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Precursores del abortismo: El Movimiento Eugenésico - Parte I

Miércoles 24 de junio de 2009

La constatación de los efectos negativos de la revolución indus­trial y el consecuente temor a la degeneración, alteraría los horizontes del liberalismo y conduci­ría a la superación del mismo. El progreso en el sentido clásico de avance económico y científico ya no parecía suficiente para brindar una sociedad estable y segura. De esta forma, para 1880 el liberalismo clásico estaba en crisis porque sus premisas individualistas habían perdido popula­ridad en la Europa occidental. Surgieron una serie de nuevos movimientos para tratar de salvar la sociedad liberal, tomando elementos tanto del credo político socialista como del conservador. Estos incluían el nuevo liberalismo de la Inglaterra victoriana tardía, los “socialistas de sofá” de la Alemania de Guillermo y el movimiento progresista de los Estados Unidos.

Un factor clave en esta “orientación posliberal” era precisamente el miedo a la degeneración. De hecho, el supuesto de que la civilización moderna es psicológicamente enervante se convirtió en axioma estándar de las ciencias sociales y la psicología social, al igual que la afirmación de que por debajo de la declinación generada por la modernidad acechaba la parte primitiva y retrógrada del alma humana. De esta forma, la civilización liberal moderna parecía condenarse a sí misma a la extinción. Aunque los liberales de fin de siglo rechazaran la teoría racial gobiniana “vulgar” y el nihilismo nietzscheano, se estaban convenciendo de que el único modo de evitar la crisis era buscar soluciones que suplementaran o reemplazaran el liberalismo del “laissez-faire”.

Sociólogos, economistas y filósofos postliberales como Emile Durkheim en Francia, Gustav von Schmoller en Alemania y Thomas Hill Green en Inglaterra, continuaron examinando la fatídica intersección de la sociedad moderna y el hombre moderno desde el lado de la ecuación corres­pondiente al desarrollo social. Ellos y otros tantos trataron de demostrar que la alteración de las condiciones sociales del hombre podía producir un cambio fundamental en todos los miembros de la sociedad y salvar la sociedad de si misma. Se postuló entonces que la solución al proceso advertido radicaba en la práctica de la eugenesia o aplicación de las leyes biológicas de la heren­cia al perfeccionamiento de la especie humana. La eugenesia examinaría cómo se podía alterar el potencial biológico del hombre para que éste pudiera vivir y prosperar en la sociedad moderna.

Así, la postulación de la eugenesia se configuró como movimiento progresista de corrección y reforma social ante el deterioro fisiológico que amenazaba Europa y Estados Unidos. Inicialmente formó pues parte de una campaña para construir aquello que los liberales progresistas de 1860 llamaban “economía social”, una sociedad armoniosa que superaría las desigualdades propias del capitalismo industrial moderno. De esta forma, el movimiento social reformista que postuló la hi­giene pública, la eliminación de barriadas pobres, el antialcoholismo y la emancipación femenina en Europa y Estados Unidos, de suyo estuvo asociado con la eugenesia y se basaba en los mismos supuestos posliberales.

Thomas Malthus. En 1793 William Godwin (1756-1836) publicó su “Investigación sobre la Justicia Política” en la que sentaba las bases de un comunismo anarquista y propugnaba que no hay límites para el incremento de la población en una sociedad en que se haya impuesto la igualdad, se sacrifi­quen los intereses individuales por el bien común, reine la propiedad colectiva y se suprima el estado como institución, pues, según él, todo estado es malo porque todos se apoyan en la violencia.

