzó en Inglaterra y se extendió lentamente a través de Europa, el mundo mahometano demostró ser incapaz de sacar ventaja de la misma. Durante las guerras napoleónicas, el Islam, aún apoyado por Inglaterra, fracasó por entero al enfrentarse con los ejércitos franceses de Egipto; su último esfuerzo terminó en una completa derrota (la batalla terrestre del Nilo).

El proceso continuó por todo el Siglo XIX. Como resultado, todo el África del Norte mahometano gradualmente pasó a quedar bajo control europeo; con Marruecos como último reducto independiente en caer. Egipto cayó bajo el control de Inglaterra. Mucho antes de eso, Grecia fue liberada, así como los Estados de los Balcanes. Hace media vida humana atrás en todas partes se daba por supuesto que los últimos restos del poder mahometano en Europa desaparecerían. Inglaterra lo auxilió y salvó a Constantinopla de ser tomada por los Rusos en 1877-78, pero el ocaso definitivo de los turcos pareció ser tan sólo una cuestión de pocos años. Todo el mundo estuvo esperando el fin del Islam, a este lado del Bósforo al menos; mientras que en Siria, Asia Menor y la Mesopotamia perdía todo su vigor político y militar. Después de la Gran Guerra (1ª Guerra Mundial N. del T.) lo que quedaba del poder mahometano, aún en el Asia Anterior, se salvó solamente por las violentas peleas que se dieron entre los Aliados.

Incluso Siria y Palestina quedaron repartidas entre Francia e Inglaterra. La Mesopotamia cayó bajo el control de Inglaterra y no quedó nada de la amenaza del poder islámico, a pesar de que continuaba atrincherado en el Asia Menor y mantenía una especie de precario dominio sólo sobre la ciudad de Constantinopla. Los mahometanos perdieron el control del Mediterráneo, perdieron todos sus territorios europeos, perdieron el control total del África. El gran duelo entre el Islam y la Cristiandad pareció, por fin, haberse decidido en nuestros propios días.

¿A qué obedeció este colapso? Nunca me han dado una respuesta a esta pregunta. No hubo una desintegración moral desde adentro; no hubo un colapso intelectual; si alguien habla hoy con un estudiante egipcio o sirio sobre cualquier tema filosófico o científico que haya estudiado, hallará que es igual a cualquier europeo. Si el Islam hoy no tiene una ciencia física aplicada a ninguno de sus problemas, en cuanto a armas y comunicaciones, es porque aparentemente ha cesado de ser parte de nuestro mundo y decididamente se ha quedado atrás respecto del mismo. De cada docena de mahometanos que viven en el mundo actual, once son en realidad súbditos de una potencia occidental (Escrito en 1936 – N. del T.). Parecería ser, repito, que el gran duelo está definido.

Pero ¿podemos estar seguros de que ha terminado así? Lo dudo muchísimo. Siempre me ha parecido posible, y hasta probable, que habría una resurrección del Islam y que nuestros hijos y nietos verán la renovación de ese tremendo conflicto entre la cultura cristiana y lo que ha sido por más de mil años su mayor oponente.

Pasaré ahora a considerar por qué esta convicción debería haber surgido en las mentes de ciertos observadores y viajeros tales como yo mismo. La pregunta de “¿No podrá el Islam resurgir?“ es, por cierto, una pregunta vital.

En cierto sentido la pregunta ya está contestada porque el Islam nunca desapareció. Sigue dominando la constante lealtad y la incuestionada adhesión de todos los millones que viven entre el Atlántico y el Indo, y aún más allá en las comunidades diseminadas por el Asia Interior. Pero la pregunta la hago en el sentido de: “¿No regresará quizás el poder temporal del Islam y con él la amenaza de un mundo mahometano armado que se sacudirá de encima la dominación de los europeos – todavía nominalmente cristianos – para reaparecer otra vez como el principal enemigo de nuestra civilización?” El futuro viene siempre como una sorpresa pero la sabiduría política consiste en tratar de lograr al menos un juicio parcial de en qué consistirá esa sorpresa. Y, por mi parte, no puedo sino creer que una de las cosas inesperadas del futuro es el regreso del Islam. Desde el momento en que la religión se halla en la raíz de todos los movimientos políticos y de todos los cambios, y desde el momento en que tenemos aquí una religión muy grande, físicamente paralizada pero intensamente activa en lo moral, estamos en presencia de un equilibrio inestable que no puede permanecer siendo inestable en forma permanente. Examinemos, pues, la posición.

