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Malvinas

Publicacion

Monseñor Michel Schooyans

Aborto, Eutanasia y Control Demográfico - Parte I

“Una Nación no puede ser ignorante y libre al mismo tiempo” Thomas Jefferson
Así fundamenta la doctrina social cristiana los derechos humanos

BRUSELAS, miércoles, 28 julio 2004 - La doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una decisiva defensa y fundamento de los derechos humanos en un mundo atenazado entre el socialismo y el liberalismo, constata el profesor Michel Schooyans.

Profesor de la Universidad de Lovaina (Bélgica), monseñor Schooyans es considerado como uno de los grandes expertos mundiales en cuestiones éticas y demografía. En Francia, acaba de publicar una nueva obra en la que hace una original síntesis de su pensamiento con el título «Para afrontar los desafíos del mundo moderno - La enseñanza social de la Iglesia» («Pour relever les defis du monde moderne - L'enseignement social de l'E'glise», Presses de la Renaissance, Paris 2004). En esta entrevista, ha abordado algunos de los argumentos candentes que presenta en su libro.

--¿Qué relación existe entre la doctrina social de la Iglesia y la defensa de los derechos del hombre?

--Michel Schooyans: En los primeros documentos en los que comenzó a articularse la enseñanza social de la Iglesia, los Papas hacían referencia a situaciones de abuso y opresión que la conciencia moral debía denunciar. Se trataba de cuestionar las estructuras establecidas para transformarlas en estructuras económicas y políticas más justas. Nada de todo esto está trasnochado, todo lo contrario.

Pero han surgido dos factores nuevos, que han provocado una profundización de la enseñanza de la Iglesia sobre la sociedad. El primero es la experiencia del totalitarismo, cuyas diferentes manifestaciones tienen en común el querer destruir psicológicamente a la persona humana. El segundo es el despegue de la filosofía personalista, del que se benefició ampliamente la constitución pastoral del Concilio Vaticano II «Gaudium et Spes», y que Juan Pablo II comenzó a desarrollar muy pronto, en Cracovia y en Lublín.

Desde entonces, en su enseñanza social, la Iglesia subraya que los seres humanos están hechos para vivir juntos, que todos han recibido la vida como algo compartido con el mismo Dios, del que todos son imagen. De este modo, la enseñanza de la Iglesia se ve enriquecida por una rica antropología que fundamenta los derechos del hombre: el derecho a la vida, a fundar una familia, a practicar una religión, a trabajar, a asociarse, etc. Derechos inalienables que el Estado y las organizaciones internacionales deben promover y proteger.

--En su libro, usted habla de la teología de la creación y de la teología del trabajo. ¿Cuál es su fundamento? ¿Cuál es su concepción del hombre y de Dios?

--Michel Schooyans: La teología de la creación encuentra su fundamento en los primeros capítulos del libro del Génesis. El hombre está llamado a transmitir la vida y a ser un administrador responsable de la creación. Ahora bien, cuando el hombre se comporta como si pudiera apoderarse del don de Dios que es el ambiente, surgen problemas morales.

Hoy hay nuevas formas de avaricia que llevan a algunos grupos privados o a ciertos Estados a abusar de los recursos del mundo, explotándolos según sus intereses particulares. Se olvida que los bienes de la tierra han sido puestos por el Creador a disposición de toda la humanidad. Esto significa que tenemos una responsabilidad no sólo ante nuestros contemporáneos, sino también ante las generaciones futuras.

Así se explican los repetidos llamamientos del Santo Padre a favor de una ecología humana: El hombre es el regalo más bello de Dios al hombre, escribe en síntesis en la encíclica «Centesimus Annus» (Cf. número 38). No somos creíbles cuando pretendemos respetar el ambiente pero no respetamos en primer lugar al ser humano y cuando no se reconoce su papel único en la cumbre de la creación.

Además, y contrariamente a una ecología bucólica, residuo de sueños de intelectuales de la Ilustración, allí donde el hombre está ausente o no interviene en la naturaleza, ésta se vuelve violenta. El hombre debe cultivar constantemente el ambiente para prevenir la erosión, la desertización, la destrucción de cultivos por insectos nocivos, etc.

Por último, a diferencia de lo que dice la ecología panteísta inspirada en la Nueva Era, el hombre no es el simple producto de una evolución material; no debe alienarse, ni ser alienado ofreciendo un culto neo-pagano a la Madre Tierra.

--En un capítulo de su libro, usted aborda la relación entre políticas demográficas y la democracia. En otro capítulo, muestra que los niños son la mejor inversión. ¿Cuáles son sus argumentos?

--Michel Schooyans: Las democracias occidentales siguen utilizando y divulgando para su provecho la ideología maltusiana y sus corolarios neo-maltusianos. Según las expresiones modernas de esta ideología, la seguridad de los países ricos estaría amenazada por el crecimiento de la población de los países del tercer mundo. Una «bomba» demográfica procedente del tercer mundo estaría a punto de estallar, sumergiendo a los países ricos y amenazando su bienestar. Por tanto, según esta ideología de la seguridad demográfica, es urgente que los países ricos controlen eficazmente el crecimiento de la población pobre. Este control se debería hacer con la connivencia de las clases dirigentes de los mismos países en vías de desarrollo.

Ahora bien, un control así acaba siendo coercitivo, como lo demuestran los ejemplos de la India, Brasil, México, Perú, etc. Es una mentira y una agresión física y sobre todo psicológica decir a estos países que el desarrollo de la democracia pasa por la mutilación del 40% de las mujeres en edad de procrear.

Los países europeos, que han financiado ampliamente estas campañas, han quedado atrapados en su misma trampa. Al financiar y legalizar en su misma casa el rechazo a la vida, las poblaciones de estos países envejecen e incluso disminuyen. Es lo que el gran demógrafo francés Gérard François Dumont ha llamado el «invierno demográfico».