Como reacción a esto, y mediando las advertencias sobre el peligro de un exceso de población que antes hicieron G. Botero (1589), A. Genovesi (1765), J. Steuart (1770), J. Townsend (1786) y G. Ortes (1790), en 1798 el economista y pastor anglicano Thomas Robert Malthus (1766-1834) publicó anónimamente la primera edición de “Ensayo sobre el Principio de la Población”, obra que escandalizó tanto que el autor matizó sus aseveraciones en la segunda edición publicada con su propio nombre pero con el título de “Resúmenes sobre los Efectos Pasados y Presentes Relativos a la Felicidad de la Humanidad” (1803). Es en esas publicaciones donde nace el llama­do “malthusianismo”, corriente ideológica que propone la restricción voluntaria de la procrea­ción para remediar la desproporción prevista en el futuro entre la población y los alimentos. Según Malthus, mientras la población aumenta en progresión geométrica, la producción de ali­mentos se efectúa sólo en progresión aritmética y aunque Malthus confiaba en que la mejora de las técnicas agrícolas posibilitaría el aumento de la producción, afirmaba que esto no sería suficiente, a pesar de que previsibles desastres (guerras, plagas y enfermedades) redujeran el ritmo del crecimiento demográfico. Así, Malthus definió dos métodos para evitar la explosión demográfica, los métodos positivos, que aumentan la tasa de mortalidad, y los preventivos, que disminuyen la natalidad. En estos últimos los neomalthusianistas incluyeron los métodos anti­conceptivos. El neomalthusianismo surge en Francia con el escritor y filósofo E.P. Sénancour (1770-1846), en Gran Bretaña con el político F. Place (1771-1854), R. Carlisle y el filósofo y economista S. Mill (1806-1873), además de emerger en los países escandinavos. En Estados Unidos, pensadores como Vogt, Pierson, Hamer y Cook llamaron la atención sobre el problema del envejecimiento de la población.

Francis Galton. Así entonces, la cuna del movimiento eugenista fue la Inglaterra del evolucio­nismo de Charles Darwin. Es más, encontró su génesis en la propia familia de Darwin. Su primo hermano, Francis Galton (1822 - 1911) acuñó el término en 1883 para referirse a una ciencia de crianza de los “bien nacidos”.

Basado en una visión liberal positivista, Francis Galton consideraba que las aptitudes adquiridas por la presión de la selección natural y la eliminación de las especies inadaptadas habían llegado a su término, y que era el momento de controlar directamente la reproducción humana. De modo que había que tomar medidas urgentes para evitar que “las razas mejor preparadas para desem­peñar su rol en el teatro de la vida se vieran abrumados por los incompetentes, los enfermos, los pesos muertos”. Para Galton, la degeneración moderna no se debía sólo al medio o a la educa­ción, sino a una mala herencia, siendo esto lo que había que eliminar artificialmente.

Para este fin, en 1870, Francis Galton fundó la ciencia de la eugenesia (del griego eu, bueno, bondad y perfección; genos, raza; y génesis, nacimiento u origen) tomando como modelo la cría de plantas y animales. Su proyecto explícito consistía en revertir “el actual estado catastrófico de la raza humana a un nivel tal que permita realizar en la práctica las utopías soñadas por los filántropos”. En 1900, la eugenesia recibiría nuevas fuerzas con el redescubrimiento de las leyes de Gregor Mendel, que especificaban la repartición de los caracteres hereditarios en las plantas y definían a los genes como determinantes biológicos últimos. Las leyes de Gregor Mendel (1822 - 1884) servían para recusar la hipótesis de Lamarck sobre la transmisión de los caracteres ad­quiridos. Galton sostuvo así que la eugenesia era el aspecto práctico del darwinismo teórico.

De esta forma, junto con otros darwinianos como Thomas Huxley, Galton se interesaba por el lado “retrógrado” del proceso evolutivo, pero sus preocupaciones eran más específicas y socia­les. Temía que las aptitudes intelectuales que impulsaban el progreso de la civilización estuvie­ran mal distribuidas en la sociedad moderna y que el crecimiento de la población en las ciudades inglesas atentara contra ellas. A juicio de Galton, el triunfo de la mediocridad cultural derivado del ascenso del “hombre masivo”, implicaría una mediocridad biológica.

Para representar la distribución de la inteligencia en la población general, Galton preparó un diagrama usando una curva con forma de campana; el genio hereditario, como la idiotez heredi­taria, sólo aparecían en el extremo de la curva. Así, sólo una persona entre cuatro mil tenía las aptitudes necesarias para el avance de la civilización. La vasta mayoría mostraba a lo sumo una inteligencia mediocre. Por tanto, si los integrantes de ese grupo talentoso no lograban reprodu­cirse en cantidad suficiente, el resultado sería la catástrofe social (jueces, estadistas, clérigos, militares, científicos, investigadores universitarios, escritores, músicos, luchadores profesionales y campeones de remo). Galton asociaba esta inminente carencia de talentos con su temor a los efectos disgregadores de la sociedad moderna. Anticipándose a la preocupación de Durkheim por la “hipercivilización”, Galton temía que la Gran Bretaña industrial se expandiera con demasiada rapidez y se volviera demasiado compleja para los seres humanos: “El ciudadano medio es demasiado limitado para el trabajo cotidiano de la civilización moderna”. El mismo entorno social moderno planteaba exigencias excesivas al material evolutivo humano y todo sugería que no se estaban renovando los mejores sino los mediocres. Entonces, para Galton y otros eugenistas, el crecimiento demo­gráfico normal se había convertido en una forma de selección natural negativa.