A lo largo de estas páginas he señalado que la cualidad particular del mahometanismo, considerado como una herejía, es su vitalidad. Como único caso entre todas las grandes herejías, el mahometanismo echó raíces permanentes, desarrolló una vida propia, y se convirtió al final en algo semejante a una nueva religión. Tan cierto es esto que en la actualidad muy pocas personas, aún entre las más altamente instruidas en Historia, recuerdan la verdad que el mahometanismo en sus orígenes no fue una nueva religión sino una herejía.

Como todas las herejías, el mahometanismo vivió por las verdades católicas que retuvo. Su insistencia en la inmortalidad personal, en la unidad e infinita majestad de Dios, en su justicia y misericordia; su insistencia en la igualdad de las almas humanas ante la vista de su Creador – éstas son sus fortalezas.

Pero ha sobrevivido por razones distintas a ellas. Todas las otras herejías también tuvieron sus verdades así como sus falsedades y sus extravagancias, y sin embargo murieron una detrás de la otra. La Iglesia Católica las ha visto pasar y, a pesar de que sus nefastas consecuencias todavía siguen entre nosotros, las herejías mismas están muertas.

La fortaleza del calvinismo fue la verdad sobre la cual insistió: la omnipotencia de Dios, la dependencia e insuficiencia del hombre; pero su error, que fue la negación del libre albedrío, también lo mató. Las personas no pudieron aceptar una negación tan monstruosa del sentido común y de las experiencias comunes. El arrianismo vivió por la verdad que contenía, a saber: el hecho que la razón no podía conciliar directamente los aspectos contrapuestos de un gran misterio – el de la Encarnación. Pero el arrianismo murió porque a esta verdad le agregaba la falsedad de sostener que la contradicción aparente se podía resolver negando la plena divinidad de Nuestro Señor.

Y así se podría seguir con las demás herejías. Pero el mahometanismo, a pesar de contener también errores en paralelo con aquellas grandes verdades, floreció de modo continuo y como cuerpo de doctrina sigue floreciendo aún, a pesar de que han pasado mil trescientos años desde sus primeras grandes victorias en Siria. Las causas de esta vitalidad son muy difíciles de investigar y quizás no puedan ser aprehendidas. Por mi parte las adscribiría en parte a que el mahometanismo, al ser un fenómeno externo, al ser una herejía que no surgió desde dentro del cuerpo de la comunidad cristiana sino más allá de sus fronteras, siempre dispuso de una reserva de seres humanos, advenedizos, infiltrándose en él para renovar sus energías. Pero esa no puede ser una explicación exhaustiva. Quizás el mahometanismo hubiese muerto de no ser por las sucesivas oleadas de reclutamiento del desierto y del Asia; quizás hubiese muerto si el califato de Bagdad hubiese quedado enteramente librado a su propia suerte; y si los moros en Occidente no hubieran podido acceder a un continuo reclutamiento desde el Sur.

Pero, sea cual fuere la causa, el mahometanismo ha sobrevivido; y ha sobrevivido vigorosamente. Los esfuerzos misioneros no han surtido ningún efecto apreciable sobre él. Sigue convirtiendo salvajes paganos en gran escala. Hasta atrae de vez en cuando a algún europeo excéntrico que se une a su cuerpo. Pero el mahometano nunca se hace católico. Ningún fragmento del Islam abandona jamás su libro sagrado, su código moral, su sistema organizado de oraciones, su simple doctrina.

En vista de ello, cualquiera con algún conocimiento de Historia está condenado a preguntarse si no veremos en el futuro un renacimiento del poder político mahometano y la renovación de la antigua presión del Islam sobre la Cristiandad.

Hemos visto como el poder político material del Islam declinó muy rápidamente durante los Siglos XVIII y XIX. Acabamos de seguir la historia de esa declinación. Cuando Solimán el Magnífico estaba poniendo sitio a Viena, tenía mejor artillería, mejores energías y mejor de todo que sus oponentes; el Islam, en el campo de batalla, aún era materialmente superior a la Cristiandad – al menos era superior en poder de combate y en armamento. Eso sucedía a pocos años de iniciado el Siglo XVIII. Y luego vino la inexplicable declinación. La religión no decayó, pero su poder político y con él su poder material declinaron asombrosamente; y en el aspecto particular de las armas fue dónde más declinó. Cuando el padre del Dr. Johnson, el librero, estaba instalando su negocio en Lichfield, el Gran Turco todavía era temido como el potencial conquistador de Europa. Antes de que el Dr. Johnson muriera ya no había ni flota ni ejército turco que pudiera amenazar a Occidente. Menos del lapso de una vida humana después, los mahometanos del Norte de África habían pasado a ser súbditos de los franceses y aquellos que en ese momento eran hombres jóvenes vivieron para ver cómo casi todo el territorio mahometano – excepto por un fragmento decaído, gobernado desde Constantinopla – era firmemente dominado por los gobiernos de Francia e Inglaterra.

