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Las trampas de la globalización
Entrevista de Michel Schooyans por Carlos Neuenschwander
1. ¿Por qué la bioética y la vida son temas de actualidad?
Lo primero que hay que señalar es que hoy en día ha habido un cambio radical en el contexto en que se plantean los problemas de bioética. El punto central sigue siendo el respeto de la vida humana. Pero lo que sucede es que cuando nos referimos a la problemática de hace unos 25 años, el problema se planteaba en términos de derogación. Así, por ejemplo, la ley francesa que legalizó el aborto en 1975 lo admitía como una excepción. Era una derogación al principio general sembrado a guisa de preámbulo, en el articulo 1° de la ley. Según este principio general, la ley protege a todos los seres humanos desde el inicio de la vida. Entonces el aborto era una excepción prevista por la ley. En inglés se diría "release", en alemán "Freigabe". Es como un permiso. Esa era la problemática de hace 25 años.
Hoy la problemática se ha deteriorado radicalmente desde que en los ambientes de la ONU se requiere, con insistencia cada vez mayor, que el aborto sea proclamado como un "nuevo derecho humano". Ya no se trata de una derogación, de un permiso, de una excepción, de un gesto que se tolera mas del cual se sabe en realidad que no es bueno. Ahora se trata de un "nuevo derecho", que, por cierto, no es el único, desde que también se promueve el "derecho" a la homosexualidad, a la esterilización, a la eutanasia, etc. De modo que la gran "novedad" es que ahora disponer de la vida de un ser humano en su pequeñez, en su inocencia, puede ser presentado como un "nuevo derecho" humano. La gran preocupación, a pocas semanas de la reunión Beijing 5 en Nueva York y a pocas semanas de la Asamblea del Milenio en setiembre, es que el aborto sea allí proclamado como un "nuevo derecho". Esto significaría una revolución funesta, fatal, desastrosa en la historia de los derechos humanos.
2. ¿Podría explicarnos porque la Santa Sede se opone a estos supuestos "derechos" que promueve la ONU?
Desde hace unos cuarenta años, a través de algunas de sus agencias especializadas, la ONU lanzó un programa internacional de control de la natalidad, nítidamente maltusiano. Entre estas agencias, figuran, por ejemplo, el FNUAP (Fondo de las Naciones Unidas para la Población); la OMS (Organización Mundial de la Salud); el Banco Mundial, el PNUD (Programa de las Naciones para el Desarrollo), y varias otras, incluso ONG como el IPPF. El punto focal de este programa es que, a través de su plan de acción, la ONU quiere proponer el control de la natalidad como una meta o condición previa — según ella — para el desarrollo de los pueblos.
Esta postura merece algunas consideraciones. Lo primero en lo que hay que ser enfático es que científicamente nunca ha sido demostrado que exista una relación entre el efectivo de la población de un país y el desarrollo. Hay países poco poblados que son desarrollados, como Australia, y otros poco poblados que son subdesarrollados, como es el caso de los países de África Central. Inversamente hay países muy poblados que son desarrollados, como Holanda, que tiene más de 400 personas por kilómetro cuadrado, y hay países muy poblados y subdesarrollados como el Bengladesh. Quiere decir que no hay relación entre las dos cosas; depende de cada caso.
Pero la ONU se comporta como si hubiera una relación determinante entre las dos cosas y dice a los países: "Controlen su población y van a desarrollarse". Pero los países pobres lo que necesitan son remedios, escuelas, saneamiento de las aguas, hospitales, etc. Recursos que realmente favorezcan su desarrollo y no un control de la población. La Iglesia no puede y no quiere aprobar, y mucho menos promover, una política de desarrollo basada en una mentira científica; en una hipótesis que nunca fue demostrada, es decir la ideología maltusiana.
Pero hay otro motivo por el que la Iglesia no puede admitir las posturas de la ONU. Resulta obvio que es poco simpático y poco admisible decir: "Los ricos debemos contener el crecimiento de las poblaciones pobres". Por lo tanto, se busca utilizar un lenguaje mentiroso, ideológico: el lenguaje de los derechos humanos: "Ustedes los pobres tienen derecho a la contracepción, al aborto, a la eutanasia. Estos son los "nuevos derechos" humanos. Nosotros, los ricos, queremos ayudarlos a ejercer este derecho nuevo y vamos a ayudarlos a desarrollarse mandándoles métodos anticonceptivos, dispositivos intrauterinos y aparatos para realizar abortos con equipos especializados...". La Iglesia no puede admitir este tipo de política.
Quisiera mencionar aquí una cosa que muchas veces no está siendo muy bien explicada al público: además de las consideraciones de ética privada, personal, la Iglesia se opone a estas campañas y prácticas por motivos de ética social, política. La Iglesia no puede permitir una explotación de los pobres y mucho menos una especie de colonización mental donde se dicta a los pobres lo que deben hacer o querer para su supuesto desarrollo.
3. Por lo tanto la Iglesia se opone porque defiende la dignidad de cada persona...
Exactamente, y en nuestra sociedad, en el contexto actual, esta cuestión de la dignidad de todo ser humano merece ser especialmente destacada. Cuando vemos los primeros años del pontificado de Juan Pablo II, vemos que el gran problema era entonces la negación de la dignidad de todos los seres humanos por parte del sistema comunista. Para éste, el hombre era apenas una rueda en la máquina productiva, en el Estado líder del Internacionalismo. El hombre era un instrumento al servicio del Partido y lo que valía en él era su capacidad de servir la Causa del Partido. Felizmente este régimen ha caído.
Gracias al impulso decisivo del Papa Juan Pablo II, conseguimos revelar la mentira de esa ideología; pero actualmente en el contexto de la ideología neoliberal encontramos una situación a primera vista muy diferente mas que en realidad es muy parecida. En el sistema neoliberal, lo que importa es que el hombre produzca, que sea un consumidor; el hombre vale lo que hace y lo que consume.