Otro zoólogo darwiniano que compartía estas preocupaciones, Edwin Lankester, explicaba que la sociedad estaba amenazada por “la reproducción excesiva de los desesperados y desesperan­zados, los más pobres, los miembros más ineptos e indeseables de la comunidad”. Las clases inferiores se convertirían en una masa parasitaria, una suerte de subclase permanente de dráculas proletarios que devorarían el tejido social de la sociedad industrial.

La solución ante tal eventualidad era la práctica eugenesia. Ello suponía una política eugenésica ba­sada en una lógica simple: “Si hombres talentosos se aparean con mujeres talentosas generación tras generación, podríamos producir una raza refinada” y eliminar el riesgo de reversión o atavismo. La eugenesia tenía la inestimable ventaja de corregir la degeneración de Occidente mediante un método tan científico como humanitario. Se afirmaría:

“La eugenesia coopera con el funcionamiento de la naturaleza al garantizar que la humanidad esté representada por las razas más aptas. Aquello que la naturaleza hace a ciegas, despacio y cruelmente, el hombre puede hacerlo discriminada, rápida y benignamente”.

A este efecto Galton desarrolló un sistema para identificar en la población inglesa a las perso­nas más talentosas y a las menos talentosas, los “auténticos imbéciles e idiotas”, basándose en características observables que serían estudiadas, cuantificadas, comparadas y archivadas. Se consagró con entusiasmo a la fisiología cerebral al estilo Lombroso, armándose con un disposi­tivo para crear fotografías compuestas de tipos humanos ideales o “estereotipos”, epitomes de criminalidad, talento, estupidez y judaísmo. Procuró construir un “mapa de la belleza” de Gran Bretaña contando la recurrencia de rasgos encantadores en la población y tratando de desarrollar un índice cuantitativo para medir el grado de aburrimiento.

Al comienzo, esto es, a fines de la década de 1860, las investigaciones de Galton no produjeron ninguna reacción. Sin embargo, más tarde, el temor a la degeneración contribuyó a crear sim­patía por la eugenesia de Galton entre radicales y socialistas; entre ellos George Bernard Shaw, H. G. Wells, Sidney y Beatrice Webb de la “Sociedad Fabiana”, el sexólogo Havelock Ellis y la feminista americana Margaret Sanger. Aún más, el movimiento eugenista atrajo personas signifi­cativas como W. R. Inge, deán de la catedral de San Pablo, y a H. G. Wells. En 1912, el socialista Karl Pearson, discípulo y sucesor de Galton, organizó la “Primera Conferencia Internacional de Eugenesia”, presidida por Leonard Darwin, hijo de Charles, a la cual asistieron importantes per­sonajes, incluido un joven parlamentario liberal llamado Winston Churchill. De hecho, dos años antes, en 1910, el entonces Secretario del Interior, Winston Churchill, ya establecía claramente:

“El rápido crecimiento antinatural de los débiles mentales unido a una restricción en el aumento de las razas enérgicas y superiores constituye un peligro nacional y racial. La fuente de esta in­sanía debe ser cercenada y sellada con celeridad”.

Tal como ocurriría más tarde con el control de la natalidad, se suponía que la eugenesia procuraría un antídoto contra ideas obsoletas y erradas acerca de la reproducción humana. El tradicional mensaje cristiano de “creced y multiplicaos” resultaba irremediablemente anticuado para Galton y otros eugenistas. Es más, resultaba peligroso en un mundo amenazado por la degeneración. Por ende, la oposición más enconada y las principales críticas a este movimiento provenían de los conservadores religiosos y los católicos.