En su doctrina social, la Iglesia confirma por motivos morales y religiosos lo que dicen muchos expertos en economía, en demografía, y en ciencias políticas, es decir, que lo más importante hoy no es el capital físico (materias primas) sino el capital humano, es decir, el hombre bien formado moral e intelectualmente.

--Usted relaciona paz y desarrollo y propone una concertación mundial a favor del desarrollo. ¿Cómo indica la doctrina social de la Iglesia el camino virtuoso que lleva al desarrollo económico, espiritual y social?

--Michel Schooyans: Desde sus orígenes, en el siglo XIX, la doctrina social de la Iglesia ha pronunciado críticas fundadas contra el socialismo y el liberalismo. Al socialismo, le reprocha el no confiar en la persona humana y el esperar demasiado de los poderes públicos. Al liberalismo le recrimina el favorecer un individualismo que consagra la supremacía del más fuerte en detrimento de los más débiles, y el no querer reconocer el papel necesario y legítimo de los poderes públicos.

En su enseñanza social, la Iglesia reconoce el papel subsidiario de los poderes públicos: éstos deben estar al servicio de las personas, de las instituciones intermedias y de la sociedad civil; deben estar bajo el control de éstos. Se da un equilibrio precario que sólo se mantiene cuando los actores sociales tienen una fuerte motivación moral y religiosa capaz de llevarles a promover el bien común, a tener una ternura particular por los más vulnerables, a trabajar por la justicia y la paz.

Este ideal, el único digno del hombre, implica que los mismos poderes públicos, las organizaciones internacionales, las estructuras económicas no sean indiferentes a la verdad, que no sean moralmente relativistas, o puramente utilitaristas o incluso cínicas, sino que todos estén preocupados por servir y no por hacerse servir.

En una sociedad que se globaliza, la enseñanza social de la Iglesia aparece como una luz que irradia esperanza. Una luz que, para nuestra satisfacción más grande, somos nosotros

«LA ONU LEGITIMA EL CONTROL DEMOGRAFICO DE LOS POBRES PORQUE COMEN Y NO PRODUCEN»
Michel Schooyans, de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, habla para LA RAZÓN

El profesor Michel Schooyans es profesor de la Universidad de Lovaina y Miembro de distintas instituciones vaticanas como la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, así como Consultor del Pontificio Consejo para la familia. Recientemente estuvo en Madrid, participando en el V Congreso de Católicos y Vida Pública. Michel Schooyans viene denunciando desde hace tiempo, en artículos, libros y conferencias una nueva política en torno a los derechos humanos promovida por la ONU a través de un documento titulado Carta de la Tierra, al que sólo se opone la Iglesia católica.  David Amado - Madrid.-

Michel Schooyans, que recientemente estuvo en Madrid en el V Congreso Católicos y Vida Pública, ha aceptado hablar con LA RAZÓN sobre la política de Derechos Humanos de la ONU.

¬ ¿Qué es la Carta de la Tierra?

¬ Es un instrumento ideológico utilizado para legitimar políticas de control de la población a escala mundial, especialmente de los más pobres, pues comen y no producen. En algunos documentos de la ONU se habla del aborto como método de control de la natalidad.

¬ ¿Cuáles son sus fundamentos ideológicos?

¬ Desde hace 30 años hay una nueva teoría según la cual los Derechos Humanos deben someterse a los imperativos de la Tierra. Se trata de una reformulación de la doctrina maltusiana que dice que no hay suficientes recursos para alimentar a todos los hombres. La Carta de la Tierra es una cosa ridícula: sumisión del hombre a la Madre Tierra. Sólo sirve a los intereses de los países ricos y de los anticristianos.

¬ Eso suena a una cierta adoración de la Tierra...

¬ Sí, se trata de rendir culto a la Tierra. Es un monismo panteísta que considera que el hombre apenas es el producto de la evolución material y que va a desaparecer un día. Hoy se traducen esas premisas en recomendaciones que tienden a afirmar que los hombres que sufren son inútiles.

¬ ¿Se puede decir que el hombre es un peligro para la Madre Tierra?

¬ No. El único recurso en realidad es el hombre. Los naturales se agotan, pero el hombre, con su inteligencia, descubre nuevas maneras de producir riquezas.

¬ ¿Cuál es el objetivo de la Carta de la Tierra?

¬ Sirve para «justificar» (una falsa justificación anticientífica) políticas que no quieren revelar su verdadera cara: «No queremos una población vieja, de minusválidos y enfermos».

¬ Y ¿qué pasa con el hambre?

¬ Sus grandes causas son las deficientes políticas, las catástrofes naturales inevitables y la ignorancia y la corrupción. Desde el siglo XIX se sabe que el maltusianismo es falso. Los trabajos serios en demografía desmienten los postulados de la ONU.

¬ Y ¿nadie le hace frente?

¬ El mayor obstáculo al triunfo de esta visión es la Iglesia que continúa afirmando la primacía del hombre.

¬ En la práctica, ¿qué consecuencias concretas tiene el documento?

¬ Muchas. La OMS insiste más sobre la salud de la sociedad que la del individuo. La UNICEF preconiza un programa de educación sexual al margen de los padres y pide el libre acceso de los adolescentes a los anticonceptivos y el aborto de espaldas a los padres. También la UNESCO tiene un programa educativo centrado sobre la Carta de la Tierra.

¬ Usted ha señalado que esta ideología parte de una nueva concepción del derecho.

¬ El derecho se impone. Es un sistema jurídico totalmente amoral. La ley no tiene nada que ver con la justicia. De esta manera pronto el aborto y la eutanasia serán un nuevo «derecho humano».

El nuevo orden mundial y la seguridad demográfica

La ambición de controlar la vida humana desde la concepción a la muerte es la máxima expresión del imperialismo integral, tal como hoy se manifiesta. Como vamos a ver, este imperialismo es meta político, ya que procede de una concepción particular del hombre.