La dignidad humana no es honrada en ninguno de los dos casos. La Iglesia no puede admitir una visión totalmente utilitarista del hombre, que se sitúa perfectamente en la línea del liberalismo puro y duro de Adam Smith del S. XVIII, que pasa por Malthus, por Bentham y que continúa siendo muy peligroso en la actualidad.
Como Jesús, no podemos adherirnos sin discernimiento cuidadoso a las verdades que están de moda y que dominan una época. Y en este sentido, pienso que debemos redescubrir algunas frases del Evangelio donde Jesús aparece como una señal de contradicción. Los cristianos hoy debemos ser aquellos que proclaman que disponer de la vida del inocente es una cosa escandalosa; que eso trastorna el corazón humano y trastorna también la razón humana. El cristiano es aquel que no puede admitir la colonización ideológica por la que se considera como bueno lo que es malo y como verdadero lo que es falso.
4. ¿No se puede alcanzar la verdad a través de la mayoría?
La crisis que estamos viviendo es realmente una crisis de valores, es la crisis de la Verdad. Por eso considero que, además de varias otras encíclicas, una de las más importantes del pontificado de Juan Pablo II es la Encíclica Veritatis Splendor. Este documento toca la cuestión del relativismo: la verdad no puede resultar de un voto de la mayoría. La regla de la mayoría es una simple regla de funcionamiento práctico de una sociedad, pero no es una regla que puede proporcionar la verdad. Antes que se utilice esta regla de la mayoría, hay que reconocer, constatar ciertos valores fundamentales. Es a partir de estas constataciones, de las "declaraciones", que la regla de la mayoría podrá funcionar al servicio de los valores reconocidos. Es justamente lo que no hace la sociedad actual porque hace depender los valores de un voto.
5. ¿Cómo se vincula el tema de la globalización con estos desafíos?
Cuando en la actualidad se habla de "globalización" en realidad se está tocando dos temas. El de la "mundialización" y el de la "globalización" propiamente dicho. Yo quisiera distinguirlos — aunque estén muy ligados entre sí — pues me parece que la distinción ayuda a comprender con más profundidad este fenómeno de dos facetas. Ambos temas tienen en común el hecho de que el mundo se hace más pequeño y que las comunicaciones son más fáciles. Significan también que hay intercambios de todo tipo, cada vez más intensos y numerosos. Es un hecho que, en si, es neutro y incluso bueno.
Pero cuando uno habla de "mundialización" en general se insinúa que estamos caminando hacia un gobierno mundial, hacia una sociedad soñada por algunos autores o políticos famosos. Podría mencionar a unos de ellos: Zbigniew Brzezinski, consejero de varios presidentes de los Estados Unidos; Willy Brandt, que fue canciller de Alemania; o Jan Tinbergen, un holandés que ganó el Premio Nobel de Economía en 1969. Ellos desarrollaron esta idea de la mundialización. Con diversos matices, para ellos la época de las naciones soberanas ya pasó. Conviene que poco a poco la ONU se torne en un gobierno mundial y que sus agencias se transformen en los ministerios de este gobierno.
Esto es una cosa peligrosa, porque así como en los países hay regiones con características variadas y organizaciones de distintos tipos, así también las naciones tienen su identidad. Hay que respetar la diversidad de la familia humana, de las personas, de las comunas, de las provincias, de los países. No vamos a querer una especie de capa impuesta a todo el universo bajo el gobierno de un centro único de poder, de decisión.
Además, esta "mundialización" merece una atención mayor aún porque — como ya lo comentamos — las ideologías muchas veces sobreviven a los regímenes en los que se encarnaron. En concreto, en esta "mundialización" veo una nueva tentativa de instaurar la famosa "Internacional" soñada por los marxistas del siglo XIX. Los marxistas del siglo pasado (Lenin, Stalin, Mao Tse Tung, Castro, etc.) no consiguieron imponerla. Pero hoy día, con los ataques a las personas, a las familias, a los Estados, observamos una reviviscencia preocupante del internacionalismo de inspiración marxista, y esto podría llevar a una situación desastrosa.
La "globalización" es un poco la misma cosa, pero en la perspectiva de ideología liberal. El mundo es visto como un inmenso mercado que debemos integrar. El problema se da cuando a través del control de las cosas, de las materias primas, de las industrias, etc. se llega al control de los hombres. Este es el peligro de la globalización: al controlar, a través de un centro de decisión mundial, todo el sistema económico, desde la materia prima hasta la producción más sofisticada, se acaba controlando toda la comunidad humana, incluso la producción de la ciencia y de las técnicas. Esto abre una perspectiva terrible porque en una sociedad que se globaliza bajo la inspiración del liberalismo desmedido, son necesariamente los más "vivos", los más poderosos — económica, técnica y científicamente — los que van a explotar a los pequeños. Y se va caminando en este proceso hacia una jerarquización de la humanidad donde habrán hombres que, en la mejor de las hipótesis, serán capaces de extraer minerales, producir plantas, etc., encima de los cuales habrán otros capaces de hacer una primera transformación industrial. Pero los mas dotados y astutos van a ser aquellos que aplican una plusvalía muy alta a productos naturales. Se podría llegar a un sistema que paralice la movilidad entre las naciones y al interior de las naciones fijando, petrificando, por así decirlo, a los pobres en su situación de pobreza, imposibilitando la salida de la pobreza y "legitimando" la explotación de los más pobres bajo el rótulo del mercado o de la libre circulación de los bienes.
6. ¿Cómo explica la asociación de ciertas teologías con el feminismo, la ecología u otras agendas relacionadas a las políticas de la ONU, y con el problema de la globalización en los términos en que los ha descrito ahora?
La cuestión del feminismo, o la cuestión del género, se tornaron cruciales y ambas son motivo de muchas preocupaciones. Desde la conferencia de Beijing en el 95, estos temas aparecen en todas las reuniones de la ONU. Se trata de una reinterpretación de la lucha de clases. Marx tenía un colaborador, Engels, el cual dio una interpretación de la lucha de clases distinta de la de Marx. Para Marx la lucha de clases opone el capitalista y el proletario; pero para Engels es primordialmente la lucha que opone al hombre y a la mujer en el matrimonio monogámico. Conviene, por consiguiente, acabar con el matrimonio monogámico, y liberar a la mujer de los cargos de la familia, de la maternidad, del marido, etc. para que pueda dedicarse a la producción en la sociedad industrial.