En la práctica, Galton atraía a los sectores radicales porque no identificaba a los más talentosos con el abolengo; por el contrario, los excluía específicamente. Aún más, la eugenesia galtoniana, como el populismo muscular de Nordau, convertía a los aristócratas en degenerados latentes. En general los eugenistas convenían en que la clase dominante hereditaria europea era un producto de la bancarrota genética, al igual que los retardados mentales, los “idiotas mongoloides” y los irlandeses. Un colega de Galton proclamaba: “El rango y la riqueza, heredados sin esfuerzo y con absoluta seguridad, suelen producir vástagos débiles y poco inteligentes”. Así, quizá no fueran los proletarios dráculas, pero sin duda concordaban con el estereotipo sujetos como Oscar Wilde: seres humanos criados en la indolencia, con diversos trastornos nerviosos y con gustos estéticos decadentes.

En su última obra influyente, “El descenso del Hombre” (1871), Francis Galton ya indicaban la futura dirección del liberalismo científico: preocupación por los efectos enervantes de la civili­zación en la evolución del hombre y por el temor a la degeneración. Si bien inicialmente Galton y algunos eugenistas se sintieron atraídos por el lado “blando” de la eugenesia, expresada en el aliento oficial a la reproducción selectiva, pronto otros se interesaron por la directa aplicación de la esterilización forzada, el aborto e incluso la eutanasia.

John Stuart Mill. El filósofo del utilitarismo, John Stuart Mill (1806 - 1873), postuló entonces con claridad: “Todo ser humano tiene un derecho natural a ser alimentado por sus padres hasta que pueda bastarse a sí mismo. Engendrar un ser que no se puede o no se quiere sustentar es un crimen; sin duda que la sociedad debe cuidar a sus miembros enfermos o desgraciados, pero pue­de exigir que los sostenidos por la beneficencia pública se abstengan del matrimonio. El único medio de destruir la miseria social consiste en propagar activamente el uso de una moderación razonable y voluntaria respecto del número de hijos a engendrar. El gobierno tiene el derecho de recurrir a tal fin dictando leyes. Nada puede mejorarse en tanto que las familias pobres que engendran no sean consideradas desde igual punto de vista que las personas que se entregan a la embriaguez o cualquier otro desorden físico”.

Alexander Graham Bell. El científico escocés Alexander Graham Bell (1847 - 1922), inventor del teléfono junto a Antonio Meucci y Philipp Reis, integró activamente el movimiento eugené­sico en Estados Unidos de Norteamérica. Entre 1912 y 1918 actuó como presidente del consejo científico de la Oficina de Registro Eugenésico del puerto de Nueva Cork. En 1921, A. Graham Bell fue presidente honorario del Segundo Congreso Internacional de Eugenesia, realizado con el auspicio del Museo Americano de Historia Natural. En virtud de tal posición, Alexander Gra­ham Bell se dedicó a la promoción de leyes que establecían la esterilización obligatoria para los que él llamaba una “variedad defectuosa de la raza humana”.

Margaret Sanger. La influyente líder feminista y socialista radical, Margaret Higgins Sanger (1879 - 1966) postuló la eugenesia forzada, la segregación, el control de natalidad y el aborto. De hecho, para promocionar una política pública basada en estas prácticas fundó la “Federación Internacional de Paternidad Planificada”. Margaret Sanger comienza afirmando que

“el género femenino debe sacudirse su esclavitud… nuestro objetivo es la satisfacción sexual ilimitada sin la carga de niños no deseados… La cama del matrimonio es la influencia más degenerativa en el orden social”.

La demócrata Sanger proclamará luego de modo inequívoco:

“La acción más misericordiosa que puede hacer una familia numerosa por uno de sus miembros más pequeños es matarlo”.

Además, expresamente postula la segregación social:

“Nuestro fallo de segregar a los imbéciles, quienes están aumentando y multiplicándose - un peso muerto de basura humana - engendra imparablemente la clase de seres humanos que nunca debería haber nacido”.

Deter­mina Sanger:

“Se debería detener la procreación del enfermo, del débil mental y de los pobres… La respuesta es la esterilización obligatoria… La esterilización eugenésica es una necesidad urgente… Debemos prevenir la multiplicación de esta mala estirpe”.

Confiesa así Sanger:

“La campaña para el control de la natalidad no es simplemente de valor eugenésico, sino que es prácticamente idéntica a las metas oficiales de la eugenesia…El control de la natalidad debe conducir en última instancia a una raza más limpia”.

Por último, Margaret Sanger proclamará expresamente la “fundación de una nueva raza”.