Por el P. Michel Schooyans,
PhD, PhLD, STD, profesor de la Universidad de Lovaina) (*)

Las expresiones políticas y no políticas de este imperialismo no son más que las consecuencias perceptibles de esta antropología. Esto nos va a llevar a aclarar la dimensión totalitaria de este imperialismo, cuyos efectos todavía no se han mostrado en su totalidad.

Para analizar la génesis de este imperialismo que está naciendo ante nuestros ojos, vamos a partir de la ideología de la seguridad nacional.

Hacia la globalización

Desde el final de la guerra de 1939-1945, la diplomacia norteamericana ha estado grandemente dominada por el tema de los "dos bloques". Con ciertas variaciones de acento, este tema fundamental aparece bajo las etiquetas de guerra fría, enfrentamiento Este-Oeste, zona de influencia, coexistencia pacífica, deshielo, distensión, etc. Más, con motivo de la crisis petrolífera de 1973, algunos círculos norteamericanos empiezan a percibir la importancia de otra división, la división Norte-Sur. El congreso de Bandung, en 1955, presentaba ya el aspecto de un manifiesto y, poco a poco, los CNUCED y las conferencias en la cumbre de países no alienados se imponen a la atención de los países industrializados: desde Ginebra (1964) a Belgrado (1989), se ha recorrido un camino apreciable. Durante todo este tiempo, el diálogo Norte-Sur se organiza y se institucionaliza; los países del Tercer mundo reivindican un Nuevo orden internacional.

En una obra publicada en 1970, Zbigniev Brzezinski había ya atraído la atención sobre el tema. La crisis petrolífera de 1973 juega el papel de un catalizador: si los países productores de petróleo pueden organizarse y amenazar las bases de la economía de los países industrializados, ¿qué ocurrirá si los países pobres productores de materias primas deciden ponerse de acuerdo e imponer sus condiciones a los países ricos?

Para conjurar el peligro, David Rockefeller, utilizando por cierto las tesis de Brzezinski, transpone a la división Norte-Sur las recomendaciones que su hermano había aplicado antes a la división Este-Oeste. Y lo que es más importante, generaliza además, al conjunto del mundo, una visión cuyo alcance, en 1969, estaba limitado, provisionalmente, al continente americano. Desde esta perspectiva, David Rockefeller, respondiendo a una sugerencia explícita de Brzezinski, organiza la "Comisión Trilateral": los EE.UU., Europa occidental y el Japón deben ponerse de acuerdo frente al Tercer mundo, que parece querer organizarse y del que dependen los países industrializados para importar materias primas y energía, y para dar salida a sus productos 2. Y el Tercer mundo está en plena expansión demográfica.

La amenaza que pesa sobre la seguridad de los países ricos proviene, según ellos, de los países pobres. Las economías dependen ahora unas de otras, los pases ricos no deben devorarse entre sí, deben al contrario respaldarse; deben preservar e incluso acentuar sus privilegios. Las empresas multinacionales aparecen aquí como un mecanismo esencial del sistema global de la dominación; llevan a cabo una industrialización que al mismo tiempo se encargan de limitar. Gracias a los centros de decisión e la metrópolis, hacen posible el control de los costos de mano de obra. Mantienen un chantaje basado en la amenaza del traslado de fábricas, en caso de que consideren exorbitantes las reivindicaciones de los trabajadores locales. Organizan la competencia y, al mismo tiempo, la controlan, ya que las relaciones de competencia quedan limitadas al mundo de los trabajadores, entre los que las desigualdades de retribución constituyen, a nivel mundial, un factor de división que hay que alimentar para seguir dominando. En suma, las multinacionales velan sobre sus mercados, protegen, en caso necesario, sus oligopolios, y vigilan y, en ocasiones, frenan el desarrollo económico de las naciones satélites. Por su parte, la investigación científica deberá intensificarse y concertarse para garantizar el mantenimiento de un avance constante y decisivo con respecto a los países menos desarrollados. La alta tecnología será exportada con gran parsimonia, para que los países más avanzados en el camino del desarrollo no puedan competir con la producción sofisticada cuyo monopolio quieren conservar celosamente los países de la era post-industrial.

¡Multimillonarios de todos los países, uníos!

Se trata de construir un nuevo orden mundial, de tipo corporativista, lo que se ha hecho urgente -se asegura- en razón de la interdependencia de las naciones. Pero lo que sucedía ya a escala panamericana, se produce ahora a escala mundial: se pasa rápidamente de la interdependencia a la dependencia. Todos los países, en efecto, no presentan un mismo nivel de desarrollo; en razón de su presencia y compromisos en todo el mundo, los EE.UU. se consideran con derecho a arrogarse una misión de liderazgo mundial. A esta misión deben asociarse las naciones ricas y las clases ricas del mundo entero; la seguridad, su propia seguridad, debe constituir la preocupación común y predominante de los ricos. Esta preocupación justifica, por su parte, la constitución de un frente común mundial, una unión sagrada, si quieren conservar sus privilegios. Con respecto a este imperativo de seguridad común, todos los factores de divergencia entre ricos no tienen sino una importancia relativa o incluso secundaria.

Este frente común mundial sólo podrá articularse a partir de los EE.UU. y bajo su liderazgo. En razón de su desarrollo y de su riqueza, Europa occidental y Japón serán asociados, a título de aliados privilegiados, a la empresa de seguridad común. Todo ese bloque constituido por las naciones ricas deberá esforzarse en controlar el desarrollo en el mundo en general. La austeridad ha dejado de ser una virtud: es un deber. Frenar el crecimiento, frenar la capacidad de producción y practicar el maltusianismo económico se imponen tanto más -se nos dice- cuanto que hay que proteger el entorno amenazado por la contaminación. Y así, la justificación teórica del "crecimiento cero" vio la luz en 1972 en el Informe Meadows, y ha sido difundida por el Club de Roma, empresas ambas generosamente financiadas por el grupo Rockefeller3.