Esta temática reaparece hoy. Se dice que los papeles del hombre y de la mujer son el producto de una historia, de una cultura. Los dos tienen papeles que son intercambiables. Las diferencias genitales entre el hombre y la mujer no tienen significado real, tanto es que cada uno puede escoger su sexo.
Entonces las feministas actuales desarrollan mucho esta temática para decir que las mujeres deberían librarse del peso de la maternidad, de la familia, del marido, etc. a fin de afirmar su libertad. El matrimonio, la unión sexual monogámica y heterosexual, serian apenas uno de los casos de unión sexual. En realidad habría muchos otros tipos de unión: homosexuales, lesbianas, familias monoparentales, travestismo, etc. Habría varios "modelos" de uniones y uno, entre muchos otros, sería la unión heterosexual monogámica.
El matrimonio así pierde su carácter específico y único. Podemos ver ya una afirmación provocadora de este tipo de mentalidad en el PACS (Pacto de asociación civil y de solidaridad), que fue aprobado en Francia. En realidad, es una manera de rebajar al matrimonio, aprovechando todas las ventajas civiles del matrimonio pero sin ninguno de sus apremios o obligaciones.
Este tipo de feminismo es espantoso porque justamente diluye la identidad y especificidad femenina. Así mismo, esta ideología del género tiene adeptos incluso dentro en la Iglesia. Se conocen algunos casos de religiosas que militan en esta línea. Infelizmente, estas mujeres no se dan cuenta que son "inocentes útiles". No perciben que se trata de una ideología desarrollada en el ambiente de la ONU, que en realidad desprecia a la mujer, la destruye y además destruye lo más bonito que la mujer tiene: su capacidad de hacer que las relaciones de amor prevalezcan sobre las relaciones de fuerza. De hecho, desde la noche de los tiempos, las mujeres tuvieron el cuidado de proteger su ventaja comparativa fantástico: transmitir y proteger la vida con amor.
Este es el privilegio de la mujer; el privilegio de la bondad, de la maternidad, de la ternura, de la belleza. Mentalmente reprogramadas por la ideología del género, las feministas radicales se alienan de la ventaja comparativa inherente a su identidad. Estas mujeres se auto-deprecian; a veces llegan a descuidar de su hermosura; se auto-destruyen y acaban favoreciendo la homosexualidad.
7. ¿Esta ideología feminista del género tiene una relación con la ecología?
El tema de la ecología también es muy importante; es típico del New Age y rechaza totalmente el antropocentrismo cristiano y de la tradición occidental. De acuerdo con esta tradición, el hombre emerge del mundo ambiente; es un ser creado, encarnado, pero tiene un estatuto específico, una capacidad de raciocinio, una voluntad libre. Es imagen de Dios, lo que las otras criaturas no son. Al hombre fue confiada la tierra para que sea buen administrador de la creación gracias a su trabajo, a su inteligencia, a su sociabilidad. Pero de acuerdo con la ideología del ecologismo radical, somos una partícula en el universo, un mero producto de la evolución, un ser efímero. Así como aparecimos, vamos a desaparecer definitivamente y a reintegrar este mundo ambiente del que salimos.
Lo que se está poniendo aquí en cuestión es el estatuto único del hombre en el mundo y en la historia. El hombre es interpretado desde una perspectiva monística, panteística. En este caso, la única ética que se impone al hombre es inmanentista y fatalista: si somos una partícula en el medio ambiente, debemos conformarnos a esta situación, y si esta lo exige, vamos a sacrificar hombres a la supervivencia del medio ambiente. Es la temática del "desarrollo sostenivel" ya desarrollada en Río de Janeiro en 1992 en la reunión "Cumbre de la Tierra". Pero es una ideología que sigue desarrollándose y que somete al hombre al medio ambiente. La ética aparece como una sumisión a la madre Gaia, la tierra endiosada.
Con este tipo de determinismo ético, el hombre debe admitir su situación de mortalidad definitiva e integral. No hay otra perspectiva de una vida fuera de la vida que conocemos en la tierra. Estamos encerrados en este mundo que nos oprime y debemos aceptar lo que dicen y piensan los que supuestamente entienden este medio ambiente. Por eso hay bromistas como Jack Cousteau, que, junto con varios ideólogos de este tipo, recomiendan la eliminación de 3 o 4 millones de habitantes de la tierra, justamente para que no haya "contaminación", porque el hombre es el mayor "contaminador" y predador. Mas solo locos pueden querer construir una sociedad humana basándose en una antropología suicidaría.
La Nueva Revolución Cultural y la Globalización
Fundación Universitaria San Pablo - CEU. V Congreso Católicos y Vida Pública. Madrid, 14-16 de noviembre de 2003-10-23. La Nueva Revolución Cultural y la Globalización . Ponencia por Michel Schooyans. Catedrático emérito de la Universidad de Lovaina
Es para mi un gran honor así como una alegría participar en el quinto congreso organizado por el movimiento Católicos y Vida Pública y consagrado al tema de la cultura. Permítanme decirles también, desde esta entrada en materia, lo feliz que estoy de encontrarme en el corazón de la Nación que dio un brillo sin igual a la filosofía política y que dio nacimiento al derecho internacional. Pues es en vuestra tierra, queridos amigos, que nació el primer gran teórico de la globalización, Francisco de Victoria, cuya estatua ocupa el lugar que debe, en Nueva York, en los jardines de la ONU.
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Adivino cuán fuerte es vuestra voluntad de comprometeros a fondo, según modalidades diferentes pero complementarias, en la vida pública. Sabéis que el testimonio del cristiano no puede limitarse a la esfera de la vida privada. La era en que algunos preconizaban el enterramiento del catolicismo, su expulsión de la vida pública, ha terminado. Los desafíos a los que nos enfrentamos son numerosos y nos impiden quedar dormitando. Estos desafíos tienen por nombre: secularización, laicización, paganización, y, el peor de todos: deshumanización.