Georges Vacher de Lapouge, Charles Binet - Sanglé, Charles Richet y Alexis Carrel. El antropólogo suizo Georges Vacher de Lapouge (1854 - 1936), eminente miembro de la “Socie­dad de Eutanasia” de Francia, inspirado en Darwin, aplicó el principio de selección natural de las especies para explicar la desigualdad biológica de las razas y las consecuentes diferencias culturales. Como expresión de la selección natural, en 1896 publica “La Selección Social” y abo­gó por una práctica eugenésica que incluía la eutanasia y el infanticidio. Es Vacher de Lapouge quien por primera vez utiliza el concepto de “etnia” para designar distintos tipos raciales.

En 1918, por medio de su obra “El Haras Humano”, el francés Charles Binet - Sanglé, formuló la proposición de establecer un “Instituto de la Eutanasia” para implementar un programa de eliminación de degenerados y fatigados de la vida, mediante el empleo de anestesia y gas. En su libro “El arte de morir”, Bidet - Sanglé expone un proyecto de reglamento, según el cual la euta­nasia sería confiada a especialistas, de los cuales dependería el autorizar el derecho de morir. En un estudio de 1912, Binet - Sanglé aprecia que Jesús era un sujeto mentalmente enfermo (“Jesus Madness”). Por su parte, el premio Nobel de medicina de 1913, el fisiólogo francés Charles Richet (1850 - 1935), sistemáticamente ocupado de temas espiritualistas como telepatía, hipnosis, mate­rializaciones, premoniciones, cryptesthesia (sexto sentido, que capta vibraciones de la realidad), en 1919 publica “La Selección Humana”.

El también premio Nobel de medicina en 1912, el francés Alexis Carrel (1873 - 1944), quien se autodenominaba protector de la especie humana, que fuera apoyado en su trabajo investigativo por el famoso aviador y experto mecánico Charles Lindbergh (1902 - 1974) y prestara servicios tanto en la Fundación Rockefeller (“Rockefeller Medical Institute”) como para el gobierno de Vichy dirigiendo la “Fundación Francesa para el Estudio de los Problemas Humanos”, aportaría avances fundamentales referidos a la cirugía cardiovascular, injertos de tejidos y transplante de órganos y también sostendría la validez de las prácticas eugenésicas. En su obra de 1935, “El Hombre Desconocido”, Alexis Carrel propone la creación de clases biológicas, con los débiles y enfermos en un extremo y los fuertes y capaces en el otro, siendo estos últimos los que podrían vivir largo tiempo, propagar la especie y recibir nuevos órganos cuando fuese necesario, siendo su selección responsabilidad de un consejo de científicos expertos. Expone Carrel:

“Las células, lo mismo que los animales, pertenecen a distintas razas… El hombre es el resultado de la heren­cia y del medio ambiente, de las costumbres de vida y de pensamiento que le han sido impuestas por la sociedad moderna… Los descendientes de las ramas enérgicas se hallan ahogados por la multitud proletaria que la industria ha creado a ciegas…

El hombre no soporta sin daño el género de existencia y el trabajo uniforme y estúpido impuesto a los obreros en las fábricas y a los empleados de oficina. En la inmensidad de las ciudades modernas el hombre está aislado y como perdido. Es una abstracción económica, una cabeza del rebaño. Pierde su individualidad. No tiene ni responsabilidad ni dignidad… sólo son polvo anónimo… Debemos rescatar al indi­viduo del estado de atrofia intelectual, moral y fisiológica que han traído consigo las modernas condiciones de vida”. Concluye pues Alexis Carrel:

“La eugenesia es indispensable para la perpetuación de los fuertes. Una gran raza debe propagar sus mejores elementos. Sin embargo, en las naciones de civilización más elevada, la reproducción está disminuyendo y produciendo seres inferiores… La eugenesia puede ejercer una gran influencia sobre los destinos de las razas civilizadas… debe evitarse la propagación de los débiles mentales. Podría imponerse quizá un examen médico a las personas que van a contraer matrimonio… La eugenesia pide, pues, el sacrificio de muchos individuos… La libre práctica de la eugenesia podría conducir no solamente al desarrollo de individuos más fuertes, sino a ramas dotadas de mayor resistencia, inteligencia y valor… La sociedad moderna debe alentar, por todos los medios posibles, la formación de mejor material humano… La fun­dación de una aristocracia biológica hereditaria, gracias a la eugenesia voluntaria, sería un paso importante hacia la solución de nuestros actuales problemas… Por primera vez en la historia de la humanidad, una civilización que se derrumba es capaz de discernir las causas de su decadencia. Por primera vez tiene a su disposición la fuerza gigantesca de la ciencia… Nuestro destino se halla en nuestras manos. Ahora, avancemos por el nuevo camino”.