Los países comunistas tampoco deberían quedar al margen de este proyecto de seguridad global. China merece una atención excepcional. Está probado -como ya hemos visto 4- que la despiadada política demográfica llevada a cabo en China popular ha sido apoyada e incluso estimulada por algunos círculos norteamericanos y occidentales inquietos por la aparición de un nuevo "peligro amarillo".

Los países del Tercer mundo deberán, pues, aceptar un programa "global". Como los países ricos necesitan sus recursos, estos países en vías de desarrollo no podrán sentirse irritados o escandalizados por el mantenimiento de antiguos métodos de explotación. Tendrán que admitir que su desarrollo habrá de hacerse bajo control; llegado el caso, podrá alabarse la virtud del compañerismo" podrán, por ejemplo, transferirse a su territorio algunas industrias contaminantes, declaradas indeseables en los países desarrollados. En cualquier caso, habrá que impedir que se organicen para esquivar la vigilancia de las naciones poderosas.

De todas maneras, al igual que existen límites para el crecimiento económico, también los hay para el crecimiento político. Así lo subrayaba Samuel P. Huntington en un Informe para la Comisión trilateral sobre la gobernabilidad de las democracias: "Hemos tenido que reconocer que existen límites potencialmente deseables para el crecimiento económico. E igualmente, en política, existen unos límites potencialmente deseables para la extensión de la democracia política."5

Estamos, pues, ante una formulación de alcance mundial del antiguo mesianismo norteamericano. Pero es indispensable señalar lo que esta formulación tiene de esencialmente nuevo y original: este mesianismo pretende, en efecto, atraerse el concurso no sólo de las naciones más ricas, sino también de las clases ricas de las sociedades pobres. Se pone de relieve, ante los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen una amenaza potencial o incluso actual para su seguridad. De lo que se trata, en primer lugar es, desde luego, de proteger la seguridad de los EE.UU. o, más exactamente, de los ricos de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los ricos de todos los países, a quienes se invita a constituir, bajo la dirección de los Estados Unidos, una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el contener el despegue de la población pobre: "¡Multimillonarios de todos los países, uníos!"

Así reinterpretada, la doctrina de la contención resurge como el Fénix renace de sus cenizas. Son las tesis principales de esta doctrina las que inspiran el proyecto universalista actual de los EE.UU. Europa occidental y Japón están asociados de manera especial a este proyecto a título de cómplices y de objetivos al mismo tiempo.

Una élite dominante internacional

La preocupación por la seguridad debe ser global. La seguridad, cuyo ámbito se dividía en varias partes, se percibe a partir de ahora como un todo: la seguridad es primeramente demográfica. Esta nueva doctrina exige la utilización de instrumentos de acción eficaces. Estos instrumentos son de orden político, educativo, científico, económico y tecnológico. La libertad de iniciativa de las universidades y centros de investigación será orientada o incluso anulada, y su función crítica será muy disminuida. Las subvenciones estarán subordinadas a la complacencia con la que dichos organismos acepten plegarse a unos programas de investigación definidos por la minoría dominante 6.

Esta minoría concederá una gran importancia al estudio de los problemas ecológicos, pues de ese modo será posible convencer a los países satélites para que se resignen a la austeridad o a la pobreza: "Small is beautiful" 7. Esta misma minoría financiará las investigaciones sobre la reproducción, la fecundidad y la demografía, con el fin de desactivar la llamada "bomba P"

Las universidades, convertidas en "repetidores", junto con los medios de comunicación, se encargarán de difundir por todo el mundo, dramatizándolas, las tesis maltusianas, tras las que se ocultan los intereses de las clases ricas 8. El programa de acción será conciso. Se pondrá de relieve la escasez de materias primas y la fragilidad del medio ambiente. Estos datos serán presentados como necesidades determinadas por la naturaleza, y el volumen de la población habrá de calcularse necesariamente de acuerdo con estos datos.

De esta forma se reúnen las condiciones fundamentales que caracterizan objetivamente a un régimen de tipo fascista. Para Juan Bosch, el "pentagonismo" era la explotación del pueblo norteamericano por una minoría norteamericana 9. En la actualidad, el pentagonismo se ha universalizado y la minoría dominante se ha internacionalizado. Esta minoría estará constituida por "personas con recursos", que se sentirán halagadas al ser admitidas en grupos "informales", más o menos conocidos (como el grupo de Bilderberg, la Trilateral o el Club de Roma) u otros menos fácilmente identificables. Esta minoría se arrogará la misión de regentar el mundo y tendrá bajo control a todo un cuerpo internacional de intelectuales, ya sean cómplices o utilizados como instrumentos involuntarios, pero en todo caso poco clarividentes. No será necesaria la constitución de instituciones complejas, ni conseguir funciones representativas o cargos ejecutivos: una vez que haya adoptado la ideología de la seguridad demográfica, esta "élite" se apresurará a recurrir, con gran aplicación, a la táctica de la infiltración.

Un proyecto tan global y totalizador requiere necesariamente unos dispositivos jurídicos y políticos apropiados. En cuanto una "élite" acepta su propia "colonización ideológica", esta misma "élite" se separa del pueblo y pasa a ser capaz de todas las abdicaciones. A partir de entonces, puede ser utilizada como repetidor de un centro de poder de un tipo totalmente nuevo, que evocaremos para terminar.

Del Estado al Imperio totalitario

El imperio que está ahora construyéndose no tiene, en efecto, precedente alguno en la historia.