Los efectos nefastos de estos desafíos (no me atrevería a decir de esta cultura) aparecen de manera evidente en la caída dramática de la fecundidad en todas partes del mundo, pero especialmente en los países de gran tradición católica como España. Raramente ha sido tan acuciante la invitación dirigida por San Pedro: "Estad siempre preparados para presentar defensa de la esperanza que hay en vosotros" (Cf. 1 P 3, 15). Para responder al llamado que Pedro nos dirige, para aportar alegría y esperanza al mundo actual, vamos a examinar la relación entre cultura y globalización. En primer lugar expondremos la significación de estos términos; luego examinaremos sus relaciones. Terminaremos con algunas sugerencias con vistas a la acción.
El hombre, autor y destinatario de la cultura
En cuanto se habla de cultura, somos remitidos al trabajo de la tierra. El hombre aprendió a cultivar la tierra para recoger los frutos. A partir de este sentido fundamental, la palabra cultura evoca, de manera figurada, el cuidado dado a las actividades humanas.
Componentes interactivos
Se habla entonces de cultura intelectual, artística, espiritual, etc. Se dirá así de una persona que es culta, que desarrolló sus talentos musicales. Al aprender a tocar un instrumento, ella desarrolló su cultura musical. Se dirá de otra que cultivó sus disposiciones para las matemáticas, que siguió cursos con ese fin. Tomado en el sentido figurado, la palabra cultura concierne pues al sujeto, y remite a la educación, al aprendizaje, a la formación de éste.
Pero -siempre en sentido figurado- la palabra cultura se reviste también de un sentido objetivo. Concierne entonces un patrimonio intelectual, artístico, espiritual, etc. entrojado en una sociedad dada. Este patrimonio no es dado inmediatamente; es adquirido, construido, enriquecido, transmitido. La cultura aparece aquí como un conjunto caracterizado por la interactividad de los componentes, entre los cuales podemos señalar un conjunto de tradiciones, de conocimientos, de instituciones, de maneras de actuar y de pensar, de valores morales y religiosos, etc. Tomada en estos términos, la cultura se inscribe en el tiempo, en la duración; implica memoria y continuidad. Pero ella se inscribe igualmente en el espacio.
No todas las culturas honran en el mismo grado ni de la misma manera los componentes que acabamos de mencionar. Los valores son honrados diferentemente según las culturas. Tal cultura es más atenta a la libertad; tal otra a la igualdad. Tal es más especulativa; tal otra es más técnica. Tal defiende los derechos del hombre en las constituciones; tal otra los defiende por la jurisprudencia.
Se observa pues que toda cultura recoge el producto de la actividad específicamente humana. Pero cada cultura es también el lugar de la superación, de la inventividad de los miembros de un grupo dado. La cultura ocupa un lugar de primer rango en la definición de la identidad del grupo en cuestión.
Artesano por excelencia de toda cultura, y al mismo tiempo beneficiario: la persona humana, capaz de expresarse frente a los otros, de ser comprendido, de comprenderlos, de deliberar, de proyectar. El lenguaje aparece aquí como un componente esencial de la cultura, al mismo tiempo que es un canal privilegiado de la comunicación entre las culturas. Además, la cultura adquiere visibilidad gracias a las obras en las cuales ella se expresa. Ella se manifiesta en las instituciones, por ejemplo en el derecho. Encuentra su reflejo en las artes. Se concretiza en las ciencias y en las técnicas. Se transmite por las redes educativas y proporciona ella misma una formación continua.
Detengámonos un poco en algunas instituciones que contribuyen de manera decisiva a la edificación de la cultura.
La "república" en miniatura
En primer lugar, la familia. Los Romanos reconocían en esta institución natural el principium urbis, el seminarium rei publicae. La familia es la cuna del derecho, y esta lenta emergencia de un derecho civil debe mucho a la madre, que organiza la vida cotidiana del hogar. Debe mucho también a los pedagogos. Sin olvidar el papel del padre, hay que constatar que es en la pusilla res publica que es la familia que el niño es introducido en una cultura que ya está allí, de la cual él va a ser embebido como por ósmosis. En la familia, el niño recoge los conocimientos básicos, pero es también formado en las virtudes que harán de él un hombre sociable, un buen ciudadano, un buen padre, capaz en todo caso de hacer un uso responsable de la libertad. Toda la educación de la persona está por tanto basada en la recepción de una cultura preexistente a la persona. Ahora bien, la recepción de esta cultura no es en modo alguno un proceso pasivo; no es una simple "acumulación" bancaria, un apilamiento de conocimientos inertes. Es siempre también tradición, transmisión. Cada uno es llamado a ser, en sentido fuerte, autor de cultura, es decir a aumentar, por un aporte original, el patrimonio cultural de la comunidad.
La filosofía y la sicología contemporáneas refuerzan esta visión. En la construcción de su identidad personal, el ser humano se hace varias preguntas: ¿Quién soy? ¿Quiénes son mis padres? ¿En qué medio nací? La familia es aquí el primer lugar de referencia donde el niño, luego el adolescente descubren, de un mismo movimiento, su identidad y su diferencia. Pero es también el lugar donde aprende a asociarse y a actuar en conjunto, a imprimir una marca humana al mundo ambiente, a organizar la vida social, a abrirse a la verdad, a la belleza, a la justicia, a la trascendencia.
La familia aparece así como el núcleo original no solamente de donde parte toda cultura sino donde se arraiga la posibilidad misma de toda cultura. Ella es, como se ha dicho, "la célula asociativa de mayor proximidad". La destrucción de la familia sería pues una catástrofe para la cultura en general y para las culturas particulares. Más aún, esta destrucción conduciría al totalitarismo, que, destruyendo la familia, destruye también el yo personal y agota la vitalidad cultural de las sociedades que ele acomete.