Ludwig Woltmann. Preocupado por la declinación cultural occidental y la degeneración, el marxista Ludwig Woltmann (1871 - 1907) sigue entusiastamente a Darwin y se convierte al eugenismo racial, sosteniendo por consiguiente que sería la selección natural organizada por el Estado aquello que conduciría a la justicia social y reafirmaría la superioridad aria. El socialismo de estado era pues la forma de gobierno más apta para tomar las medidas coercitivas necesarias para un programa eugenésico sano. Woltmann incluía expresamente a los judíos europeos como objeto importante de su programa anti-degenerativo. De hecho, después de 1880, y sobre todo después del juicio de Dreyfus en 1893, se consideraba que los judíos eran los principales dege­nerados de Europa. Bajo el microscopio de las teorías de la morbosidad degenerativa, los judíos revelaban una propensión innata a todas las enfermedades de la vida moderna, tales como la histeria, los trastornos nerviosos y la sífilis.

Ernst Haeckel. Por su parte, Ernst Haeckel (1834 - 1919), zoólogo de la Universidad de Jena cuando llevó las teorías darwinianas a Alemania y se convirtió en figura eminente en la eugene­sia y la biología racial de ese país durante el siglo XIX. En su libro más influyente, “El enigma del Universo” (1899), Haeckel proclamó que la civilización moderna, con sus enormes avances tecnológicos y científicos, había adquirido un nuevo carácter evolutivo pero no había realizado ningún progreso en el campo de los principios sociales y morales.

Haeckel observaba que

“una inquieta sensación de desmembramiento y falsedad” cundía por Europa en el último año del siglo XIX, suscitando temor a “grandes catástrofes en el mundo político y social”.

Según Haeckel, esta inquietud derivaba de la misma raíz que todos los errores que afectan la cultura europea tradicional: tenían su base en la idea antropocéntrica de que el hombre es especial y está al margen del resto de la naturaleza. Señala Haeckel:

“La desmedida arrogancia del presuntuoso hombre le ha hecho creer erróneamente que es ‘la imagen de Dios’, dueño de una vida eterna... y poseedor de un ilimitado libre albedrío”.

Por tanto, el hombre moderno debía abandonar “esta ilusión insostenible” y, por tanto, la religión y sus tabúes, especialmente los sexuales, si quería realizar su auténtico destino. El nuevo hombre debía ser uno con la naturaleza y la “ecología”, término inventado por Haeckel. Para él, toda la historia de la civilización occidental era sólo una parte de la “historia de la rama de los verte­brados”, que él dividía en veintiséis etapas evolutivas, desde la formación de las moléculas de carbono hasta el Homo erectus.

Si Charles Darwin había presentado la evolución biológica en función de la selección natural, que era el auténtico mecanismo del cambio en la naturaleza, en la filosofía de Haeckel ocurre lo contrario. La selección natural, la lucha a muerte por el dominio y el poder, está en función de la evolución, la cual corresponde a un sistema de crecimiento orgánico que impregna toda la naturaleza y que Haeckel llamó “monismo”. De esta forma, el monismo era un vitalismo profun­damente determinista donde todas las fuerzas se desplazaban hacia una sola totalidad, incluida la comunidad humana.

Haeckel fundó así la “Liga Monista”, que pregonó el evangelio de la evolución y la selección natural en los círculos obreros alemanes. En este contexto, Haeckel también se convirtió en vo­cero de la eugenesia como clave para una nueva humanidad unificada y biológicamente apta. No obstante, aunque Haeckel negó enfáticamente que sus opiniones fuesen prototalitarias, la idea de la crianza científica selectiva, la eutanasia y las defensas contra los elementos degenerados tales como los judíos y los negros se convirtieron en imperativos sociales a los cuales debía recurrir el estado moderno para salvar la civilización.