El fascismo, el nazismo y el comunismo soviético son ejemplos perfectos de totalitarismos. En estos tres casos, el Estado transciende al ciudadano; es el enemigo del yo en todas sus dimensiones: física, psicológica y espiritual 10. Requiere de los individuos una sumisión perfecta y exige, si lo considera oportuno, que se le sacrifique la vida. Este Estado somete el matrimonio, la procreación, la familia y la educación a un control muy estricto. Más concretamente, la familia queda sometida a una vigilancia particular, pues en ella es donde se forman las bases de la personalidad del niño. El Estado totalitario que conocemos en la historia actual se esfuerza, pues, en sustraer al niño de la influencia familiar y le proporciona una educación integral. Este Estado inhibe la capacidad personal de juicio y de decisión; instaura una policía de ideas; culpabiliza y adoctrina, desprograma y reprograma. Impone una nueva ideología, organiza el culto del jefe e instituye una nueva religión civil.

La experiencia totalitaria se origina dentro de un Estado particular que se convierte en trampolín de un proyecto imperialista. La misión este Estado particular será definida y `legitimada' mediante la ideología totalitaria. El Estado particular no sólo es conocido, sino enaltecido. Y finalmente, una ideología supuestamente científica precipita en las tinieblas del oscurantismo a los que no se adhieran a la misma. El proyecto imperialista y totalitario que está tomando cuerpo ante nuestros ojos incrédulos presenta unas características totalmente asombrosas si se le compara con las que marcaron los sueños imperiales de Mussolini, Stalin o Hitler. Este imperio naciente tiene de increíble que no procede esencialmente de las ambiciones de hegemonía de un Estado particular. Tampoco es la emanación de una coalición de Estados y, lo que es más, como ya hemos visto, le vienen muy bien las desigualdades, e incluso las divisiones entre naciones y hasta se ingenia en sacar partido de ellas. El imperio que está construyéndose es un imperio de clase que emana del consenso establecido, por encima de las fronteras, por la internacional de la riqueza.

Por tanto, en ausencia de un Estado de contornos visibles, en el marco de este imperialismo de clase, nadie sabe quién decide ni quién es responsable. El lenguaje parece totalmente desconectado del sujeto que lo produce; todo es anónimo, impersonal y secreto. El productor del mensaje ideológico está oculto. No cabe, pues, someter el discurso al juicio personal: está listo para el consumo: frío, objetivo e imperativo. Evidentemente, aún cuando estén ocultos, el discurso es producido por sujetos, y éstos lo producen con destino a otros sujetos llamados a consumirlo. Pero si el sujeto productor de la ideología rompiera el secreto que le ampara, no podría seguir reivindicando la impersonalidad y la objetividad puras. La dimensión subjetiva, utilitaria, interesada, hipotética de su discurso se pondría inmediatamente de manifiesto. El alcance supuestamente universal de su discurso, al igual que las pretensiones `científicas' con que se reviste, aparecerían en seguida como lo que son: un engaño. El productor de ideología debe, pues, guardar el secreto: es omnipresente, pero inaprensible.

De este modo, el secreto mismo introduce una falsedad en el núcleo del discurso. No existe diálogo entre personas que intercambian libremente sus juicios y sus proyectos con voluntad de claridad. Uno de los interlocutores quiere permanecer en la sombra y quiere que el destinatario de su discurso ignore su identidad y sus intenciones. Todo discurso está, pues, desde un principio, marcado por la voluntad de engaño de la persona que lo emite. El lenguaje, que debería ser el prototipo de la mediación entre personas, se convierte en el medio por excelencia de la posesión de los demás. Como el sujeto productor de discursos no dice nunca quién es realmente, todo lo que dice está tachado de disimulo y engaño. Sus palabras se transforman en instrumentos de agresión contra la inteligencia y la voluntad de los destinatarios de las mismas.

Este discurso violenta a las personas que lo reciben, reduciéndolas a la condición de receptáculos pasivos de una verdad venida de fuera, de depositarios de un saber alienado, alienante y hasta esotérico. De un saber supuestamente científico, cuya revelación ha sido hecha a sus iniciados, según éstos creen, gracias a su competencia, de un saber que les procura las bases del papel mesiánico que les corresponde para abrir por fin a la sociedad humana el camino de la felicidad...

Pues ¿qué nuevos territorios quedan todavía por conquistar? Las nuevas fronteras del imperialismo ya no son físicas; coinciden con las de la humanidad entera. No basta decir que hay que alienar al hombre, o que hay que poseerlo en todas las dimensiones de su yo. Lo que hay que hacer emerger es un hombre nuevo, completamente purgado de sus creencias pasadas, de su moral sexual, familiar, social, de su creencia en el valor personal de cada hombre y de su creencia en Dios, sobre todo en un Dios que se revela en la historia con el fin de asociar al hombre a su designio de creación, de salvación y de amor.

Nos encontramos así, en el nuevo imperialismo, ante la tercera característica del totalitarismo. El nuevo imperialismo, como vimos antes, no emana de un Estado particular, sino de la clase internacional de los ricos y pudientes. En cambio, como ya hemos dicho, este nuevo imperialismo está desprovisto de un "duce" o "jefe", pues los que lo fomentan cuidan de no dejarse ver. En cuanto al tercer punto, sin embargo, vamos a ver que la nueva clase imperial vuelve a las fuentes de la tradición totalitaria clásica: divulga una ideología donde se encuentra, según ella, el fundamento de su `legitimidad'.

La ideología de la seguridad demográfica

La ideología en cuestión es la ideología de la seguridad demográfica 11. Según palabras de Marx, la ideología presenta siempre una imagen invertida de la realidad y procede siempre de una falsa conciencia. La ideología esconde siempre los intereses de sus autores. Los juicios que emite, y que constituyen la textura misma de la ideología, no pasan de ser hipotéticos. Y lo son incluso en dos sentidos: deben responder a una doble condición, que corresponde, a su vez, a la doble función que se espera de la ideología. Debe, por un lado, disimular ante los ojos de los autores de la ideología las verdaderas razones de su propio discurso. La ideología está aquí al servicio de la mala fe del ideólogo. Concretamente, la ideología de la seguridad demográfica es una intelectualización que disimula, ante los ojos de la misma clase imperialista, las verdaderas razones que motivan su conducta e inspiran su discurso. Por otro lado, esta ideología tiene por función el seducir a los que se invita -o fuerza- a adoptarla. Las mujeres que se hace abortar y los pobres a los que se esteriliza son `programados' para que hagan suyo el punto de vista que sobre ellos tienen los que desean su alienación.