Así las cosas, el recrudecimiento del Islam, la posibilidad de que reaparezca el terror bajo el cual vivimos por siglos y la posibilidad de que nuestra civilización tenga que combatir otra vez por su vida contra el que fue su principal enemigo durante mil años, parecería algo fantástico. ¿Quién en el mundo mahometano actual puede manufacturar y mantener los complicados instrumentos de la guerra moderna? ¿Dónde está la maquinaria política por medio de la cual la religión del Islam puede jugar un papel equiparable en el mundo moderno?

La idea de que el Islam puede resurgir suena fantástica – pero pienso que esto es tan sólo porque los seres humanos están siempre poderosamente influenciados por el pasado inmediato: hasta se podría decir que están enceguecidos por él.

Las culturas surgen de las religiones; en última instancia, la fuerza vital que sostiene una cultura es su filosofía, su actitud frente al universo; la decadencia de una religión trae consigo la decadencia de la cultura que con esa religión se corresponde – como muy claramente podemos verlo en el quiebre actual de la Cristiandad. El funesto trabajo de la Reforma está dando sus frutos con la disolución de nuestras doctrinas ancestrales; la misma estructura de nuestra sociedad se está disolviendo.

El lugar del antiguo entusiasmo cristiano en Europa fue ocupado, durante un tiempo, por el entusiasmo de la nacionalidad, por la religión del patriotismo. Pero la auto-devoción no es suficiente y las fuerzas orientadas a la destrucción de nuestra cultura, en forma especial la propaganda judía y comunista de Moscú, tienen por delante un futuro más promisorio que nuestro anticuado patriotismo.

En el Islam no se ha producido una disolución semejante de la doctrina ancestral; o bien y en todo caso, no hay nada similar al quiebre universal de la religión que se produjo en Europa. La totalidad de la fuerza espiritual del Islam sigue presente en las masas de Siria y Anatolia, en las montañas del Este de Asia, en Arabia, Egipto y África del Norte.

El fruto final de esta tenacidad – el segundo período del poder islámico – puede ser demorado; pero dudo que pueda ser permanentemente diferido.

En la civilización mahometana misma no hay nada que sea hostil al desarrollo del conocimiento científico o a la aptitud mecánica. He visto buenos trabajos de artillería en manos de estudiantes mahometanos de dicha arma; he visto a mahometanos llevar a cabo algunos de los mejores trabajos de conducción y de mantenimiento en el área del transporte mecánico terrestre. No hay nada inherente al mahometanismo que lo incapacite para la ciencia moderna o para la guerra moderna. De hecho, ni vale la pena discutir la cuestión. Debería ser evidente para cualquiera que haya estudiado a la cultura mahometana en funcionamiento. Esa cultura sólo se ha quedado atrás en la cuestión de aplicaciones materiales; no hay ninguna razón en absoluto por la cual no podría aprender su nueva lección y convertirse en un igual a nosotros en todas aquellas cosas temporales que son las únicas que nos otorgan una superioridad sobre ella – mientras que en la fe – somos nosotros los que nos hemos quedado atrás.

Las personas que dudan de esto se dejan engañar por una serie de indicios provenientes del pasado inmediato. Por ejemplo, durante el Siglo XIX fue común decir que el mahometanismo había perdido su poder político por su doctrina del fatalismo. Pero sucede que esa doctrina estuvo en pleno vigor cuando el poder mahometano se hallaba en su punto más alto. Si vamos al caso, el mahometanismo no es más fatalista que el calvinismo; las dos herejías se condicen exactamente en su exagerada insistencia sobre la inmutabilidad de los decretos divinos.

Hubo otra interpretación, más inteligente, formulada durante el Siglo XIX. Según la misma, la declinación del Islam habría sido ocasionada por el fatal hábito de sus perpetuos divisionismos civiles; por la división y el cambio de la autoridad política entre los mahometanos. Pero esta debilidad estuvo presente entre ellos desde el mismo principio; es inherente a la propia naturaleza del temperamento árabe del cual partieron. Una y otra vez este individualismo, esta tendencia “fisípara”, los ha debilitado en forma grave. Y sin embargo, una y otra vez se han unido súbitamente bajo un líder y han obtenido los mayores logros.