Sin más, teniendo a Ernst Haeckel como presidente honorario, en 1904 se funda la “Sociedad de Higiene Racial”, institución que a comienzos del siglo XX ya tenía más de cien filiales en Alemania. Así, después de la primera guerra mundial, muchos eugenistas y biólogos raciales se sumaban al creciente consenso de que el futuro político de Alemania requería un socialismo de Estado. Sostenían que una de las prioridades de ese Estado futuro tendría que ser una política eugenista de “selección controlada” para preservar la raza alemana.

Heinrich von Treitschke. Heinrich von Treitschke (1834 - 1896) afirmará que el Estado es una comunidad moral que está llamada a educar la raza para convertirse en una nación con un verda­dero carácter nacional. Por tanto, para von Treitschke, estructurar un Estado es el más alto deber moral de una nación. El egoísmo social debía cesar y las personas deberían llegar a sentirse parte del cuerpo nacional. Aún más, la posesión más importante de un Estado es su energía, razón por la cual es deber del Estado aumentar su energía. En definitiva, von Treitschke postula que el Estado es la base de toda la vida nacional. Con todo, el individuo carece del derecho a mirar al Estado como medio para lograr sus propias ambiciones de vida. Asimismo, toda actividad del Estado es sabia y beneficiosa si promueve la independencia de los hombres libres y del razonamiento.

Por extensión, según von Treitschke, un Estado que no es capaz de formar y mantener una orga­nización externa, merece fallecer. En esta perspectiva, von Treitschke postula que la idea de la paz perpetua es una ilusión propia de caracteres débiles. Entonces, la guerra siempre es una drás­tica medicina para la raza humana, de modo que la debilidad nacional es un pecado del Estado. En este contexto, von Treitschke reconoce que los judíos han desempeñado un papel necesario en la historia alemana, debido a su capacidad en la gerencia del dinero. Sin embargo, von Treits­chke aprecia que ya no son necesarios. Advierte asimismo que el judío internacional, ocultado tras la máscara de distintas nacionalidades, es una influencia desintegradora.

Julius Langbehn. En su escrito “Rembrandt como educador”, donde presenta al pintor como ejemplo de un pueblo inteligente, Julius Langbehn (1851 - 1907) considera el arte como una fuerza irracional y antiintelectualista a oponer a la razón y cientificismo burgués. Esta fuerza o poder está naturalmente enraizado en el alma colectiva del pueblo, y se manifiesta como expresión del genio popular y la fuerza vital de la nación. Y ya que el arte es lo verdadero, éste debe ser el basamento inalienable al que debe estar sometida la política. El arte es el genio del pueblo y la política debe respetar ese genio y convertirse en su servidora. Langbehn considera así que la decadencia artística es la decadencia provocada por la sumisión a los políticos bur­gueses y a su culto materialista y vulgar de la eficiencia económica. Langbehn proyecta pues un humanismo radical en el corpus doctrinal de los movimientos de juventud. Establecía además Langbehn:

“Los judíos son un pueblo mucho más viejo que los alemanes. Representan… la etapa de desarrollo del individuo que se describe como viejo, astuto y malig­no… No hay niños judíos; todo judío actual nace viejo. Es moralmente, como lo era físicamente su antepasado Isaac, un producto de la vejez. El judío moderno no tiene religión, ni carácter, ni patria… Es un pedazo de humanidad que se ha vuelto agrio. El espíritu ario de la infancia reac­ciona… ¡La juventud contra los judíos!”.

Willhelm Schallmayer. Desde 1891, el bávaro Willhelm Schallmayer había estado haciendo advertencias sobre la “degeneración física que amenaza al hombre civilizado”. Expresaba la idea de que no podía dependerse de la selección natural como base de la “perfectibilidad” y progreso social. Según este punto de vista, la naturaleza necesitaba ser guiada y asistida por alguna forma de selección social. En este sentido, Schallmayer advertía que la selección social se estaba rea­lizando ya en el sentido equivocado en razón de los programas de reformas sociales ayudaban a sobrevivir a individuos que de otro modo no podrían hacerlo. Por tanto, Schallmayer consideró un programa eugenésico destinado a controlar determinados aspectos de la conducta humana, siendo su propuesta principal el establecimiento de un sistema de asesoramiento y examen pre­matrimonial. Según su propuesta, el permiso para contraer matrimonio sería denegado cuando un médico dictaminase la presencia de rasgos hereditarios o enfermedades “indeseables” en la pareja o en uno de los contrayentes.