De esta forma, la ideología de la seguridad demográfica significa el inicio de una doble perversión. Del lado de sus autores, engendra el doblez; son ellos las primeras víctimas de la racionalización que confeccionan. Y como le colocan a su construcción ideológica la etiqueta de la ciencia, se impiden el ir a buscar fuera de su propia construcción la luz que podría sacarles de la prisión espiritual que fabrican para otros, pero en la que ellos mismos se encierran. Del lado de los destinatarios, engendra el consentimiento a la propia sumisión y les confirma en su alienación. Hasta el presente, nos encontramos ante la más peligrosa ideología imperialista totalitaria que ha conocido el mundo.

¿Una nueva humanidad?

Pero esto no es todo. La perversión esencial de esta ideología, de que son víctimas tanto sus autores como aquellos a los que va dirigida, es que procede por antífrasis: al mal le llama bien. Se niega la trasgresión de la ley moral; la conciencia individual sólo puede referirse a sí misma o, más exactamente, a los intérpretes autorizados de la trascendencia social que le dicen lo que puede desear o debe querer.

Esta ideología sirve de fundamento a las instituciones políticas y jurídicas que le sirven .El derecho, por ejemplo, que debería, por definición, aplicar sus esfuerzos a la instauración de la justicia para todos, es objeto de una manipulación ideológica en provecho de la minoría dominante constituida por la internacional de la riqueza. Mas si, como individuos, los miembros de la minoría dominante son generalmente inaprensibles, no por ello es imposible hacerse una idea bastante clara sobre el espíritu que les anima. La identidad de esta nueva clase imperialista puede determinarse fácilmente remontando desde la ideología que produce y desde los destinatarios de la misma.

El discurso ideológico de la nueva clase imperialista tiene un contenido bastante burdo. Empieza afirmándose como principio el acontecimiento liberador de la muerte de Dios. Este principio es `liberador' se nos dice, porque Dios impide la autonomía del hombre y su felicidad. Así pues, Dios debe morir, e incluso hay que ayudarle a morir, para que el hombre pueda vivir y tomar por fin su destino entre sus solas manos. Cumplida esta condición, la nueva humanidad puede nacer, y de este parto deben ocuparse los iniciados.

En este nacimiento, el papel de algunos médicos `ilustrados' será determinante y, al mismo tiempo, contradictorio. A ellos corresponderá el denunciar las `creencias pasadas', `precientíficas', así como los `tabús' que acompañan a dichas creencias. Son ellos quienes definirán esta tarea, pero su misión se fundará sobre la afirmación e esos mismos postulados 12. Necesitan una ideología para `legitimar' su papel, pero son ellos los que definen el contenido de dicha ideología. Los tecnócratas médicos que regentan el nuevo imperio no se avergüenzan de semejante petición de principio. Pretenden que el objetivo que ha de procurarse a toda costa es la seguridad demográfica, pero es el imperativo de la seguridad demográfica el que se supone que funda la `legitimidad' de la tecnocracia.

Con el apoyo valeroso de los demógrafos, los tecnócratas se disponen a asistir a la humanidad en el parto del `sentido' de que su evolución es portadora. Están llamados a ejercer una nueva medicina: una medicina del cuerpo social más que del individuo 13. Una medicina que consiste en administrar la vida humana como se administra una materia prima; en constituir una nueva moral basada sobre el nuevo sentido de la vida; en penetrar en la política con el fin de engendrar una sociedad nueva; en derruir la concepción tradicional de la familia disociando, con una eficacia total, la dimensión amorosa y la dimensión procreadora de la sexualidad humana; en transferir a la sociedad la gestión de la vida humana, desde la concepción a la muerte; en proceder, con ello, a una selección rigurosa de los que serán autorizados a transmitir la vida: temas todos ellos que han sido dolorosamente experimentados en la historia, incluso reciente, pero que aquí se reactivan con energía y se integran en un cuadro lúgubre y mortífero.

Y en estos temas predominantemente neo-maltusianos vienen a injertarse otros temas maltusianos clásicos. La felicidad de la sociedad humana -se nos dice- exige no sólo una selección cualitativa; requiere igualmente la determinación de unos límites cuantitativos. "Nosotros sabemos" que los recursos disponibles son limitados, y que una planificación realmente eficaz de la población mundial es condición indispensable para la supervivencia de la humanidad. "Nosotros sabemos" que esta necesidad es particularmente urgente en el Tercer mundo, donde puede observarse una trágica desproporción entre los recursos vitales y el crecimiento de la población.

Una nueva religión civil

La ideología imperialista pretende ser una ideología de oclusión de toda trascendencia que no sea la trascendencia social. El discurso en que se presenta es estrictamente hipotético, en el sentido que ha sido explicado más arriba: es el reflejo de la voluntad de los que lo emiten 14. Tiene una función utilitaria, pero no tiene valor de verdad. Es útil para los que lo emiten y se presenta como un lenguaje universal; pero es la imagen invertida de los intereses particulares de los ricos y de los poderosos. No tiene ningún valor de verdad porque, en su principio mismo, se refugia en el aislamiento: el pensamiento se elabora en recintos cerrados al mundo exterior. Es la expresión más reciente de la antigua tradición cientificista, con una formulación orientada en provecho de las ciencias biomédicas. Sólo los métodos de esas ciencias pueden proporcionarnos -se nos asegura- unos conocimientos ciertos, y sólo estas ciencias pueden aportar al hombre la respuesta a sus interrogantes más radicales.