Expresión política de la cultura
Es cierto que la familia no podría ser, por ella sola, foco de cultura; ella no puede prescindir de múltiples asociaciones. Éstas pueden formarse a partir de familias, pero nacen también a partir de centros de intereses que reúnen a los hombres alrededor de los aspectos más diversos de la vida humana. En el marco limitado de esta comunicación, fijaremos nuestra atención sobre las asociaciones políticas en tanto que éstas son beneficiarias de cultura y actuantes a nivel cultural.
Históricamente, el pasaje de la vida rural a la vida urbana dio un remarcable impulso al desarrollo de la vida cultural. La ciudad y la organización de la comuna se tornan el lugar donde personas y asociaciones descubren sus diferencias al mismo tiempo que su interdependencia. Lo mismo ocurre al nivel de las naciones. Como las ciudades y las comunas, las naciones son los lugares donde los hombres se socializan y se descubren solidarios. Es allí que los hombres aprenden a debatir, a deliberar, a concertarse, a colaborar.
Estas experiencias se hacen en el marco de unidades territoriales que se integran a lo largo de la historia.
Intersubjetividad e intencionalidad
Hemos visto hasta ahora que las múltiples expresiones de la cultura subjetiva de los hombres daban nacimiento a expresiones objetivas muy numerosas y a asociaciones que se asignan como fin, precisamente, cultivar segmentos particulares de la actividad humana. Hay por tanto un intercambio constante entre la cultura en el sentido subjetivo y la cultura en el sentido objetivo. Podríamos entonces decir que la cultura es la traducción viviente de la inter-subjetividad. Las obras de los hombres son siempre hechas para otros hombres, que son enfocados y alcanzados por todo tipo de mediaciones. Y esta intención, esta apertura a los otros hombres se hace siempre según dos ejes. Según el eje sincrónico, pues por mi obra yo enfoco a mis contemporáneos, y en mi obra acojo sus obras. Según el eje diacrónico, pues yo acojo las obras de mis predecesores y las supero al reactivar sus intenciones y al desplegar mi fidelidad creadora con respecto a su obra. La cultura es pues siempre una realidad bien viva.
Nivel de verdad, escala de valores
Ahora bien, no podemos perder de vista que, para que sea auténticamente humana, la obra cultural debe tener en cuenta la existencia de niveles de verdad y de una escala de valores. La reflexión filosófica es aquí esencial, precisamente porque ella se interesa en los valores morales, en los valores universales, en los valores que merecen ser deseados por ellos mismos. Ella ofrece criterios que permiten distinguir valores que son del orden de los medios, y otros que son del orden de los fines.
Es así que la epistemología ronda, por ejemplo, el nivel de verdad alcanzado por las ciencias físicas. Es así también que la antropología filosófica puede establecer la dignidad inalienable de toda persona humana. Ningún ser humano puede ser reducido a la condición de medio, ser manipulado física o sicológicamente. El cuerpo del ser humano no es disponible, como tampoco puede ser manipulado su yo psicológico. Cuando una cultura pierde de vista la centralidad de estas referencias fundadoras de ella misma, entra en un proceso que pone gravemente en peligro su identidad, su calidad y su existencia.
No es menos evidente que los valores religiosos, especialmente los valores religiosos cristianos, dan siempre lugar a una enseñanza moral cuyas implicaciones son considerables a nivel de la cultura y de las culturas. El jurista holandés Grotius (1583-1645) fue el primero a querer retirar a Dios del derecho, del "derecho natural", de la vida política y de la relaciones internacionales..
A pesar de la ceguera rabiosa de ciertos tecnócratas reinando en los talleres de la Unión Europea, todas las culturas europeas están impregnadas de cristianismo, y Europa no podría comprenderse, y menos aún construirse, sobre un postulado negando la evidencia del tejido cristiano constitutivo de su identidad. Al indicar al hombre que tiene deberes para con Dios y para con los otros, al mostrar la significación de sus obras, al revelar al hombre el fundamento último de su dignidad, el cristianismo recoge y lleva a su punto de incandescencia la regla de oro que ata todas las grandes culturas humanas y que, sola, puede dar su sentido último a los proyectos de globalización.
El providencialismo autoritario del Estado
Como ya lo insinuamos, la cultura es un elemento constitutivo de la sociedad civil. Bajo esta última expresión, se reagrupa una gran variedad de asociaciones que emanan de la iniciativa de los miembros de una sociedad dada. La iniciativa de fundar estas asociaciones no parte del Estado; ellas son la expresión de una sociedad culturalmente identificada, anterior al Estado, pero que puede legítimamente aspirar a dotarse de una organización política. Es la sociedad civil que se dota de una organización política a fin de mejor asir y proteger su identidad, de situarse frente a otras culturas y frente a otras sociedades civiles. La entrada en sociedad política, lejos de asfixiar el patrimonio cultural de una sociedad civil particular, debe por el contrario proteger a éste y crear las condiciones que favorezcan su completo desarrollo.
Concretamente, es al Estado que incumbe esta tarea. Ahora bien, en tanto que sociedad política, el Estado tiene un papel subsidiario; es puramente funcional. No tiene ninguna realidad concreta distinta de la sociedad civil que lo llama a la existencia. Es esta sociedad civil que instituye la sociedad política, organiza el Estado. Designa aquellos que son investidos de poder, controla el funcionamiento de las instituciones y el poder ejercido por los mandatarios. Corresponde a la sociedad política aportar algo más al conjunto de iniciativas culturales que emanan de la sociedad civil. El Estado debe ayudar a las asociaciones culturales a ejercer bien su misión, y no reemplazar a ellas. Y para llegar a ejercer bien esta misión, el Estado debe velar por el bien común, del cual la cultura es un componente esencial. Se sigue que el Estado debe promover los valores superiores, de orden moral y de naturaleza universal, sin los cuales la sociedad cae en la anarquía o en el estatismo totalitario -desliz este observable en varios países "democráticos".