Es bastante probable que en estas condiciones – con la unidad dada por un líder – el regreso del Islam pueda producirse. Ese líder aún no existe, pero el entusiasmo puede producir uno y hay suficientes señales en el cielo político de hoy día en cuanto a qué podemos esperar de la revuelta del Islam en alguna fecha futura – y quizás no tan lejana.

Después de la Gran Guerra el poder turco fue restaurado por un hombre así. Otro hombre en Arabia, de un modo igualmente súbito, se afianzó y destruyó todos los planes elaborados para incorporar esa parte del mundo mahometano a la esfera inglesa. Siria, que es el eslabón de conexión, la bisagra y el pivote de todo el mundo musulmán, está dividida, sobre el mapa y superficialmente, entre un mandato inglés y otro francés; pero ambos poderes intrigan el uno contra el otro y son igualmente detestados por sus súbditos mahometanos quienes se mantienen sojuzgados precariamente sólo por la fuerza. Ha habido derramamientos de sangre bajo el mandato francés y se repetirán {[11]}; mientras que bajo el mandato británico la imposición forzada de una colonia judía extranjera sobre Palestina ha puesto al rojo vivo la animosidad de la población árabe nativa. Paralelamente una propaganda bolchevique subterránea y ubicua está constantemente trabajando sobre Siria y el África del Norte en contra de la dominación de los europeos sobre la población mahometana original.

Por último, hay una cuestión adicional a la cual se debería prestar atención: la adhesión (como sea que fuere) del mundo mahometano en la India al gobierno inglés está fundada principalmente sobre el abismo que separa a la religión mahometana de la hindú. Cada paso hacia una mayor independencia política de cualquiera de los dos partidos fortalece el deseo mahometano por un renovado poder. El mahometano de la India tenderá cada vez más a decir: “Si tengo que quedar librado a mis propias fuerzas y no ser favorecido, como lo he sido en el pasado, por el amo europeo extranjero en la India – a la cual otrora he gobernado – pues entonces me apoyaré sobre el resurgimiento del Islam.” Por todas estas razones (y muchas más que se podrían agregar) las personas con capacidad de previsión podrían justamente concebir, o al menos considerar, el regreso del Islam.

Parecería ser como si a las Grandes Herejías se les hubiese concedido un efecto proporcional a su tardanza en aparecer dentro de la Historia de la Cristiandad.

Las primeras herejías sobre la Encarnación, cuando fenecieron, no dejaron ninguna reliquia duradera de su presencia. El arrianismo revivió por un momento en el caos general de la Reforma. Intelectuales dispares, incluyendo a Milton en Inglaterra y presumiblemente a Bruno en Italia, y todo un grupo de franceses, presentaron en los Siglos XVI y XVII doctrinas que intentaban reconciliar un materialismo modificado y una negación de la Trinidad con alguna parte de la religión cristiana. El esfuerzo de Milton resultó particularmente notorio. La Historia oficial inglesa, por supuesto, lo ha suprimido tanto como ha sido posible por el método usual de manipularlo hasta quitarle todo énfasis. Los historiadores ingleses no niegan el materialismo de Milton; hace poco, varios escritores ingleses han discurrido extensamente sobre su negativa a aceptar la plena divinidad de Nuestro Señor. Pero este esfuerzo de supresión se quebrará ya que nadie puede negar algo tan importante como el ataque de Milton, no sólo a la Encarnación sino también a la Creación y a la omnipotencia de un Dios todopoderoso.

Pero de ello hablaré más tarde cuando lleguemos al movimiento protestante. Sigue siendo generalmente cierto que las primeras herejías no sólo se extinguieron sino que no dejaron una memoria duradera de su acción sobre la sociedad europea.

Pero el mahometanismo – que vino mucho más tarde que el arrianismo, así como este último fue posterior a los Apóstoles – dejó una profunda secuela sobre la estructura política de Europa y sobre el lenguaje: hasta cierto punto incluso sobre la ciencia.