Este discurso cientificista ignora toda posible búsqueda filosófica -y con mayor razón teológica- de la verdad del hombre, la sociedad y el mundo. En particular, queda excluido todo discurso sobre un ser trascendente extramundano. La idea misma de una referencia creadora común a todos los hombres es declarada a priori sin sentido: es inútil considerarla siquiera. De ahora en adelante, una vez reconocida la muerte del padre, la fraternidad deja de ser posible y no hay una participación en una existencia recibida de un mismo creador. Sólo existe la voluntad pura. La sociedad se declara trascendente: una nueva religión civil ha nacido, un nuevo ateísmo político, un nuevo reino, cuyas divinidades paganas llevan por nombre poder, eficacia, riqueza, posesión y saber. Los que son ricos, sabios y poderosos demuestran, gracias a su triunfo sobre los débiles, que están justificados para ejercer un papel mesiánico. En ellos se encuentra en efecto, tanto la medida de sí mismos como la de los demás.

Esta ideología mesiánica y herméticamente laica, así como la moral del amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a los demás hombres. Hay que programarlos física y psicológicamente; hay que planificar su producción y su educación; para ello, habrá que utilizar el hedonismo latente, y contar con la búsqueda del placer. Pero al mismo tiempo, habrá que alienar a las parejas, quitándoles toda responsabilidad en su comportamiento sexual. En suma, los tecnócratas médicos, piezas maestras de las fuerzas imperialistas, deberán ejercer un control total sobre la calidad y la cantidad de seres humanos.

Este discurso ideológico, que tiene la virtud de eliminar el sentido de la responsabilidad y la capacidad de acción en las personas, ejerce además la misma influencia en el plano de la sociedad. Para el Tercer Mundo, en particular, estas ideas son totalmente desastrosas. Consisten en hacer creer que la pobreza es natural, que es una fatalidad estrictamente ligada a un exceso de crecimiento demográfico. Junto a esa consideración cuantitativa, se insinuará también, siguiendo a Galton (1822-1911), que la pobreza de los pobres es la mejor prueba posible de su mediocridad natural. No hay que dejarles, pues, llenar el mundo, tanto por su propio bien como por el bien general. El uno y el otro recomiendan que el número de pobres sea calculado en función de la utilidad que representen 15.

Porque según la ideología que estamos examinando, la utilidad es el criterio único que debe tenerse en cuenta a la hora de admitir la entrada de un ser humano a la existencia. ¿Produce o consume bienes? ¿Produce beneficios o placer? Si las respuestas son negativas, el nuevo ser es nocivo: es un enemigo. Y como nada garantiza siquiera que, de ser útil lo seguirá siendo siempre, el ser humano constituye así una amenaza permanente para la seguridad de sus semejantes.

El pan-imperialismo totalitario...

Finalmente, y lógicamente, la ideología de la seguridad demográfica tiene por fundamento y término el punto de referencia único de la muerte. La ejecución del niño por nacer camufla la violencia de nuestra sociedad, tanto más cuanto que la materialidad de esta ejecución se realiza de manera furtiva 16. El niño abortado es la víctima propiciatoria a la que se transfiere la violencia de nuestra sociedad. Es mi oponente, mi rival, es un obstáculo para mis intereses, para mi placer y para mi vida; es la causa de la pobreza, el obstáculo para el desarrollo. Va a desear lo que deseo, primero en el terreno del tener y luego en el terreno del ser. Va a surgir en la vida como mi doble: está de más; hay que suprimirlo.

Pero no se trata aquí de una violencia de menor cuantía, o de una violencia simbólica como las que aparecen en la historia de las civilizaciones y en la mitología. El niño muerto en el seno de su madre no es sacrificado: no se le hace sagrado para proteger la cohesión de la comunidad humana 17. Es ejecutado sin que la violencia sea expulsada de la sociedad humana. Pues una sociedad totalmente laica ha de desacralizarlo todo, incluida la vida, y desmitificarlo todo, incluida la víctima propiciatoria. El sufrimiento y la muerte constituyen, en efecto, el absoluto sin sentido que justifica la rebelión contra el Padre. Por lo tanto, el niño al que se mata significa la destrucción del Padre Su ejecución no conjura la violencia; anuncia al contrario mucha más violencia. Salvo una fuerza mayor, nada puede ni debe limitar mi fuerza. Y lo que es más grave, una de las funciones de la ideología es la de disimular esa violencia ilimitada sustrayéndola al control de la razón. Así pues, la legalización del aborto señala la inminencia del retorno de un delirio irracional, disimulado bajo el camuflaje engañoso de una ideología de autoprotección.

La ideología neo-imperialista de la seguridad demográfica puede, pues, considerarse bastante cercana de la ideología nazi; es, en realidad, en más de un sentido, una extrapolación de la misma. Mientras que el nazismo se presentaba como una nacional-socialismo, en el neo-imperialismo actual los métodos se han refinado. No se trata ya de un imperialismo predominantemente militar, como entre los romanos, o predominantemente económico, como en la Inglaterra victoriana, se trata de un imperialismo de naturaleza claramente totalitaria. Los ideólogos han hecho un esfuerzo notable para disimular mejor sus designios. El papel de la ideología se ha hecho más importante: la conquista y el dominio de los cuerpos pasa actualmente por el dominio de las inteligencias y de las voluntades, y viceversa. Estamos en presencia de un fenómeno nuevo: el pan-imperialismo, donde el control de las almas es tan importante como el de los cuerpos.