Contra una cierta tradición europeo-occidental que quiere que el Estado dirija, regente la sociedad civil y todos sus componentes culturales, hay pues que sostener solidamente que el Estado se extralimita cuando cede al prurito del providencialismo autoritario y pretende imponer - particularmente por la enseñanza - su voluntad en la definición de los valores morales. Con más fuerte razón excede sus competencias cuando, bajo pretexto de laicismo sectario, finge ignorar el precio que la sociedad civil atribuye a la dimensión religiosa de su cultura. Obviamente, estas reservas valen tambien para la ONU y la Unión Europea.
Globalización y gobernancia mundial
Las reflexiones precedentes llaman muy naturalmente a un desarrollo sobre la globalización. Este término tiene su origen en la lengua angloamericana, pero ha sido incorporado en las lenguas latinas, en las cuales -simplificando- es prácticamente sinónimo de mundialización.
Actualidad de una idea antigua
La idea de globalización no es del todo nueva. Está presente desde la Antigüedad con el cosmopolitismo helenístico, el proyecto imperial de Alejandro el Grande, la "Pax Romana", sin olvidar la experiencia imperial china. Desde siempre, los hombres han reconocido su interdependencia; han procedido a intercambios o a conquistas; han intentado integrar las sociedades o subyugarlas. En Roma, en el final de la República y principalmente bajo el Imperio, el estoicismo y el epicureismo intentaron desmovilizar políticamente a los miembros de la Ciudad, a fin de dejar campo libre a los gobernantes alejados de sus bases, incontrolables e irresponsables.
Encontramos estas dos características en los proyectos actuales de globalización: poder concentrado, distante, inasequible; hombres y mujeres exaltados en su individualidad y su hedonismo, pero tenidos apartados de la participación política.
Las tentativas actuales de organizar una sociedad mundial tienen pues sólidas raíces históricas. Antiguamente como hoy, estas tentativas emanan unas veces de motivaciones más bien políticas; otras más bien de objetivos económicos. Hoy día, cuando se habla de globalización, se tiene en primer lugar en cuenta dos grandes modelos. De una parte, el modelo liberal, que ve la globalización en términos de hegemonía mundial de un país o de un grupo de países. De otra el modelo socialista, que es internacionalista. En los dos casos, el hombre corre peligro de ser alienado, políticamente paralizado, tenido apartado del poder.
Queda que el mundo actual tiende hacia una mayor unidad, hacia una mejor integración. Son indispensables nuevos instrumentos, nuevos elementos de concertación. Pero esta globalización no puede hacerse a cualquier precio. No puede hacerse al precio de una desactivación de los Estados, ni de un enjaulamiento de los ciudadanos en la licencia y el consumo. Digámoslo pronto: los proyectos globalistas de la ONU y de la Unión Europea tienen de que preocupar.
Valores y verdad
Salta a la vista que actualmente no existe felizmente ninguna cultura única que se extendería al mundo entero. Existen por cierto innumerables pasarelas entre las culturas. Tampoco se pueden ignorar los esfuerzos para que las culturas se encuentren y para que ellas se beneficien de sus aportes recíprocos. Asimismo sería por lo menos prematuro anunciar la emergencia inminente de una sociedad civil mundial. Esta sociedad sólo podría fundarse sobre el reconocimiento universal de valores morales superiores. Es sobre la base del reconocimiento, por todos los Estados, de estos valores morales que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948 intentaba fundar las relaciones internacionales y la comunidad mundial. La adhesión de los Estados particulares a estos valores morales dejaba el campo libre a las culturas, a las sociedades civiles y a las naciones.
Se puede por tanto afirmar que el primer gran proyecto contemporáneo de globalización nació inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, y que fue propuesto en el marco de la ONU en dos documentos esenciales: la Carta de San Francisco (1945) (de la cual no hablaremos en esta comunicación) y la Declaración de 1948. Ésta procura honrar verdades esenciales concernientes al hombre. Ella reconoce que el respeto de los valores morales, e incluso de los valores religiosos, es la condición previa al diálogo y al encuentro de las culturas. Más precisamente, no hay lugar para una cultura política si los derechos fundamentales del hombre son escarnecidos: derecho a la vida, a la libertad de expresión, a fundar una familia, a asociarse, a elegir una religión, a trabajar, etc.
Invertir la visión del hombre
Sin embargo actualmente se observa que la ONU tiende a instaurar una concepción de la globalización que es incompatible con una cultura política que valorice la persona, la familia y la sociedad civil. A pesar de los innumerables desengaños que sufrió, y que hipotecan su credibilidad, la ONU esconde cada vez menos su tendencia a poner en pie un gobierno supra-estatal, y a colocarse como titular de una "gobernancia mundial". Hace cada vez menos referencia a la cultura política que inspiró a los redactores de la Carta de 1945 y especialmente de la Declaración de 1948. Se comporta como si hubiese recibido en misión poner en pie un súper-poder mundial cuya voluntad se expresaría en nuevos instrumentos jurídicos llamados a ser apremiantes.
La globalización tal como la ONU la pone en práctica se caracteriza por un rechazo del antropocentrismo de 1948, así como por una limitación creciente de la soberanía de las naciones. La ONU promueve desde ahora los derechos de la Tierra. Su proyecto de Carta de la Tierra, en vía muy avanzada de redacción, significa que esta organización internacional a emprendido una nueva revolución cultural. A los ojos de la ONU, es el hombre que debe cambiar y ser cambiado. La visión que él tiene de él mismo debe ser dada vuelta. En el Gran Todo en que se encuentra, el hombre debe aceptar su sumisión a los imperativos de la Madre Gaia. Toda su obra cultural debe ser reconsiderada fundamentalmente, pues lo que tiene la primacía, no es más el hombre sino el Holos, el mundo material ambiente de donde él procede por evolución puramente material y en lo cual él está condenado a desaparecer definitivamente en el momento en que muera. El horizonte de esta "cultura" es la muerte.