Políticamente, destruyó la independencia del Imperio Oriental y, a pesar de que varios fragmentos (algunos) han sobrevivido de un modo mutilado, la gloria y la unidad del dominio bizantino ha desaparecido para siempre bajo los ataques del Islam. El zarismo ruso, de un modo bastante curioso, heredó un legado truncado de Bizancio; pero aquello fue un muy pobre reflejo del antiguo esplendor griego. La verdad es que el Islam le causó una herida permanente al Este de nuestra civilización de tal modo que la barbarie regresó parcialmente. Sobre el Norte de África su efecto fue casi absoluto y lo sigue siendo aún hoy en día. Europa fue bastante incapaz de reafirmarse allí. La gran tradición griega ha desaparecido por completo del valle del Nilo y del delta – a menos que alguien considere que Alejandría, con su civilización mayormente europea, francesa e italiana, es una reliquia de esa tradición – pero más allá de Alejandría y hasta el Atlántico el antiguo orden ha fallado aparentemente para siempre. Los franceses, al hacerse cargo de la administración de la Berbería y plantando allí un considerable cuerpo de sus propios colonizadores, además de españoles e italianos, han dejado que la estructura principal de la sociedad del Norte de África siga siendo completamente mahometana; y no hay signos de que se convierta en ninguna otra cosa.

En qué medida el Islam ha afectado nuestra ciencia y nuestra filosofía es algo abierto al debate. Su efecto ha sido, por supuesto, tremendamente exagerado porque el exagerarlo constituyó una forma de ataque al catolicismo. La parte principal que del lado islámico transmitieron los escritores sobre matemáticas, ciencias físicas y geografía; lo que expusieron aquellos escritores que escribieron en árabe, que profesaron o bien la doctrina completa del Islam o bien alguna forma herética del mismo (a veces casi atea), fue tomado de la civilización griega y romana que el Islam había invadido. Es, con todo, cierto que el Islam, a través de estos escritores, transmitió una gran parte de los avances que la civilización grecorromana había hecho en aquellas materias del conocimiento.

Durante la Edad Oscura y hasta durante principios de la Edad Media, o bien y en todo caso en las primeras épocas de la Edad Media, el mundo mahometano detentó la mejor parte de la enseñanza académica y tuvimos que recurrir a él para nuestra propia instrucción.

El efecto del mahometanismo sobre el lenguaje cristiano – aunque esto sea, por supuesto, una cuestión secundaria – resulta notorio. Lo hallamos en toda una pléyade de palabras, incluyendo algunas muy familiares como “algebra”, “alcohol”, “almirante”, etc. Lo hallamos en términos de heráldica y lo hallamos en abundancia en nombres de lugares. De hecho, es sorprendente ver como toponímicos de origen romano y griego han sido reemplazados por términos semíticos totalmente diferentes. La mitad de los ríos de España, en especial los de la parte Sur del país, incluyen el término “wadi”, y es curioso notar cómo en el hemisferio occidental “Guadalupe” preserva la forma árabe derivada de “Estremadura”.

Los poblados de África del Norte y hasta los villorrios fueron rebautizados. Los nombres de los más famosos, como por ejemplo Cartago y Cesarea, desaparecieron. Otros surgieron en forma espontánea, tales como “Argelia” que es un nombre derivado de la frase árabe que significa “las islas” – siendo que el antiguo muelle de Argelia le debía parcialmente su seguridad a una serie de islotes rocosos paralelos a la costa.

Toda esta historia de reemplazar los nombres originales de poblados y ríos por formas semíticas constituye uno de los ejemplos más valiosos que tenemos de la desconexión que existe entre lenguaje y raza. La raza del África del Norte es hoy bastante igual a la que ha venido siendo desde el principio de la era histórica registrada. Es berberisca. Sin embargo, el idioma berberisco sobrevive tan sólo en algunos pocos distritos montañosos y tribus del desierto. El púnico, el griego, el latín, el idioma común en Trípoli (un nombre griego sobreviviente, dicho sea de paso), Túnez y toda la Berbería casi han desaparecido.  Un ejemplo así debería haberle puesto freno a los teóricos académicos que hablaban de los ingleses como “anglosajones” y argumentaban, basándose en toponímicos, que los ingleses habían venido desde el Norte de Alemania y Dinamarca en pequeños botes, exterminando a todo el mundo al Este de Cornualles y poblando la zona con sus propias comunidades. Aún así, mucho de estas fantasías sobrevive, por supuesto que con mayor fuerza en Oxford y en Cambridge. {[12]}

 