...y "meta político"

Y finalmente, como su inspiración directa es la forma más reciente del cientificismo, este pan-imperialismo es de naturaleza meta política: se esfuerza en hacer triunfar una nueva concepción de la vida humana en la que ésta sólo tiene sentido a la luz de la trascendencia social. El pan-imperialismo se caracteriza, en efecto y ante todo, por la concepción particular del hombre que está por encima del ámbito de lo político. En nombre de esa antropología, el nuevo imperialismo ocupa las estructuras que le son necesarias para su poder: políticas, científicas, económicas, informativas, jurídicas, militares, religiosas, etc. Todas estas estructuras transmiten el poder imperialista, como por hipóstasis, hasta los confines de la tierra.

El Estado totalitario clásico es todopoderoso dentro de sus fronteras, pero este poder está limitado por el poder de los demás Estados. Se encarna en un príncipe (o un gobierno) que puede identificarse, que es visible y, por lo tanto, alcanzable, expuesto a una posible agresión y, por lo tanto, destruible. Aquí, en cambio, la revolución parece imposible, pues el príncipe de este mundo se cuida bien de no desvelar su rostro (cfr. Juan y, 44). El imperio meta político aspira a una supremacía incondicional e incondicionada; no quiere conocer o reconocer ni iguales ni rivales.

Los medios de comunicación, que tienen una función de información, tienen también, en el marco de este proyecto totalizador, una función de ocultación indispensable. No se toleran los vaticinios de Casandra, a menos que se garantice que no serán tomados en serio. La información ha de ser tratada según los intereses de los que la producen y según los gustos de los que la consumen. La colonización de la opinión debe tener efectos tranquilizadores en los unos y angustiantes en los otros. Lo único que de verdad importa es la seguridad de los pudientes; los débiles no tienen precio: los ricos pueden, pues, disponer de ellos a su antojo y exiliarlos fuera de las fronteras de la humanidad.

Los proyectos de la legalización del aborto no son, en suma, como hemos visto, más que la parte visible de un iceberg que oculta muchos peligros.

Citas:

1. "Between two ages. America's role in the technotronic era", Harmondsworth, Penguin, 1978. Nuestra exposición de las ideas de Brzezinski sigue muy de cerca esta obra.
2. En francés, la "Trilatérale" ha sido estudiada sobre todo en "Le Monde diplomatique". Véase, por ejemplo, de Diana Johnstone: "Les puissances économiques qui soutiennent Carter", no. 272 (noviembre de 1976), pp. 1,13 y ss.; de Jean-Pierre Cot: "Un grand dessein conservateur pour l'Amérique", no. 282 (septiembre de 1977), pp. 2-3; de Pierre Dommergues, "L'essor du conservatisme américain", no. 290 (mayo de 1978), pp. 6-9.
3. Cfr. "Halte a la croissance".
4. Cfr., más arriba, p. 163.
5. Cfr., de Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, "The crisis of democracy", Nueva York, New York University Press, 1975, p. 115.
 6. Cfr. "Between two ages", pp. 9-12 y ss. Comentando las ideas de Brzezinski al respecto, Anthony Arblaster escribe: "It is depressing enough that intellectuals should be willing to accept the roles which Brzezinski foresees for them specialists [...] involved [...] in government undertakings and house ideologues for those in power-. But the subordination of intellectuals to the state and its requirements does not occur only at the individual level. There is a strengthening tendency for the institutions within which [...] most intellectuals now work, also to be shaped according to the particular political priorities of a particular government" ("Ideology and intellectuals", en: Knowledge and belief in politics, de Benewick y otros, pp. 115-129; la cita es de las pp. 123 y s.)
7. Alusión a la obra de E.F. Schumacher, "Small is beautiful. Economics as if people mattered", Nueva York, Perennial Library, 1975.
8. Cfr. Daniel Bell, "The end of ideology. on the exhaustion of political ideas in the fifties", Nueva York-Londres, Free Press Paperback, 1965.
9. Véase, de Juan Bosch, "El pentagonismo, sustituto del imperialismo", Madrid, Crónica de un siglo, 1968, y especialmente: pp. 18-21.
10. Sobre el totalitarismo, véase, de Jean-Jacques Walter, "Les machines totalitaires", Parí, Denoel, 1982; de Igor Chafarevitch, Le phénomene socialiste, París, Seuil, 1977; de Hannah Arendt, The origins of totalitarianism, Nueva York, Meridian Books, 1959.
11. Por su postura en materia de demografía, la Iglesia constituye una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU. Ésta es la tesis presentada con gran fuerza por un autor al que difícilmente puede tacharse de excesivo progresismo: Stephen D. Mumford, en: "American democracy & the Vatican. Population growth & national security"", Nueva York, Humanist Press, 1984. Complétese con: "Role of abortion in control of global population growth", de Stephen D. Mumford y Elton Kessel, en: "Clinics in obstetrics and gynaecology", t.13 (marzo de 1986), p. 19-31; sobre Kessel, véase, de L. Weill-Halle, L'avortement de papa, p.53.
12. Cfr., más arriba, p. 176.
13. Cfr., p. 123.
14. Cfr., más arriba, p. 112-118.
15. Cfr., pp. 166 y 178-181.
16. Cuanto menor es la percepción que de la víctima tiene el verdugo, menor es el control que éste tiene de su agresividad. Cfr., de Stanley Milgram, "Soumission a l'autorité. Un point de vue expérimental", París, Calmann-Lévy, 1984.
17. Cfr., de René Girard, "La violence et le sacré", París, Grasset, 1972.

(*) Monseñor Michel Schooyans es un sacerdote belga, Dr. en Sociología y en Filosofía, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina y miembro consultor permanente en el Consejo Pontificio para la Familia, presidido por el cardenal Alfonso López Trujillo. Desde hace años investiga la cuestión demográfica, en particular las mentiras y falacias que se propagan en torno al «problema del crecimiento poblacional mundial», sobre todo a partir del famoso Memorando Secreto 200/74, elaborado por Henry Kissinger por pedido de Gerald Ford, en ese entonces Presidente de EE.UU.

(Nota de José Arturo Quarracino)

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