Así, toda la obra científica y técnica del hombre se encuentra radicalmente cuestionada. El hombre no es más el gerente responsable de un medio ambiente que él está llamado a humanizar. Es por el contrario el más temible de los predadores y su población, como toda población de predadores, debe ser estrictamente controlada, clasificada y planificada teniendo en cuenta las supuestas obligaciones del "desarrollo sustentable". Más aún, el hombre debe ser fabricado, hasta clonado, para responder mejor a los criterios cualitativos y cuantitativos fijados por tecnócratas según los criterios holísticos.
En esta odisea del espacio, la familia está forzosamente condenada a desaparecer, pues es necesario no solamente que sea controlada la transmisión de la vida humana, sino que es necesario igualmente destruir la comunidad primordial, en la cual el hombre y la mujer desarrollan y transmiten, con la vida, la cultura que ellos mismos han recibido. El arte mismo, lugar por excelencia de la libertad creadora, debe ser colocado al servicio de un proyecto delirante donde es sacrificada la libertad del hombre.
La sovietización de la cultura
Nos falta tiempo para detallar la exposición y la crítica de esta nueva revolución cultural elaborada minuciosamente en la ONU y en una miríada de ONG, por los ideólogos de este monismo panteísta que no tiene precedentes en la historia. Según este proyecto, el hombre no es más una persona, un ser capaz de relaciones, llamado a la reciprocidad, a la exterioridad y al amor, abierto a los valores morales y trascendentes. Le hace falta una policía de los cuerpos, de los corazones, de las inteligencias y de las almas.
Citemos en desorden algunos temas que ilustran este proyecto de destrucción cultural cuyas grandes líneas aparecen en particular en la Carta de la Tierra: nuevo paradigma de la salud, salud de la Tierra y del cuerpo social (Organización Mundial de la Salud); nueva ética sexual; de-responsabilidad de los padres (UNICEF); control de la población (FNUAP); erosión de la soberanía de las naciones, ingerencia en los asuntos internos de las naciones, intervención en las naciones "rebeldes" (CEDAW [Convención y Protocolo para la eliminación de toda discriminación contra la mujer], Alto Comisariato para los Derechos Humanos); pacto económico mundial, control de las ciencias y de las técnicas (Millenium); religión mundial única (Iniciativa de las Religiones Unidas); educación inspirada por la Carta de la Tierra (UNESCO), etc.
En suma, asistimos a un dominio sobre todos los sectores esenciales que constituyen el tejido de toda cultura. Atrevámonos a la palabra: estamos en presencia de una sovietización de la cultura. Se sigue que el surgimiento de una sociedad civil mundial es en lo sucesivo imposible, pues la ambición de controlar toda la vida cultural es esencial al proyecto onusiano de globalización. El modelo subyacente a esta ambición es un remake, un refrito del internacionalismo marxista.
Consenso y negociaciones
Para concretizar y consolidar su proyecto globalizador, la ONU está poniendo en pie un sistema de derecho internacional totalmente positivista. Este proyecto encuentra su inspiración en la obra del jurista Hans Kelsen (1881-1973). Se fundamenta en un escepticismo, un relativismo, un agnosticismo radical. La Declaración de 1948 estaba fundada sobre verdades delante de las cuales uno se inclinaba, sobre valores morales que se reconocían. Estas cuestiones de valores, estas cuestiones de antropología, en lo sucesivo no tienen más pertinencia. Se procede como en derecho comercial: los "nuevos derechos del hombre" son negociados; ellos proceden del consenso, sin referencia a la verdad. Dan lugar a pactos y a convenciones. El aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales, la repudiación, el eugenismo, el infanticidio, el canibalismo se transformaron o están a punto de transformarse en "nuevos derechos del hombre". Las "recomendaciones" y sobretodo los tratados internacionales presentados como normativos, una vez ratificados, adquieren fuerza de ley en los Estados.
Aspirando a la gobernancia mundial, el centro de poder onusiano se auto-legitima al legitimar el "nuevo orden internacional", y valida los Derechos estatales. La referencia a los valores morales es expulsada de las relaciones internacionales y del derecho. En cuanto a la religión, se le pide esconderse en la esfera de la vida privada.
Para complementar un Tribunal penal internacional es instaurado, teniendo en sus competencias las denuncias contra quienquiera que, persona o institución, impugnaría esta fuente de derecho así como esta visión de "nuevos derechos del hombre".
Las equivocaciones de la Unión Europea
Lamentablemente hay que constatar que la Unión Europea se metió en el camino de las mismas equivocaciones. Bajo una forma u otra, todos los extravíos que acabamos de mencionar a propósito de la ONU se encuentran en los proyectos de la Unión Europea.
Para convencerse, alcanza con ver la jactancia con la cual los eurócratas arrogantes y desprovistos de representatividad quieren excluir de la constitución europea toda referencia cristiana; basta tomar conocimiento del Informe Van Lancker sobre la salud y los derechos sexuales y genésicos, o bien del Informe Sandbaek sobre la proposición de reglamento del Parlamento europeo y del Consejo concerniente las ayudas destinadas a las políticas y a las acciones relativas a la salud y a los derechos en materia de reproducción y de sexualidad.
El primero de estos informes concierne la Unión Europea y los países candidatos a ella; el segundo concierne la "ayuda" de la Unión Europea a los países en desarrollo.
La movilización
Las "Luces" anticristianas
Al término de nuestro análisis, aparece que la globalización tal como es puesta en práctica en el plano internacional postula la nueva revolución cultural para la cual la ONU y la Unión Europea están trabajando activamente. Esta nueva revolución cultural es más disimulada y más destructiva que la lanzada en 1966 por Mao Tsé Tung. Ella vacía al hombre de su humanidad, y sus promotores quieren imponer a todos una y solo una cultura, la cultura de las Luces, aquella del Iluminismo anticristiano y masónico. Ni como hombres, ni como cristianos, podemos aceptar esta pretensión tendiente a hacer de una cultura particular -por lo menos criticable- una cultura global unidimensional y obligatoria para todos.