Notas

[1] )- La palabra “herejía” se deriva del verbo griego “haireo” que al principio significó “yo tomo” o “yo apreso” y después vino a significar “yo extraigo”.
[2] )- 1. Por una discusión de la fecha de Crucifixión, Resurrección y Pentecostés debo referir mis lectores al trabajo claro y erudito del Dr. Arendzen “Men and Manners in the time of Christ” (Sheed and Ward). De las pruebas que han sido exhaustivamente examinadas queda claro que la fecha no es anterior al año 29 DC y posiblemente sea en algunos años posterior, siendo la más amplia y tradicionalmente aceptada la del año 33 DC.
[3] )- La Orden de Orange (en inglés Orange Order) es una organización de fraternidad protestante, que opera en el Reino Unido y la República de Irlanda. De carácter conservador, aboga por defender la pertenencia de Irlanda a la Corona Británica. Se fundó en 1785 como respuesta a los primeros avances del nacionalismo irlandés, que había logrado ya representación en las cámaras de Londres y que había impulsado algunas tentativas secesionistas. En Irlanda del Norte se la asocia con el Partido Unionista del Ulster (Ulster Unionist Party), aunque muchos de sus miembros pertenecen al Partido Unionista Democrático (Democratic Unionist Party). Las actividades de la Orden de Orange son, por lo general, polémicas y se consideran anticatólicas.  (N. del T.)
[4] )- No es fácil establecer el momento exacto después del cual la religión oficial del Estado Romano, o aún el Imperio, es cristiano.  La victoria de Constantino en el puente Milvio ocurrió en el otoño del año 312. El Edicto de Milan, promulgado por él y por Licinio, y por el cual se tolera la práctica del cristianismo en todo el Imperio, es de principios del año siguiente, 313. Cuando Constantino se convirtió en el único emperador, pronto vivió como un catecúmeno de la Iglesia Cristiana pero, no obstante, continuó siendo la autoridad suprema de la antigua organización pagana en calidad de Pontifex Maximus.  No se bautizó sino en vísperas de su muerte, en 337  y, a pesar de que convocó y presidió reuniones de obispos cristianos, éstos siguieron siendo un cuerpo independiente en una sociedad mayormente pagana. El propio hijo y sucesor de Constantino simpatizó con el antiguo paganismo moribundo. El Senado no cambió por toda una generación. Para la destrucción oficial activa del agonizante culto pagano los hombres tuvieron que esperar a Teodosio, bien al final de ese siglo. Todo el proceso abarca una larga vida humana entera: más de ochenta años.
[5] )- Fue la famosa “guerra por una letra”. La letra i “. Los seguidores de Arrio utilizaron la palabra “homoiusius” para indicar que Cristo había sido “semejante” a Dios mientras que la ortodoxia empleaba el término “homousius” para indicar “de la misma naturaleza” que Dios. Siendo “usia” un concepto que significa “sustancia”, los herejes afirmaban que Cristo había sido de una sustancia semejante pero no de la misma sustancia que Dios. (N. del T.)
[6] )- El autor se refiere, obviamente, a la Primera Guerra Mundial. (N. del T.)
[7] )-  Fue basándose sobre este hecho que ciertos escritores franceses opuestos a la Iglesia dedujeron ese enorme desacierto que la Inmaculada Concepción nos habría llegado de fuentes mahometanas.  Gibbon, por supuesto, copia a sus maestros en esto – como siempre lo hace – y repite el absurdo en su “Decadencia y Caída”.
[8] )- Téngase presente, por supuesto, que el autor escribe en la primera mitad del Siglo XX. (N. del T.)
[9] )- En realidad, ambas veces Europa se salvó más por la muerte del caudillo de los invasores que por la derrota de sus ejércitos. En la batalla de los Campos Cataláunicos Atila no fue derrotado sino apenas obligado a retroceder. Prueba de ello es que, al año siguiente, arrasó Aquilea y obligó a Valentiniano a huir de Rávena. Se retiró solamente luego de entrevistarse con el papa León I. Dos años más tarde, en el 453 Atila moría y su imperio se desmembraba por las disputas entre sus sucesores.

Con los mongoles pasó algo similar. En 1241, la muerte de Ugedei Khan (el tercer hijo de Gengis Khan) paralizó el avance mongol sobre Europa. Los mongoles volvieron al Este a disputar la sucesión de su Imperio. (N. del T.)
[10] )- Lo era cuando el autor escribió este libro (N. del T.)
[11] )- Escrito en Marzo de 1936.
[12] )- Quizás  vale la pena resaltar una vez más que esta evaluación sobre el Islam fue escrita por Hilaire Belloc ¡en Marzo de 1936! (N. del E.)

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