Alfred Ploetz. En este contexto, el médico y biólogo seguidor de Galton y Spencer, Alfred Plo­etz (1860 - 1940), introdujo el concepto de “higiene racial”. En 1895 publicó “La excelencia de nuestra raza y la protección de los débiles”, sosteniendo que un humanismo mal dirigido estaba amenazando la calidad de la raza al alentar la protección de sus miembros más débiles. Ploetz concurrió a la fundación de la “Sociedad de Higiene Racial” y creó el periódico “Archivo de Bio­logía Social y Racial”, que se convirtió en órgano principal del movimiento alemán de higiene racial o eugenesia. Ploetz acuña asimismo la expresión “selección controlada” o tecnocrática de las personas inteligentes, de manera que las personas de una sociedad civilizada pudieran propa­gar la especie sin temor a la catástrofe genética, incluida la degeneración. Disponía que un panel de médicos debía decidir sobre si el niño debía vivir o morir (dosis de morfina).

Ernst Rüdin. Siguiendo a su cuñado Alfred Ploetz, desde fines del siglo XIX el psiquiatra y genetista suizo, Ernst Rüdin (1874 - 1952), divulgaría la noción de “higiene racial”. En 1916 establecería el campo de la “biología hereditaria psiquiátrica”, concepto que evolucionaría al de “genética psiquiátrica” en los años treinta. Además enseñaba tanto el valor de la raza nórdica en tanto factor “creador de cultura” como previene socialmente respecto del peligro de los defectos hereditarios. Indica Rüdin:

“Quienquiera que no esté física o mentalmente apto no debe traspa­sar sus defectos a sus niños. El Estado solamente debe cuidar de los niños aptos”.

Ernst Rüdin intervendría en la Sociedad Alemana de Higiene Racial, dirigiría el Instituto Kaiser Wilhelm en Berlín y Munich, el Instituto Planck y además sería director del Departamento Genealógico - De­mográfico del Instituto Alemán de Psiquiatría entre 1917 y 1945. En 1933, una vez establecido el régimen nacional - socialista en Alemania, Rüdin fue designado por el Ministerio del Reich para conducir el programa de pureza racial. Las investigaciones de Ernst Rüdin fueron apoyadas por la Fundación Rockefeller.

Alfred Jost. En 1865, Alfred Jost publicó la obra “El Derecho a la Muerte”, sosteniendo la tesis de que la “solución final” al “problema de la población” es “responsabilidad” del Estado. Afirmó Jost que el Estado tiene el “derecho natural” a eliminar a los individuos indeseables para “guar­dar la nación, el organismo social vivo y sano”.

Eugen Fischer, Fritz Lenz y Erwin Baur. El profesor de antropología, Eugen Fischer (1874 - 1967), sostenía la superioridad racial alemana y llegó a ejercer la dirección del “Instituto Kaiser Wilhelm” para la antropología, la enseñanza hereditaria y eugenésica, creado en 1927. Después de un trabajo de investigación, en 1913 proclamaría la prohibición absoluta de uniones mixtas en las colonias africanas de Alemania. Además, junto con Fritz Lenz (1887 - 1970), quién sostenía que la raza era el “último principio de valor”, procurarían la esterilización de los “bastardos de Renania”, vale decir, de los descendientes de mujeres alemanas y soldados coloniales africanos o asiáticos, durante la ocupación de Renania entre 1920 y 1927. Luego, en 1921, Eugen Fischer, junto a Fritz Lenz y Erwin Baur, en dos volúmenes publican la obra “Herencia Humana e Higie­ne Racial”, obra que fue detenidamente leída por Adolf Hitler. Así entonces, este texto serviría como base para el programa de esterilización que el nazismo aplicó en Alemania. Además, uno de los estudiantes del doctor Fischer, el también médico Hendrik Verwoed, redactaría las normas del régimen de “apartheid” en África del Sur. Cabe tener presente que los estudios de genética y genealogía que Eugen Fischer realizó hasta fines de la década de 1920, fueron financiados por la Fundación Rockefeller. En 1933, Eugen Fischer fue nombrado como rector de la Universidad de Berlín y actuó como consultor gubernamental para asuntos raciales desde el “Comité de Exper­tos sobre Demografía y Política Racial”.

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