Para que un proyecto aceptable de globalización pueda desarrollarse, hay que se negar a "hacer del pasado tabla rasa". Hay que rechazar la idea según la cual las culturas antiguas y tradicionales estarían condenadas a ser descartadas de la historia para hacer lugar a una "nueva cultura" haciendo pasar del "oscurantismo" a lo que es en realidad una ideología neo-cientificista. Sólo hay cultura allí donde hay memoria, continuidad e intercambios. Sólo hay cultura allí donde el hombre es respetado en su razón, su libertad, su sociabilidad.
Construir una sociedad global humana y humanizante implica por lo tanto ciertas tareas prioritarias dignas de movilizar a los cristianos.
No a la globalización de la pobreza
No hay cultura posible sin el reconocimiento y la promoción de la igual dignidad de todos los hombres. Para que pueda emerger poco a poco una sociedad civil mundial, todos los hombres deben poder participar -en el sentido de tener parte en, de aportar su parte- a estos bienes que son la instrucción, la educación y la cultura. Hoy día, la cara de la mayor pobreza aparece debajo de la línea que separa, por un lado aquellos que saben y tienen acceso al saber, y por otro aquellos que no saben y no tienen acceso al saber.
Es absurdo y deshonesto hacer brillar una concepción de la globalización que oculta la tabiquería actual escandalosa entre una sociedad donde sólo la pobreza es globalizada, y una sociedad alérgica al compartir. Como lo subraya Amartya Sen, Premio Nobel de Economía (1998), el déficit educativo y cultural es una de las grandes causas de la debilidad de la sociedad civil y por lo tanto el mayor obstáculo a la democratización.
Capital humano, capital cultural
Entretanto, la prioridad absoluta debe ser dada a la cultura de la familia, al culto de ésta. A pesar de la denigración de la cual es objeto la familia, que es heterosexual y monogámica, la institución familiar es cada vez más honrada en las investigaciones contemporáneas. Ella es por excelencia le crisol donde nace, se recibe y se transmite toda cultura. Ella es el lugar donde se cultivan y se transmiten los valores esenciales inherentes a toda cultura auténtica. Gary Becker recibió el Premio Nobel de Economía en l992 por haber medido y demostrado el papel de la familia en la formación del capital humano y en consecuencia del capital cultural.
Un capital -conviene precisarlo- que no es sólo útil en una sociedad de producción, sino que es deseable en si, debido a la dignidad sin igual del hombre en el mundo creado. En esta formación, el papel de la madre es decisivo, ya que Gary Becker demostró que, con su trabajo, la madre de familia contribuye con más del 30 % al producto bruto interno de una nación. Un proyecto de globalización que debilitaría la realidad de la familia y el papel de la mamá anunciaría el naufragio de la persona y de las culturas. Este proyecto privaría a la sociedad civil de su primera comunidad de base: la comunidad familiar, y desembocaría en el totalitarismo.
Globalización-des-centralización: sin antinomia
Así como todo proyecto de globalización debe respetar a la persona y a la familia, debe igualmente respetar a las naciones. Es inadmisible que un proyecto de globalización emane de un centro de poder mundial autoproclamado y, por tanto, de legitimidad sospechosa. La diversidad de culturas, y con ésta la diversidad de las naciones, constituye una de las más grandes riquezas de la sociedad humana. Esta pluralidad da lugar a sociedades civiles con identidades diferenciadas.
Estas sociedades civiles se otorgan organizaciones políticas e instrumentos jurídicos propios, destinados a manifestar su autonomía. Sin duda, una vez organizada políticamente, la sociedad civil, dando luz a la sociedad política, puede admitir delegar un segmento de su poder político no solamente al Estado, sino también a organizaciones internacionales. Sin embargo, la diversidad de hombres y de culturas exige el respeto de las identidades nacionales, una cierta fragmentación del poder al interior como al exterior del Estado, un control efectivo ejercido por los ciudadanos sobre el Estado y por los Estados sobre las organizaciones internacionales. En resumen, es engañar a la opinión pública insinuar que hay antinomia entre globalización y descentralización.
Devolver la esperanza al mundo
Finalmente hay que reconocer el papel capital que la religión cristiana está llamada a jugar en todo proyecto de globalización. El fermento de toda cultura es el reconocimiento y el respeto de los valores morales y religiosos. No hay lugar para una cultura ni para una sociedad civil amorales, ni para un Estado agnóstico y amoral. Lo menos que puede esperarse de un poder público es que sea imparcial. La sociedad global que propulsan la ONU y la Unión Europea se caracteriza por su agnosticismo, su indiferencia frente a la verdad, su amoralismo e incluso su inmoralismo. Eso es tanto como decir que este globalismo está basado sobre la arena y es anunciador de despotismo.
La Iglesia tiene aquí una tarea maravillosa a realizar para dar sentido a todo proyecto de globalización y para devolver la esperanza a un mundo frecuentemente desamparado. Ella es la principal instancia que defiende todavía sin ambigüedad los valores humanos esenciales, reconocidos muchas veces por la razón filosófica, honrados en las grandes culturas clásicas y proclamados en innumerables documentos. Ella revela sobre todo el sentido último y pleno de esta dignidad, anunciando la Buena Noticia de que somos, como personas, creados a la imagen de Dios y llamados, más allá de la muerte, a descansar en la beatitud de Dios. He aquí el corazón de este mensaje global, universal, que integra todos los hombres en la gran familia de hijos de Dios y que llama al hombre a humanizar el mundo ambiente. Toda la enseñanza de la Iglesia sobre el hombre, la familia, la naturaleza y la sociedad detallan esta Buena Noticia. En grados diversos, ésta se refleja en todas las partes del mundo y se expresa en las parroquias, las escuelas, los hospitales, los centros de investigación, etc. que la Iglesia ha fundado desde hace siglos y que dan crédito a su mensaje. La figura de la Madre Teresa de Calcuta, recientemente beatificada, brilla aquí como un signo de esta esperanza, a condición que, como ella y con el Papa Juan Pablo II, nos movilicemos todos y sin reserva por la cultura de la vida.
Michel Schooyans - Traducción a cargo de la Dra Beatriz de Gobbi.
Dirección del autor: <schooyans@mora.ucl.ac.be>
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